22 de junio de 2008

Delmira Agustini, la del corazón hambriento

Existen tres nombres ineludibles cuando se habla de las mujeres que han escrito poesía en América Hispana: Gabriela Mistral (1889-1957), Alfonsina Storni (1892-1938) y Juana de Ibarbourou (1895-1979). Un cuarto, también unánimemente mencionado, goza, sin embargo, de una condición mas vacilante: Delmira Agustini, de vida y obra escuetas, con una producción lírica algo unilateral pero sin duda intensa, a menudo es evocada por su singular personalidad (y por su no menos singular fin) más bien que por sus poemas. Esta preferen­cia, aunque injusta, tiene más de una razón que la justifica, ya que, en efecto, sería difícil imaginarse a alguien que representara mejor a la sociedad de comienzos de siglo XX, con sus prejuicios y sus audacias, que esta uruguaya, tempranamente celebrada por Rubén Darío (1867-1916) y promotora involuntaria de escánda­los sociales más o menos resonantes.
Delmira Agustini nació en Montevideo, Uruguay, el 24 de octubre de 1886. Desde temprana edad mostró aptitudes intelectuales poco comunes, estudiando música, pintura y francés. Precozmente escribió sus primeros poemas y desde 1902 colaboró en publicaciones periódicas nacionales y extranjeras. En 1907 editó su primer poemario, "El libro blanco", una típica obra modernista donde comenzó a plasmar su intensa experiencia amorosa, que agudizó en "Cantos de la mañana" de 1910 y en "En los cálices vacíos" de 1913.
Formó parte de la generación de 1900, a la que también pertenecieron Julio Herrera y Reissing (1875-1910), Leopoldo Lugones (1875-1910) y el ya mencionado Rubén Darío, al que consideraba su maestro. Sus influencias fundamentales provinieron de los simbolistas franceses Arthur Rimbaud (1854-1891) y Paul Verlaine (1844-1896), y de Friedrich Nietzsche (1844-1900). La tónica general de su poesía fue erótica, habiéndosela comparado a Safo de Lesbos (650-580 a.C.), la poetisa griega. Pero su erotismo se diferenció fundamentalmente de lo antes conocido por su esencia de índole trágica y dolorosa. El amor carnal en sus versos apareció en forma de visiones oníricas y de gritos de angustia, dentro de una atmósfera sombría y atormentada.

LO INEFABLE
Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,
no me mata la Muerte, no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida.

¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?

¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
que os abrasaba enteros y no daba fulgor...?
¡Cumbre de los Martirios...! ¡Llevar eternamente,

desgarradora y árida, la trágica simiente
clavada en las entrañas como un diente feroz...!

Pero arrancarla un día en una flor que abriera
milagrosa, inviolable... ¡Ah, más grande no fuera
tener entre las manos la cabeza de Dios!


LA CITA
En tu alcoba techada de ensueños, haz derroche

de flores y de luces de espíritu; mi alma
calzada de silencio y vestida de calma
irá a ti por la senda más negra de esta noche.

Apaga las bujías para ver cosas bellas;
cierra todas las puertas para entrar la ilusión;
arranca del misterio un manojo de estrellas
y enflora como un vaso triunfal tu corazón.

Y esperarás sonriendo, y esperarás llorando!...
Cuando llegue mi alma, tal vez reces pensando
que el cielo dulcemente se derrama en tu pecho....

Para el amor divino ten un diván de calma,
y con el lirio místico que es su arma, mi alma
apagará una a una las rosas de tu lecho.

FIERA DE AMOR
Fiera de amor, yo sufro hambre de corazones

de palomos, de buitres, de corzos o leones,
no hay manjar que más tiente, no hay más grato sabor,
había ya estragado mis garras y mi instinto,
cuando erguida en la casi ultratierra de un plinto,
me deslumbró una estatua de antiguo emperador.

Y crecí de entusiasmo; por el tronco de piedra
ascendió mi deseo como fulmínea hiedra
hasta el pecho, nutrido en nieve al parecer;
y clamé al imposible corazón... la escultura
su gloria custodiaba serenísima y pura,
con la frente en Mañana y la planta en Ayer.

Perenne mi deseo, en el tronco de piedra
ha quedado prendido como sangrienta hiedra;
y desde entonces muerdo soñando un corazón
de estatua, presa suma para mi garra bella;
no es ni carne ni mármol: una pasta de estrella
sin sangre, sin calor y sin palpitación...

¡Con la esencia de una sobrehumana pasión!

Delmira Agustini contrajo matrimonio en 1913. Su matrimonio fracasó a los dos meses, y un año después, el 6 de julio de 1914, murió asesinada por su marido quien se suicidó después. Después de su muerte se publicaron "El rosario de Eros", "La alborada" y "Los astros del abismo", todos en 1924, y en 1969, se editó "Correspondencia íntima".