10 de septiembre de 2008

Vicente Battista: "La gran literatura policial cuenta lo esencial, no se pierde en ripios"

El escritor argentino Vicente Battista (1940) participó en las revistas literarias "El Escarabajo de Oro" donde publicó sus primeros cuentos, y "Nuevos Aires" que fundó y dirigió en los '70. Es autor de "Los muertos", "Esta noche, reunión en casa", "El libro de todos los engaños", "Siroco", "El final de la calle", "Sucesos argentinos", "Como tanta gente que anda por ahí", "Gutiérrez a secas", "El mundo de los otros" y "La huella del crimen". El periodista Hernán Bayón lo entrevistó para la revista "Oliverio" nº 10 de agosto de 2005.


Primeramente me interesaría que nos cuentes por qué elegiste este oficio de escritor. Por qué escribís, en definitiva.

Es una pregunta difícil de contestar. Yo creo que se pueden argumentar cosas de tipo "porque no sé hacer otra cosa", o "porque si no escribo me muero" o "porque estoy en el mundo para escribir", pero creo que no sirve. Yo, en mi caso particular, escribo porque escribir a mí me brinda un inmenso placer, me llena de alegría escribir, aunque escriba cosas trágicas. El goce de la literatura, tanto de la lectura como la escritura; me da goce leer y me da goce escribir. Entonces jamás me pregunté por qué me dediqué a la literatura; sé que empecé a escribir hace tantísimos años cuando era muy joven, casi un niño, a escribir cosas fatales que por suerte las quemé o las perdí y a los veinte años, veintiún años, ya me integré al "Escarabajo de Oro" y ahí sí me junté con otros escritores y ya la cosa se hizo más seria, aunque siempre me sentí un escritor.

Isidoro Blaisten decía que para él la escritura era una forma de organizar la locura.

Y, yo creo que Isidoro tenía razón. Y no es solamente Isidoro; Graham Greene, por ejemplo, decía "yo no entiendo cómo la gente va al psicoanálisis pudiendo escribir". Sí, te sirve para organizar la locura. En más de una oportunidad, te digo siempre por experiencia personal, he estado en una situación límite, de muerte, de pérdida, lo que vos quieras, que te pone muy mal y, como en el fondo de su alma todo escritor es un ave carroñera, lo que sucede es que de pronto te encontrás pensando "qué buena situación para un cuento o para una novela" y ya te quedas más tranquilo, seguís angustiado y demás pero sabes que has recogido algo que a futuro te va a servir. De hecho, yo me encuentro que he escrito cosas que me pasaron a mí y que me dieron mucho dolor y que después las transformé en literatura.

¿Cuáles fueron tus maestros literarios? ¿Qué lecturas fueron capitales en tu narrativa?

Mira, yo creo que maestros son todos. Había una frase de Hemingway que decía que aquel que no reconoce maestros es como aquel que no reconoce padres, y aquel que no reconoce padres es un hijo de puta... Yo creo que maestros son todos y el tiempo también, porque por ejemplo, a los veinte años, veintiún años, yo era un apasionado lector de la literatura italiana, te estoy hablando de Victorini, Pratolini, Moravia, Calvino, Pavese, aunque Pavese era el que menos me interesaba. Toda esa corriente de literatura italiana, Dino Buzzati en cuentos, toda esa literatura italiana muy pegada casi a la cosa costumbrista pero un paso más adelante, me sirvió en los años sesenta, digamos. Pero cuando ya lees el "Ulises" empezás a encontrar otras cosas que las vas a reencontrar en la lectura de Faulkner. También en la lectura de Hemingway, que me enseñó muchísimo todo el trabajo del diálogo. Toda la literatura policial, la gran literatura policial para mí fue muy importante, por contar lo esencial, no perderse en ripios. Y bueno, después tengo gustos y disgustos. Yo reconozco el inmenso valor de Proust por ejemplo, pero no soy un lector de "En busca del tiempo perdido", he leído cosas pero no soy un aficionado. Sé que Carpentier es uno de los grandes escritores de América y de la lengua española y todo lo demás, pero bueno, entre Carpentier y Rulfo, todavía leo más a Rulfo. Carpentier no es un autor que me conmueva como me puede conmover Rulfo o ya en el fuero argentino los clásicos como Marechal, Cortázar, Borges y demás.

¿Qué significó para vos el hecho de formar parte de "El Escarabajo de Oro"?

Fue una cosa, en términos reales, esencial, una academia en el mejor sentido de la palabra, no lo que acá se entiende por academia. "El Escarabajo..." más allá de una revista, que de hecho lo era, significaba un sitio que nucleaba a escritores, con una tendencia, con una postura ideológica, y casi con una estética. En "El Escarabajo..." vas a encontrar esencialmente cuentistas, sobre todo narradores; había poetas pero no era una revista de poesía ni de poetas, era una revista de narradores, donde por ahí había algún académico, pero no era una revista de académicos. Todos veníamos de otras disciplinas o de ninguna, éramos autodidactas. Entonces todo marcaba una tendencia, una forma de ver el mundo y la literatura no tan acartonada. Además nucleó a muchos otros autores, autores que ahora son como bastantes conocidos, por ejemplo el caso de Ricardo Piglia, Piglia que ganó un concurso de cuentos del "Escarabajo de Oro". Lo mismo sucedió con Miguel Briante, que venía a las reuniones y era un chiquilín. Así que esa generación que hoy la llaman la generación del sesenta en su gran mayoría pasó por "El Escarabajo...".

Una revista con una postura ideológica muy definida, por otra parte.

Muy definida, éramos de hecho gente de izquierda pero fíjate vos, éramos gente de izquierda que no adheríamos al peronismo. Teníamos de pronto una buena relación con el PC o con los otros partidos de izquierda que después se fueron generando y teníamos de pronto también una buena relación con el peronismo sin ser peronistas y haciendo críticas al mismo y en otros casos. Qué es lo que pasa, nosotros tuvimos de alguna manera la fortuna, por cuestión de edades, de ser la generación que siguió a los Viñas, los Jitrik. Bueno, toda esa gente venía con un tema de culpa porque esa gente había sido antiperonista, digamos estaban tildados de "gorilas", entonces de pronto cuando viene la revolución del 55, una revolución netamente burguesa, oligarca, ellos quedan descolocados porque no están con el peronismo pero tampoco están con Cristo vence. Entonces les queda como cierta culpa. En el cincuenta yo tenía quince años, si bien era un tipo bastante esclarecido, era un chiquilín de quince años, no la tenía muy clara. Es decir que los años posteriores a la caída de Perón a mí me sirvieron para ir entendiendo una serie de cosas y no sentí culpa porque cuando Perón asumió el gobierno yo tenía cinco años. El peronismo yo lo viví siendo un niño. Y lo mismo pasaba con la gente de "El Escarabajo...". No teníamos el fantasma de Perón.

Volviendo a tus cuentos, en una reelectura que hice para esta entrevista, noté que la traición, la violencia y también la muerte, son temas recurrentes en tu escritura. ¿Qué te develó como escritor el hecho de abordar estos temas?

Yo personalmente, y creo que es una ventaja, jamás me siento y digo "voy a escribir un cuento acerca de la violencia o mi literatura va a estar teñida por...". No. Yo empiezo a trabajar. A mí me interesa por sobre todas las cosas la forma, como voy a contar la historia, desde dónde voy a contar esta historia. A medida que la voy contando descubro que sí, lo que vos decís es muy cierto, en todas mis historias tengo situaciones muy violentas, siempre. Incluso en cuentos con cierto sentido del humor también hay una situación violenta. Y hay un valor agregado a eso. En casi todos, o en todos los cuentos, aparece, sobre todo en mis primeros cuentos, una figura fuerte que no es la del protagonista sino que es una figura que de alguna manera lo condiciona. Recuerdo, por ejemplo, en el cuento "Arriba del altillo", Nelo es un chico hijo de una prostituta, y los que lo rodean y son más fuertes que él, lo incitan. En "El Bocha le dicen", el narrador es un tipo que ha traicionado al Bocha, porque el Bocha es la figura fuerte. En un cuento casi risueño como "Primera noche" donde el protagonista va al cine, hay un personaje que es el que le dicta lo que tiene que hacer, siempre hay una voz que manda, que no es la voz del narrador. Y después, claro, teniendo en cuenta que la muerte ya de por sí, ya sea por enfermedad, por vejez, o por asesinato es, de hecho, un hecho violento. A nadie le gusta morirse. Salvo algún suicida perdido por ahí. En el último libro de cuentos que publiqué, una constante que hay en todos los cuentos es la muerte. De una u otra manera aparece la muerte. A punto tal que le pongo de título "Al final de la calle", para no poner el final del camino, entonces el final de la calle es una especie de metáfora, ya que no hay ningún cuento que se llame el final de la calle. El final de la calle nuclea todos los cuentos.

De hecho tu primer libro de cuentos se llama "Los muertos".

Sí, evidentemente la muerte, y la traición, la traición es otra de las características de mis personajes. Pero todo eso viene de cuando vos hablabas al principio de los maestros, viene de autores que a mí me significaron. Yo hablé de Norteamérica, me olvidé de Rusia, obviamente. Y bueno, de Rusia tengo que acudir sobre todo a Dostoievski. Yo soy un enamorado de Tolstoi, un admirardor de Chéjov, con toda la envidia que le tengo a Chéjov. Pero Dostoievski es un tipo que me marca. Cuando leo de muy joven, leo "Crimen y castigo". Después "Los hermanos Karamazov" y, fíjate vos, ahí se da una cosa muy divertida. Yo tendría diecisiete, dieciocho años y una vez leo un cuentito mío (era muy malo) en una especie de escuela de periodismo y el profesor me dice: "¡Cuánto Arlt, eh! Se ve que le gusta Roberto Arlt". Yo no tenía la menor idea de quién era Roberto Arlt. Entonces le dije: "Sí, sí, claro, claro", imagínate el orgullo. Y me acuerdo, salí, estaba por Córdoba y Callao, salí de la escuela ésta y me fui volando a Fausto, entré y dije: "Qué tienen de Roberto Arlt". Y claro, me zambullo en él y descubro que estaba leyendo a un Dostoievski escrito en porteño. Empiezo a descubrir que este tipo tiene una fuerza tremenda. El que mejor lo define es Onetti cuando dice en un prólogo a "Los siete locos" de una edición española: "Bueno, numerosas profesoras de literatura pueden corregir el estilo de Arlt pero ninguna de ellas es capaz de escribir un capítulo como 'El humillado'". Y es cierto. Corregí si querés pero esa fuerza hay que sacarla de algún lado. Con Arlt se da una cosa muy mágica, cuando vos lees los mejores momentos de Roberto Arlt están bellamente escritos. Después, claro, era un escritor a lo Jack London. Había que escribir a vuelta de reloj. Sí, Arlt fue un escritor esencial, para mí y para toda mi generación.

Después de publicar tus primeros libros de cuentos y tu primer novela das un giro en tu literatura hacia el género policial. ¿Qué encontrás en el policial? ¿Qué motivó tu interés por este género?

Bueno, una de las cosas esenciales de la literatura policial, y supongo que no pasa conmigo solamente, pasa con todos los lectores del policial, es que no podes dejar de leerla. Hay una frase de García Márquez que dice que la literatura policial, al igual que las drogas, las mujeres, el juego, es un vicio. Y es un bello vicio. Yo soy capaz de suspender la lectura de una novela de un gran autor, por ejemplo estoy leyendo "Moby Dick "y llega la hora de comer o de salir porque hay que ir al teatro o ir a jugar a las cartas, al póker o lo que sea, y bueno, cerrás el libro, ponés el señalador y listo. No me pasa con la literatura policial. Yo tengo que sentarme y enterarme de todo. Creo que le pasa a todo el mundo. Cuando leí "El largo adiós" de Chandler, ya era de noche, muy tarde, me quedaba dormido y metía la cabeza bajo la ducha, me tomaba grandes cantidades de café y así la terminé. Entonces esas cosas mágicas las consiguen la gran literatura policial. A mí no me interesa tanto Agatha Christie y demás pero sí los grandes autores, maestros como Hammett, Chandler, Jim Thompson, Collins... A mí esas novelas me apasionan por su escritura. Porque se vuelven a acercar a la forma cuento. No pierden tiempo en descripciones innecesarias, en contar estados de ánimo innecesarios, sino que ponen en movimiento a los personajes y vos vas viviendo con los personajes toda esta pesadilla. Jim Thompson, por ejemplo, en "1280 almas" carga sobre sí el espíritu de la tragedia griega. Esa cosa trágica, determinista, la encontramos en Thompson.

En España entre otras cosas, trabajaste de "ghost writer" (escritor fantasma). ¿Qué nos podés contar de esa experiencia?

Bueno, eso era una manera de ganarse la vida que me sirvió en última instancia para escribir "Gutiérrez a secas". Una manera de ganarse la vida muy divertida, por cierto. Ahora que la recordás, en ese momento no era tan divertido, había que hamacarse y escribir tonterías, novelitas policiales... pero lo que más me redituaba eran los libros de horóscopos. Yo no tengo la menor idea de lo que es la astrología ni nada que se le parezca. Pero escribía para Bruguera unos libros como por ejemplo "Virgo". Había que hacer día a día la predicción. Todo el año entraba. ¿Y de dónde lo sacaba? Y bueno, me iba al mercado de San Antonio, el mercado de libros viejos de Barcelona, y compraba "Virgo", y si yo tenía que hacer 1977, compraba el libro "Virgo" 1968, 1969 o lo que sea, y me sentaba y lo actualizaba, nada más. Lo único que me dejaba tranquilo, dentro de la culpa que me daban esas cosas, es que cada día tenía que cerrar con un número de cuatro cifras para aquellos que jugaban. Entonces pensé qué bueno, a lo mejor hice rico a alguien ¿no?... Otra cosa divertida del libro era ver hasta dónde influía el franquismo, la censura de la moral franquista. Vos en los horóscopos tenías: "encuentra antiguo amor"; el hombre ése se supone que tenía una pareja, un matrimonio, entonces antes de que eso se transformara en una situación romántica y con amante incluida, inmediatamente tenías que poner "vuelve a su hogar"... El matrimonio no se perdía nunca.

Hace poco estuviste en Cuba presentando tu última novela "Gutiérrez a secas". ¿Qué significó para vos esa presentación? ¿Cómo fue esa estadía en la isla?

Mira. Yo a medida que pasa el tiempo me hago más pro-cubano. Más allá de que publicaron la novela. Yo ya conocía Cuba, conocía La Habana sobre todo, y en esta oportunidad fui en febrero a presentar la edición cubana de "Gutiérrez a secas" en la Feria del Libro. Bueno, me encontré con una sorpresa maravillosa, que es cómo se lee en Cuba, qué interés hay por la lectura en general y qué significa allá la Feria del Libro. La Feria del Libro allá funciona de nueve de la mañana a seis de la tarde, entonces, lo que yo me pregunté es cómo está repleto de gente y cómo hacen, ¿no trabajan? No, no, en La Habana, en Cuba, hay dos semanas de receso en el año; una para el Festival de Cine y otra para la Feria del Libro. Es decir, tienen una especie de vacaciones y va la gente y compra libros a granel. ¿Pero por qué compra libros a granel? Porque un libro en Cuba sale cinco veces menos que un puro. Es mucho más barato leer que fumar. Yo me encontré con los nervios que tiene que encontrarse un tipo que presenta un libro en un país desconocido. Un miércoles a la una del mediodía, y me decía: "no va ir nadie". Te puedo asegurar que fue impresionante, estaba lleno de gente y lo más impresionante fue que hicimos la presentación, me hicieron un par de preguntas y después dijeron: "aquel que quiere que Batista les firme el libro no tiene más que acercarse". Se hizo una cola que yo habré firmado cerca de cincuenta ejemplares, cifra que yo desconocía en otros lugares del mundo y en Argentina. Pero ahí no termina. Después de eso yo iba caminando con Timossi por la Feria y de repente se acercaba un chico o una chica, jovencito, abría el bolso y sacaba "Gutiérrez a secas" y preguntaba: "¿me lo firma?". Y bueno, yo le decía a Jorge: "yo esto no lo viví nunca, yo en la Feria del Libro de Buenos Aires no lo viví, me paran los acreedores en todo caso". Una cosa así, mágica. El libro salió en febrero. Yo volví a Cuba el 3 de junio para participar en el encuentro internacional contra el terrorismo. Y uno de esos días estuve en la Casa de las Américas. Entonces viene la directora de la editorial "Arte y literatura" donde publicamos "Gutiérrez a secas" y uno de la Casa le dice: "bueno, en enero viene Vicente, por qué no me conseguís unos ejemplares de 'Gutiérrez...' y hacemos una presentación". Y dice: "me gustaría, pero está agotado". Escuchame lo que te digo, en cuatro meses se agotó una edición de cinco mil ejemplares. Te puedo asegurar que era el primer libro que publicaba en Cuba, no me conocía nadie, y ahora supongo que me conocerán un poco más, pero bueno. El afán por leer es increíble. La gente compra libros no para ponerlos en la biblioteca y que queden lindos. Los compra para leer. Vos encontrás la gente que está leyendo. Bueno, macho, eso habla muy bien de la revolución, por eso sigo siendo pro-cubano.

Ya entrando en "Gutiérrez a secas", sería interesante que nos comentaras cómo es la organización de la trama de esta novela. Que por otra parte me hizo acordar mucho al ambiente opresivo de Dino Buzzati en "El desierto de los tártaros", sin descontar que también me remitió a Kafka mismo.

Claro, claro, viste que yo te cité a Buzzati, bueno, Kafka es uno de mis autores casi de obligada lectura. Y sí, Buzzati; Buzzati que no es todo lo conocido que debería ser. Pero eso que vos decís, esa cosa opresiva de "El desierto de los tártaros", esa cosa que vienen pero no vienen nunca, sí, está en "Gutiérrez...". Lo que pasa es que vos antes me hablaste de la literatura policial. Es cierto, este es un país de rótulos. Yo escribí "Siroco" y "Sucesos Argentinos" con el mismo personaje y dos tramas policiales. A partir de ahí yo me convertí en un autor de policiales. Cosa que no me desagrada porque me gusta el policial. Pero bueno, yo había escrito varios libros de cuentos y una novela anterior que nada tenían de policial, aunque en todas, aún en "Gutiérrez...", hay un enigma a resolver. Es decir, toda novela es un viaje y yo te diría que además de un viaje, es un enigma a resolver. Entonces, cuando decidí "Gutiérrez..." dije: bueno, voy a escribir una novela que no sea policial, y me interesa escribir una novela donde intervenga la visión del lector y se pueda ir modificando esa visión; ¿desde dónde?, desde un autor que deja de ser omnisciente, que está casi como si narrara en primera. "Gutiérrez..." está narrada en tercera pero Gutiérrez no se va nunca de escena, el personaje no sale nunca de la novela. No hay otras situaciones. Siempre vamos siguiendo al personaje. Pero con un agregado, con la situación de que yo como autor sabía algunas cosas de Gutiérrez pero otras cosas no. Entonces, he dejado de ser el autor que sabe todo. Viste que hay un capítulo donde hablo de la infancia de Gutiérrez, donde le doy a elegir al lector. Puede tener esta infancia, ésta o ésta. Entre las numerosas, probables infancias, que puede tener Gutiérrez, elija estas tres o quédese con alguna que se invente usted. Yo no sé qué infancia tuvo Gutiérrez. Entonces eso te distancia un poco del personaje. Y vos decís: pero bueno ¿cómo no lo sabe si es el creador? Sí, soy el creador pero no tanto. Y eso a mí me sirvió como aliciente. Otra de las cosas que me propuse de movida fue eliminar el pronombre. "Gutiérrez..." como verás no tiene ningún pronombre, nunca dice: "él hizo tal cosa" sino que siempre es el nombre, el nombre es Gutiérrez. Tuve que buscar un apellido que tenga buen sonido. Gutiérrez tiene buen sonido. Entonces, para eso tenía que repetir Gutiérrez permanentemente. Gutiérrez está repetido en la novela mil setecientas cincuenta y seis veces. Teniendo en cuenta que es una novela de pocas páginas, no llega a doscientas, es como bastante. Pero una vez que entrás en ese ritmo ya lo incorporás a la lectura, esto me lo han dicho algunos lectores amigos. Y se te hace casi un sonsonete: Gutiérrez, Gutiérrez, Gutiérrez. Te va quedando Gutiérrez. A partir de ahí, dije, hay que contar una historia con este tipo lo más parecido a un robot, si querés lo más parecido a una criatura de este tiempo. Porque viste que está vinculado a la computación, a la informática, navega, cambia de personalidad y está además condicionado a un trabajo. Cuando Marabini no le da para que escriba otro libro, ahí se le desarma todo. Con otro agregado, Gutiérrez no se ríe nunca, no sonríe nunca, salvo al final.

Claro, lo que sin duda llama la atención es la personalidad de Gutiérrez. Ese tipo obsesivo, que como vos bien decís es tan parecido a un robot, y que pareciera que su vida estuviera organizada casi quirúrgicamente.

Exactamente. Fíjate que hay un capítulo en el que él cuenta de Suecia. Eso fue una experiencia personal. Como Gutiérrez no viajaba a Suecia, le invento que hizo una guía de turismo, un libro sobre Suecia. Y a Gutiérrez le encanta eso de que en Suecia esté todo tan organizado que hasta para andar por un parque público hay que entrar por la izquierda y salir por la derecha. No te dicen nada. Yo de hecho entré por la derecha y salí por la izquierda. Me miraban. Era un raro ahí. Cuando le pregunté a la esposa de mi hermano que es sueca me dijo: "porque vamos mal", "¿Cómo vamos mal?, es un parque público", "Sí, pero acá se entra por la izquierda y se sale por la derecha". Bueno, a Gutiérrez le parece bárbaro que hasta eso esté organizado.

En contraposición a su amigo, quizás su único amigo, Requejo.

A mí Requejo me pareció un personaje también divertido. Gutiérrez es un personaje extraño que se gana la vida escribiendo libros por encargo, diríamos, y que debe tener cierta formación intelectual, de hecho sabe escribir. Sin embargo no tiene el aspecto de un escritor, no tiene angustias de escritor, es una máquina de escribir. En tanto que Requejo tiene todas las cosas del escritor, a punto tal que su propuesta es que toda la literatura que se conoce como clásica es toda basura y hay que recuperar a la gran literatura que está tapada por Cervantes, por Shakespeare. Ahora bien, fijate qué curioso. Requejo nunca escribe nada, es el escritor tipo que no escribe. El otro es un escritor atípico que escribe un libro cada quince días. Bueno, yo quería poner las dos cosas. Son dos falsedades, no sirven ni Requejo, ni Gutiérrez. En el medio está la verdad.

Ya en otro plano. ¿Cómo ves la literatura de hoy en día?

Bueno, para eso debería leer todo lo que se escribe. Yo creo que hay gran literatura, hay grandes cosas. Yo, que soy jurado del Fondo Nacional de las Artes, me encuentro con jóvenes escritores de gran talento, de gente que está dedicada en serio a la literatura, no le preocupa tanto el qué publicar, cómo publicar, cómo salir con su foto en el diario, sino escribir en serio. Y esa gente existe, está. Después están los otros, te recomiendo que los leas, sobre todo donde salió este personaje, que se llama Tabarovsky.

Que critica a Abelardo Castillo.

Claro, él critica a todo el mundo. Pero bueno, es fácil criticar a todo el mundo. Yo te aconsejo que leas la respuesta que le tira a la cara Guillermo Martínez. Muy buena. Lo pone realmente en su lugar. Digamos, si yo tuviera que elegir, suscribo plenamente a lo que dice Guillermo Martínez. Con respecto a la literatura actual estaba hablando de un tipo serio y talentoso como Martínez en contra de lo que dice Tabarovsky. Que se inventa...

Es como si existiera la necesidad en algunos casos de cometer un parricidio...

Sí. sí. Se cree que hay que matarlos a los otros pero no es así. Es lo que te decía al principio de Hemingway. A mí me encanta decir que Abelardo Castillo es un gran escritor. Y sí, me alegra mucho. Porque además es mi amigo. Es un gran escritor y te puedo nombrar grandes escritores que son amigos míos y no. Lo que pasa es que acá el invento éste de César Aira... Y bueno, está bien, pero eso tiene que ver con la academia. Está bien, hay que dejarlos que hablen.

Se podría llegar a pensar que se quiere proponer una vanguardia desprestigiando lo clásico.

Sí, exactamente. Además está todo escrito desde siempre. Borges decía: "yo sólo escribo lo que ya está escrito". Si uno lo piensa no hay nada nuevo. Ahora bien, ése es el desafío, con lo que ya está escrito reescribir y que sea bueno.

¿Y sentís que en este momento hay una falta de polémica, de debate? ¿Es absurdo pensar hoy en día en el compromiso del escritor como intelectual, como una conciencia lúcida y crítica como lo pensaba Gramsci?

De hecho tiene que ver con el estado de las cosas. Lo que te decía. La polémica ésta de este chico, Tabarovsky. Lo que hizo que salió en "Ñ", es un claro exponente de lo que te digo. No se está discutiendo una estética ni una poética, no se está discutiendo una posición del mundo con la literatura ni una posición política, se está hablando de un mercado. De que me leen menos, o que me leen más, me publican acá. Lo que piensa Europa de mí. Es grotesco, es grotesco. Porque mira, yo viví once años en Europa, de nosotros no piensan nada. El único autor argentino que es nombrado repetidamente en Europa y en el mundo es Borges. Y después, si querés, Cortázar. Después hay figuras históricas como Sábato que aparece por ahí y nada más. Pero nada más. Aparece César Aira. Le hicieron un reportaje que lo leen trece personas. Ponete a pensar cómo son los tirajes.

¿Por qué creés que se da este vacío intelectual?

Porque tiene que ver con el vacío político que hay en este momento. En este momento la discusión política de la Argentina está pasando (en este momento que estamos haciendo este reportaje, no sé, quizas cuando lo publiques por ahí cambió) por como hacemos la gesta de la provincia de Buenos Aires, todo el peronismo paró todo, para discutir si Duhalde o Kirchner. Es ridículo. Una interna para el país. Pero eso viene pasando hace tiempo. No está la figura del intelectual. Lo decía el otro día, en una nota que leí, Nicolás Casullo. Y tiene toda la razón, con el tema de Cromañon, cosa trágica si la hubo. Casullo decía una cosa que es cierta. Si hubiera pasado en Francia en tiempos de Sartre, Sartre ya hubiera sacado una teoría. Esto pasa por esto y por esto. Acá todos se ponían de acuerdo con esto, Chabán es un delincuente, y la policía... Sí, señores, pero dejémonos de pegar grititos, sentémonos como intelectuales que somos y pensemos qué está pasando acá y largémonos con una hipótesis de trabajo. Eso está faltando, está faltando por culpa de todos nosotros.

Para terminar, ¿qué consejo le darías a aquel que quiere comenzar su camino por la escritura, que quiere ser escritor?

Que escriba... Que escriba, sí. Mira, yo digo una cosa que vos ya la habrás oído. Cuando uno se sienta a escribir un cuento, piensa que está escribiendo el cuento más grande que se ha escrito en toda la historia de la literatura de ayer a la actualidad. Todo, es el escritor más grande. Por encima de Chéjov, de Maupassant, de Poe y de cualquier gran maestro. ¿Sí? Lo terrible es que lo siga pensado después de que lo escribe. Mientras lo escribe tiene que pensar que es lo mejor, después vienen las correcciones. Entonces toma su justo lugar en el mundo. Y listo. Y pensar que publicar y demás son situaciones que se dan como consecuencia de escribir, pero que fundamentalmente hay que escribir. Tené en cuenta a dos, uno lo nombramos, el otro lo vamos a nombrar ahora, dos grandes pilares de la literatura del siglo XX como lo son Kafka y Pessoa. Lo principal de sus obras estaba en los baúles cuando ellos murieron.