29 de marzo de 2008

Miguel Hernández, el rayo que no cesa

Miguel Hernández (1910-1942) fue un poeta y dramaturgo español que manifestó en sus obras un hondo sentido de la tragedia. Su poesía se caracterizó por su intenso lirismo, tanto en su primera colección de poemas, sumamente elaborados, "Perito en lunas" (1933), como en los sonetos de corte clásico de "El rayo que no cesa". Sus poemas se tratan principalmente del amor, la muerte, la guerra y la injusticia, temas que conoció y experimentó con intensidad. Comunista desde los 26 años, luchó en el bando republicano durante la Guerra Civil española. Fue condenado a muerte por los fascistas victoriosos, pero, tras las airadas protestas que provocó esta condena, se le conmutó la sentencia por cadena perpetua. Durante su estancia en prisión escribió "Cancionero y romancero de ausencias" (publicado en 1958), una serie de poemas dedicados a su esposa, que vivía en condiciones miserables. Murió en prisión a la edad de 31 años.

ME SOBRA EL CORAZÓN
Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,
hoy estoy para penas solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy sólo tengo ansias
de arrancarme de cuajo el corazón
y ponerlo debajo de un zapato.
Hoy reverdece aquella espina seca,
hoy es día de llantos en mi reino,
hoy descarga en mi pecho
el desaliento plomo desalentado.
No puedo con mi estrella.
Y me busco la muerte por las manos
mirando con cariño las navajas,
y recuerdo aquel hacha compañera,
y pienso en los más altos campanarios
para un salto mortal serenamente.
Si no fuera ¿por qué?... no sé por qué,
mi corazón escribiría una postrera carta,
una carta que llevo allí metida,
haría un tintero de mi corazón,
una fuente de sílabas, de adioses y regalos,
y ahí te quedas, al mundo le diría.
Yo nací en mala luna.
Tengo la pena de una sola pena
que vale más que toda la alegría.
Un amor me ha dejado con los brazos caídos
y no puedo tenderlos hacia más.
¿No veis mi boca qué desengañada,
qué inconformes mis ojos?
Cuanto más me contemplo más me aflijo:
cortar este dolor ¿con qué tijeras?
Ayer, mañana, hoy padeciendo
por todo mi corazón, pecera melancólica,
penal de ruiseñores moribundos.
Me sobra corazón.
Hoy descorazonarme,
yo el más corazonado de los hombres,
y por el más, también el más amargo.
No sé por qué, no sé por qué ni como
me perdono la vida cada día.

EL SUDOREn el mar halla el agua su paraíso ansiado
y el sudor su horizonte, su fragor, su plumaje.
El sudor es un árbol desbordante y salado,
un voraz oleaje.
Llega desde la edad del mundo más remota
a ofrecer a la tierra su copa sacudida,
a sustentar la sed y la sal gota a gota,
a iluminar la vida.
Hijo del movimiento, primo del sol, hermano
de la lágrima, deja rodando por las eras,
del abril al octubre, del invierno al verano,
áureas enredaderas.
Cuando los campesinos van por la madrugada
a favor de la esteva removiendo el reposo,
se visten una blusa silenciosa y dorada
de sudor silencioso.
Vestidura de oro de los trabajadores,
adorno de las manos como de las pupilas,
por la atmósfera esparce sus fecundos olores
una lluvia de axilas.
El sabor de la tierra se enriquece y madura:
caen los copos del llanto laborioso y oliente,
maná de los varones y de la agricultura,
bebida de mi frente.
Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos
en el ocio sin brazos, sin música, sin poros,
no usaréis la corona de los poros abiertos
ni el poder de los toros.
Viviréis maloliendo, moriréis apagados:
la encendida hermosura reside en los talones
de los cuerpos que mueven sus miembros trabajados
como constelaciones.
Entregad al trabajo, compañeros, las frentes:
que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,
con sus lentos diluvios, os hará transparentes,
venturosos, iguales.