9 de agosto de 2008

Osvaldo Soriano: "¿Por qué somos tan atra­sados? ¿Qué es lo que dejamos por el camino?"

La revista "Crisis", en su nº 62 de julio de 1988, buscó indagar entre varios escritores argentinos acerca de las relaciones entre la literatura y la política a cinco años de restaurada la democracia formal en la Argentina. Así, partió del supuesto de que, para esa época, ese vínculo era más complejo que en los años anteriores a la dictadura 1976/1983. También estaba claro que no era lo mismo escribir mientras sucedían los hechos políticos y el horror producido por el terrorismo de Estado que narrar esos mismos hechos con cierta distancia temporal. En ese contexto, la crítica, narradora y guionista de cine Graciela Speranza (1957) entrevistó al ruinmente discutido Osvaldo Soriano (1943-1997), un escritor que venía del periodismo. Autor de textos que la crítica de su época no valoró y gran narrador que no satisfizo a la "academia" de la cultura, sus libros -sin embargo- se vendían por decenas de miles de ejemplares.
La experiencia de la dictadura trastor­nó todos los espacios de la sociedad, ¿cuáles fueron los efectos en los escritores?

Cada uno de los escritores ha vivido de una manera distinta las suertes de las diferentes dictaduras. No es lo mismo para Saer, que hace veinte años que vive en Francia y no puede haberlo vivido como David Viñas, que se pasó ocho por Alema­nia, Suecia, México, con los hijos desaparecidos. No pueden esperarse de ellos cosas similares, y a mí me parece que esto es bueno porque tiende a diversificar la literatura. Si en lugar de que cada sector crea que hay una sola manera de escribir, somos más contemplativos, se ve que estos cruces y diversidades enriquecen. No creo que se pueda reprochar a aquellos que no escriben contra los milicos. Quizás hayan vivido la dictadura de una manera menos humillante. Yo siempre la viví de una manera muy humillante y supongo que tenía que devolver en la literatura las marcas que me hi­cieron. Sentí siempre y lo siento todavía: a mí Videla y sus amigos me deben diez años de mi vida, como a tanta otra gente. La mía es una literatura de vivencias personales, y cuando vuelvo al inte­rior, a la memoria, me tropiezo con milicos y mili­cos. Con opresiones y censuras. Sobre todo la interdicción, la idea del "rojo" que no tiene cabida en la sociedad.

El lugar social de los escritores parece ir modificándose de acuerdo con cada expe­riencia histórica, ¿cuál era ese lugar en los '70 y cuál es el actual?

Aquella era una Argentina del conflicto. Walsh, Urondo, muchos intelectuales entendieron la política de su tiempo como una militancia acti­va e ingresaron a las organizaciones. Sus poemas, sus cuentos no habían logrado penetrar en la so­ciedad de manera tal que indujeran a algún tipo de cambio. Había que entrar físicamente porque la obra no alcanzaba en una sociedad muy sorda y en la que los intelectuales -salvo los de la dere­cha- nunca tuvieron organicidad. Hoy, de algún modo, la militancia democrática pasa por hechos nuevos, como fundar un diario, o que la izquierda tenga muchos medios. Esto es nuevo. Pero hay al­go por lo cual los mensajes no pasan. No es que yo escriba "A sus plantas..." o que Ricardo Piglia escriba "Respiración artifical" y se generen deba­tes o mesas redondas por todos lados y esto movi­lice socialmente. No. Esto se comenta en un diario y el asunto queda liquidado. Por eso tal vez con un artículo periodístico se sacude un poco más. Pero no significa que se movilice a nadie, porque esta sociedad sigue muy enferma.

En "No habrá más penas ni olvido" se reco­noce una reducción de enfrentamientos que tenían carácter nacional, a una situación puntual en un pequeño pueblo bonaerense. ¿Qué efecto buscaba esa localización? ¿No era un modo de simplificar experiencias que aún hoy se viven como sumamente comple­jas?

Claro que sí. Es esquemática. Pero ¿quién ha escrito algo menos esquemático y que al menos pueda dar lugar a la discusión? Lo que la novela suscitó -y que la película después amplificó- fue la discusión sobre qué había pasado. Pero de algún modo, los que fuimos cuestionados por esta manera de la ficción, contribuimos a que esas co­sas no se repitieran. En aquel tiempo había una frase que estaba todo el tiempo en el aire, y que es la que abre el libro. Se decía: "es un infiltrado". ¿Trabajabas en una tienda y hacías mal una cuen­ta? Eras un infiltrado. En una ciudad como Bue­nos Aires eso circula de una determinada manera, se procesa, pero a mí me interesaba analizar ese mensaje cuando llegaba a un lugar donde eso no podía decirse, una ciudad pequeña, donde las rela­ciones entre las personas son más transparentes. "¡Cómo! Si acá nos conocemos todos. Hace trein­ta años que conozco a Fulano y siempre fue pe­ronista". Por eso imaginé Colonia Vela. Me im­presionaba la operación que se hacía de "desbau­tizar" peronistas de toda la vida y "bautizar" a los nuevos peronistas. No me proponía analizar al pe­ronismo, y de ahí lo esquemático del planteo para algunos.

En esa intención de reconocer formas que condensan conflictos de la sociedad, pa­rece organizarse todo un proyecto para su li­teratura. ¿Las ficciones serían modos de pre­guntarle a la realidad qué es lo que está pa­sando?

Las tres novelas que siguieron a "Triste, solitario y final" fueron tomando cosas que la so­ciedad prefiere no sentarse a discutir, o que en ese momento estaban en una discusión tapada. Como si fuera mejor juntarnos a cantar "Unidad-Unidad" y que eso cubra todo. Pero así el conflicto no se anula, sigue ahí. No jodamos, en "A sus plan­tas rendido un león" el tema es la izquierda y la utopía, y lo que más irrita es hacerlo desde la iz­quierda. "¡Cómo! ¿Te cambiaste de lugar?" No, desde acá te estoy diciendo qué hacemos. Frente a un hecho literario terminamos hablando de polí­tica, pero me preocupa mucho el cambio de ban­deras. ¿Por qué el adversario tiene las que eran mías? ¿Qué pasó? ¿Quiénes eran los que reivindi­caban el progreso, el cambio? Reflexionar hechos pasados puede advertir movimientos de la socie­dad que van a dar algún resultado. Pensarnos co­mo sujetos de la historia. ¿Por qué somos tan atra­sados? ¿Qué es lo que dejamos por el camino?