11 de mayo de 2009

Los sueños. Un tema que desvela

Desde el principio de los tiempos, los seres humanos se han interesado en sus sueños, con una mezcla de fascinación y temor. Siempre ha habido una poderosa y singular relación entre las personas de la vida diaria y los seres que habitan en las tinieblas, entre los even­tos que suceden durante las horas de sueño y los que ocurren en la existencia corriente. En la antigüedad, se pensaba que los sueños tenían un origen divino. Incluso hoy, todavía con­tienen un elemento misterioso que los separa de nuestra vida ordinaria y la importancia que se le da a su significado ha sobrevivido hasta nuestros días a pesar de todos los avances científicos.
Aunque el hombre moderno descrea de su origen divino, los sueños y lo que tratan de decirnos siguen siendo importantes para la mayoría de la gente. Los primeros vestigios de la cultura demuestran que la actividad onírica y su misterioso contenido siempre han sido de vital importancia para la humanidad. Todas las más antiguas civilizaciones creían que los sueños transmitían mensajes de los dioses. Según los registros de las tablillas de arcilla en Asiria y Babilonia, los sacerdotes y reyes recibían advertencias del dios Zaqar en sus sueños. La epopeya de un héroe de la Mesopotamia, Gilgamesh, un personaje legendario de la mitología sumeria que data del año 2650 a.C., está llena de relatos de sueños sobre sus fantásticas luchas contra gigantes, toros, serpientes y pájaros en una tierra donde las almas de los muertos vivían en la oscuridad perpetua.Los griegos fueron mucho más allá en la exploración de esa tierra de sombras. Había en Grecia cientos de lugares sagrados destinados especial­mente para la "incubación" de sueños. Asclepio (Esculapio para los romanos), el padre de la medicina, fue la deidad tutelar de cerca de trescientos templos de "incubación de sueños" desde el primer milenio antes de Cristo, y muchos llegaron a ser famosos como centros de curación. Los mortales que acudían a esos lugares sagrados se sometían al poder de Hypnos, el dios del sueño. Mientras dormían en su interior, esperaban ser visitados por los dioses de la medicina. Mediante drogas y pociones de hierbas se les inducía el sueño y, al despertar, sus sueños les servían como oráculos acerca de su propia vida, problemas y aflicciones. Cuando estaban profundamente dormidos, el dios Morfeo podía comunicarse con sus adeptos y transmitirles advertencias y profecías a tra­vés de los sueños. Según las creencias populares, Esculapio utilizaba serpientes mágicas en los templos para que, durante el sueño, succionaran las heridas de los afligidos y así ayudar a sanarlos. El caduceo -un símbolo de dos serpientes enroscadas en una vara- todavía se usa para represen­tar la salud y la ciencia médica en el simbo­lismo occidental.
Los asirios reunieron una verdadera enciclope­dia sobre la materia y la biblioteca del rey Assurbanipal (685-627 a.C.) incluía textos de sueños que data­ban del año 2000 a.C.. Algunos especialistas modernos creen que su libro personal de sue­ños fue una de las fuentes principales utilizadas por el griego Artemidoro de Daldis (siglo II d.C.), autor de "Oneirokritiká" (La interpretación de los sueños), el más famo­so y completo libro del mundo antiguo dedica­do al tema. Los egipcios tienen su propio récord: el manual más antiguo para interpretación de sueños. Alrededor del 1300 a.C. dejaron un minucioso registro con más de doscientos significados de símbo­los oníricos y algunos de ellos son vistos con interés hasta hoy por el psicoanálisis. Era un tema que les interesaba vivamente y pen­saban que a través de los sueños tenían la opor­tunidad de encontrar personas y cosas invisibles en la vida diurna. Si el sueño no llegaba o no era suficientemente claro, recurrían a representa­ciones y ceremoniales mágicos. El arte de provocar sueños y de interpretarlos era un oficio especial de ciertos sacerdotes lla­mados "escribanos de la doble casa de la vida". Soñar por cuenta de terceros también era una costumbre difundida. Verdaderos "profesionales del sueño", se ganaban la vida vendiéndoles sus fantasías nocturnas a las personas que creían necesitarlas.No obstante su tendencia al racionalismo, muchos griegos también les atribuyeron un carácter divino. El poeta jonio Homero (siglo VIII a.C.) se refirió a mensajes de Zeus recibidos en sueños y el historiador griego Heródoto (484-425 a.C.) registró algunos famosos sueños como el que persuadió al rey persa Jerjes (519-465 a.C.) de cancelar una expedición que podía resultar desastrosa. Pero, al mismo tiempo, la moderna idea de que son una revelación de nuestro yo más profundo se originó con los griegos. En "La República", Platón (427-347 a.C.) explica que la verdadera naturaleza del hombre se demuestra en los sueños. Con una mirada más científica que religiosa, les atribuía algunos a la inspiración de los dioses, pero otros los explicaba por "la naturaleza animal que aflora en el sueño", incluso en el de los hombres virtuosos.
Si Platón se anticipó a Freud por más de dos mil años, su pupilo Aristóteles (384-322 a.C.)visualizó el raciona­lismo científico del siglo XX con su explicación de que los sueños son disparados por causas sensoriales y que "los impulsos comenzados por los sueños pueden también provocar algunas acciones durante el día, en el sentido que durante la noche los sueños nos preparan el camino". A pesar de las opiniones doctas, popularmente se mantuvo la creencia en el poder adivinatorio de los sueños, hasta el punto de influir en las decisiones de importantes personajes y afectar el curso de la historia. Las dos expediciones de Aníbal Barca (247-183 a.C.) desde Cartago a través de los Alpes, y las invasiones de Cayo Julio César (100-44 a.C.), en la Roma imperial, fueron presagiadas por sueños divinos.
Antiguas escrituras hindúes dejan clara­mente establecido que los sueños ocu­rren en una tierra de nunca jamás, entre el mundo real y el prometido por los dioses; y agregan que, de hecho, el mundo real es menos real que el onírico, porque la falta de sensaciones físicas durante el sueño libera al hombre de sus inhibiciones, para que emerja su verdadero carácter. Para los budistas, una doctrina surgida en la India tiempo después, son "señales que atraviesan el sendero de los pensamientos" y que apare­cen ante el soñador como reflejos de un espejismo. Los papiros agrupados por los expertos bajo el nom­bre de "Chester Beatty" son una muestra del minu­cioso trabajo realizado por los sabios del Antiguo Egipto para sistematizar la interpretación de los sueños, durante los años 2040 al 1786 a.C.. Sus métodos tienen eco hasta hoy en los libros de sueños.Con un interesante enfoque, los intérpretes egipcios se inclinaron hacia la teoría de las oposiciones: sueños aparentemente feli­ces presagian desastres, mientras que horribles pesadillas pueden ser augurio de tiempos mejo­res. Por ejemplo, soñar con la muerte era una revelación de larga vida. Muchos siglos y cultu­ras después, Sigmund Freud (1856-1939) también afirmó la idea de una interpretación con símbolos con­tradictorios. Los griegos, con su sentido práctico y su pasión por racionalizar el conocimien­to, utilizaron los libros teóricos de interpretación de sueños de los egipcios, los asirios, los judíos, los babilonios y los persas, pero dándoles su propio sentido a los símbolos. Para los asirios, soñar con atrapar una serpiente era señal de que recibirían la protección de un ángel. Los judíos creían que soñar con ser mordido por una serpiente significa­ba que los ingresos econó­micos del soñador se incrementarían. Para los egipcios, una serpiente en los sueños era anun­cio de una disputa. Y para los griegos, simboli­zaba enfermedad y enemistad. Antiguas tradiciones judías se anticiparon a las teorías modernas al reconocer que las circunstancias de la vida de los soñadores son tan importantes para su interpretación como el contenido mismo del sueño. Los babilonios con­sideraban a los judíos como expertos en interpretación onírica. En el siglo sexto antes de Cristo, llamaron al profeta israelita Daniel (siglo VII a.C.) para interpretar uno de los sueños del rey Nabucodonosor (630-562 a.C.) que predecía su inminente locura. Igualmente, los egipcios les concedieron a los israelitas el título de los mejores intérpre­tes de sueños.En el mundo islámico, el enciclopedista árabe Abu-I-Hasan Ali al-Masudi (900-956) describe el soñar como una "preocupación del alma" y adopta la posición freudiana de que los secretos más íntimos, habitualmente inhibidos por actitudes morales, pueden salir a la superficie mien­tras se duerme. Para el profeta Mahoma (570-632) fundador de la religión musulmana, los sue­ños son "una conversación entre el hombre y su Dios". En esta religión, igual que en el cristia­nismo antiguo, se consideraba a los sacerdotes como los únicos capaces de interpretar los sue­ños.Las tradiciones orientales generalmente son más filosóficas y contemplativas que las occidentales y le dan más importancia al estado mental del soñador que al poder predictivo de los mis­mos sueños. Al interpretarlos, los chinos tomaban en cuenta otras circunstancias, como las condiciones físicas de la persona, su horós­copo y la época del año. Creían que la con­ciencia dejaba al cuerpo durante el sueño y viajaba por reinos de naturaleza diferente a la habitual. Despertar abruptamente al soñador antes de que la mente y el cuerpo volvieran a reunirse podía ser muy peligroso. Según su creencia en diversos niveles de conciencia, los hindúes reconocían la existencia de varios estados: el sueño, el dormir sin soñar y el "samadhi" o iluminación durante el sueño. Un pasaje de la interpretación de sueños en el "Athara Veda", un texto filosófico-místico que data del 1500 al 1000 a.C, enseña que en una serie de sueños sólo el último es el más importante. En la práctica, nos sugiere que los sueños funcionan progresivamente para la solución de problemas o la revelación de even­tos en la vida corriente. Igualmente, la tradición hindú sobre que algunos símbolos son universales y otros son per­sonales de cada soñador, establece una sorprendente relación, a través de milenios de distancia, con los trabajos modernos de Freud y Jung.
Romanos ilustres como Galeno (129-216) trataron de demostrar que un sueño podía sacar a la luz una enfermedad insospechada y el filó­sofo Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.) aceptaba la idea de los sueños premonitorios. En el siglo II d.C, el antes citado filósofo sofista Artemidoro reunió la sabiduría de los primeros siglos sobre el tema y sus investigaciones aparecieron en cinco fundamentales libros. Aunque muchas de sus interpretaciones parezcan anticuadas para el pensamiento actual, Artemidoro fue sorprendentemente moderno en algunos puntos. Dieciséis siglos antes de Freud, com­prendió la importancia de observar la asocia­ción de ideas que el relato del sueño provoca en el soñador. También identificó la importan­cia de la personalidad del sujeto en la interpre­tación de sus sueños y constató la naturaleza y frecuencia de los símbolos sexuales. Mientras en Occidente sólo se hicieron peque­ños progresos en el estudio de los sueños durante los siglos posteriores a Artemidoro como si el misterio ya se hubiera resuelto, los árabes siguieron explorando profundamente el tema y elaboraron diccionarios que ofrecen una gran cultura sobre el saber onírico. Los primeros libros de sueños aparecieron en Occidente poco después de la primera Biblia impresa por Johannes Gutenberg (1398-1468), en el siglo XV. Entre otras cosas prácticas, enseñaba cómo inducir los sueños predictorios. También circuló ampliamente un libro de sueños basado en los textos de Artemidoro, que ofrecía demasiado fácilmente significados seguros para casi todos los símbolos oníricos más comunes.En la Europa del siglo XIX, filósofos de la altura de Johann Fichte (1762-1814) y Johann Herbart (1776-1841) empezaron a considerar los sueños como un aspecto importante en el estudio de la psicología y prepararon el camino para la revolución ini­ciada por Freud con su teoría de los sueños. "Uno no sueña, es soñado", escribió Carl Jung (1875-1961) en la moderna era del psicoanálisis, casi tan enig­máticamente como el antiquísimo filósofo chino Chuang-Tsé (369-290 a.C.) y su dilema de si era un hombre que soñaba ser una mariposa o una mariposa soñando que era un hombre. Desde Chuang-Tsé a Jung, esa idea que entrelaza el mundo real y el mundo de los sueños se ha vuelto familiar a través de todas las épocas y culturas. El filósofo francés Rene Descartes (1596-1650) se preguntaba si había algo más real que un sueño, dudando de si realmente estaba sentado frente a su chimenea o si estaba acostado en su cama sanándolo todo.
"Ahora que estoy dormido, me doy cuenta de que sueño cuan­do estoy despierto", escribió el poeta y dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), autor del clásico universal "La vida es sueño". Ya en pleno siglo veinte, el pensador inglés Bertrand Russell (1872-1970) expresó la misma incertidumbre en sus propios términos racionalistas: "No creo que ahora esté soñando, pero tampoco puedo probar lo contrario". Tal vez el más acertado haya sido el escritor español Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) cuando aseveró: "En la vida humana sólo unos pocos sueños se cumplen; la gran mayoría de los sueños se roncan".