27 de junio de 2009

Entremeses literarios (LXII)

RETRATO
Adolfo Bioy Casares

Argentina (1914-1999)

Conozco a una muchacha generosa y valiente, siempre resuelta a sacrificarse, a perderlo todo, aún la vida, y luego a recapacitar, a recuperar parte de lo que dio con amplitud, a exaltar su ejemplo, a reprochar la flaqueza del próximo, a cobrar hasta el último centavo.


LOS MEJOR CALZADOS
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)

Invasión de mendigos pero queda un consuelo: a ninguno le faltan zapatos, zapatos sobran. Eso sí, en ciertas oportunidades hay que quitárselos a alguna pierna descuartizada que se encuentra entre los matorrales y sólo sirve para calzar a un rengo. Pero esto no ocurre a menudo, en general se encuentra el cadáver completito con los dos zapatos intactos. En cambio las ropas sí están inutilizadas. Suelen presentar orificios de bala y manchas de sangre, o han sido desgarradas a latigazos, o la picana eléctrica les ha dejado unas quemaduras muy feas y difíciles de ocultar. Por eso no contamos con la ropa, pero los zapatos vienen chiche. Y en general se trata de buenos zapatos que han sufrido poco uso porque a sus propietarios no se les deja llegar demasiado lejos en la vida. Apenas asoman la cabeza, apenas piensan (y el pensar no deteriora los zapatos) ya está todo cantado y les basta con dar unos pocos pasos para que ellos les tronchen la carrera. Es decir que zapatos encontramos, y como no siempre son del número que se necesita, hemos instalado en un baldío del Bajo un puestito de canje. Cobramos muy contados pesos por el servicio: a un mendigo no se le puede pedir mucho pero sí que contribuya a pagar la yerba mate y algún bizcochito de grasa. Sólo ganamos dinero de verdad cuando por fin se logra alguna venta. A veces los familiares de los muertos, enterados vaya uno a saber cómo de nuestra existencia, se llegan hasta nosotros para rogarnos que les vendamos los zapatos del finado si es que los tenemos. Los zapatos son lo único que pueden enterrar, los pobres, porque claro, jamás les permitirán llevarse el cuerpo. Es realmente lamentable que un buen par de zapatos salga de circulación, pero de algo tenemos que vivir también nosotros y además no podemos negarnos a una obra de bien. El nuestro es un verdadero apostolado y así lo entiende la policía que nunca nos molesta mientras merodeamos por los baldíos, zanjones, descampados, bosquecitos y demás rincones donde se puede ocultar algún cadáver. Bien sabe la policía que es gracias a nosotros que esta ciudad puede jactarse de ser la de los mendigos mejor calzados del mundo.


LOS ADVERTISTAS
Roberto Bañuelas
México (1931)

Nos instalamos con nuestra música en una de las calles más céntricas para impedir el paso de la gente. La multitud creció al ritmo de nuestros cantos y danzas, pero se dispersó con el anuncio que hicimos de lo próximo que está el fin del mundo. Ahora todos se fingen sordos y pasan de largo, creyendo que así evitarán el advenimiento de la verdad suprema. Pronto se darán cuenta de que estas trompetas que portamos no son de adorno.


LOS BENEFICIOS SECUNDARIOS
Ana María Shua
Argentina (1951)

El pequeño comienza por reclamar atención con débiles gemidos y desmayos frecuentes. Si no la obtiene, sufre crisis de disnea y rompe la vajilla pieza por pieza contra las paredes de su habitación. Provisto de un destornillador, suele atacar los apa­ratos eléctricos mientras lo sacuden accesos convulsivos. Si aún así no obtiene atención, inten­tará cortar en trozos pequeños a los habitantes de la casa que estén al alcance de sus fuerzas, un ani­mal doméstico, un abuelo inválido, un hermano pequeño. Suele empezar por los dedos y, durante la tarea, el cuerpo se le cubre de vesículas serosas. Declarados los primeros síntomas, se aconseja a la familia otorgar de inmediato, sin regateos, los beneficios secundarios de la enfermedad.


DIATRIBA CONTRA LOS FELINOS
Miguel Logroño

España (1893-1971)

Muchos son los poetas que los ensalzan, de Baudelaire a Borges, para darnos por satisfe­chos con la letra be. Dan por cierta su belleza, su independen­cia, su religión: la lealtad a un ídolo indescriptible y, por lo tan­to, indiferente. No es lícito que personas grandes crean esas cosas, Dios mío, aún siendo poetas. Y no es necesario haber acumulado los méritos de un zoólogo o un naturalista para ad­vertir como buen observador, en primera instancia que el ga­to, como algunas mujeres de especial belleza, carece de senti­do del humor. Basta visitar o compartir -es difícil compartir­- la desolada hartura de los grandes y los pequeños felinos, in­cluidos los domésticos gatos, que duermen y deambulan con indolencia paralela, para compadecer a la patrulla augusta de criaturas condenadas a estar equidistantes de su propio hedor y de su demiurgo.


ESTE CUENTO
Ariel Muniz

Uruguay (1942-2005)

Cuando descubrieron al polizón, ya en alta mar, era tarde para regresarlo a puerto y admitieron que los acompañara. Todo siguió sin novedad hasta que una tormenta degeneró en naufragio. Con valor prodigioso, nuestro hombre encabezó las operaciones de salvataje. ¡Qué muestra de tino bien empleado! ¡Qué forma de inyectar optimismo sobre pasajeros y personal de a bordo! Como el último bote no dio abasto, fue invitado a hundirse con aquella vieja cáscara de nuez, supliendo la cobardía del capitán. Un drama tuvo así su héroe y los demás pudieron (pudimos) contar este cuento.


CREMA DE NOCHE
Minae Mizumura
Japón (1968)

Basta de "Shiseido" deluxe. Decidida, Sakura le compró esta vez una versión más barata a su madre -antes bella, ahora demente- y le dijo que era exactamente la misma. Sakura no hacía más que ser razonable. Hasta compró dos más con descuento. ¿Cómo podía saber que la madre se iba a morir pronto, dejándole tres frascos de crema de noche barata? Sakura se siente burlada, pero disfru­ta la punzada de culpa ahora que la usa todas las noches. Hija demasiado obediente de una madre que había abandonado sin compasión a su padre, el recuerdo de su pequeña mentira recon­forta a Sakura como una venganza tardía.


EL SUEÑO DEL FORASTERO
Iván Egüez

Ecuador (1944)

Después de trocar prendas con mendigos y sirvientes, el Rey logró salir disfrazado de palacio. Escapó en busca del alivio que no pudieron darle los médicos reales. Deambuló por extramuros y arrabales en busca de un curandero que lo sanara de su dolencia: la de no poder soñar como el resto de los mortales. Tropezó con un carnicero al que confió sus afanes: "Tengo todas las joyas del Rey para quien logre librarme del impedimento de soñar", dijo al carnicero mientras le enseñaba la alforja llena de alhajas. El matarife lo hizo pasar a la trastienda, lo hizo sentar en una silla de piedra, lo amarró y le pidió que no abriera los ojos hasta que regresara. El Rey escuchó unos ruidos metálicos y no pudo precisar si era el simple roce de cacharros o el afilar de la cuchillería. Oyó crujir una puerta, luego unos pasos lentos, pesados, de alquien que se acercaba. Era el carnicero portando un balde de agua fría; lo zampó al rostro del forastero; éste, al abrir los ojos asustado, se vio bajo el árbol donde se había puesto a descansar junto a su alforja de trufas y bellotas.


A IMAGEN Y SEMEJANZA
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

Cada vez que Dios se aparecía en el Paraíso, Adán y Eva, temblando de pavor, caían sobre su rostro y no osaban pronunciar una palabra. Dios se dijo: "Evidentemente, mi presencia los intimida. ¡Y yo que los crié para que conversaran conmigo y alegraran mi soledad!". Entonces decidió adoptar forma humana. Cuando, revestido con la apariencia de un anciano venerable, se presentó ante sus creaturas, Adán reflexionó: "Vaya, de manera que ahora resulta que es un hombre, que somos iguales". Y Eva meditó: "Francamente, prefie­ro a Adán. Es más joven y más buen mozo". Dios les leyó esos secretos pensamientos e, indigna­do, los expulsó del Paraíso.


DOCUMENTOS FALSOS
Laurie Anderson
Estados Unidos (1947)

Fui a ver a una quiromante y lo más extraño de su lectura fue que todo lo que me decía estaba totalmente equivocado. Decía que me encantaban los aviones, que yo había nacido en Seattle, que el nombre de mi madre era Hillary. Pero parecía tan segura de esta información que empecé a sentir como que había estado toda mi vida con estos documentos falsos tatuados en mis manos. Había mucho ruido en el salón y los miembros de su familia entraban y salían todo el tiempo. Hablaban un lenguaje agudo y chasqueante que sonaba muy parecido al árabe. En el piso estaban desperdigados libros y revistas en árabe. De repente se me ocurrió que tal vez lo que había era un problema de traducción, que tal vez ella estaba leyendo mi mano de derecha a izquierda en lugar de derecha a izquierda. Pensando en espejos, le di mi otra mano. Entonces ella extendió su otra mano y así estuvimos sentadas por varios minutos en lo que yo supuse que era una especie de ritual participatorio. Finalmente me di cuenta de que había extendido su mano porque estaba esperando dinero.