3 de febrero de 2009

Alberto Manguel: "El amor por la lectura se aprende, pero no se enseña"

Alberto Manguel (1948) es un escritor, traductor y editor en lengua inglesa, nacido en Buenos Aires, criado en Israel -donde su padre era embajador de Argentina- y nacionalizado canadiense. Cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Cuando era todavía adolescente, durante un trabajo de verano en la librería Pygmalion de la avenida Corrientes conoció a un cliente habitual: Jorge Luis Borges (1899-1986). Como éste, a sus cincuentiocho años, ya estaba casi ciego, le solicitó que le leyera libros en su departamento, lo cual hizo varias veces a la semana entre 1964 y 1968. Luego viajó a Europa y, durante algunos años, fue lector para varias editoriales en París y Londres. De 1973 a 1974 trabajó como editor extranjero en una editorial de Milán, y de 1975 a 1981 en Tahití. De 1982 a 2001 residió en Canadá y actualmente lo hace en Mondion, un pueblito de la región de Poitou-Charentesen, Francia, donde cohabita con su monumental biblioteca de cincuenta mil volúmenes. De sus obras, todas escritas en inglés, se destacan los ensayos "A history of reading" (Una historia de la lectura), "How Pinocchio learned to read" (Cómo Pinocho aprendió a leer), "A reading diary" (Diario de lecturas), "Solitary vices" (Vicios solitarios), "The city of words" (La ciudad de las palabras), "The dictionary of imaginary places" (Diccionario de lugares imaginarios), "The library at night" (La biblioteca de noche) y "With Borges" (Con Borges). También es autor de las novelas "A return" (El regreso), "All men are liars" (Todos los hombres son mentirosos), "News from a foreign country came" (Noticias del extranjero), "Stevenson under the palm trees" (Stevenson bajo las palmeras) y "The overdiscriminating lover" (El amante extremadamente puntilloso). A lo largo de sus más de veinte años como editor ha publicado una inmensa y variada cantidad de antologías literarias. Unos días antes de viajar a Buenos Aires para la entrega del Premio Clarín de Novela 2008 -del cual fue integrante del jurado-, Manguel habló telefónicamente con el periodista Daniel Mapelli. La entrevista fue publicada por la revista "Ñ" nº 264 del 18 de octubre de 2008.Es inevitable recordar la anécdota sobre Borges, a quien conoció en la ya lejana Buenos Aires de los años '60.

Borges me enseñó que las cronologías que proponen los canonistas académicos carecen de toda importancia para el lector, porque las asociaciones que hacen los lectores dependen de sus historias personales y no de la historia de la literatura. Para un adolescente como yo, esa experiencia resultó fundamental porque me transmitió lo más importante que es la libertad de elegir qué y cuándo leer.

De dónde cree que proviene esa necesidad del hombre de contar y leer historias?

Borges una vez publicó un ensayo en el que decía que "el perdurable fin de la literatura es exhibir nuestros destinos", y a mí me parece que esa necesidad de contar y leer historias surge de la idea de enfrentarse con las formas de vida posibles que nunca podremos experimentar por la finitud de nuestra propia vida. Las letras dan coherencia al mundo y, como lectores, al emparejar las palabras con la experiencia, podemos identificarnos con las experiencias de otros, o podemos preparamos para vivir esas experiencias o simplemente nos enteramos de las experiencias de otros que nunca podremos vivenciar y que por fortuna han dejado escritas.

Qué explicación encuentra a la pasión que tienen por la lectura algunas personas y la indiferencia absoluta en otras?

Yo siempre sostengo que el amor por la lectura se aprende, pero no se enseña. Es comparable con el enamoramiento, es algo que no tiene mucha explicación, simplemente sucede. Y al igual que nadie puede obligarnos a que nos enamoremos, nadie puede obligarnos a amar la lectura. En mi caso particular, el amor por la lectura surgió muy tempranamente, cuando tenía cuatro o cinco años y vivía en Israel donde mi padre era embajador del gobierno de Perón. A mi me crió una nodriza con la que aprendí el inglés y el alemán que son mis dos lenguas maternas. Recuerdo que ella me acompañaba todas las semanas a comprar un libro: el primero que adquirí es un ejemplar de los cuentos de los hermanos Grimm. Al pasar mi infancia de país en país, adquirí hábitos de solitario y los libros se transformaron en una forma de abrirme al mundo.

Dijo usted que está preocupado por la actual concepción que predomina en el mundo editorial de tomar a la literatura como un pasatiempo comercial y de restarle la profundidad que es intrínseca a ella.

La literatura da preguntas, no respuestas. Y no es una actividad de simple entretenimiento como nos quiere hacer ver el sistema comercial actual. Años atrás, la biblioteca ocupaba un lugar central en la sociedad, nadie discutía que leer era importante, y hoy eso ha sido desplazado. El capitalismo no puede permitirse un consumidor lento y la literatura requiere lentitud, requiere de la reflexión. Nos presentan "El código Da Vinci" como un libro imprescindible y su versión en inglés está hasta muy mal escrita. Me consta que la traducción al español tuvo que ser corregida y mucho. No obstante, hay espacios en los que se mantiene el viejo espíritu editorial de publicar lo que a los editores les parece bueno, más allá del dominio de la premisa mercantilista. La rebeldía editorial todavía existe y se manifiesta en un buen número de pequeñas empresas editoras y sobre todo en las editoriales universitarias.

Su trabajo como editor lo ha llevado a recorrer amplias zonas del mundo, pero si empezar en París y permanecer casi veinte años en Canadá no es algo tan fuera de lo común, su estadía en la Polinesia al frente de una editorial sí lo es.

Trabajé en Tahití por una casualidad: yo recién me había casado y necesitaba una ocupación. La editorial para la que trabajaba decidió abrir una sucursal allí y acepté el cargo. Editábamos material académico, pero también publicamos los cuentos de Stevenson en el idioma local y anduvieron bastante bien. Aunque fue una linda experiencia, la vida cotidiana allí es tan común y aburrida como en cualquier otro paraíso.

¿Cómo decide qué manuscrito se publica?

No hay parámetros definidos para saber cuándo un manuscrito puede convertirse en libro. Yo debo ser un muy mal editor porque generalmente quiero que casi todo lo que me llega a las manos se publique.

La irrupción de las nuevas tecnologías de la información ha generado un gran debate acerca de la supervivencia del libro, hasta hubo quienes le auguraron a la letra impresa una pronta fecha de extinción.

Yo no pienso que sea así; para mí el libro es un objeto casi perfecto. Pero tampoco pienso que sea excluyente con los textos virtuales, creo que ambos pueden convivir. Te doy un ejemplo: Paulo Coelho publicó toda su obra en Internet, pero porque sabe que la gente que allí lo lea va luego a ir a una librería a comprar sus libros. El problema que yo considero importante destacar en cuanto a Internet, es que la red se ha transformado en un espacio que contiene cualquier cosa. Está bueno que "El Quijote" pueda leerse en la pantalla, pero ¿quién define qué edición o qué traducción es más fiel? Ese es el riesgo.

¿Piensa volver a la Argentina?

Estoy muy cómodo viviendo en Francia y no está en mis planes residir allí aunque guardo los mejores recuerdos de mi adolescencia porteña. Yo agradezco la formación que adquirí en el Colegio Nacional de Buenos Aires y las vivencias de esa ciudad en una época en la que nos pasábamos discutiendo de arte, literatura, filosofía. No se cómo será en la actualidad porque tengo poco contacto, pero no encontré en otros lugares del mundo ese interés universalista por la cultura como era en la Buenos Aires que yo conocí. Me costó mucho acostumbrarme a esa falta de interés por la cultura de otras regiones, sobre todo en Norteamérica. Allí, por ejemplo, cada vez que escribo un artículo tengo que aclarar que Flaubert es un escritor francés, cosa que de ningún modo necesito hacer en la Argentina. Pero siento que no podría volver a vivir porque el peso de las ausencias es para mí más fuerte que el de las presencias.

Se puede decir, entonces, que encontró su lugar en el mundo en Francia.

Más que mi lugar en el mundo, encontré un muy buen lugar para mi biblioteca.