11 de julio de 2010

Entremeses literarios (CVI)

ATLAS DE UN MUNDO DIFICIL
Adrienne Rich
Estados Unidos (1929)

He aquí un mapa de nuestro país. Aquí está el Mar de la Indiferencia, barnizado de sal; aquí el río encantado que fluye del ceño a la ingle, del que no nos atrevemos a probar sus aguas. Este es el desierto donde plantan misiles como bulbos; éste el granero de las granjas en bancarrota; ésta la tierra natal del héroe del rocanrol. Vemos aquí el cementerio de los pobres que dieron la vida por la democracia; éste es un campo de batalla de una guerra del siglo XIX cuyo santuario es famoso; ésta es la ciudad marítima del mito y el relato de cuando la flota pesquera se fundió; aquí es donde había trabajo en el muelle con procesadoras de pescado congelado, paga por hora y sin bonos. Aquí hay otros campos de batalla, Centralia, Detroit; aquí están los bosques vírgenes, el cobre, las minas de plata; aquí los suburbios del conformismo, donde el silencio sube como humo desde las calles. Esta es la capital del dinero y del dolor, cuyas torres arden en el aire caliente, cuyos puentes se derrumban, cuyos niños andan a la deriva por los callejones, confinados entre espirales de alambres de púas. Prometí mostrarte un mapa -dices- pero esto es un mural. Bueno, pongamos que lo sea. Son distinciones nimias. Desde dónde lo miramos es la cuestión.


INGENIO
José García Avilés
España (1965)

Un barbudo de unos treinticinco años sostenía un cartel en el metro: "Mi único crimen es tener hambre. No me importa que la gente no se pare a mirarme. No me importa no poder ducharme. Ni pasar frío. Lo que de verdad me importa es estar solo". Esa mañana le contraté como creativo en mi agencia. A los tres meses ganamos la campaña de Airbún y poco después una idea suya fue León de Oro en Cannes. La semana pasada tuve que despedirle: era demasiado bueno.


LA INMISCUSION TERRUPTA
Julio Cortázar
Argentina (1914-1984)

Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se lo ladea hasta el copo.
- ¡Asquerosa! -brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa.
Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivolarle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abroncojantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae una pica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgándose de ida y de vuelta cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.
- ¡Payahás, payahás! .crona el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas que para qué.
- ¿Te das cuenta? -sinterruge la señora Fifa.
- ¡El muy cornaputo! -vociflama la Tota.
Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son así las tofifas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas.


EL ESPEJO
Angel Olgoso
España (1961)

El barbero tijereteaba sin descanso. El barbero afilaba una y otra vez la navaja en el asentador. Clientes de toda laya acudían al local, abarrotándolo. El barbero manejaba las tijeras, el peine y la navaja con velocísimos movimientos tentaculares. Ser barbero precisa de unas cualidades extremas, formidables, exige la briosa celeridad del esquilador y el tacto sutil del pianista. Sin transición, el barbero despojaba a la nutrida clientela de sus largos mechones, de sus desparejas pelambres, señalizaba lindes en el blanco cuero cabelludo, se internaba en sus orejas y en sus fosas nasales, sonreía, pronunciaba las palabras justas, apreciaciones que sabía no serían respondidas, mientras los clientes miraban sin mirar el progreso de su corte en el espejo, coronillas, nucas, barbas cerradas, sotabarbas, patillas de distinta magnitud, luchanas, cabellos que planeaban incesantemente en el aire antes de caer formando ingrávidas montañas: el barbero nunca imaginó que el pelo de los cadáveres pudiera crecer con tanta rapidez bajo tierra.


LA SIRENA INCONFORME
Augusto Monterroso
Guatemala (1921-2003)

Usó todas sus voces, todos sus registros; en cierta forma se extralimitó; quedó afónica quién sabe por cuánto tiempo. Las otras pronto se dieron cuenta de que era poco lo que podían hacer, de que el aburridor y astuto Ulises había empleado una vez más su ingenio, y con cierto alivio se resignaron a dejarlo pasar. Esta no; ésta luchó hasta el fin, incluso después de que aquel hombre tan amado y deseado desapareció definitivamente. Pero el tiempo es terco y pasa y todo vuelve. Al regreso del héroe, cuando sus compañeras, aleccionadas por la experiencia, ni siquiera tratan de repetir sus vanas insinuaciones, sumisa, con la voz apagada, y persuadida de la inutilidad de su intento, sigue cantando.


FANTASMAS
Orlando Romano
Argentina (1972)

El doctor Follet ocupó gran parte de su vida tratando de atravesar paredes como un fantasma. Luego de un nuevo intento malogrado, rompió a pedazos el muro de la sala con un martillo. Sobresaltada por el alboroto, la familia acudió. Follet contó su impotencia, su enorme desaliento, su pena. Los otros aceptaron de buena gana las explicaciones, y se desvanecieron.



EL JEFE 
Manuel Espada 
España (1974)

Helen, este mes me leen en el "Tennessee Express" que vendes "El Este del Edén". Me quedé verde, del revés. Me desesperé. Ese es el césped en el que te besé. "¡Que le den!", pensé. "¿Qué se cree? ¿Qué te crees?". Es él. Sé que es él. Es Peter, el que ejerce de bedel en el Wester Herst. Sé que ese demente te enternece. ¿Qué ves en ese pelele, en ese mequetrefe, en ese percebe? ¡Qué estrechez de mente! ¡Qué memez! Te desmerece. Me encelé de ese repelente, de ese vehemente, de ese ser que te empequeñece. Llegué. Le esperé brevemente. Me peleé. Le encerré en el Mercedes. Le pegué de leches, de frente. Le quebré tres veces en el vergel en el que te besé. Le meé.  Eché éter en ese germen. Le quemé. ¿Te estremece? ¡Excelente! ¿Crees que te perderé, que cederé? Me mereces. Me perteneces. Ven… ¡Bebe este detergente!



JERICO
José Emilio Pacheco
México (1939)

Al caminar por un sendero del otoño H pisa hojas que se rompen sobre el polvo. Brilla la luz del mediodía en los árboles. Las nubes hacen y deshacen formas heráldicas. A mitad del bosque H encuentra un sitio no alcanzado por la sequía. Tendido en ese manto de frescura mira el cielo, prende un cigarro, fuma, escucha el silencio del bosque. Nada interrumpe la serenidad. El orden se ha adueñado del mundo. H vuelve los ojos y mira los senderos en la hierba. Una caravana de hormigas se obstina en llevar hasta la ciudad subterránea el cuerpo de un escarabajo. Otras, cerca de allí, arrastran leves cargas vegetales, entrechocan sus antenas, acumulan partículas de arena en los médanos que protegen la boca del túnel. H admira la unidad del esfuerzo, la disciplina de mando, la energía solidaria. Pueden llevar horas o siglos en la tarea de abastecer el hormiguero. Quizá el viaje comenzó en un tiempo del que ya no hay memoria. Absortas en su afán las hormigas no se ocupan de H ni tratan de causarle el menor daño. Pero él, llevado de un impulso invencible, toma una hormiga con los dedos, la tritura con la uña del pulgar. Luego con la brasa del cigarro hiere a la caravana. Las hormigas sueltan la presa, rompen filas. El pánico y el desorden provocan placer en H. Calcina a las que tratan de ocultarse o buscan la oscuridad del hormiguero. Y cuando ningún insecto vivo queda en la superficie, aparta los tenues muros de arena y excava en busca de las galerías secretas, las salas y depósitos en que un pueblo entero sucumbe bajo el frenesí de la destrucción. Hurga con furia, inútilmente: los pasadizos se han disuelto en la tierra. Sin embargo H mató miles de hormigas y las sobrevivientes no recobrarán la superficie jamás. Antes de retirarse H junta la hierba seca y prende fuego a las ruinas. El aire se impregna de olor fórmico, arrastra cuerpos, fragmentos, cenizas. Ha transcurrido una hora y media. H alcanza las montañas que dominan la ciudad. Antes que la corriente negra lo devore, en un segundo, de pie sobre el acantilado puede ver la confusión, las llamas que todo lo destruyen, los muros incendiados, el fuego que baja del cielo, el hongo de humo y escombros que se levanta hacia el sol fijo en el espacio.


MENSAJES EN EL CONTESTADOR
José María Cumbreño
España (1972)

Vivo solo. Aunque a veces, en el trabajo, marco el número de teléfono de mi casa. Y pregunto por mí.


REPRODUCCION DE PERFILES
Rosmarie Waldrop
Estados Unidos (1935)

A fin de comprender la naturaleza del lenguaje, empezaste a pintar, pensando que la lógica del referente quedaría expuesta no bien hubieras resuelto la oposición entre punto, línea y color. De unas palabras que se deslizaban por las escalas del significado, me distrajo el humo en mi margen de aliento. Esperé la llama, el pasaje del ojo al mundo. Al amanecer, te escurriste en la cama, exhausto, alertándome contra el riesgo de sacar conclusiones a partir de lienzos ciegos. Yo aventuré que una línea podía representar una torre que alcanzara el cielo o, acaso, la lluvia en el acto de caer. Respondiste que el mundo estaba acaparando demasiado espacio ya.