25 de mayo de 2010

Walden Bello: "Los países endeudados deberían repudiar su deuda porque, de hecho, ya la han devuelto varias veces"

"Desde la posición de ventaja que les daba la crisis de la deuda en el Tercer Mundo, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial impusieron en los años '80 ajustes estructurales a más de setenta países en vías de desarrollo. Al ajuste de los '80 siguió la liberalización del comercio en los '90, cuando la Organización Mundial del Comercio y, luego, los países ricos acosaron a los países en vías de desarrollo para firmar acuerdos de libre comercio. A causa de esa liberalización del comercio, lo que los países en vías de desarrollo ganaron en los '60 y en los '70 en términos de crecimiento económico y de reducción de los niveles de pobreza desapareció en los '80 y en los '90. En prácticamente todas las economías que se sometieron a ajustes estructurales, la liberalización del comercio se llevó por delante enormes fajas industriales, y los países que disfrutaban de excedentes en el comercio agrícola se convirtieron en países deficitarios. A comienzos del milenio, el número de personas que viven en situación de extrema pobreza ha crecido globalmente en 28 millones respecto de la década anterior. El número de pobres subió en América Latina y en el Caribe, en la Europa central y oriental, en los Estados árabes y en el Africa subsahariana. La reducción del número de pobres en el mundo se dio primordialmente en China y en los países del este asiático que rechazaron las políticas de ajuste estructural y la liberalización del comercio que las instituciones multilaterales y los tecnócratas neoliberales locales impusieron a otras economías en vías de desarrollo. Las malas políticas económicas son las que crean pobreza y la enquistan. A menos que -y hasta que no- revirtamos esas políticas de ajuste estructural, de liberalización del comercio y de gestión macroeconómica conservadora, no saldremos de la trampa de la pobreza". Quien esto afirma es Walden Bello (1945), analista político, ecologista y profesor de Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad de Filipinas. Nacido en Manila, se doctoró en Sociología en la Universidad de Princeton en 1975 y, tras una larga militancia como activista político tanto en su país como en Estados Unidos, es actualmente uno de los principales críticos del actual modelo de globalización económica. Según él, es falso el discurso tecnocrático que atribuye la pobreza y el hambre a la corrupción: "Puesto que erosiona la confianza en el gobierno, la corrupción merece, desde luego, condena, y los funcionarios corruptos han de ser perseguidos resueltamente. La corrupción debilita también los vínculos morales de la sociedad civil en los que descansan las prácticas y los procesos democráticos. Pero, aunque la investigación sugiere que la corrupción guarda cierta relación con la pobreza, no es la causa principal de la pobreza y del estancamiento económico, diga lo que quiera la opinión común". Según Bello, el discurso de la "corrupción-causante-de-pobreza" ha llegado a ser hegemónico y ha sido instalado en las clases medias por la elite dominante que interviene en la conformación de la opinión pública. Para los dirigentes políticos, este discurso es funcional y carente de riesgos ya que pueden acusarse mutuamente de corrupción a efectos electorales, sin necesidad de acudir a un desestabilizador discurso de clase. Pero, siempre según Bello, son otras las causas que generan la pobreza y éstas son inherentes al sistema: es el capitalismo, en sí mismo, el que genera pobreza y, mientras aquél exista, ésta existirá y se extenderá inevitablemente. Autor de catorce libros, entre ellos "Deglobalization. Ideas for a new world economy" (Desglobalización. Ideas para una nueva economía mundial), "Dark victory. The United States and global poverty" (Victoria oscura. Los Estados Unidos y la pobreza mundial) y "The future in the balance. Essays on globalisation and resistance" (El futuro en la balanza. Ensayos sobre globalización y resistencia), Bello escribe habitualmente en numerosos periódicos de todo el mundo y participa en diversas ONGs en las que combina la política de investigación, el activismo de base y la capacitación para crear instituciones político-económicas más justas. Ashley Smith, colaboradora de "The International Socialist Review", lo entrevistó en Pittsburgh en ocasión de celebrarse allí el encuentro del G20 en septiembre de 2009. El artículo fue publicado en el nº 68 de la revista mencionada que apareció dos meses después.


¿Qué es el G20, porqué se creó y cuál es su función política?

Antes que nada, hay un gran número de preguntas por responder sobre esta reunión del G20. El G20 es un grupo que se formó cuando se constató la crisis financiera asiática. El G8, el grupo de potencias económicas occidentales, eligió a un selecto grupo de países del sur y los incluyó como miembros. Pero se trata de una entidad totalmente informal y de hecho no dispone de legitimidad alguna como organismo para formular una respuesta a la crisis mundial. Obviamente se trató de un intento de subvertir la autoridad de las Naciones Unidas como institución. Las Naciones Unidas son la única institución que dispone de alguna legitimidad para enfrentarse a esta crisis. Se trata también de una especie de confirmación de que al sistema multilateral, cuyos principales organismos son la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), ya le queda muy poca legitimidad, de modo que confiar la salida a la crisis a estas instituciones sería algo que obtendría muy poco apoyo. Ese es el motivo de que el G20 apareciese. Es un grupo autoproclamado y dominado por los Estados Unidos y los países europeos, con algunos países como China, Brasil o India que se les ha metido dentro para cumplir con las apariencias, pero que no tienen una autoridad real que vaya a ser respetada.

¿Cuál ha sido la estrategia del G20 durante la actual crisis económica global?

El G20 está embarcado en una estrategia destinada a estabilizar el sistema capitalista mundial. Es un intento desesperado para tratar de mantener el sistema que tan estrepitosamente ha fallado, especialmente en los últimos dos o tres años. Su primer y principal mecanismo para detener la caída libre de la economía ha sido, claro, el estímulo en el gasto que ya se ha llevado a cabo. Ello podría verse como un fuerte rechazo al neoliberalismo, por la manera en como tanto el G20 como cada uno de los propios países han confiado en el Estado para tratar de atajar la crisis económica. Pero ese estímulo fiscal tiene muy poco de progresista más allá de evitar que la crisis vaya a peor. Sin duda ha puesto algo de dinero en manos de los consumidores, pero resulta muy humilde en cuanto a su objetivo, que es simplemente estabilizar las economías capitalistas nacionales. La segunda cosa de la que han hablado es sobre regular el capital financiero. Es una cuestión sobre la que todos han dicho estar de acuerdo, prometiendo retóricamente que iban a poner en marcha una serie de regulación que tendría bajo control a los bancos y aseguraría que no se lanzasen de nuevo a la dinámica de prestar de forma irresponsable e incontrolable que ha llevado a la actual crisis. Va a haber un montón de parloteo sobre este tema, pero que logren o no consensuar un conjunto de regulaciones que vayan realmente a implementar, está por ver. Hace ya un año que colapsó Lehman Brothers, pero todavía hay muy poco consenso mientras el capital financiero sigue teniendo una fuerte capacidad de resistencia, a pesar del desastre que provocó y su falta de legitimidad social. La tercera cosa que han hecho ha sido que el FMI comprometa un par de cientos de millones de dólares para, supuestamente, hacer frente a la crisis y apoyar los programas de estímulo en algunos países en desarrollo y en las economías de Europa del este. Pero el principal objetivo de ello es, en realidad, salvar a una institución que estaba en camino de convertirse en irrelevante por haber sido parte integrante de la gestación de la crisis. Y de hecho ya había sido acusado ampliamente por los países en desarrollo debido a la crisis financiera asiática. De modo que la gran pregunta que todos deberíamos hacernos es: ¿quién dio a esta gente la autoridad para enfrentarse a esta crisis? Eso es lo que hay detrás de la protesta en contra del G20 aquí en Pittsburgh y en el resto del mundo. La gente entiende que este grupo no tiene legitimidad alguna ni una visión estratégica real para atajar la crisis. Simplemente están defendiendo el daño hecho al sistema por la desregulación neoliberal. Pero debemos darnos cuenta de que esta no es solamente una crisis del neoliberalismo, que ahora incluso los críticos del propio "establishment" como Paul Krugman o Joseph Stiglitz coinciden en que fue el responsable de la crisis. Esta idea de que el neoliberalismo es el problema está de hecho en mente de muchos de los líderes del G20. Pero las raíces de la crisis son más profundas. Solamente están viendo la parte superficial del problema ya que, en realidad, se trata de una crisis del capitalismo como tal. Es el ejemplo de manual de una crisis de sobreproducción; ello es lo que causó la financialización de la economía. El capital excedente se invirtió en el mundo financiero porqué la sobreproducción había creado una crisis de rentabilidad en la economía real. Esa crisis de sobreproducción es lo que de nuevo se está larvando en el sistema ahora mismo. Y el G20 no tiene solución alguna para ello.

¿Qué ha pasado con la deuda del Tercer Mundo durante la actual crisis económica, y en qué medida ha cambiado en realidad la política neoliberal de ajuste estructural del FMI?

Incluso antes de la crisis, el FMI ya se jactaba de sus programas de alivio de la deuda que habían tenido un cierto impacto en algunos países. Pero, en su conjunto, estos cambios eran en realidad medidas para salvar la cara y han tenido unos efectos globales mínimos. Estos programas no recortaron tanto el crecimiento de la deuda y solamente afectaron a los países más alarmantemente pobres. Muchos de los países que estaban en realidad muy endeudados, incluyendo a los más grandes como Filipinas, de hecho vieron empeorar el estado de su deuda. En medio de la actual crisis, sería lógico esperar que hubiese algún tipo de aligeramiento de la deuda, de modo que el dinero pudiese ir a parar a las economías domésticas y así estimular la demanda. Pero en realidad, hasta ahora eso no ha ocurrido. Los países fuertemente endeudados siguen gastando una tremenda cantidad de sus recursos en pagar la deuda. Tomemos el caso de las Filipinas. Entre el 20 y el 25% de su presupuesto se destina a pagar la deuda, incluso en medio de esta crisis mundial. Esta es la situación generalizada entre los países endeudados. Claro está que uno espera que los bancos y las instituciones financieras internacionales actúen en su propio beneficio incluso en mitad de la crisis. No van a permitir ninguna reducción importante del déficit. Pero eso es sólo parte del problema. El resto es debido al fracaso de nuestros propios políticos y sus gobiernos. Este era el momento para que nuestros líderes políticos hiciesen lo que Argentina ya hizo en 2002: incumplir el pago o al menos renegociar los términos de los préstamos. Los países endeudados deberían repudiar su deuda porqué de hecho ya la han devuelto varias veces. Debería ser hora de aprovechar la debilidad de las instituciones financieras internacionales para poner fin a sus exigencias. Así que se trata de una gran oportunidad que se ha perdido. Y es que, de hecho, muchos de estos países no necesitarían los paquetes de estímulo del FMI si simplemente dejasen de pagar la deuda. Al aceptar ese tipo de ayuda en forma de estímulo al gasto, acabas aún más bajo las garras del FMI. Y aunque el FMI se haya puesto una nueva careta, sigue imponiendo los mismos controles macroeconómicos de siempre. El nuevo director ejecutivo del FMI, Dominic Strauss Kahn, dice que el FMI ha cambiado. Afirma que ahora somos todos keynesianos y da su apoyo a las reformas sociales democráticas. No me lo creo en lo más mínimo. Los supuestos macroeconómicos del FMI -que el libre mercado es la mejor forma para que funcione una economía- siguen estando fuertemente implantados. A pesar de que acepten la intervención estatal keynesiana en estos momentos de emergencia, una vez que el sistema esté estabilizado no tengo duda alguna de que el FMI volverá a sus políticas neoliberales. Dirán que hay que dar más y más importancia al mercado, liberalizar el comercio y desregular las economías. Estoy convencido de que estas ideas están muy interiorizadas en el FMI. El tigre sigue llevando su traje a rayas; puede que ahora te sonría, pero sigue siendo un tigre. Es el viejo FMI de siempre. En lugar de ponernos más y más al alcance de las garras de este tigre, debemos continuar plantándole cara a él y al G20. Tenemos la capacidad para enfrentarnos a esta crisis solamente con que nuestros gobiernos se atrevan a romper con el FMI, declarar una moratoria de la deuda y destinar el dinero del pago de la misma a inversiones y reformas sociales dentro del país.

Hablemos un poco más sobre la crisis. En estos momentos la prensa de los negocios habla de brotes verdes en los Estado Unidos así como en China. Algunos incluso sugieren que ambos países se han descolgado del resto del mundo, con China convirtiéndose en el nuevo motor de la economía de mercado. ¿Qué piensa de todo ello?

Creo que esto son meras ilusiones. Han estado hablando de los brotes verdes al menos durante los últimos siete u ocho meses. Es cierto que puede haber habido algunos efectos positivos debido a los paquetes de estímulo, especialmente en China donde inyectaron nada menos que 580.000 millones de dólares en la economía. Puede que ello cause un cierto "impasse", pero será limitado. En primer lugar, porqué el problema que enfrenta China es que se trata de una economía que está completamente estructurada en base a las exportaciones a Estados Unidos. Segundo, han estado manteniendo los salarios bajos para potenciar las exportaciones baratas, lo que obviamente restringe la base de consumo de su mercado doméstico. Así que, a pesar de lo que digan los periódicos, y a pesar del renovado crecimiento de China, dudo mucho que ello vaya a durar demasiado. La prensa del mundo de los negocios es extremadamente ingenua. Aquellos que creen que China puede convertirse en un motor alternativo para el crecimiento de la economía mundial, de hecho nos están pidiendo que creamos que el campesinado chino -que ha sufrido privaciones durante tanto tiempo- va a sustituir al consumidor medio estadounidense. Sabemos que el alegre consumidor estadounidense ahora lo está pasando mal ahogado por las deudas y ya no puede consumir muchas más exportaciones del resto del mundo. Los campesinos y los trabajadores pobres de China no van a reemplazar ese mercado; simplemente no tienen el dinero suficiente para adquirir exportaciones. En realidad, el único motor de la globalización fue Estados Unidos y su clase media, que estuvo consumiendo gracias al crédito respaldado por fondos extranjeros, especialmente chinos. Pero esa era se ha terminado. La gran pregunta pues que deben responder es la siguiente: ¿Quién va a ocupar el lugar del consumidor norteamericano? Por el momento no tienen respuesta para ello. Ese es el planteamiento general que no vemos en los periódicos, precisamente porque hay una falta de análisis de las auténticas causas de la crisis y de la profunda dinámica de funcionamiento del capitalismo que va más allá de la cuestión de si regular o no el capital financiero. La falta de regulación del capital financiero es en realidad la consecuencia de la crisis de sobreproducción en lugar de ser la causa. Hay una total incapacidad por parte del "establishment" de intelectuales, incluyendo aquéllos que son críticos con el libre mercado, para reconocer el hecho de que la crisis se gestó en la esfera productiva del capitalismo.

Su nuevo libro, "The food wars" (La guerra de la alimentación), establece el vínculo entre la crisis económica y la crisis alimenticia. ¿Cómo se relacionan estas dos crisis?

La crisis en el precio de los alimentos se aceleró entre 2006 y 2008, haciendo que fuese imposible para la gente más pobre procurarse el alimento. Los últimos desarrollos en el mercado capitalista mundial de alimentos causaron hambrunas y protestas en todo el mundo. La causa de esa crisis, como han puesto de manifiesto muchas investigaciones, ha sido principalmente la especulación con las mercancías. Es la misma clase de especulación que afectó al mercado inmobiliario anteriormente. Una segunda causa fue que la industria agroalimentaria destinó una parte importante de la superficie y los cultivos de grano para la alimentación a la producción de biocombustibles como fuente alternativa de energía. Estas son dos causas importantes, pero hay un problema más serio y profundo: los programas de ajuste estructural impuestos a los países endeudados durante las últimas tres décadas destrozaron la capacidad agrícola de esos países y minaron seriamente sus posibilidades de producir comida. Los programas de ajuste estructural acabaron con los programas gubernamentales que hasta los años setenta fueron esenciales para mantener la producción de alimentos. Hicieron a los países deudores dependientes del mercado capitalista internacional de alimentos. En los últimos años, hemos visto la aparición de varias crisis entrelazadas. La crisis en los precios de los alimentos ha sido un eslabón más de la crisis global principal: una crisis financiera, de sobreproducción y climática. Hemos visto como los movimientos sociales, incluido Vía Campesina -el movimiento internacional de granjeros-, han adquirido un papel importante en articular una visión distinta sobre cómo la agricultura de esos países debería organizarse. Y hemos visto también como el movimiento ambientalista ha empezado a crear una visión de cómo debemos organizar la economía de una forma que no destruya nuestro planeta. Mucha gente ha empezado a darse cuenta de la necesidad de un cambio fundamental que rompa esas crisis interconectadas. Pareciera que los movimientos sociales en este momento no son demasiado fuertes ni lo bastante visibles como para aprovechar esta crisis del capitalismo global. Sin embargo, hay una tremenda crisis de legitimidad del sistema. No es sólo el convencimiento de que hay que regular el libre mercado, sino que la gente está también preguntándose: ¿es esta la forma de organizar la producción, la forma de organizar nuestras sociedades? Tanto si llamamos a esto una conciencia socialista como una conciencia democrática, en estos momentos la gente está cuestionándose muy seriamente en qué dirección deben avanzar nuestras economías. Creo que hay espacio para ese tipo de dudas sobre a dónde debe dirigirse la economía y para, además, exigir un mayor control popular de la misma. Los progresistas deberían ir más allá de la mera crítica al neoliberalismo y exigir una mayor y más contundente transformación social que ponga a la gente al frente de la economía. Si no lo hacen, habrá otros que tomen el mando desde la derecha. Existe un peligro importante en muchos países, que carecen de un liderazgo progresista lo bastante fuerte para imaginar un futuro como ese y encabezar una lucha por alcanzarlo, de modo que la derecha puede aprovecharse de los miedos creados por el caos generado con la crisis financiera y promover soluciones excluyentes o sectarias. Esta es exactamente la coyuntura en la que nos encontramos, donde los progresistas deben tomar el toro por los cuernos, ofrecer una visión de futuro y soluciones acorde con ella, y así conjurar los peligros de la derecha. Realmente creo que el momento presente, en el que bajo el paraguas de la administración Obama el G20 aporta un liderazgo tecnocrático y de corte generalmente socialdemócrata, no va a durar. La situación va a polarizarse. Y si no, miren Europa. En las últimas elecciones la izquierda quedó marginada casi en todos los países. Lo que debería ser una crisis que redundase en reforzar la posición y tradiciones de la izquierda, de hecho no lo es. Y ello es muy peligroso. Razón de más para esforzarnos en convencer a la gente de que el camino a seguir es promover una transformación social o socialista.

Esa es una de las grandes preguntas que el movimiento por la justicia global no ha llegado a responder nunca del todo. ¿Cuál es la naturaleza de este otro mundo por el que estamos luchando? ¿Qué piensa usted de la posibilidad de que esta nueva generación se defina como socialista?

Para mi las etiquetas son poco importantes. Si la palabra socialismo se convierte en un freno porque se asocia al socialismo centralizado burocrático que fracasó en Europa del este, entonces usemos otras palabras como control democrático o economías democráticas. Pero lo verdaderamente importante es que seamos capaces de articular una visión alternativa que se aleje de la actual globalización dirigida por las grandes corporaciones -yo la llamo "desglobalización"-. Significa básicamente el renacimiento de las economías nacionales y locales, y de la equidad en la distribución de los activos económicos, no sólo por razones de justicia social, sino también por razones económicas como, por ejemplo, conseguir un incremento de la demanda efectiva. Y debemos también impulsar desarrollos de tipo sostenible que tengan en consideración el medio ambiente y la crisis climática. La equidad en la distribución del ingreso y los activos económicos es central para lograr una sensibilidad ecológica sobre la forma en como organizamos nuestras economías. Y por supuesto, tenemos que lograr mucha más democracia en todos los aspectos de la vida económica. La gente debería poder decidir qué industrias deberían quedarse y cuales marcharse, y cuantos recursos deberían destinarse a la agricultura. Ello no debería dejarse en poder del mercado o de los tecnócratas sino que debería estar sujeto a procesos de decisión democrática. La equidad, el ambientalismo y la democratización son los elementos clave que mucha gente ha estado desarrollando y organizando a lo largo de los últimos cuarenta años. Necesitamos ponerlos en común y presentarlos a las masas de gente que están enfadadas y pidiendo soluciones. Nosotros tenemos una alternativa que es muy atractiva. Ese es realmente el tipo de transformación comprensiva y sistémica que debería tener en mente el movimiento por la justicia global. En muchos sentidos, la fuerza de la anterior etapa vino de la habilidad del movimiento para abordar distintas luchas; ahora es el momento de juntar esas luchas no sólo en términos políticos, sino también en un sentido teórico e ideológico. Llamarlo socialismo, democracia económica o democracia popular, sólo se trata de etiquetas que son mucho menos importantes que la esencia que hay detrás de ello: que la gente tenga el control sobre sus vidas y su economía. Ahí es donde de verdad debe encaminarse el movimiento.

En el corazón del movimiento por la justicia global ha estado el proceso del Foro Social. ¿Qué le parece en estos momentos el Foro Social como vehículo para articular un movimiento de esas características?

El Foro Social ha sido un mecanismo muy importante para poner en contacto a la gente, haciendo a los distintos movimientos más concientes unos de otros, e integrando las distintas cuestiones en lucha. Ese es un papel que ha jugado muy importante. Pero ahora creo que debe ir más allá de esa condición. Para mi el Foro Social ya no debería ser solo un lugar para el debate y la discusión, sino también un movimiento, un movimiento político para la acción. Eso no significa que todo el mundo debería ponerse de acuerdo en mil y una cosas, pero hay ciertos principios clave alrededor de los cuales deberíamos organizarnos globalmente: en contra del neoliberalismo, en contra de la OMC, en contra de las guerras en Irak y Afganistán, y en contra de la continua opresión de los palestinos por parte del estado de Israel. Estas son cuestiones fundamentales que pueden poner de acuerdo un movimiento global masivo. Hubo reticencias hacia esta idea en el proceso de desarrollo del Foro Social porque la gente pensó que debía ser mantenido como un lugar para la discusión en vez de ser utilizado como una oportunidad para movilizar un movimiento político.

¿Qué opina de la creciente militarización de los conflictos económicos en el mundo, especialmente aquellos que implican a los Estados Unidos y China?

Hay un gran peligro de que aumenten los conflictos militares de todo tipo. En los Estados Unidos, a las elites les resulta muy fácil lanzarse a una estrategia militar para defender su posición dominante en el mundo, y especialmente para asegurarse el acceso a los recursos naturales como el petróleo en particular. Y China es claramente el mayor competidor que van a encontrar los Estados Unidos. Hay una buena parte de verdad en la idea de que la política de los Estados Unidos en Oriente Medio está encaminada a contener China. Hay pues una fuerte tendencia de los conflictos relacionados con los recursos naturales a tornarse en guerras. Así que creo que deberíamos prestar especial atención a esta dinámica entre Estados Unidos y China. Hay una parte muy importante de los dirigentes de Estados Unidos vinculados al complejo militar que realmente ven a China como el enemigo. Muchos de nuestros estudios han puesto de manifiesto como todo el planteamiento de transformación de las bases estadounidenses está concebido como una contención estratégica de China. Eso es algo realmente muy peligroso en estos momentos. La crisis actual hace que la militarización de los conflictos económicos sea mucho más probable. Si estos intentos socialdemócratas de cebar la economía para estabilizar el capitalismo global no surten efecto, existe una posibilidad real de que las potencias imperiales se lancen a una solución militar. Hay que recordar que, durante la década de 1930, la Alemania nazi impulsó la militarización en parte para activar los excedentes de capital y mantener el empleo a niveles altos. No digo que eso vaya a pasar de nuevo, pero ciertamente, una vez que empiecen a fallar los pacíficos métodos keynesianos, puede existir una fuerte tentación para países como los Estados Unidos y otras sociedades capitalistas. La guerra y la militarización son un auténtico peligro debido a la actual crisis. Creo que la lucha por la transformación de la economía está muy vinculada a la lucha por la paz. Por ello el movimiento debe trabajar por una transformación económica progresista de verdad y a la vez oponerse a las continuas aventuras imperiales de los Estados Unidos. En este sentido, Afganistán es ahora la clave. Muy en el centro de las exigencias del movimiento debería estar la retirada de los Estados Unidos de Afganistán. Creo que esto va a ser muy importante, porque sería muy difícil para el movimiento pensar que podemos avanzar hacia un cambio en las estructuras y relaciones económicas sin enfrentar y desmantelar el poder militar de los Estados Unidos. Y eso debemos hacerlo ahora. Es por ello por lo que Irak y Afganistán son esenciales para asegurarse de que los Estados Unidos no sean capaces de seguir ejerciendo este tipo de hegemonía política y económica en el futuro.

¿Cuáles son las principales tareas para la izquierda en este momento?

Si vemos a la izquierda como un amplio movimiento por la justicia social, económica y ecológica, entonces tiene varias fortalezas. Especialmente cuando se trate de la cuestión del cambio climático, tenemos una fuerza que puede tener un impacto progresista positivo. Respecto a la transformación social y económica, somos más débiles. Y cuando se trata de la cuestión de la seguridad, la paz y el antiimperialismo, es un ámbito en el que el movimiento contra la guerra se ha debilitado. Pero al mismo tiempo, es importante darse cuenta que el miedo a levantar ese movimiento de nuevo está tornando a Estados Unidos mucho más cauto. Creo, pues, que ahora mismo tenemos que hacer tres cosas. Primero deberíamos articular una posición muy sólida sobre la crisis climática y apuntar a Estados Unidos como el principal criminal ambiental. Debemos exigir fuertes compromisos para la reducción de gases de efecto invernadero. Eso es a lo que Estados Unidos debería ser obligado en la cumbre de Copenhague. Segundo, debemos tomar esta crisis económica y llamarla por su nombre -una crisis del capitalismo- y movilizar a la gente alrededor de una visión de futuro socialista, democrática o de economía popular. Y tercero, debemos movilizarnos para sacar a Estados Unidos de Irak y Afganistán. Estas son tres grandes tareas para llevar a cabo. Debemos ponernos en marcha de nuevo para reconstituir y llevar al movimiento por la justicia global a donde estaba a finales de los noventa, e impulsarlo más allá. Creo que ello es posible. Mi impresión es que hay mucha confusión y miedo y una cierta constatación de que algunas cosas están fracasando. Debemos tener el coraje de nuestras convicciones así como ejercitar nuestra imaginación política para articular la clase de visión comprensiva que en estos momentos va a movilizar a la gente, especialmente a los jóvenes, a lo largo de todo el mundo. Ahí es donde reside la fuerza para revitalizar una amplia izquierda. En términos globales, hay una gran masa de gente, joven y vieja, de distintas clases, que espera ser movilizada. Mejor que contemos con ellos, porque de lo contrario otras indeseables fuerzas de la derecha sí van a hacerlo. Así como la naturaleza aborrece el vacío, lo mismo hacen la historia y la política. Debemos tener esa sensación de urgencia y compromiso que nos permita llenar ese vacío.