25 de mayo de 2009

Entremeses literarios (LVII)

¿PARA QUE QUIERES VIVIR?
Giovanni Papini
Italia (1881-1956)

El filósofo paseaba por los campos cuando encontró en el río a un pescador muy atareado.
- ¿Qué haces, buen hombre? -le preguntó.

- Echo las redes.
- ¿Para qué?
- Para pescar.
- ¿Para qué quieres pescar?
- Para vender el pescado.
- ¿Para qué quieres venderlo?
- Para obtener algunas monedas.
- ¿Y para qué quieres el dinero?
- Para comer.
- ¿Pero, para qué quieres comer?
- ¡Para vivir señor, para vivir!
- ¿Pero para qué quieres vivir…?
El pescador se quedó perplejo, y enmudeció.

- ¿Para qué quieres vivir? -insistió el filósofo.
El pescador caviló unos momentos y al fin respondió:
- Para pescar.


ESTRUCTURA DE LAS CASAS
María Rosa Lojo
Argentina (1954)

Dentro de un dedal había un salón de costura donde la abuela bordaba rosas cuando era una niña obligada a quedarse del revés de la luz para que no la distrajesen los ruidos del mundo. Dentro de una foto del padre había un joven que regresaba a las montañas cruzando campos ardidos por la guerra, y había cuerpos acabados de fusilar pudriéndose en el fondo de las pupilas. Detrás de un guante viejo había un hermano desaparecido, en un pastillero vacío acechaba la locura; sobre los platos cascados comía una familia sentada en torno de una mesa de roble; dentro de un cofre la madre guardaba cartas de pretendientes, y con las cartas esperanza y pobreza y plumas que avanzaban despacio sobre el papel rugoso de las vidas pasadas. En tu historia había historias imposibles de limpiar y cuartos cerrados que no se abrirían nunca porque las estructuras de las casas son cajas chinas interminables y concéntricas y de la misma manera misteriosas.


EL REGALO
Ray Bradbury
Estados Unidos (1920)

Mañana sería Navidad, y aún mientras viajaban los tres hacia el campo de cohetes, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo por el espacio del niño, su primer viaje en cohete, y deseaban que todo estuviese bien. Cuando en el despacho de la aduana los obligaron a dejar el regalo, que excedía el peso límite en no más de unos pocos kilos, y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban la fiesta y el cariño. El niño los esperaba en el cuarto terminal. Los padres fueron allá, murmurando luego de la discusión inútil con los oficiales interplanetarios.
- ¿Qué haremos?
- Nada, nada. ¿Qué podemos hacer?
- ¡Qué reglamentos absurdos!
- ¡Y tanto que deseaba el árbol!
La sirena aulló y la gente se precipitó al cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar, y el niño entre ellos, pálido y silencioso.
- Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre.
- ¿Qué? -preguntó el niño.
Y el cohete despegó y se lanzaron hacia arriba en el espacio oscuro. El cohete se movió y dejó atrás una estela de fuego, y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, subiendo a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea, según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
- Quiero mirar por el ojo de buey.
Había un único ojo de buey, una ventana bastante amplia, de vidrio tremendamente grueso, en la cubierta superior.
- Todavía no -dijo el padre-. Te llevaré más tarde.
- Quiero ver donde estamos y adonde vamos.
- Quiero que esperes por un motivo -dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y otro, pensando en el regalo abandonado, el problema de la fiesta, el árbol perdido y las velas blancas. Al fin, sentándose, hacía apenas cinco minutos, creyó haber encontrado un plan. Si lograba llevarlo a cabo este viaje sería en verdad feliz y maravilloso.
- Hijo -dijo-, dentro de media hora, exactamente, será Navidad.
- Oh -dijo la madre consternada. Había esperado que, de algún modo, el niño olvidaría.
El rostro del niño se encendió. Le temblaron los labios.
- Ya lo sé, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron...
- Sí, sí, todo eso y mucho más -dijo el padre.
- Pero... -empezó a decir la madre.
- Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo enseguida.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
- Ya es casi la hora.
- ¿Puedo tener tu reloj? -preguntó el niño.
Le dieron el reloj y el niño sostuvo el metal entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el movimiento insensible.
- ¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
- A eso vamos -dijo el padre y tomó al niño por el hombro.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
- No entiendo.
- Ya entenderás. Hemos llegado -dijo el padre.
Se detuvieron frente a la puerta cerrada de una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, en código. La puerta se abrió y la luz llegó desde la cabina y se oyó un murmullo de voces.
- Entra, hijo -dijo el padre.
- Está oscuro.
- Te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró, y el cuarto estaba, en verdad, muy oscuro. Y ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, ojo de buey, una ventana de un metro y medio de alto y dos metros de ancho, por la que podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento. Detrás, el padre y la madre se quedaron también sin aliento, y entonces en la oscuridad del cuarto varias personas se pusieron a cantar.
- Feliz Navidad, hijo -dijo el padre.
Y las voces en el cuarto cantaban los viejos, familiares villancicos; y el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el vidrio frío del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, mirando simplemente el espacio, la noche profunda, y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas...



MI SOMBRA
Enrique Anderson Imbert
Argentina (1910-2000)

No nos decimos ni una palabra pero sé que mi sombra se alegra tanto como yo cuando, por casualidad, nos encontramos en el parque. En esas tardes la veo siempre delante de mí, vestida de negro. Si camino, camina; si me detengo, se detiene. Yo también la imito. Si me parece que ha entrelazado las manos por la espalda, hago lo mismo. Supongo que a veces ladea la cabeza, me mira por encima del hombro y se sonríe con ternura al verme tan excesivo en dimensiones, tan coloreado y pictórico. Mientras paseamos por el parque la voy mimando, cuidando. Cuando calculo que ha de estar cansada doy unos pasos muy medidos -más allá, más acá, según- hasta que consigo llevarla donde le conviene. Entonces me contorsiono en medio de la luz y busco una postura incómoda para que mi sombra, cómodamente, pueda sentarse en un banco.


EL DOMADOR DE FOCAS
Ramón Gómez de la Serna
España (1888-1963)

Era un muchacho moreno de pelo muy abrillantado que sólo se dedicaba a domar sus focas, dándoles azotitos en las nalgas negras. Había conseguido de las focas que tocasen la marimba, que fumasen en pipa, que escribiesen a máquina, que hiciesen punto de jersey, que tocasen la guitarra y hasta que cantasen flamenco. Pero tanto esfuerzo hizo con sus focas, tanto se dedicó a ellas día y noche, que un día apareció arrastrándose por la alfombra convertido en foca. Fueron a llamar al director del circo y a decirle que había salido una foca de más, pero que no se encontraba al domador por ninguna parte. El domador de leones hizo de domador de focas aquella noche, y desde entonces el hombre convertido en foca fue la foca prodigio, la foca que dibujaba y que sabía matemáticas, la foca que recibía la primera corvina en el reparto de peces que se hacía entre número y número del largo trabajo.


PELIGRO DE LAS EXCEPCIONES
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

Sentado en el umbral de su casa, vio pasar a Lázaro todavía con el sudario puesto, en medio de la multitud que lo aclamaba. Después vio pasar a un joven en ligero estado de putrefacción. En seguida a una mujer decidi­damente embalsamada. Tras la mujer pasó un esqueleto pelado aunque con joyas en las falanges. Al ver que se aproximaba un hombre sin cabeza le preguntó qué significaba todo aquel desfile. A pesar de que no tenía cabeza el hombre, muy atento, le explicó:
- Cuando suspendieron momentáneamente la ley para que saliera Lázaro, nosotros aprovechamos y sali­mos también. Somos muchos. Mire.
Miró, y vio que por el camino avanzaba la columna de los resucitados.



POQUITA COSA
Anton Chejov
Rusia (1860-1904)

Hace unos día invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.
- Siéntese, Yulia Vasilievna -le dije-. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...
- En cuarenta...
- No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...
- Dos meses y cinco días...
- Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... más tres días de fiesta...
A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!
- Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?
El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!
- En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita... Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo... Así que le descontamos cinco más... El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.
- No los tomé -musitó Yulia Vasilievna.
- ¡Pero si lo tengo apuntado!
- Bueno, sea así, está bien.
- A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce...
Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas... Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!
- Sólo una vez tomé -dijo con voz trémula-. Le pedí prestados a su esposa tres rublos... Nunca más lo hice...
- ¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once... ¡He aquí su dinero, muchacha! Tres... tres... uno y uno... ¡sírvase!
Y le tendí once rublos... Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.
- Gracias -murmuró.
Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.
- ¿Por qué me da las gracias? -le pregunté.
- Por el dinero.
- ¡Pero si la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué gracias?
- En otros sitios ni siquiera me daban...
- ¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección... ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímida? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa?
Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: "¡Se puede!". Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su gracias y salió... La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!


DESCENDENCIA
Angel Guache

España (1950)
Celia dio a luz un hermoso botón. Creyó que había sido un sueño. Con sorpresa vio que el botón la seguía por la casa pidiéndole que lo amamantara con hilo blanco y que le cantase una nana.



TEMA DEL FIN DEL MUNDO
Adolfo Bioy Casares
Argentina (1914-1999)

Quizá el fin del mundo no es fácil de imaginar. Ramírez, que atiende el vestuario del club, me dijo que su hija oyó por radio, en el programa de algún aceite comestible, a un boliviano que pronosticó para el domingo 23 el fin del mundo. Mi consocio Johnny aseguró que todo eso eran macanas. Ramírez convino en que no debíamos creer una palabra del tal pronóstico y agregó que, por si acaso, el sábado a la noche no se privaría de nada, porque él estaba dispuesto, eso sí, a darse una comilona. Hombre del momento, pasó a declarar que esos anuncios debían estar terminantemente prohibidos "por causa de las criaturas". Recordó el caso de alguien que predijo, para no sé qué fecha, el fin del mundo y cuando dieron las doce de la noche "se abocó al revólver y se mató. Mientras tuvo fuerzas apretó el gatillo. No era para menos". Johnny le preguntó:
- ¿Qué haría usted si supiera con seguridad que un día determinado acaba el mundo?
- No diría nada, por causa de las criaturas -respondió Ramírez-, pero dejaría anotado en un papelito que en el día de la fecha era el fin del mundo, para que vieran que yo lo sabía.


VENUSINAS
Pierre Versins
Francia (1923-2001)

Las primeras llegaron al comenzar el mes de mayo. Eran tan bellas que hicieron soñar a los hombres a lo largo de los días y a lo largo de las noches. Poco se tardó en saber que no eran nada hurañas, y los hombres se transmitieron la nueva. Hacían el amor con tal refinamiento, que dejaban muy atrás el ardor de sus rivales terrestres. El número ya grande de solteras aumentó. Y seguían cayendo del cielo, más deseables que nunca, eclipsando a la mujer más maravillosa. Sólo el amor contaba para los hombres, y ellas no envejecían. Mucho tiempo pasó antes de que se dieran cuenta de que eran estériles. Así que, cuando medio siglo más tarde sus robustos amantes llegaron de Venus, sólo quedaban en la Tierra hombres decrépitos y mujeres ancianas. Tuvieron con ellos muchos cuidados y los trataron sin brutalidad.