28 de julio de 2008

Algunas ideas de Clarke para el 3er. milenio

Arthur Charles Clarke (1917-2008) obtuvo el título de doctor en Física y en Ma­temática Pura y Aplicada en el King's College de Londres en 1948. Comenzó a escribir relatos de ciencia ficción para la revista "Fantasy", y cuando ésta dejó de aparecer en "Astounding Science Fiction", donde alcanzó rápida notoriedad con los cuentos "Loophole" (Escapatoria, abril 1946) y "Rescue party" (Partida de rescate, mayo 1946). En 1953 publicó "Childhood's end" (El fin de la infancia), novela que según la crítica, lo unió al pequeño grupo for­mado por Olaf Stapledon (1886-1950), C.S. Lewis (1898-1963) y H.G. Wells (1866-1946), que utilizó la ciencia ficción como vehículo de ideas filosóficas. También lo proyectó, junto a Isaac Asimov (1920-1992), al primer plano de la popularidad. En 1956 ganó el premio Hugo con su cuento "The Star" (La estrella), en tanto que obtuvo los codiciados premios Nébula, en 1972 por su relato "A meeting with Medusa" (Encuentro con Medusa) y en 1973 por su novela "Rendezvous with Rama" (Cita con Rama), que luego ganaría el premio Hugo en 1974. En 1980 volvió a ganarlo con la novela "The fountains of paradise" (Las fuentes del paraíso).
Sin embargo, su novela más famosa es "2001: A space odyssey" (2001: Una odisea es­pacial, 1968), escrita simultáneamente con el guión de la película del mismo nombre dirigida por Stanley Kubrick (1928-1999), el más importante film del género, estructurados sobre el cuento "The sentinel". En 1966 escribió un breve artículo titulado "Ideas for the third millennium" (Ideas para el tercer milenio), en donde decía cosas como las que siguen:

"No debemos cometer el error demasiado fre­cuente de medir el progreso por la simple expansión física o, incluso, por la acumulación de conocimientos científicos. Solamente los espíritus estrechos son fácilmente impresionables por el tamaño y el número. La posesión del universo no tendrá ningún valor si no nos con­fiere la sabiduría y la felicidad. Sin embargo, debemos poseerlo, al menos en espíritu, si que­remos responder a las preguntas que el hom­bre se plantea desde el comienzo de su his­toria".

"La necesidad de explorar, de descubrir, de per­seguir el conocimiento es un impulso prime­ro del hombre que no está justificado sino por sí mismo".

"Debemos elegir entre alcanzar las estrellas o esperar que las estrellas nos alcancen a nos­otros".

"Todavía se encuentran sabios que consideran que no hay necesidad de enviar hombres al espacio, aún cuando fuera materialmente posi­ble pues, dicen, las máquinas son capaces de hacer todo cuanto es necesario. Una opinión semejante es increíblemente limitada, peor aún, es torpe pues ignora la verdadera natu­raleza humana. Aún si no pudiéramos descu­brir en el espacio nada distinto de lo que nos han enseñado nuestros instrumentos, debería­mos ir exactamente de la misma manera".

"Todos conocemos la actitud del hombre que no se interesa en nada distinto a su ciudad o a su pueblo, y funda todos sus juicios sobre criterios parroquiales. Nosotros evolucionamos lentamente -quizá demasiado lentamente- desde esta mentalidad hacia una visión cósmi­ca. Pocas cosas contribuirán más eficazmente a precipitar esta evolución que la conquista del espacio".

"No es fácil prever en qué medida y por cuánto tiempo las formas extremas del nacionalismo podrán sobrevivir cuando los hombres comiencen a ver la Tierra en su verdadera situa­ción: como una simple esfera entre las es­trellas".

"No hay verdaderas razones para que el hom­bre deba morir cuando él muere. Cada uno de nosotros debe haber absorbido átomos que, en su tiempo, pertenecieron a César o a Sócrates, a Shakespeare o a Salo­món".

"Cuando ya no quede nada por decir sobre uno, uno está muerto".

Si bien no fue un autor importante desde el punto de vista del estilo, Arthur Clarke fue uno de los gran­des ideólogos de la ciencia ficción contemporánea.