1 de marzo de 2009

Los consejos de Horacio Quiroga para los aprendices de escritor

Horacio Quiroga (1878-1937) inició su carrera literaria en 1901 con un libro de poesía, "Los arrecifes de coral", en plena efervescencia modernista. Desde su Uruguay natal se trasladó luego a la Argentina, donde habría de transcurrir el resto de su vida salvo breves visitas a Montevideo.
Vivió largo tiempo en la provincia de Misiones, cuya exuberante naturaleza le inspiró gran parte de su obra. Con notables influencias de Edgar Allan Poe (1809-1849), Guy de Maupassant (1850-1893), Joseph Conrad (1857-1924) y Rudyard Kipling (1865-1936), Quiroga destiló una notable precisión de estilo al narrar magistralmente la violencia y el horror que se ocultan detrás de la aparente placidez de la naturaleza.
En 1908 publicó su primera novela, "Historia de un amor turbio", y años más tarde, en 1929, la segunda: "Pasado amor". También, en 1920, escribió una obra teatral, "Las sacrificadas", pero el género en que descolló, su forma preferida de expresión, viva y plena de imaginación, fue el cuento. De sus varios volúmenes cabe destacar: "Cuentos de amor, de locura y de muerte" (1917), "Cuentos de la selva" (1918), "El salvaje" (1920), "Anaconda" (1921), "El desierto" (1924), "Los desterrados" (1926) y "El más allá" (1935). Póstumamente se publicaron sus "Cartas inéditas" (dos tomos) en 1959, y "Obras inéditas y desconocidas" (ocho tomos) entre 1967 y 1969.
En su obra, la muerte es muchas veces la gran protagonista, quizás por la fatalidad que marcó su vida: su padre murió al dispararse accidentalmente su escopeta; su padrastro y posteriormente su primera esposa se suicidaron; dos de sus hermanos, Prudencio y Pastora, murieron víctimas de la fiebre tifoidea en el Chaco; el propio Quiroga mató a su mejor amigo, Federico Ferrando, de un disparo accidental.
El autor del célebre cuento "El almohadón de plumas" manejó con desenvoltura las leyes internas de la narración y se abocó con empeño a la búsqueda de un lenguaje que lograra transmitir con veracidad aquello que deseaba narrar. De esa manera se fue alejando paulatinamente de los postulados de la escuela modernista, a la que había adherido en un principio, para situarse más tarde dentro del criollismo o realismo.
Ese afán por el perfeccionismo de la narración llevó a Quiroga a sintetizar las técnicas de su oficio en un texto titulado "Decálogo del perfecto cuentista", escrito en 1927 para establecer pautas relativas a la estructura, la tensión narrativa, la consumación de la historia y el impacto del final. Dicho decálogo dice así:

1. Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.
2. Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en dominarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

3. Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
4. Ten fe ciega, no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
5. No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
6. Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba un viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
7. No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
8. Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
9. No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.
10. No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento.


En una carta a un amigo fechada el 16 de marzo de 1911, Quiroga escribió: "Vivo de lo que escribo. 'Caras y Caretas' me paga $ 40.- por página, y endilgo tres páginas más o menos por mes. Total $ 120.- mensuales. Con esto vivo bien". Los grandes escritores argentinos del siglo XIX veían la literatura como una actividad secundaria en relación con la política. Con el pasaje del siglo XIX al XX, surgió la figura del escritor profesional, de la que Quiroga fue sin dudas un pionero. Para algunos críticos, esto explicaría el conflicto vida/literatura latente en toda su obra. La desesperación por convertir a la literatura en una actividad rentable, hacía que esta tarea resultara más cruda, más real, más equiparable a cualquier otro oficio, sólo que éste obliga a la soledad, al silencio, al ensimismamiento, a la mirada permanente sobre los propios fantasmas. En ese sentido, Quiroga descubría historias en donde ningún otro lo hacía, veía tragedias donde otros veían normalidad, lo extraordinario -en sus cuentos- surgía con total naturalidad.



Hacia 1934, Quiroga dejó de escribir. En otra carta confesó: "Yo ya escribí cien cuentos y dije todo lo que tenía que decir". En 1937, enterado de que padecía un cáncer de estómago, se quitó la vida con cianuro.