9 de septiembre de 2010

Entremeses literarios (CXIII)

DISCURSO DEL OSO
Julio Cortázar
Argentina (1914-1984)

Soy el oso de las cañerías de la casa, subo por los caños en las horas de silencio, los tubos de agua caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por los caños. Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos, incesantemente corro por los tubos y nada me gusta más que pasar de piso en piso resbalando por los caños. A veces saco una pata por la canilla y la muchacha del tercero grita que se ha quemado, o gruño a la altura del horno del segundo y la cocinera Guillermina se queja de que el aire tira mal. De noche ando callado y es cuando más ligero ando, me asomo al techo por la chimenea para ver si la luna baila arriba, y me dejo resbalar como el viento hasta las calderas del sótano. Y en verano nado de noche en la cisterna picoteada de estrellas, me lavo la cara primero con una mano, después con la otra, después con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría. Entonces resbalo por todos los caños de la casa, gruñendo contento, y los matrimonios se agitan en sus camas y deploran la instalación de las tuberías. Algunos encienden la luz y escriben un papelito para acordarse de protestar cuando vean al portero. Yo busco la canilla que siempre queda abierta en algún piso; por allí saco la nariz y miro la oscuridad de las habitaciones donde viven esos seres que no pueden andar por los caños, y les tengo algo de lástima al verlos tan torpes y grandes, al oír cómo roncan y sueñan en voz alta, y están tan solos. Cuando de mañana se lavan la cara, les acaricio las mejillas, les lamo la nariz y me voy, vagamente seguro de haber hecho bien.


CALIDAD Y CANTIDAD
Alejandro Jodorowsky
Chile (1929)

No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga.


NAUFRAGO
Raúl Leis
Panamá (1947)

Hastiado de conflictos y tensiones se metió en la primera tanda de un cine en horas de la tarde. La sala de cuatrocientas butacas estaba vacía y él era el único espectador. El proyeccionista puso a rodar la película y, como faltaba personal por culpa de la recesión, se fue a las cinco otras salas a hacer lo mismo. La trama era sobre un náufrago. Cuando el proyeccionista vino a apagar el aparato calculando que era el final de la película, no encontró al único espectador y pensó que ya se había marchado. No miró la pantalla mientras detenía el proyector, y por eso no pudo ver al espectador que manoteaba desesperadamente desde una balsa, presa fácil del oleaje del océano, rodeado de tiburones y con la piel erosionada por el salitre. Nunca más se supo de él.


SOBRE EL ORIGEN DE LAS GUERRAS
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

Las guerras se desanudan porque los hombres dejan de celebrar sus festividades en común, se encierran a solas para los brindis, los sacrificios, las ceremonias, los juegos, las plegarias, los cánticos y las danzas. Entonces un instinto, corrompido por la soledad, un deseo sofocado y traicionado, una nostalgia demente los convoca a las sanguinarias festividades colectivas de la guerra.


EL POBRE Y SUS CIRCUNSTANCIAS
Efer Arocha
Colombia (1963)

La carretera se veía recta, de buen pavimento y amplia. Ruta perteneciente a las afueras de Johannesburgo. Era mayo de 2008 y martes en la mañana para que no quede duda. Al lado derecho el paisaje mostraba, como si se tratara de un tocado de una princesa oriental, un pequeño grupo de viviendas construidas con deshechos de ciudad, techos de latas y muros de cartón. Un enjambre de color de la noche invadió el lugar blandiendo elementos contundentes y corto-punzantes. Los zimbabuenses en horror huían en todas las direcciones para tratar de escapar del linchamiento. Una mujer llegada el mismo día, despavorida corría con sus escasas pertenencias en atado, las que portaba sobre su cabeza sostenida con su mano derecha, mientras que con su izquierda halaba sus dos hijos de corta edad. Bordeando la vía trataba de escapar. Sus perseguidores levantaron porras y machetes para asestar los primeros golpes y yo, testigo inerme, cerré los ojos porque no tengo nada más para contar.


TZIPORA
Eduardo Gotthelf
Argentina (1945)

Tzipora, excelente cocinera, sabía hacer una masa más liviana que el aire. La cortaba en tiras muy delgadas, que se elevaban en el calor del desierto. Cerca del sol se cocinaban; y al atardecer descendían, crocantes y listas para comer. Así alimentó a Moisés y los suyos durante cuarenta años. Los incrédulos lo atribuyeron a un milagro.


PACHAMAMA
Homero Carvalho Oliva
Bolivia (1957)

Doña Justina Cusicanqui, tierna y sabia anciana, cuenta que escuchó a su abuela relatar la historia de un aymara que, ante los porfiados sacerdotes que pretendían bautizarlo cristianamente, respondió muy sereno:
- Yo nada espero del cielo, todo me lo dio la tierra.


LA SALIDA DEL SOL
Rodrigo Rey Rosa
Guatemala (1958)

Un hombre y una mujer escuchaban el viento que por las noches sube del mar a la colina. Acababa de retumbar un trueno, y la mujer había dicho: "Son un infierno, estos dolores", y se había pasado la mano por el vientre. El no había dicho nada. Estaba pensando en sí mismo, y en el fondo de su conciencia imaginaba un cristal roto en pedazos. "Quisiera estar lejos de aquí", siguió ella; no había duda en su voz. "Sé que sufres mucho", respondió él, se levantó de la mesa y fue a pararse junto al fuego. Ella salió del comedor, y él la oyó subir las escaleras y cerrar la puerta. Puso más leña en la chimenea, y pensó: "Ninguno de los dos es infeliz". A su derecha, las cortinas del ventanal se mecían suavemente y la sombra del muro que rodeaba el jardín se movía en los dobleces. El calor de las llamas le obligó a dar unos pasos. Se acercó al ventanal y oyó un quejido. Le pareció que venía de afuera. Apartó la cortina para mirar. Por encima de los árboles, una nube translúcida templaba la luz de la media luna. Soltó la tela y se quedó mirando distraídamente su vaivén. Oyó otro quejido y sintió un frío en las manos. Corrió al segundo piso, abrió la puerta y su mujer cortó un grito. "¿Qué pasa?", preguntó. Y él notó una luz extraña en sus ojos y un tono de burla en su voz. Cerró la puerta y volvió a bajar a la sala. "Es como una niña", pensó. Oyó otro quejido, y se dijo que era el viento. Sus manos estaban extendidas sobre las brasas, la mirada fija y distante; innumerables recuerdos se revolvían en su mente. Momentos que había vivido con ella, días que había olvidado, caras que habían admirado juntos, un amanecer y un lago, el pedazo de papel rosado con las piedrecitas que un niño les dijo que no era un hechizo, tarde y noches en la montaña. Dio unos pasos atrás y se dejó caer en el sillón que miraba al fuego. Al caer oyó un crujido, y sintió un dolor intenso en la columna. "Me he roto en dos", se dijo, y lo asustó el sonido ronco de su voz. Pero al mismo tiempo se vio que se ponía de pie, pasó frente a la lumbre, salió al pasillo y se alejó de la casa. La media luna se hundía detrás del camino que baja por la colina y se pierde en la playa. Dio unos pasos mas y se detuvo. Miró a su alrededor y vio la sombra de la casa; luego miró a lo lejos, la tira borrosa entre el cielo y el mar. Con un ligero temor, que se provocaba él mismo, empezó a caminar colina abajo. Antes de llegar a la playa, vio un pequeño resplandor mar adentro; hubo un rumor como de gotas de lluvia, y luego voces lejanas. Siguió andando. Sin darse cuenta, con el declive, comenzó a correr. Cuando llegó a la playa alcanzó a ver una barca. Tres hombres, sus espaldas contra el cielo, remaban, acercándose a la orilla. Saltaron al agua y vararon en la arena. Estaban desnudos. Uno de ellos se cubrió con una manta y se puso a juntar ramas para encender un fuego. Los otros dos, uno delante del otro, tiraban de una larga cuerda atada a la popa de la barca. Pescados negros emergían, diez o veinte por brazada, y el rojo de sus agallas brillaba a la luz de la luna. El fuego creció y proyectó sombras que vibraban en la arena. El miró las estrellas y pensó: "Tal vez son agujeros, y sus rayos son cordeles que otros pescadores tiene en sus manos". Comenzaba a clarear; los hombres alcanzaron el final de la cadena. Sintió frío, y recordó el fuego que había ardido en sus casa. Después, se despidió de los hombres y emprendió el regreso. La arena se movió debajo de sus pies. Al alcanzar el camino sintió deseos de correr. "No iré a la casa", pensó. Se pasó la mano por la frente y vio que sudaba. Corría colina arriba, y sus ojos daban suavemente contra el sol.


PERFUME
José María Gatti
Argentina (1948)

Cruzaba el parque en diagonal. Siempre a las 18.30, siempre sola. El la observaba desde la ventana, oculto detrás del voile. Los días de lluvia parecía más bella. No le importaba conocer su historia, si tenía pareja, si estudiaba, si vivía sola. La bautizó Estrella, era un nombre distinto. Al llegar el otoño fue a su encuentro. Cruzó el parque en diagonal y pasó a su lado con los ojos cerrados. Hace un mes que ella abandonó la tarde sin una despedida. Ahora su habitación tiene un extraño aroma a fresas marchitas.


LA TUERCA
Jordi Cebrián
España (1964)
 
Encontró la tuerca en el suelo, durante la revisión rutinaria. La examinó sin reconocer el modelo, y buscó infructuosamente de donde podía haber caído. Mostró la tuerca a sus compañeros, que andaban enfrascados revisando juntas y apretando válvulas, pero no le prestaron atención y le sugirieron cosas que podía hacer con ella. Obstinado, fue a ver al supervisor, persona metódica y responsable, que consultó en el ordenador central la función de la pieza. Por desgracia, la consulta centralizada estaba desactivada por mantenimiento. Mientras esperaban volver a conectarse, empezaron a oírse ruidos metálicos por todo el complejo, que empezaba a desplomarse.