7 de diciembre de 2007

Navidad: de la fábula religiosa al milagro comercial

La Navidad es la fecha en que se celebra el nacimiento de Jesucristo y hace ya mucho tiempo que dejó de ser una festividad exclusivamente religiosa para convertirse en un gran fenómeno comercial. Cuando a mediados del siglo IV el papa Julio I decretó, sobre la base de sus estudios, que de allí en adelante el día oficial del nacimiento de Cristo sería el 25 de diciembre, no lo hizo antojadizamente. La elección superponía esa fecha con los festejos invernales de los paganos que la Iglesia cristiana esperaba absorber. Como fue imposible eliminar todas las creencias paganas, muchas de ellas fueron reinterpretadas con una conveniente lectura desde la óptica cristiana.
El acto de intercambiar regalos se remonta al período neolítico, unos diez mil años atrás: cuando los agricultores comprobaban que lo peor del invierno había pasado y que habían logrado subsistir gracias a los víveres almacenados, realizaban grandes fiestas en las que se obsequiaban alimentos aunque, con el tiempo, los regalos dejaron de ser exclusivamente comestibles. Los misioneros cristianos trataron en vano de erradicar esta costumbre y al no conseguirlo le dieron otro significado, proclamando que el intercambio simbolizaba el ofrecimiento de presentes que le habían hecho los Tres Reyes Magos al niño Jesús. En síntesis, se adaptaron viejas tradiciones y se las introdujo al cristianismo.
En la Roma de la antigüedad, a mediados de diciembre se realizaban fiestas en honor a Saturno, el dios de la agricultura, al final de las cuales los niños recibían obsequios de todos los mayores. Más adelante, en la península itálica, los niños recibían regalos de un hada de nombre Befana, mientras que en los pueblos de algunos valles de las regiones de la Vasconia y Navarra, los regalos los traía un carbonero de nombre Olentzero.
La tradición de armar arbolitos de Navidad está relacionada con la adoración de los robles por parte de los germanos, 1200 años atrás. Los cristianos también la incorporaron con un pequeño cambio: indujeron a los germanos a que adoraran a los abetos, que vistos de costado, tenían una forma triangular que, se les explicó, representaba la Santa Trinidad. La costumbre de decorarlos se remonta a los tiempos del oscurantismo, cuando la gente creía que en otoño los árboles perdían sus hojas porque los abandonaban los espíritus que los habitaban. Para atraerlos nuevamente a su morada en primavera, el pueblo decoraba los árboles con telas y piedras de colores. El primer registro histórico que se tiene de un árbol decorado data de 1605 y proviene de los textos de un anónimo escritor alemán, quien cuenta que en la Navidad, se colocaban en los salones árboles de abeto de donde colgaban rosas de papel, manzanas, galletitas, dulces, etc. Sin embargo, esta costumbre llegó a Inglaterra recién en 1840 cuando, sumido en la nostalgia, el esposo de la reina Victoria, el príncipe Alberto -quien era de origen alemán- hizo instalar uno en el castillo de Windsor.
A principios del siglo XX, los arbolitos de Navidad ya se habían difundido en casi toda Europa y en los Estados Unidos. Los romanos fueron los primeros en decorar sus árboles para cada una de sus celebraciones. También hay una leyenda que dice que en la antigua Germania del siglo VII, un monje misionero inglés taló en Nochebuena un roble que era usado en las fiestas paganas para ofrecer sacrificios humanos, y que en ese sitio, creció un abeto. Esta especie fue tomada después como símbolo del cristianismo.
En Estados Unidos su difusión data de la época de la Guerra de la Independencia y se relaciona con los mercenarios asiáticos que militaban en las filas de los ingleses, pero el dato más preciso lo tenemos con la existencia de la costumbre entre los colonos alemanes de Pennsylvania.
Santa Claus fue, en realidad, San Nicolás, un obispo que vivió en la ciudad de Myra, en la costa sudoeste de Turquía, y murió allí el 6 de diciembre del 345 d.C. (en la actualidad, su cuerpo yace en Bari, Italia). No se sabe mucho de él, salvo que era un hombre muy generoso y muy amigo de los niños. Con el tiempo surgió la tradición de que, si los chicos le dejaban algo de pasto para su caballo, él les dejaría golosinas en el aniversario de su muerte.
Cuando los holandeses fundaron Nueva York en el siglo XVII, trajeron consigo la creencia en este personaje navideño. Los nombres holandeses de "Sinter Klaas" o "Sinter Claes" fueron mutando hasta derivar en "Santa Claus". La devoción de los inmigrantes holandeses por San Nicolás era tan profunda y llamativa que, en 1809, el escritor norteamericano Washington Irving (1783-1859) trazó un cuadro muy vivo y satírico de ella en un libro titulado "Knickerbocker's history of New York" (La historia de Nueva York según Knickerbocker). En el libro de Irving, San Nicolás era despojado de sus atributos obispales y convertido en un hombre mayor, grueso, generoso y sonriente, vestido con sombrero de alas, calzón y pipa. Tras llegar a Nueva York a bordo de un barco holandés, se dedicaba a arrojar regalos por las chimeneas, que sobrevolaba gracias a un caballo volador que arrastraba un trineo prodigioso.
Pocos años después de la publicación del libro de Irving, la figura de Santa Claus había adquirido tal popularidad en la costa este de los Estados Unidos que, en 1827, un poema anónimo titulado "A visit from St. Nicholas" (Una visita de San Nicolás), publicado en el periódico "Sentinel" (El Centinela) de Nueva York, encontró una acogida sensacional y contribuyó enormemente a la evolución de los rasgos típicos del personaje. Allí, Papá Noel viajaba por los cielos en un trineo tirado por ocho renos y adornado de sonoras campanillas, y descendía por las chimeneas para dejar los regalos. Aunque originalmente publicado sin el nombre del autor, en 1862 se supo que el poema había sido escrito por un oscuro profesor de teología, Clement Moore (1779-1863), que lo dedicó a sus numerosos hijos y nunca previó que un familiar suyo lo enviaría a un periódico.


El personaje de Moore era de estatura más baja y gruesa, y adquirió algunos rasgos próximos a la representación tradicional de los gnomos. Los zuecos holandeses en que los niños esperaban que depositase sus dones se convirtieron en anchos calcetines. Finalmente, Moore desplazó la llegada del simpático personaje del 6 de diciembre típico de la tradición holandesa, al 25 de ese mes, lo que influyó grandemente en el progresivo traslado de la fiesta de los regalos al día de la Navidad.
El otro gran contribuyente a la representación típica de San Nicolás en el siglo XIX fue un inmigrante alemán llamado Thomas Nast (1840-1902), quien alcanzó gran prestigio como dibujante y periodista. En 1863, Nast publicó en el periódico "Harper's Weekly" su primer dibujo de Santa Claus, cuya diseño había cambiado hasta entonces, fluctuando desde las representaciones del hombrecillo bajo y rechoncho hasta las del anciano alto y corpulento. El dibujo de Nast lo presentaba con una figura similar a la de un gnomo, en el momento de entrar por una chimenea.
Sus dibujos de los años siguientes -los que siguió realizando para el mismo periódico hasta el año 1886- fueron transformando sustancialmente la imagen de Santa Claus, quien creció en estatura, adquirió una barriga prominente, mandíbula muy ancha y se rodeó de elementos como el ancho cinturón, el abeto y el muérdago. Cuando las técnicas de reproducción industrial hicieron posible la incorporación de colores a los dibujos publicados en la prensa, Nast pintó su abrigo de un color rojo muy intenso. No se sabe si fue él el primero en hacerlo, o si fue el publicista y litógrafo Louis Prang (1824-1909), quien ya en 1886 publicaba postales navideñas en las que aparecía Santa Claus con su característico ropaje rojo. La segunda mitad del siglo XIX fue trascendental en el proceso de consolidación y difusión de la figura de Santa Claus, quedando fijados casi definitivamente sus rasgos y atributos más típicos.
El último momento de inflexión importante en la evolución iconográfica de Santa Claus tuvo lugar con la campaña publicitaria de la empresa de bebidas gaseosas Coca-Cola, en la Navidad de 1930. Como cartel anunciador de su campaña navideña, la empresa publicó una imagen de Santa Claus escuchando peticiones de niños en un centro comercial. Aunque la campaña tuvo éxito, los dirigentes de la empresa pidieron a un pintor de Chicago de origen sueco, Habdon Sundblom, que remodelara el Santa Claus de Nast. El artista, que tomó como primer modelo a un vendedor jubilado llamado Lou Prentice, hizo que perdiera su aspecto de gnomo y ganase en realismo. Santa Claus se hizo más alto, grueso, de rostro alegre y bondadoso, ojos pícaros y amables, y vestido de color rojo con ribetes blancos, que eran los colores oficiales de Coca-Cola.
El personaje estrenó su nueva imagen, con gran éxito, en la campaña de Coca-Cola de 1931, y el pintor siguió haciendo retoques en los años siguientes. Muy pronto se incorporó a sí mismo como modelo del personaje, y a sus hijos y nietos como modelos de los niños que aparecían en los cuadros y postales. Los dibujos y cuadros que Sundblom pintó entre 1931 y 1966 fueron reproducidos en todas las campañas navideñas que Coca-Cola realizó en el mundo, y tras la muerte del pintor en 1976, su obra ha seguido difundiéndose constantemente.