3 de octubre de 2020

León Tolstoi o el triunfo de la melancolía

El inicio de la primera etapa de la literatura rusa contemporánea se puede fijar en la aparición en 1825 de "Boris Godunov" de Aleksandr Pushkin (1799-1837), que coincide con la subida al trono del zar Nicolás I (Nicolás Pavlovich Romanov, 1796-1855), el recrudecimiento del absolutismo y las primeras revueltas liberales. La nobleza rusa más progresista estaba en la oposición, y sería esta nobleza, sobre todo la campesina -pero cosmopolita y en con­tacto con Europa-, la que "se esfuerza, frente al despotismo de los zares, en poner en vigor las ideas de ilustración y democracia. La nobleza liberal orientada hacia Occidente es, en esta época, la única clase culta de la sociedad en Rusia", tal como afirma el historiador Arnold Hauser (1892-1978), en "Sozialgeschichte der kunst und literatur" (Historia social de la literatura y del arte) de 1951. A esta nobleza se le agregó, en los años treinta, la clase sa­lida de una burguesía ciudadana incipiente, de profesionales liberales, que había dado lugar a los primeros tímidos intentos de industrialización y de algunas reformas judiciales y adminis­trativas. Este conjunto, compuesto de nobles e intelectuales burgueses, descontento con el panorama social, expresó su crí­tica en la literatura y en la oposición.
El problema de la libertad individual frente al grupo fue la base de la literatura rusa de la época: "Toda la especula­ción filosófica de los rusos alrededor de este problema y el pe­ligro de relativismo moral, el fantasma de la anarquía, el caos ocupan a los intelectuales rusos. Las decisivas cuestiones eu­ropeas del extrañamiento del individuo frente a la sociedad, de la soledad y aislamiento del hombre moderno las formulan los rusos como el problema de la libertad. En ninguna parte se ha vivido este problema con mayor profundidad, intensi­dad y conmoción que en Rusia, y nadie ha sentido de forma más atormentada la responsabilidad ligada a su solución como Tolstoi y Dostoievski", afirma Hauser en la obra citada. Es dentro de este contexto social donde se desarrolla la obra de León Tolstoi, cuya creación literaria enraiza con toda la producción anterior de la literatura rusa.
León Nikoláievich Tolstoi nació el 28 de agosto de 1820 en Yásnaia Poliana, una aldea del distrito de Tula, en el seno de una familia de la alta nobleza rusa, en un ambiente culto. Antes de cumplir los dos años murió su madre y empezó su primera educación con un preceptor. En 1827 la familia se trasladó a Moscú, en donde continuó sus estudios hasta el año siguiente, en que murió su padre como consecuencia de una apoplejía. La muerte de éste lo alejó de Moscú, marchando a la casa de un tío suyo en la ciudad de Kazan, para seguir allí con su formación.
Su escasa salud lo obligó a cambiar Kazan por Yásnaia Poliana, pues sus crisis psíquicas le impedían concentrarse en los estudios; crisis que lo llevarían a cometer excesos de todo tipo: se emborracha con los amigos, visita burdeles y se dedica al juego, donde pierde sumas cada vez más importan­tes. Presionado por las necesidades de dinero y por una ociosi­dad que cada vez le pesaba más, se alistó en el ejército ruso durante la guerra de Crimea (1854/1856) e intervino en el sitio de Sebastopol. Durante este período comenzó a escribir. E1852 terminó un relato autobiográfico, "Détstvo" (Infancia), que fue bien acogido por la crítica cuando apareció en Sovreménnik. Siguió luego "Ótrochestvo" (Adolescencia) en 1854 y más tarde "Yúnos’" (Juventud) en 1856.
También recibió el encargo de escribir una crónica sobre la campaña de Sebastopol, que plasmaría en "Sevastopolskiye rasskazy" (Relatos de Sebastopol) en 1856. Ter­minada la guerra, dejó el ejército que sólo lo había hecho su­boficial y volvió a San Petersburgo convertido en escritor.


Allí de­cidió emprender un viaje por Europa. En París lo esperaba su ami­go el escritor Iván Turguénev (1820-1910), y se quedó unos cuantos meses; más tarde fue a conocer Ginebra, ciudad en la que visitó a su amigo Pushkin. En Suiza se quedó poco tiempo; partió para Alemania, donde tuvo que poner punto final a sus proyectos de via­je por los restantes países de Europa ya que perdió todo el di­nero que llevaba en una casa de juego de Baden-Baden.
Regresó entonces a Rusia, a su finca de Yásnaia Poliana, y dedicó todo su tiempo a escribir y a la agricultura. Fruto de esta etapa son sus obras "Seméynoye schástiye" (Felicidad conyugal) de 1857 y "Kazakí" (Los cosacos) de 1858. En 1860 visitó Francia, Suiza, Inglaterra, Bélgica, Italia y Alemania, en donde tuvo ocasión de co­nocer los nuevos métodos de enseñanza para niños, métodos que intentó poner en práctica en su país. Abrió una escuela en Yásnaia Poliana, de la que se ocupó personalmente: "Ins­trucción libre y espontánea" era el lema. Animado por esta ex­periencia, abrió otras escuelas en el condado y se encargó de buscar maestros jóvenes.
En 1862 se casó con la hija de un mé­dico, Sofía Andréievna Behrs (1844-1919), con la que convivió en la hacienda de Yásnaia Po­liana dedicado a la administración de sus bienes y trabajando en las que serían sus obras más importantes. Primero apareció "Voyná i mir" (Guerra y paz) en 1869, considerada una de las novelas más importantes de la historia de la literatura universal, por la que desfilan quinientos cincuenta y nueve personajes perfectamente definidos por precisas descripciones físicas y por profundos análisis psicológicos, en la que in­tentó rehabilitar a la aristocracia, realzando su papel en la lu­cha contra el emperador francés Napoleón Bonaparte (1769-1821).
Tolstoi mostró, a través del personaje Karatáiev -un campesino convertido en soldado-, el camino que se debía seguir para llegar a una existencia sin Estado y sin Iglesia, la misma idea que desarrolló luego en "Íspoved" (Confesión) en 1882. Y luego, en 1877, escribió "Anna Karénina" (Ana Karenina), en dónde reflejó el inevitable hundimiento del régimen feudal latifundista de Rusia y el triunfo del capitalismo.
En 1881, la familia se instaló en Moscú para cuidar de la edu­cación de sus hijos, al tiempo que se agudizaban las crisis religiosas del escri­tor tras la muerte de Fiodor Dostoievski (1821-1881). Decidió entonces realizar una peregrinación a Optima, vestido de cam­pesino ruso, mientras que en San Petersburgo moría asesinado el zar Alejandro II (Alejandro Nikolaievich Romanov, 1818-1881), un monarca despótico y reformista en el que Tolstoi había puesto las esperanzas para la liberación de las clases campesinas. Esta muerte le provocó una nueva crisis y marcó su definitivo retiro a Yásnaia Poliana. Allí vivió ocupado en sus teorías religiosas, olvidando su pasado y ocupándose de las tareas más humildes.


A rachas volvía a la literatura y en 1885 publicó "Smert Ivana Ilyichá" (La muerte de Iván Ilich), una obra extraordinaria cuyo protagonista es un mediocre funcionario que Tolsoi modeló sobre un conocido suyo, un procurador del tribunal del distrito de Tula que murió de cáncer. Un hombre gris con una vida agradable, cuyo único entretenimiento es jugar una partida de cartas y sus únicas lecturas eran los papeles de la oficina. No importaba que un ascenso en su trabajo coincidiese con el deterioro de sus rela­ciones matrimoniales, cada vez más agrias y más aburridas; sólo la enfermedad le revelará una vida dedicada exclusivamente a su trabajo y a las apariencias, y el vacío de la misma. Después publicó "Kréitzerova sonata" (La sonata a Kreutzer) en 1889), "Otéts Sérguiy" (El padre Sergio) en 1898 y "Voskresénie" (Resurrección) en 1889, donde denunció la actuación de la justicia, de la Iglesia, de la alta burocracia y de todo el régimen social y estatal del absolutismo, lo que le supuso la excomunión.
A los ochenta y dos años, y cada vez más atormentado por la disparidad entre sus criterios morales y su riqueza material, y por las continuas disputas con su mujer que se oponía a deshacerse de sus posesiones, Tolstoi, acompañado por su médico y la menor de sus hijas, se marchó de su casa a escondidas en medio de la noche. Tres días más tarde, cayó enfermó de neumonía y, el 20 de noviembre de 1910, murió en Astápovo, una remota estación de ferrocarril.
Poco antes había escrito: "La verdad es que la vida no tenía para mí ningún sentido. Cada día de mi vida, cada paso en ella me iban acercando al borde de un precipicio desde donde veía ante mí claramente la ruina final. Detenerme o retroceder eran dos imposibles; ni podía tampoco cerrar los ojos para no ver el sufrimiento que era lo único que me aguardaba, la muerte de todo en mí, hasta la aniquilación. Así yo, hombre sano y dichoso, fui llevado a sentir que no podía vivir más, que una fuerza irresistible me estaba arrojando a la tumba".