6 de junio de 2009

La lección de Chejov (3). Cartas

Chejov mantuvo a lo largo de su vida una intensa correspondencia con sus familiares y amigos, además de numerosos escritores y gente de la profesión como su editor y directores de compañías teatrales. Tanto fue así que sólo la correspondencia abarca doce de los treinta volúmenes de las obras completas en ruso publicadas bajo la dirección del académico Nikolai Fedorovich Bélchikov (1890-1973).
En muchas de aquellas cartas, Chejov ejerció una actitud crítica sobre los textos de escritores contemporáneos, de jóvenes autores o admiradores que le enviaban sus escritos e, inclusive, de su hermano mayor. En otras se aprecia su relación con Máximo Gorki (1868-1936), desde la juventud y los primeros trabajos de éste hasta la carta que le envió al director de la Academia de Ciencias renunciando a ser académico al enterarse de que su amigo había sido rechazado como miembro de aquella institución.
Hay otras a su editor y amigo Aleksey Suvorin (1834-1912), y muchas más a Olga Knipper (1868-1959), actriz que representaba sus obras y una de las principales figuras del Teatro del Arte de Moscú, con la que acabaría casándose en 1901. También son numerosas las cartas que le dirigió al actor y director teatral Konstantin Stanislavski (1863-1938) haciéndole comentarios sobre los textos o las representaciones de sus obras.
La obra epistolar de Chejov es enorme y comprende múltiples temas, entre ellos el proceso de gestación de algunos de sus relatos más conocidos como "La muerte de un funcionario", "La tristeza", "La estepa", "El pabellón número 6" y "El monje negro", o de dramas como "Las tres hermanas", "Ivánov", "Tío Vania", "La gaviota" y "El jardín de los cerezos".
Para Chejov, la literatura debía fundamentarse en la experiencia: sólo había que escribir de lo que se había experimentado o se conocía. El escritor debía ser objetivo: "El subjetivismo es una cosa tremenda. Es un mal por el solo hecho de que ata de pies y manos al pobre autor", pone en una carta de 1883. En cuanto a la finalidad de la literatura, ésta debía retratar la vida de forma veraz. En una carta de 1887 dice: "La literatura artística se llama así precisamente porque pinta la vida como es en realidad. Su fin es la verdad incondicional y honrada". Y en otra del mismo año: "Seamos tan complejos y tan simples como la vida misma. La gente cena y al mismo tiempo logra la felicidad o destroza su vida".
De los numerosos libros que han aparecido en los últimos años sobre la correspondencia de Chejov, he aquí una breve selección de fragmentos de algunas de sus cartas más significativas:

A Mijail P. Chejov (Abril de 1879)
Haces bien en leer libros. Acostúmbrate a leer. Con el tiempo, valorarás esa costumbre. ¿La señora Beecher Stowe te ha arrancado unas lágrimas? La leí hace tiempo y he vuelto a leerla hace unos seis meses con un fin científico, y después de la lectura sentí la sensación desagradable que sienten los mortales que comen uvas pasas en exceso... Lee los siguientes libros: "Don Quijote" (completo, en siete u ocho partes). Es bueno. Las obras de Cervantes se encuentran a la altura de las de Shakespeare. Aconsejo a los hermanos que lean, si aún no lo han hecho, Don "Quijote" y "Hamlet", de Turgueniev. Tú, hermano, no lo entenderás. Si quieres leer un viaje que no sea aburrido, lee "La fragata Palas", de Goncharov.
A Alexander Chejov (Abril de 1883)
Insistes en llenar tus relatos de tonterías insignificantes, a pesar de que no eres un escritor subjetivo por naturaleza. En ti, ése es un rasgo adquirido. Abandonar esa subjetividad es tan fácil como beber un trago. Uno sólo tiene que ser más honesto, abrirse y exponerse en cualquier parte, no invadir ni atropellar al héroe de su propio relato, renunciar a uno mismo aunque sea por media hora. Tienes un cuento donde una joven pareja de recién casados se besa durante toda la comida, sufre sin causa, llora mares de lágrimas. Ni una palabra sensata; nada más que sentimentalidad. Quiere decir que no escribiste para el lector. Escribiste porque a ti te gusta ese tipo de chismes. Pero supongamos que tuvieras que describir la cena: cómo comieron, qué comieron, cómo es la cocinera, cuán insípido es tu héroe, cuán contento con su fácil felicidad, cuán insípida es tu heroína, cuán divertido su amor por este satisfecho y sobrealimentado bebe-ganso: a todos nos gusta ver gente contenta y feliz, es verdad, pero describir todo lo que se dijeron y cuántas veces se besaron no es suficiente. Necesitas algo más: liberarte a ti mismo de la expresión personal que una plácida y melosa felicidad produce en todo el mundo. La subjetividad es algo terrible. Es mala por el sólo hecho de que revela la mano -y también los pies- del autor. Apuesto a que todas las hijas-de-predicador y esposas-de-empleado que leen tus obras se enamoran de ti; y si fueras alemán, te servirían cerveza gratis en todas las cervecerías atendidas por mujeres. Si no fuera por esa subjetividad, serías el mejor de los artistas. Sabes cómo reír, cómo herir y cómo ridiculizar, posees un estilo acabado y gran experiencia, porque has vivido tantas cosas, pero ¡qué lástima! Todo es material que se desperdicia.

A Dmitri V. Grigoróvich (Marzo de 1886)
Su carta, mi querido y buen bienhechor, me ha impactado como un rayo. Me conmovió y casi rompo a llorar. Ahora pienso que ha dejado una profunda huella en mi alma. Todas las personas cercanas a mí siempre han menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de escritor. Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos decenas que escriben, y no puedo recordar ni a uno sólo que haya visto en mí a un artista. En Moscú existe el llamado "círculo literario". Talentos y mediocridades de cualquier pelaje y edad se reúnen una vez por semana en el reservado de un restaurante y dan rienda suelta a sus lenguas. Si fuera allí y les leyera una parte de su carta, se reirían de mí. Tras cinco años de deambular por los periódicos he logrado compenetrarme con esa opinión general de mi insignificancia literaria. En seguida me acostumbré a mirar mis trabajos con indulgencia y a escribir de manera trivial. Esa es la primera razón. La segunda es que soy médico y siento una gran pasión por la medicina de modo que el proverbio sobre las dos liebres nunca quitó tanto el sueño a nadie como a mí. Le escribo todo esto sólo para justificar un poco ante usted mi gran pecado. Hasta ahora he mantenido, respecto a mi labor literaria, una actitud superficial, negligente y gratuita. No recuerdo ni un solo cuento mío en el que haya trabajado más de un día. "El cazador", que a usted le gusta, lo escribí en una casa de baños. He escrito mis cuentos como los reporteros que informan de un incendio: mecánicamente, medio inconsciente, sin preocuparme para nada del lector ni de mí mismo. He escrito intentando no desperdiciar en un cuento las imágenes y los cuadros que quiero y que, sabe Dios por qué, he guardado y escondido con mucho cuidado. Disculpe la comparación, pero ha actuado en mí como la orden gubernamental de "abandonar la ciudad en veinticuatro horas", esto es, de pronto he sentido la imperiosa necesidad de darme prisa, de salir lo antes posible del lugar donde me hallo empantanado. Estoy de acuerdo en todo con usted. El cinismo que me señala, lo sentí al ver publicado "La bruja". Si hubiera escrito ese cuento no en un día, sino en tres o cuatro, no lo tendría. Me libraré de los trabajos urgentes, pero me llevará tiempo. No es posible abandonar el carril en el que me encuentro. No me importa pasar hambre, como ya pasé antes, pero no se trata de mí. Dedico a escribir mis horas de ocio, dos o tres por día y un poco de la noche, esto es, un tiempo apenas suficiente para pequeños trabajos. En verano, cuando tenga más tiempo libre y menos obligaciones, me ocuparé de asuntos serios.
A Alexander Chejov (Abril de 1886)
En mi opinión, una verdadera descripción de la naturaleza debe ser breve, poseer carácter y relevancia. Hay que acabar con lugares comunes como "el sol poniente, bañado en las olas del mar oscurecido, vertió su oro carmesí", o "las golondrinas, sobrevolando la superficie del agua, gorjeaban jubilosas". Al describir la naturaleza, uno debe atrapar pequeños detalles arreglándolos de tal manera que con los ojos cerrados se obtenga en la mente una imagen clara. Por ejemplo, si quieres lograr el efecto total de una clara noche de luna, escribe que un trozo de cristal de botella rota brillaba como una pequeña estrella en el estanque del molino, mientras la sombra oscura de un perro o un lobo pasó bruscamente como una pelota, y así sucesivamente. La naturaleza cobrará así vida si no temes comparar sus fenómenos con acciones humanas ordinarias. En la esfera de lo psicológico, los detalles son también la clave. Dios nos libre de los lugares comunes. Primero que nada, evita describir el estado interior del héroe, tienes que tratar de que se aclare a partir de sus acciones. No es necesario retratar demasiados personajes. El centro de gravedad debe estar en dos personas: él y ella. Te escribo esto como lector que tiene un gusto definido. También para que tú, al escribir, no te sientas sólo. Es duro estar solo en el trabajo. Es mejor recibir un comentario crítico pobre que no recibir ninguno en absoluto, ¿no es verdad?

A I.L. Shecheglov (Enero de 1888)
No debe darle al lector ninguna oportunidad de recuperarse: tiene que mantenerlo siempre en suspenso. Estos comentarios no serían aplicables si "Mignon" fuera una novela. Las obras largas y detalladas tienen sus propios fines particulares, que por supuesto requieren de la ejecución mas cuidadosa. Pero en los cuentos es mejor no decir suficiente que decir demasiado, porque… porque… No sé por qué.

A V.G. Korolenko (Abril de 1888)
Le estoy enviando el cuento sobre el suicidio. Yo lo leo y no encuentro en él nada que pudiera interesarle; es una obra pobre. Ayer di a leer el cuento que estoy escribiendo para la "Sieverny Viesnik" a una muchacha. Lo leyó y me dijo: "¡Oh, qué aburrido!". Eso es: realmente aburrido. He tratado por todos los medios de darle vida; lo he acortado, lo he pulido, etcétera, pero sigue siendo aburrido a pesar de mis esfuerzos.

A A.N. Pleshcheyev (Abril de 1888)
He venido trabajando por largo tiempo en un cuento breve para la "Sieverny Viesnik". Ha debido estar terminado hace meses, pero ¡Dios mío! Siento que no lo terminaré hasta mayo. Desafortunadamente, no estoy satisfecho con él y me he prometido a mí mismo no enviártelo hasta que no lo haya dominado. Hoy he leído todo lo escrito hasta ahora, he reescrito partes y he decidido comenzar de nuevo desde el principio. Aun si no resulta lo que yo esperaba, sabré al menos que trabajé de manera concienzuda y que me he ganado el dinero que pudiera traerme. El cuento carece de interés y de sabor. Yo lo reordeno, lo ironizo, le hago todo tipo de cambios, y aún me deja insatisfecho; así que ya lo tengo decidido: lo terminaré para mayo o lo abandonaré por completo.
A Máximo Gorki (Diciembre de 1898)
Me pregunta cuál es mi opinión sobre sus cuentos. ¿Qué opinión tengo? Un talento indudable, y además un verdadero y gran talento. Por ejemplo, en el cuento "La estepa" crece con una fuerza inhabitual, e incluso me invade la envidia de no haberlo escrito yo. Usted es un artista, una persona sabia. Siente a la perfección. Es plástico, es decir, cuando representa algo, lo observa y lo palpa con las manos. Eso es arte auténtico. Esa es mi opinión y estoy muy contento de poder expresársela. Yo, repito, estoy muy contento, y si nos hubiésemos conocido y hablado en otro momento, se hubiese convencido del alto aprecio que le tengo y de qué esperanzas albergo en su talento. ¿Hablar ahora de los defectos? No es tan fácil. Hablar sobre los defectos del talento es como hablar sobre los defectos de un gran árbol que crece en un jardín. El caso es que la imagen esencial no se obtiene del árbol en sí, sino del gusto de quien lo mira. ¿No es así? Comenzaré diciéndole que, en mi opinión, usted no tiene contención. Es como un espectador en el teatro que expresa su entusiasmo de forma tan incontinente que le impide escuchar a los demás y a sí mismo. Especialmente esta incontinencia se nota en las descripciones de la naturaleza con las que mantiene un diálogo; cuando se leen, se desea que fueran compactas, en dos o tres líneas. Las frecuentes menciones del placer, los susurros, el ambiente aterciopelado y demás, añaden a estas descripciones cierta retórica y monotonía, y enfrían, casi cansan. La falta de continencia se siente en la descripción de las mujeres ("Malva", "En las balsas") y en las escenas de amor. Eso no es oscilación y amplitud del pincel, sino exactamente falta de continencia verbal. Después es frecuente la utilización de palabras inadecuadas en cuentos de su tipo. Acompañamiento, disco, armonía: esas palabras molestan. En las representaciones de gente instruida se nota cierta tensión, como si fuera precaución; y esto no porque usted haya observado poco a la gente instruida, usted la conoce, pero no sabe exactamente desde qué lado acercarse a ella. Debería dejar Nizhni y durante dos o tres años vivir, por así decirlo, alrededor de la literatura y los círculos literarios; esto no para que nuestra generación le enseñe algo, sino más bien para que se acostumbre, y siente definitivamente la cabeza con la literatura y se encariñe a ella.

A Iván L. Leóntiev (Marzo de 1890)
Me asusta la palabra "arte", como a las mujeres de los comerciantes les asustan los espantajos. Cuando me hablan de lo artístico y de lo anti artístico, de lo que es escénico y de lo que no lo es, de tendencias, de realismo, etcétera, me pierdo, titubeo y respondo con medias verdades banales, que no valen nada. Divido las obras en dos clases: las que me gustan y las que no me gustan".

A Máximo Gorki (Septiembre de 1899)
Un consejo: al corregir las pruebas, tache muchos de los sustantivos y adjetivos. Usa tantos sustantivos y adjetivos que la mente del lector es incapaz de concentrarse y se cansa pronto. Si yo digo: "El hombre se sentó sobre le césped", lo entenderá de inmediato. Lo entenderá porque es claro y no pide un gran esfuerzo de atención. Por el contrario, si escribo: "Un hombre alto, de barba roja, torso estrecho y mediana estatura, se sentó sobre el verde césped, pisoteado ya por los caminantes; se sentó en silencio, con cierto temor y tímidamente miró a su alrededor", no será fácil entenderme, se hará difícil para la mente, será imposible captar el sentido de imediato. Y una escritura bien lograda, en un cuento, debería ser captada inmediatamente, en un segundo.
A Olga Knipper (Octubre de 1899)
El arte, sobre todo, el arte escénico, es un campo por donde no se puede andar sin tropiezos. Por delante hay muchos días desgraciados y temporadas completamente fallidas; habrá grandes errores y grandes desilusiones. Hay que estar preparado para todo eso, aguardarlo y, a pesar de todo, seguir con empeño, como un fanático, tu propia línea.

A Olga Knipper (Septiembre de 1900)
Olga, querida mía, mi pequeña actriz maravillosa, ¿por qué ese tono, ese humor quejoso y amargo? ¿realmente soy tan culpable? Pues bueno, perdóname, querida mía, mi zagala, no te enfades, no soy tan culpable como te lo hace creer tu desconfianza. Hasta el momento no he podido ir a Moscú porque estaba enfermo, no hay otro motivo, te lo aseguro, querida, te doy mi palabra. ¡Palabra de honor! ¿Me crees? Me quedaré en Yalta hasta el 10 de octubre, trabajaré y luego saldré hacia Moscú o, según mi estado de salud, hacia el extranjero. En cualquier caso, te escribiré. No he tenido carta de mi hermano Iván ni de mi hermana Macha. Evidentemente están molestos, pero no sé por qué. Ayer estuve en casa de Sredin; había muchos invitados, casi todos desconocidos. Su hija está clorótica, pero va al liceo. El padece de reumatismo. En cuanto a ti, escríbeme detalladamente cómo ha ido "La hija de las nieves", cómo ha sido el principio de la temporada, cuál es el estado de ánimo de todos, cómo está el público, etcétera. Y, puesto que no eres como yo, tienes mucho que escribirme, tienes material para dar y regalar, mientras que yo no tengo nada, salvo quizá una cosa: hoy he cazado dos ratones. En Yalta sigue sin llover. ¡Esto sí que es sequía! Pobres árboles, especialmente los del monte de al lado, que durante todo el verano no han recibido ni una gota de agua y están completamente amarillos; es como las personas que no reciben ni una gota de felicidad a lo largo de toda su vida. Hay que creer que así debe ser. Escribes: "tienes un corazón amante, tierno, ¿por qué lo endureces?". Pero ¿cuándo lo he endurecido? ¿Cómo, pensándolo bien, he dado prueba de esta dureza? Mi corazón te ha amado en todo momento, y ha sido tierno contigo, nunca te lo ha ocultdo, nunca, nunca, y tú me acusas así a la ligera. A juzgar por tu carta, deseas y esperas alguna explicación, una larga discusión, con caras serias y consecuencias serias; pero yo no sé que decirte, como no sea una cosa que ya te he dicho mil veces y que, por lo que parece, seguiré diciéndote durante mucho tiempo, esto es, que te quiero, y nada más. Si ahora no estamos juntos no es por culpa mía ni tuya, sino del diablo que ha puesto en mí el bacilo y en ti el amor por el arte. Hasta la vista, mi querida viejecita, que los ángeles te guarden. No te enfades conmigo, palomita, no estés triste, sé sensata. ¿Qué hay de nuevo en el teatro? Escribe, te lo ruego.