3 de junio de 2009

Entremeses literarios (LIX)

DEPARTAMENTO DE CORREOS Y TELECOMUNICACIONES
Julio Cortázar
Argentina (1914-1984)

Una vez que un pariente de lo más lejano llegó a ministro, nos arreglamos para que nombrase a buena parte de la familia en la sucursal de Correos de la calle Serrano. Duró poco, eso sí. De los tres días que estuvimos, dos los pasamos atendiendo al público con una celeridad extraordinaria que nos valió la sorprendida visita de un inspector del Correo Central y un suelto laudatorio en La Razón. Al tercer día estábamos seguros de nuestra popularidad, pues la gente ya venía de otros barrios a despachar su correspondencia y a hacer giros a Purmamarca y a otros lugares igualmente absurdos. Entonces mi tío el mayor dio piedra libre, y la familia empezó a atender con arreglo a sus principios y predilecciones. En la ventanilla de franqueo, mi hermana la segunda obsequiaba un globo de colores a cada comprador de estampillas. La primera en recibir su globo fue una señora gorda que se quedó como clavada, con el globo en la mano y la estampilla de un peso ya humedecida que se le iba enroscando poco a poco en el dedo. Un joven melenudo se negó de plano a recibir su globo, y mi hermana lo amonestó severamente mientras en la cola de la ventanilla empezaban a suscitarse opiniones encontradas. Al lado, varios provincianos empeñados en girar insensatamente parte de sus salarios a los familiares lejanos, recibían con algún asombro vasitos de grapa y de cuando en cuando una empanada de carne, todo esto a cargo de mi padre que además les recitaba a gritos los mejores consejos del viejo Vizcacha. Entre tanto mis hermanos, a cargo de la ventanilla de encomiendas, las untaban con alquitrán y las metían en un balde lleno de plumas. Luego las presentaban al estupefacto expedidor y le hacían notar con cuánta alegría serían recibidos los paquetes así mejorados. "Sin piolín a la vista", decían. "Sin el lacre tan vulgar, y con el nombre del destinatario que parece que va metido debajo del ala de un cisne, fíjese". No todos se mostraban encantados, hay que ser sincero. Cuando los mirones y la policía invadieron el local, mi madre cerró el acto de la manera más hermosa, haciendo volar sobre el público una multitud de flechitas de colores fabricadas con los formularios de los telegramas, giros y cartas certificadas. Cantamos el himno nacional y nos retiramos en buen orden; vi llorar a una nena que había quedado tercera en la cola de franqueo y sabía que ya era tarde para que le dieran un globo.


ULTIMOS RECUERDOS
Frank Roger
Bélgica (1957)

Apresurado, como todas las mañanas antes de ir a tomar el subte, David cruzó la calle para comprar el diario en un kiosco. Cuando comenzó a llover, se dio cuenta que, para su desgracia, se había olvidado el paraguas. Empapado, bajó las escaleras del subterráneo; se maldijo a sí mismo por ser tan distraído. Unos minutos más tarde se sentaba en el tren, pero sus deseos de leer el diario se frustraron porque no pudo encontrar los anteojos. ¡Cómo podía haberlos olvidado, también! Dejó el diario a un lado y sacudió la cabeza. Ese era uno de esos días en los que todo sale mal. Con la mirada fija en la ventanilla mientras el tren avanzaba velozmente, trató de pensar en algo positivo. Al llegar a la oficina, uno de sus colegas, le preguntó:
- ¿Escuchaste las noticias, David? ¿Leíste el diario?
- No, no pude. Me olvidé los anteojos y también el paraguas. ¡Mira mi ropa!
- No eres el único que sufre de problemas de memoria. Es una pandemia.
- ¿De qué estás hablando?
- En todo el país la gente ha empezado a olvidar cosas. Al principio, sólo se produjeron incidentes aislados, pero ahora en las rutas y en los aeropuertos han ocurrido grandes accidentes. Parece empeorar con el correr de las horas.
- ¡Dios mío, es terrorífico! ¿Existe alguna explicación para este fenómeno?
- Todavía no. Nadie sabe cuanto va a durar, o cuando terminará, si llega realmente a terminar.
David movió la cabeza.
- No lo puedo creer. Esto puede llegar a ocasionar un colapso mundial. ¿Hacia qué desastre nos llevará todo esto?
Por unos pocos minutos, David y sus colegas permanecieron con la vista fija, absortos en sus propios pensamientos. De pronto, David se dio cuenta de que un buen número de sus compañeros estaba ausente.
- ¿Dónde están Cindy, Maggie y Jeff? -preguntó David-. ¿No aparecieron? Supongo que se habrán olvidado de venir a trabajar. Será por el mismo problema.
- ¿Cuál problema? -inquirió alguien. Por un momento permaneció en silencio, dudando de lo que había querido decir.
- No lo sé -admitió David, por fin-. ¿Hablé de un problema?
Al rato, estaban todos en sus escritorios, como siempre, trabajando duro. Las espantosas noticias sobre la pandemia ya se habían desvanecido por completo de sus mentes.



CONTROL
Carlos Nine
Argentina (1944)

- Ramírez, ¡por el amor de Dios! -aulló fuera de sí el doctor Washington Fasolari, famoso científico uruguayo. Famoso en Canelones, su pueblo natal.
- ¡Es que las gambas no me paran de crecer, doctor! ¿Qué tiene que ver esta locura con que a mí me guste bailar tap? ¿Me lo puede explicar? -inquirió desesperado Eber Ramírez, reputado boticario y fanático de Fred Astaire a su amigo de toda la vida.
- ¡Eber le ruego que se calme! Tenga en cuenta que hay muchas drogas inconseguibles en Uruguay y las tuve que reem­plazar con lo que encontré. Además con unas piernas tan ele­gantes tiene media batalla ganada! Vamos, reflexione...
- ¡Qué batalla ni qué carajo! Si ya llegué a tocar el techo de la habitación con la cabeza! ¡Haga algo Washington, por favor! -aulló el hombre ahogándose en un gemido.
- Lo siento Eber, hice lo que pude, pero usted con sus ata­ques de nervios tampoco colabora mucho que digamos. Parece argen­tino por lo escandaloso... Adiós, que tenga suerte!
Y dando un portazo, Washington Fasolari se retiró al tiempo que la cabeza de Eber destrozaba el cielo raso.


EL ADMINISTRADOR PARTIDARIO Y EL CABALLERO
Ambrose Bierce
Estados Unidos (1842-1914)

Un Administrador de un Partido le dijo a un Caballero, que estaba ocupándose de sus propios asuntos:
- ¿Cuánto pagará por una candidatura a un cargo?
- Nada -replicó el Caballero.
- Pero contribuirá con algo a los fondos de la campaña para apoyar su elección, ¿no? -preguntó el Administrador del Partido, guiñando el ojo.
- Oh, no -dijo seriamente el Caballero-. Si el pueblo desea que trabaje para él debe emplearme sin que yo lo solicite. Estoy muy bien sin ningún cargo.
- Pero -lo urgió el Administrador del Partido-, un nombramiento es algo deseable. Es un gran honor ser un servidor del pueblo.
- Si el servicio del pueblo es un gran honor -dijo el Caballero- sería indecente de mi parte buscarlo; y si lo obtuviera por mi propio esfuerzo, dejaría de ser un honor.
- Bueno -insistió el Administrador del Partido-, espero que al menos respaldará la plataforma partidaria.
El Caballero replicó:
- Es improbable que sus autores hayan expresado fielmente mis puntos de vista sin consultarme; y si respaldo su obra sin aprobarla sería un mentiroso.
- ¡Usted es un hipócrita detestable y un idiota! -gritó el Administrador del Partido.
- Ni siquiera su buena opinión acerca de mi idoneidad me convencerá -replicó el Caballero.



UNA DE DOS
Juan José Arreola
México (1918-2001)

Yo también he luchado con el ángel. Desdichadamente para mí, el ángel era un personaje fuerte, maduro y repulsivo, con bata de boxeador. Poco antes habíamos estado vomitando, cada uno por su lado, en el cuarto de baño. Porque el banquete, más bien la juerga, fue de lo peor. En casa me esperaba la familia: un pasado remoto. Inmediatamente después de su proposición, el hombre comenzó a estrangularme de modo decisivo. La lucha, más bien la defensa, se desarrolló para mí como un rápido y múltiple análisis reflexivo. Calculé en un instante todas las posibilidades de pérdida y salvación, apostando a vida o sueño, dividiéndome entre ceder y morir, aplazando el resultado de aquella operación metafísica y muscular. Me desaté por fin de la pesadilla como el ilusionista que deshace sus ligaduras de momia y sale del cofre blindado. Pero llevo todavía en el cuello las huellas mortales que me dejaron las manos de mi rival. Y en la conciencia, la certidumbre de que sólo disfruto una tregua, el remordimiento de haber ganado un episodio banal en la batalla irremisiblemente perdida.


PREFERENCIAS
Henri Michaux
Francia (1899-1984)

El jade, las piedras pulidas y como húmedas, pero no brillantes, turbias no transparentes, el marfil, la luna, una sola flor en su maceta, las ramas de múltiples ramillas con hojitas delgadas, vibrantes los paisajes lejanos y envueltos en una bruma naciente, el canto (debilitado por la distancia) de una mujer, las plantas sumergidas, el loto, el croar del sapo en el silencio (no se llega a localizar nunca exactamente el ruido), los manjares insulsos, un huevo ligeramente pasado, los macarrones pegajosos, una aleta de tiburón, una lluvia fina que cae, un hijo que cumple los ritos del deber filial con una precisión enervante, insoportable, la imitación bajo todas sus formas, plantas de piedra, con flores cremosas, de corolas, pétalos y sépalos de una perfección irritante, representaciones teatrales en la Corte, por prisioneros políticos, obligados a tomar parte, crueldades deliciosas, he aquí lo que les ha gustado siempre a los chinos.


DIA DE VISITA EN LA CAPILLA SIXTINA
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

Cargados de aparatos fotográficos, de máquinas fu­madoras, de guías de viaje, de anteojos, de niños, de canastas para la merienda, de sillas plegadizas, de exci­tación y vigor, los turistas irrumpieron ruidosamente en la Capilla Sixtina, avanzaron a los gritos hacia el Juicio Final, se introdujeron en el muro decorado por Miguel Angel, forcejearon entre las torvas figuras de los con­denados y al fin se precipitaron a los abismos del In­fierno.


LAZARO DE BETANIA
Alvaro Menén Desleal
El Salvador (1931-2000)

No es cierto que Lázaro volviera de la muerte. La muerte -la muerte que descompone la carne-, es irreversible. En el banquete en que celebraban el supuesto resucitamiento, sus deudos y amigos advirtieron el color azulado de su rostro y la repugnante obesidad de su cuerpo... su mano violácea yacía sobre la mesa... sus uñas, que habían crecido en la tumba, se habían tornado casi rojas. Por distintos sitios, en los labios, en el cuerpo, la piel había estallado al henchirse, y se veían en ella finas grietas rojizas y brillantes. El hombre que había estado muerto -cuenta Juan en la Biblia- salió con los pies y manos envueltos en envolturas, y su semblante cubierto con un paño. Lázaro no percibía esas envolturas, extrañado como estaba de ver a sus parientes y amigos, y a los habitantes todos de Betania, con rostros azulados, las maños violáceas pegadas al cuerpo, la piel estallada por la obesidad y la descomposición. De hecho, en Betania no volvió a celebrarse nunca más una reunión como aquel banquete. Lázaro emigró un día, cansado de encontrar en las calles a desconocidos que, seriamente y sin mayor ceremonia, le decían:
- Soy el abuelo del abuelo de tu abuelo...


MIL PULMONES
Gilda Manso
Argentina (1983)

En una esquina, a pocas cuadras de la plaza donde el Colorado jugaba al fútbol con sus amigos, se alzaba un convento de belleza medieval. Todo en él desentonaba con aquel barrio de gente común: sus paredes de piedra insensible, el misterio de sus puertas maderosas, sus cruces con cristos clavados. Un día de verano, el Colorado decidió afrontar la peligrosa desolación de las dos de la tarde y salió a andar en bicicleta. Ya en la calle, vio a una monja que caminaba a velocidad máxima, una monja que se dirigía a su convento como si le fueran a cerrar las puertas en el caso de llegar tarde. El Colorado la miró y tuvo la extraña idea de que a las monjas no se les permitía correr; el Colorado tenía la extraña idea de que las monjas no eran mujeres sino monjas.
- Hermana, ¿necesita ayuda? -gritó el Colorado al ver que la monja dejaba a su paso un reguero de sangre.

La monja no contestó: se limitó a caminar aún más rápido. Movido por un impulso curioso, el Colorado siguió, en sentido inverso, el camino de gotitas rojas hasta llegar a un baldío que era cuna de alimañas, a la vuelta de su casa. En medio de los bichos y del espanto, un bebe recién nacido berreaba con la fuerza de mil pulmones. El Colorado lo rescató en el preciso instante en que una cucaracha intentaba treparse por el cordón umbilical. Asqueado de horror, salió del baldío justo a tiempo para ver cómo la puerta del convento se cerraba tras la monja que no era mujer sino monja.


VUDU
Diego Muñoz Valenzuela
Chile (1956)

Fabricó varios muñequitos: una rubia como su madre, otro regordete como su padre, y otro más pequeño para su hermano. Su madre la reprendió por regresar tarde del colegio y la encerró en su pieza para que hiciera deberes atrasados. Ella tomó la muñeca rubia y le clavó un alfiler en la cabeza. La madre tuvo una jaqueca atroz que la derrumbó. Su hermano consiguió la llave de su pieza y entró a molestarla. Cuando logró expulsarlo, tomó su réplica y le clavó un alfiler en el estómago. Al hermano le vino una apendicitis fulminante. El padre fue a su pieza para pedirle que los acompañara a la clínica, pero ella no quiso. El padre partió en su automóvil con los dos enfermos gimiendo. Ella los vio desde su ventana. Cuando perdió de vista el automóvil, fue a la cocina y puso a los tres muñecos en el horno de microondas. Cerró la puerta, apretó el botón y se sentó a esperar.