1 de mayo de 2008

Sobre el folículo piloso y su limpieza

El cabello se compone de células muertas que brotan en forma de hilo a través de los numerosos orificios que hay en la cabeza. Existen unos 170.000 orificios y, por lo tanto, la misma cantidad de cabellos, en el cráneo de una persona pelirroja; la cifra se eleva a 200.000 en el caso de las personas con cabellos oscuros, mientras que los rubios poseen una cantidad intermedia. Para lubricar los tu­bos del cabello a medida que éstos se deslizan fuera de dichos aguje­ros, en la piel existen pequeñas bolsas que secretan un lípido de­rretido para cada uno de estos cabellos. El nombre vulgar con que se conoce a este lípido es "grasa". Es conveniente tener un poco de grasa en el cabello, ya que si éstos saliesen de sus agujeros sin ningún tipo de lubricación producirían una gran comezón, aunque el exceso de grasa constituye un problema. La grasa se enfría a medida que el cabello -al ir creciendo- se aleja del cálido cuero cabelludo. Cuando se enfría se solidifica, igual que un trozo de manteca blanda cuando es introducido en la heladera. Cuando el cabello está sucio, en vez de grasa útil que actúa como lubricante, se hace frente a escamas de grasa dura coagulada que se enganchan al cuero cabe­lludo.
Debido a esta envoltura, el pelo se vuelve más rígido. Asimismo, el paquete de grasa también atrae a algunos elementos que flotan en el ambiente, como por ejemplo, polvo y suciedad, fragmentos microscópicos de insectos, moléculas odoríferas (las mo­léculas flotantes de nitrógeno procedentes de cebollas cortadas se sienten especialmente atraídas por la grasa del cabello), restos de humo de cigarrillo, hollín, microfibras textiles, polen no fertilizado, etc. Todo esto se acomoda allí, y queda adherido gracias al viscoso coa­gulante natural.
El volumen total de esta posible capa de suciedad, incluso cuando se vive en un entorno limpio, es preocupante, ya que cada cabello es como una fina cinta de papel cazamoscas untado de grasa. Puede calcularse con facilidad la longitud total de papel caza­moscas que cuelga en delgadas cintas de nuestra cabeza, y al cual se adhieren las sustancias que pasan alrededor. En el caso de una mujer que ten­ga una longitud de cabello de unos 23 centímetros, esta longitud -multiplicada por un promedio de 90.000 cabellos- se convierte en 2.070.000 centímetros, lo que equivale a 20,7 kilómetros. Incluso en el caso de una persona que tenga el cabello corto y ralo, la cifra total se eleva a varios cientos de metros.
Es probable que en la envoltura grasienta del cabello de una mujer hayan caído unos 15 gramos de distintos objetos procedentes del aire ambiental, y que estén allí enganchados desde hace un día o dos. En un año esta cifra se eleva a tres kilos. Y en el trans­curso de dos décadas, las sustancias desagradables que quedan atra­padas por una cabellera pesan lo mismo que un cuerpo humano.
Los aristócratas ingleses de los siglos XVII y XVIII eran muy aficio­nados a espolvorearse con harina para absorber parte de la grasa que se acumulaba en el cabello. Esta técnica -poco eficaz-hoy día con­tinúa aplicándose para recubrir las pelucas de los jueces británicos. Este problema hizo que la reina consorte de Francia María Antonieta de Habsburgo (1755-1793) emplease crines de caballo y bolas pegajosas de harina con agua para tapar lo que se había acu­mulado en su cabeza, y guardar así las apariencias durante los bailes de la corte. Inclusive existe una leyenda que atribuye el estallido de ciertas revueltas que se produjeron en París poco antes de la Revolución para pedir pan, a las muchas toneladas de harina que se desviaban hacia el palacio de Versailles con destino a los peinados de la joven María Antonieta y sus damas de compañía.
El uso del champú representa una mejora en comparación con aquellos métodos, pero no a causa de la espectacular espuma blan­ca. La espuma nada tiene que ver con la limpieza, y únicamente se agrega como ingrediente adicional porque algunos consumidores no comprarían el producto si no tuviese espuma. La acción limpiadora del champú se debe a que contiene un detergente en disolución (el 15 % de un champú normal está constituido por detergente indus­trial) que ataca la suciedad incorporada a la grasa capilar y la elimi­na. El detergente puede considerarse como un buceador que arran­ca los moluscos gasterópodos (lapas) adheridas al casco de un buque y la espuma podría compararse con la estela que el mismo deja en la superficie del mar: puede contemplarse desde arriba, pero no influye para nada en la operación de limpieza que está desarrollándose abajo.

El detergente del champú también desgarra los bloques de grasa coagulada que atrapan la suciedad, lo cual parece conveniente, pero en realidad no es así. Una sustancia que sea lo bastante fuerte como para deshacer la grasa también tendrá la fuerza suficiente como para destruir las capas superficiales del cabello, que se ve súbitamente despojado de protección. En situación normal, el cabello es eléctrica­mente neutro, y las regiones con carga positiva se equilibran con las de carga negativa. El champú sólo trabaja sobre las regiones con car­ga positiva, y el resto del mismo pierde el equilibrio anterior. Durante el lavado, cada uno de los cabellos desarrolla un voltaje diminuto, que al multiplicarse por el total de cabellos produce una carga eléctri­ca fácilmente perceptible. Estos cabellos electrificados se rechazan mutuamente, retorciéndose y ladeándose para no entrar en contacto recíproco e intentando mantenerse rectos. Cepillar o peinar el cabe­llo limpio inmediatamente después de haberlo secado lo único que hace es empeorar las cosas, ya que se produce una carga eléctrica aún más elevada, es decir, si el cabello se cepilla 100 veces, dicha carga eléctrica aumenta casi 100 veces. La aplicación de un poco de grasa fresca de gallina o de cerdo solucionaría el problema, ya que de este modo se imitaría la grasa original que mantenía aisladas entre sí las superficies eléctricas que ocupaban lugares contiguos en el cue­ro cabelludo. Por lo tanto, para contrarrestar la electrificación capilar se pue­den utilizar dos sistemas: el suavizante y el fijador. El suavizante no es más que una sustancia productora de cargas eléctricas positivas que sirven para equilibrar las cargas negativas sobre las que no actúa el champú en la cabeza húmeda. La mezcla perfecta es difícil de con­seguir, y esto causó ciertos problemas de aceptación entre los consu­midores cuando se empezaron a utilizar los suavizantes.Aquellos primeros productos a veces se vendían sin haberse mezclado, y al salir de su envase provocaban mayor cantidad aún de cargas negativas en absoluto necesarias para el cabello, que al añadirse al exceso de electricidad negativa que ya había en la cabeza, producía un efecto de doble voltaje. No obstante, desde los inicios de la comercializa­ción del producto, los químicos han modificado y perfeccionado ta­les formulaciones. El fijador, por su parte, no tiene en cuenta para nada la falta de acoplamiento eléctrico que existe en el cuero cabelludo. En realidad, no es más que un plástico líquido que se deposita sobre el cabello, formando una envoltura que mantiene el peinado deseado. De allí no puede entrar ni salir nada. Como puede verse, en sí mismo el cabello no es más que un tubo de células muertas desde hace tiempo. Los lar­gos pelos del cuero cabelludo han muerto hace semanas o meses, e incluso los pelos cortos que acaban de salir de los microorificios del mentón han muerto 15 ó 20 horas antes de hacer su aparición. Por esa razón, al cortar los cabellos no existe ninguna estructura viviente que transmita un mensaje doloroso.