13 de febrero de 2008

Bierce: la amargura absoluta

La obra completa de Ambrose Bierce (1842-1914), cabe en un volú­men de unas 800 páginas. Como la de Edgar Allan Poe (1809-1849), también reducida, su importancia no se mide por su superficie sino por su profundidad. De todos los escritores de la escuela negra nor­teamericana es sin duda el más tenebroso. Pocas veces la muerte inspiró de un modo tan magistral a un poeta. Jacques Papy, que tra­dujo al francés todos los libros de Bierce, habla de él con mucha lucidez: ''Se ha podido decir de Bierce que era un especialista en cadáveres. Es necesario señalar sin embargo que Bierce no se deleita en el espectáculo de la muerte. La muerte lo atrae a pesar de él mismo. Ve en ella una realidad inexorable que se impone a todos nosotros, no importa lo que hagamos; y la vida no es en verdad sino la senda estrecha que lleva a la muerte. Bierce, en el fondo, a pesar de ser un hombre de coraje, le tiene miedo y horror a la muerte. Dotado de una extrema sensibilidad, retrocede ante la muerte espantosa, la muerte ciega y absurda, como retrocede ante la futilidad de la existencia. Para librarse de esta angustia atempera su romanticismo con una ironía fría o amarga; para olvidar la nada de la tumba nos muestra el reino de lo sobrenatural".Para el escritor belga Jacques Sternberg (1923-2006), "nada escapa a la voluntad sistemática de Bierce de destruir el universo; nada encuentra gracia a sus ojos". Autor de un ensayo sobre Bierce -"El príncipe de las tinieblas" (1964)-, Sternberg va más allá todavía en su mirada sobre el autor norteamericano: "No hay en toda su obra una breve luz de esperanza o de optimismo. Aun cuando la vida le da algún respiro y la suerte le sonríe, Bierce se entrega a la melancolía. De todos los grandes nombres de la literatura fantástica, es acaso el más lúcido, y el único solitario que nunca esperó nada, que nunca creyó en nada, ni en la diversión ni en la felicidad pasajera, ni en el más allá ni en el más acá".
No hay en la obra de Ambrose Bierce -a quien el desconsuelo lo acompañó toda la vida- una sola frase rosa; no hay en ella, con su estilo a veces sobrecargado, la menor estupidez. De esa obra, precisamente, he aquí un par de fábulas:

LA TRIPULACIÓN DEL BOTE DE SALVAMENTO
La valiente tripulación de un bote de salva­mento estaba a punto de hacerse a la mar para inspeccionar las costas, cuando vio a lo lejos una nave que acababa de naufragar con doce hombres aferrados a la quilla.
"Afortunadamente -dijo la valiente tripula­ción- hemos visto ese naufragio a tiempo. Podríamos haber corrido la misma suerte".
Regresaron con el bote y permanecieron sanos y salvos en la orilla, y de ese modo pudieron seguir sirviendo a su país.

EL LEON Y LA ESPINA
Un león rondaba por el bosque cuando se le clavó una espina en la pata. Se encontró poco después con un pastor y le pidió que se la quitase. El pastor le arrancó la espina y el león, que acababa de devorarse a otro pastor, se fue sin hacerle daño.
Pasó el tiempo, y el pastor fue acusado por un crimen que no había cometido y condenado a ser arrojado a los leones. Cuando las fieras estaban a punto de devorar­lo, una de ellas dijo:
"Ese es el hombre que me sacó una espina de la pata".
Los otros leones se alejaron entonces de la víctima y el que acababa de hablar se la de­voró él
solo.