11 de junio de 2010

Roberto Bolaño: "La poesía y la narrativa siempre han tenido los críticos que se merecían"

La profesora de Literatura y crítica literaria chilena Patricia Espinosa ha escrito varios ensayos sobre la obra de Roberto Bolaño (1953-2003). En uno de ellos, referido a "Nocturno de Chile", la novela que el escritor publicó en 2000, sostiene que el autor de "Los detectives salvajes" consiguió actualizar la tradición latinoamericana sobre la narrativa del Dictador que comenzó en 1838 con "El matadero" de Esteban Echeverría (1805-1851) y que continuó a lo largo de los años con "El señor presidente" de Miguel Angel Asturias (1899-1974), "El recurso del método" de Alejo Carpentier (1904-1980), "Yo, el supremo" de Augusto Roa Bastos (1917-2005), "Oficio de difuntos" de Arturo Uslar Pietri (1906-2001) y "El otoño del patriarca" de Gabriel García Márquez (1928) por citar sólo algunos ejemplos de entre los más destacados. En el caso de Bolaño, el dictador está encarnado en la figura de un crítico literario estrechamente vinculado al poder dictatorial que gobernó el país trasandino desde 1973 a 1990. Al respecto, Espinosa habla sobre la tradición autoritaria de la crítica literaria en Chile: "En las primeras décadas del siglo XX, la crítica, aun cuando es una actividad profesionalizada, no es todavía una disciplina, ya que no ha ocurrido aún la formalizada reflexión teórica universitaria. Habrá que esperar hasta la década de los sesenta, para que la crítica académica, asuma el acervo teórico europeo con el afán de darle mayor sistematicidad y rigor a los estudios de literatura". La crítica literaria que abordó Bolaño es la publicada en la prensa y, "aunque en términos históricos siempre ha estado dominada por el impresionismo, la reseña o glosa y el carácter publicitario, ha sido respecto a la crítica devenida de la academia, la que más peso ha tenido en el campo cultural literario chileno". La ensayista alude específicamente a la crítica publicada en el diario "El Mercurio", donde escribieron tres de los más relevantes críticos literarios de Chile: Pedro Nolasco Cruz, el crítico ultraconservador más importante de la segunda mitad del siglo XIX, quien se dedicó a  estudiar a los principales escritores en su aspecto literario y a rebatirlos cuando atacaban a la Iglesia Católica; Emilio Vaisse, que publicaba bajo el seudónimo Omer Emeth -que en hebreo significa "el que dice la verdad"-, cuya trayectoria en el diario "El Mercurio" se extendió desde 1906 hasta 1935; y Hernán Díaz Arrieta, quien firmaba sus artículos con el seudónimo Alone y ejerció la crítica durante más de cincuenta años. También apunta Espinosa a José Miguel Ibáñez Langlois, cuyo seudónimo era Ignacio Valente, un sacerdote del Opus Dei que sucedió a Alone en las páginas semanales del diario "El Mercurio" entre 1966 y 1994, y le tocó asumir el rol de crítico único durante la dictadura militar. A estos representantes de la crítica autoritaria hegemónica durante casi un siglo parodió Bolaño en la novela que iba a llamarse "Tormenta de mierda" y que, finalmente, publicó como "Nocturno de Chile". Sobre ella, justamente, versa la entrevista realizada por Rodrigo Pinto que el diario chileno "Las Ultimas Noticias" publicó en su edición del 28 de enero de 2001.
El título que usted pensó originalmente para "Nocturno de Chile" fue "Tormenta de mierda". ¿Por qué lo cambió?

Básicamente porque a mi editor, Jorge Herralde, no le gustaba, y tras hablar con él repetidas veces, y nombrar repetidas veces el título, yo empecé a sentir asco; tanta "Tormenta de mierda" puede acabar incluso con la paciencia del propio autor. Juan Villoro también desaconsejaba el título original. Y no me arrepiento."Nocturno de Chile" expresa con mayor fidelidad lo que es la novela.

El protagonista de "Nocturno de Chile", el cura y crítico literario Sebastián Urrutia Lacroix, habla de "la chatura y la infinita desesperación de mis compatriotas". ¿Un defecto y una virtud, respectivamente, de los chilenos?

Urrutia Lacroix es bastante lúcido. No siempre, pero en ocasiones lo es, aunque su lucidez suele no diferir mucho de la de Farewell, es decir la lucidez de un dueño de fundo ilustrado. Generalmente la chatura va acompañada de miedo o malevolencia. Yo prefiero creer que la chatura de Chile va acompañada de una desesperación infinita. La chatura de Chile o México o Rusia. La realidad, sin embargo, nos indica una y otra vez que la chatura va acompañada de malevolencia, en el mejor de los casos de una especie de letargo que puede llevarnos, una vez más, a una cierta esperanza. Podemos recordar el cuento "La bella durmiente" y sacar todo tipo de conclusiones. O la historia de la lámpara maravillosa, que durante siglos permanece oculta, es decir dormida.

Los tres reconocidos como grandes en la crítica literaria chilena son -han sido- célibes, dos curas y un solterón: Omer Emeth, Alone e Ignacio Valente. Más allá del tratamiento del ejercicio de la crítica que usted hace en su novela, ¿qué opina de ese hecho?

Bueno, yo no me atrevería a verlos como célibes, es difícil ser célibe. En cualquier caso: serlo no es ninguna maldición. Digamos que es un trance permanente y que entraña alguna dificultad. Lewis Carroll era célibe. Las letras inglesas del siglo XIX están llenas de escritores a quienes el sexo les parecía algo sin interés. Aquí algo tiene que ver la educación, porque los isabelinos, por ejemplo, son gente bastante interesada por el sexo. Y casi ningún isabelino fue al colegio, como es bien sabido. La única respuesta en serio que se me ocurre es que la poesía y la narrativa siempre han tenido los críticos que se merecían.

En "Los detectives salvajes" usted ofrece, entre otras cosas, una mirada global sobre la literatura latinoamericana. ¿Ve alguna equivalencia entre ese aspecto de aquella novela y su perspectiva sobre la narrativa chilena en "Nocturno de Chile"?

"Nocturno de Chile" tiene la misma estructura que "Amuleto" y otra novela que posiblemente ya no escriba y cuyo título iba a ser "Corrida". Son novelas musicales, de cámara, y también son piezas teatrales, de una sola voz, inestable, caprichosa, entregada a su destino, en diálogo con su destino, y tal vez, aunque en esto último probablemente he fallado, en diálogo con la tridimensionalidad que es parte de nuestro destino. Esa trilogía se ha quedado en dueto.

Es fácil interpretar "Nocturno de Chile" como una novela en clave, sobre todo a la vista del título original que usted había pensado; pero, obviamente, se trata de algo más. ¿Podría usted decir cuál es el núcleo de la novela?

Hay una estructura, como decía antes, que es básicamente musical. Y también, por supuesto, está el intento de escribir una novela-río de ciento cincuenta páginas, tal como quería Giorgio Manganelli, uno de los grandes escritores del siglo XX y a quien muy pocos han leído. "Nocturno de Chile" es el intento de construir con seis o siete u ocho cuadros toda la vida de una persona. Cada cuadro es arbitrario y al mismo tiempo, paradójicamente, es ejemplar, es decir se presta a la extracción de un discurso moral. Cada cuadro puede ser leído de forma independiente. Todos los cuadros están unidos por ramitas o pequeños tubos, que en ocasiones son más veloces aún, y necesariamente mucho más independientes que los cuadros en sí. Pero me temo que explicar la estructura y los andamiajes internos de una novela no tiene mucho sentido. Toda novela, básicamente, tiene que ir directa hacia el placer, el placer de la lectura. Y a partir de allí ir hacia donde pueda y quiera.

Roberto Matta salió hace más de sesenta años de Chile, no ha regresado nunca y se le considera una de las glorias de la patria. En cambio, de usted, que lleva afuera menos tiempo y que ha regresado varias veces en los últimos años, se dice que no es chileno. ¿Apreciación correcta, ingratitud humana o chaqueteo duro y puro?

Matta es un clásico, en una acepción equivocada de la palabra, porque clásico, lo que se dice clásico, es Rembrandt, ¿no?, y aún ahí habría tela de donde cortar. Pero admitamos para entendernos que Matta es un clásico, un surrealista que está en la superficie cuando hoy el surrealismo vive en los subterráneos y probablemente ya no se llama surrealismo; tal vez Matta es el último surrealista "sub sole", y sus obras, como es sabido, cotizan a la alza en los mercados de arte de Nueva York, París, Milán. Todo eso, esa virtud cuya traducción más ajustada sería la del oro, pesa mucho a la hora de las apropiaciones nacionales. En cualquier caso el asunto es absolutamente intrascendente. No creo que Matta aprecie demasiado a sus adalides patrios.

En una reciente entrevista, usted opinó que no es el objeto de la escritura lo que definía la chilenidad. ¿Qué es, si no?

No recuerdo esa entrevista. Probablemente, como siempre, dije muchas tonterías. A mí me trae al fresco la definición de la chilenidad. Tampoco me interesa la definición -el fijar fronteras, cuando la naturaleza de las fronteras es naturalmente difusa- de la americanidad, ni de la españolidad, ni de la occidentalidad. Creo que ya tenemos más que suficiente con el misterio del ser humano y sus construcciones mentales, por no decir nada de sus construcciones reales, tangibles, que en ocasiones se asemejan a la locura pura y en ocasiones, más raras, a algo que podría parecerse a la felicidad, a la resignación y al vacío.

Varios críticos y escritores opinan que César Aira, Rodrigo Rey Rosa, Juan Villoro y usted (y uno que otro escritor más, según el punto de vista) son los escritores latinoamericanos más destacados de su generación. ¿Está usted de acuerdo?

En lo que respecta a Villoro, Aira y Rey Rosa, completamente de acuerdo. Me excluiría a mí mismo de inmediato. Y añadiría a Rodrigo Fresán, en cuya obra se empieza a ver al gran escritor que es y, sobre todo, que será, y a Horacio Castellanos Moya y a Carmen Boullosa.

Sin mencionar a los recién nombrados, ¿cuáles son los escritores de su generación que más le gustan?

Me gustan Padilla y Volpi, del "crack" mexicano. El también mexicano Mauricio Montiel. Los españoles José Carlos Somoza, Javier Cercas, Pablo d'Ors. Piglia y Alan Pauls, argentinos. Me gusta el peruano Bayly. El colombiano Santiago Gamboa. El salvadoreño Castellanos Moya (que ya se lo he nombrado), recientemente publicado en España, y que es el único de los escritores de mi generación que sabe narrar el horror, el Vietnam secreto que durante mucho tiempo fue Latinoamérica. A Fresán y Boullosa ya también los he nombrado. Seguramente se me olvida ahora el nombre de alguno muy bueno, y eso que sólo me he ceñido al ámbito de la narrativa en lengua española. Por supuesto, faltan Javier Marías y Enrique Vila Matas, que son los herederos primogénitos del "boom".

Alguna vez usted dijo que se definía como poeta en primer lugar y como novelista en segundo término. ¿Sigue pensando igual? Porque está claro que la narrativa le demanda bastante más tiempo.

En un país como Chile, donde hasta los expertos en poesía no tienen ni idea de qué es un dímetro coriámbico, resulta peligroso definirse como poeta. Digamos que a la gran mayoría de los, así llamados, poetas chilenos les basta con ejecutar (mal) y entender (peor) el "blank verse" isabelino. Añadamos que en Chile se baila la cueca del pentámetro yámbico no rimado, pero todo el mundo (académico) ignora las virtudes del endecasílabo suelto, que viene a ser lo mismo que el "blank verse". Si somos hijos de tigre, ¿por qué nos comportamos como gatos? se preguntaba Nicanor Parra. Cada día tengo más fundadas sospechas de que no somos, finalmente, hijos de tigre, sino más bien de gato. Y así nos comportamos, como mininos. Y así nos va.

Un escritor sudamericano -Hernán Rivera Letelier ha dicho que sus obras le parecen repetitivas, poco originales, aburridas, que siempre hablan de lo mismo. ¿Qué le parece ese juicio crítico?

Hernán Rivera Letelier está viviendo su sueño, que nadie, por otra parte, le ha regalado, y mi único deseo es que lo viva hasta el final y que lo disfrute como un valiente. Por otra parte dudo mucho que Rivera Letelier haya leído dos libros míos. De hecho, dudo mucho que haya leído ni uno solo de mis libros.

Usted parece tener una relación de amor-odio con el conjunto de la literatura chilena. ¿Se siente parte de una tradición, o vino usted a fundar una nueva sobre la base de los mismos materiales?

Yo sólo espero ser considerado un escritor sudamericano más o menos decente que vivió en Blanes, cerca de Barcelona, y que quiso a este pueblo. El conjunto de la literatura chilena es más bien lamentable. Pero eso no lo digo yo, lo dice cualquiera que haya leído más de cien libros en su vida. El conjunto de la actual literatura francesa, salvo notables excepciones, también es lamentable, y eso lo dicen los franceses y nadie, absolutamente nadie, se rasga por ello las vestiduras.

Disculpe que le haga una pregunta sumamente repetida: ¿a quién rescata usted, verdaderamente, de la actual narrativa chilena? Sabemos que recomendó a Pedro Lemebel ante Jorge Herralde, su editor español. ¿Hay para usted alguno más que valga la pena?

No uno sino varios. Roberto Brodsky me parece un escritor magnífico, y también Gonzalo Contreras. Yo diría que Contreras y Brodsky son los mejores, con una diferencia entre sí: el primero es muy conocido, y está bien que así sea, mientras que Brodsky opera en un nivel más secreto, construyendo una obra en dos direcciones aparentemente disímiles: por un lado difícil, en donde se puede rastrear el peso de Onetti, y por otro lado ligera. El mejor cuento policial que yo he leído, escrito por un autor chileno, es uno de Brodsky.

¿Qué le pareció la antología de poesía chilena que hizo hace poco Marcelo Rioseco, más allá de su crítica por la exclusión de Rodrigo Lira?

Mala. Pero ese es el calificativo que merecen casi todas las antologías. Es muy difícil hacer una antología. Y si se trata de poesía, las dificultades son aún mayores.