22 de noviembre de 2010

"Un perro andaluz" (2). El guión

El guión de "Un perro andaluz", escrito por Luis Buñuel y Salvador Dalí en 1928, puede dividirse formalmente en tres partes: el prólogo (que comprende desde el plano 1 al 12), cuya figura central es el hombre con la navaja de afeitar -interpretado por el mismísimo Buñuel-; una segunda parte (planos 13 al 289), en donde se desarrolla la anécdota en torno a la pareja principal -Simone Mareuil y Pierre Batcheff-; y el epílogo (plano 290), único rodado en foto fija y sin profundidad. Desde el punto de vista técnico, "Un perro andaluz" implicó un mayúsculo avance con respecto a producciones de años anteriores. Los planos adquirieron un destacado valor narrativo, creando y transmitiendo un lenguaje singular para enfatizar los distintos aspectos de la historia, teniendo en cuenta, claro está, las posibilidades técnicas de la época que, al emplearse dieciséis fotogramas por segundo, produjeron ciertos desajustes como los del movimiento entrecortado que se advierte en el film. El cortometraje, originalmente mudo, fue sonorizado por Buñuel en 1960, el mismo año en que Dalí le propuso realizar una segunda parte. Pero, por entonces, ambos caminaban por veredas ideológicas
diametralmente opuestas. Buñuel, que tras el estreno tuvo que soportar medio centenar de denuncias en la comisaría de policía de quienes afirmaban que la película era obscena y cruel, y tolerar a lo largo de los años "una larga serie de insultos y amenazas que me ha perseguido hasta la vejez", dijo ante la propuesta de Dalí: "Cuando pienso en él, me es imposible perdonarle su exhibicionismo ferozmente egocéntrico, su cínica adhesión al franquismo y, sobre todo, su odio declarado a la amistad".

HABIA UNA VEZ...

Un balcón en la noche.
Un hombre afila su navaja junto al balcón. El hombre mira a través y ve... Una nube veloz avanza hacia la luna llena. Una cabeza de muchacha con los ojos muy abiertos. Hacia uno de los ojos avanza el acero de una navaja. La veloz nube pasa ahora delante de la luna. El acero de la navaja atraviesa el ojo de la joven y lo desgarra.




OCHO AÑOS DESPUES

Una calle desierta. Llueve.
Aparece un personaje con un traje gris oscuro, en bicicleta. Manteletas blancas cubren su cabeza, su espalda y sus caderas. Unas correas sostienen en su pecho una caja rectangular con líneas diagonales negras y blancas. El personaje pedalea maquinalmente, el manubrio libre, las manos en las rodillas. En Plano Americano, el personaje visto de espaldas hasta las nalgas. Sobreimpresión en sentido longitudinal de la calle en la cual circula de espaldas al aparato. El personaje avanza hacia el aparato hasta quedar la caja rayada en Primer Plano.
Un cuarto cualquiera, en un tercer piso de esa calle.
En el centro de la habitación está sentada una joven con un traje de vivos colores. Lee atentamente un libro. Se estremece de súbito. Escucha con curiosidad y se desprende del libro arrojándolo sobre un diván vecino. El libro permanece abierto. En una de sus páginas se ve grabada "La dentelliére", de Vermeer. Ahora la joven está convencida de que algo sucede. Se levanta, da media vuelta y con rapidez se dirige a la ventana. El personaje anterior acaba de detenerse, abajo, en la calle. Sin oponer resistencia, inerte, cae con la bicicleta al suelo, en un montón de barro. Gesto de cólera y de rencor de la muchacha. Ella se precipita por la escalera para bajar a la calle. Plano General del personaje caído en tierra, sin ninguna expresión, en posición idéntica a la del momento de la caída. La joven sale de la casa y se precipita sobre el ciclista. Le besa frenéticamente la boca, los ojos y la nariz. La lluvia aumenta hasta hacer desaparecer toda la escena. Encadenado con la caja cuyas rayas oblicuas se superponen a las de la lluvia. Unas manos provistas de una llavecilla abren la caja, de la cual extraen una corbata envuelta en papel de seda. Hay que tomar en cuenta que la lluvia, la caja, el papel de seda y la corbata deben presentarse con rayas oblicuas de distintas medidas.
La misma habitación.
De pie junto al balcón se encuentra la muchacha. Ella contempla los accesorios que traía el personaje (manteletas, caja y cuello duro con corbata de color oscuro), todos dispuestos como si estos objetos los hubiera llevado una persona acostada en la cama. La joven se decide por fin a tomar el cuello con sus manos y a extraer de él la corbata de un solo color para reemplazarla por la rayada que acaba de sacar de la caja. Ella la vuelve a poner en el mismo lugar. Después se sienta junto al lecho, con la actitud de una persona que vela a un muerto. Nota: El lecho, es decir, la frazada y la almohada están ligeramente arrugadas y hundidas como si, realmente, sobre ellas reposara un cuerpo humano.
La mujer tiene la sensación de que alguien se encuentra detrás de ella y se da vuelta para ver quién es. Sin asombrarse mayormente, ve al personaje, sin ningún accesorio esta vez, que observa con gran atención algo que hay en su mano derecha. En esta atención reconcentrada no hay angustia. La mujer se aproxima y mira a su vez lo que hay en la mano. Plano Detalle 
de la mano, en cuyo centro pululan hormigas que salen de un hoyo negro. Ninguna de las hormigas cae al suelo.
Encadenado con los pelos axilares de una muchacha tendida en la arena de una playa llena de sol. Encadenado con un erizo cuyas puntas móviles oscilan levemente. Encadenado con la cabeza de otra muchacha tomada en "sumergida" violentísima y circunscrita por el iris. El iris se abre y permite ver a la muchacha rodeada por un grupo de personas que tratan de romper un cordón policial. La joven, en el centro, trata de alzar del suelo una mano cortada, con uñas pintadas. Uno de los agentes se aproxima a ella y la reprende severamente. Se inclina para recoger la mano, la envuelve cuidadosamente y la mete en la caja que llevaba el ciclista. Después entrega todo esto a la joven y cuando ella le da las gracias, el agente la saluda militarmente. Téngase en cuenta que, al recibir la caja, una emoción extraordinaria invade a la joven, aislándola de todo. Está como subyugada por los ecos de una música religiosa lejana; tal vez una música escuchada en su más tierna infancia. Una vez satisfecha su curiosidad, el público se dispersa en todas direcciones.




Vemos a los personajes que dejamos en la habitación del tercer piso, contemplando a través de los vidrios del balcón el final de la escena descrita anteriormente. Cuando el agente entrega la caja a la joven, los dos personajes del balcón parecen también emocionarse hasta las lágrimas. Sus cabezas se balancean como si siguieran el ritmo de esa música impalpable. El personaje mira a la joven con un gesto que parece decir: ¿Viste? ¿No te lo había dicho? Ella mira otra vez a la joven de la calle, la que está sola y como clavada en su sitio, en una inhibición absoluta. Automóviles corren a velocidades vertiginosas. De pronto, uno de ellos pasa por encima de la joven mutilándola horrorosamente. Entonces, con la decisión de un hombre que ejerce su derecho, el personaje se acerca a su compañera y después de mirarla lascivamente a los ojos, le toma los senos a través del jersey. Plano Detalle de las manos lascivas sobre los senos. Estos emergen por debajo del jersey. Una terrible expresión de angustia, casi mortal, se refleja entonces en los rasgos del personaje. Una baba sanguinolenta cae de su boca sobre el pecho descubierto de la joven. Los senos desaparecen para transformarse en nalgas que el personaje continúa palpando. La expresión de éste ha cambiado de súbito. Sus ojos brillan de maldad y lujuria. Su boca, antes abierta de par en par, se cierra, minúscula, como apretada por un esfínter.
La joven retrocede al interior del cuarto, seguida por el personaje que conserva la misma actitud. Súbitamente, con gesto enérgico, ella le separa los brazos y se libra así del contacto opresor. La boca del personaje se contrae de cólera. Ella se da cuenta de que una escena desagradable o violenta va a comenzar. Retrocede, paso a paso, hasta un rincón y ahí se atrinchera detrás de una mesita. Gesto de traidor de melodrama del personaje. Mira hacia todos lados, buscando algo. A sus pies se ve la punta de un cordel y lo toma con su mano derecha. Su mano izquierda busca también hasta encontrar un cordel idéntico. La joven, pegada al muro, contempla espantada los manejos de su agresor. Este avanza hacia ella arrastrando, con grandes esfuerzos, lo que viene amarrado a las cuerdas.
Se ve pasar: primero un corcho, después un melón, dos seminaristas de las Escuelas Cristianas y por último dos magníficos pianos de cola. Los pianos están llenos de carroña de asnos, cuyas patas, colas, grupas y excrementos, desbordan de la caja de resonancia. Cuando uno de los pianos pasa frente al objetivo, se ve una enorme cabeza de burro apoyada en el teclado. El personaje arrastra, con enormes esfuerzos, esta carga y se dirige desesperadamente hacia la joven. Vuelca sillas, mesas, una lámpara de pie, etcétera. Las grupas de los asnos tropiezan con todo. La luz, suspendida en el techo, chocada al pasar por un hueso descarnado, se balanceará hasta el término de la escena. Cuando el personaje está a punto de alcanzar a la joven, ésta le esquiva de un salto y se escapa. Su agresor suelta las cuerdas y se lanza en su persecución. La joven abre la puerta que comunica con la sala contigua, en la cual desaparece, pero no con bastante rapidez como para conseguir cerrarla. La mano del personaje consigue pasar por el espacio abierto, pero queda prisionera en él por la muñeca.
En el interior del cuarto, la joven cierra la puerta más y más, y ve cómo la mano se contrae dolorosamente en cámara lenta. Las hormigas que reaparecen, se dispersan por la puerta. Inmediatamente vuelve la cabeza hacia el interior de la nueva habitación, idéntica en todo a la anterior, pero cuya iluminación le otorga un aspecto diferente. La joven ve... El lecho sobre el cual está acostado el personaje cuya mano está siempre aprisionada por la puerta. Las manteletas le cubren y conserva la caja en el pecho. No hace el menor gesto, sus ojos están muy abiertos, y tiene una expresión supersticiosa que parece decir: "¡En este momento, algo verdaderamente extraordinario va a pasar!".




HACIA LAS TRES DE LA MAÑANA

En la cima de la escalera, junto a la puerta de entrada del departamento, un nuevo personaje, visto de espaldas, acaba de detenerse. Toca el timbre de la puerta tras de la cual se desarrollan los acontecimientos. No se ve ni el timbre ni el martinete eléctrico; en su lugar, por dos hoyos practicados encima de la puerta, se ven pasar dos manos que agitan una 
maraca de plata. Su acción es instantánea, como en los films corrientes, cuando uno toca el botón del timbre.
El personaje de la cama se estremece. La joven va a abrir. El recién llegado va directamente al lecho y le ordena imperativamente al personaje que se levante. Este obedece con tanto malhumor que el otro le toma por las manteletas y lo obliga a ponerse de pie. Después de arrancarle las manteletas una por una, las arroja por la ventana. La caja sigue el mismo camino, así como las correas que el personaje trataba en vano de salvar de la catástrofe. Esto mueve al recién llegado a castigar al personaje, enviándole a ponerse de pie contra una de las paredes de la habitación. Todos sus movimientos los ejecutará el recién llegado completamente de espaldas. Se vuelve por primera vez cuando va a buscar algo al otro extremo del cuarto.
Subtítulo que diga: "Hace dieciséis años".
Al instante, la fotografía se torna vaporosa. El recién llegado se mueve en cámara lenta y se ven sus rasgos idénticos al otro: es la misma persona, solamente que el recién llegado tiene un aspecto más joven y más patético, como debió ser algunos años atrás. El recién llegado va hacia el fondo de la habitación, precedido del aparato que le sigue en Plano Angular. Un pupitre, hacia el cual se dirige nuestro individuo, entra en el campo visual. Dos libros en el pupitre, así como diversos objetos escolares. Su posición y sentido moral se deben determinar cuidadosamente. Toma los libros y se dirige hacia el personaje. En el mismo instante todo recupera su estado normal, el esfumado y la cámara lenta desaparecen.
Una vez a su lado, le ordena que ponga sus brazos en cruz, le coloca un libro en cada mano y le ordena permanecer así, como castigo. El personaje castigado tiene ahora una expresión aguda y traidora. Se vuelve hacia el recién llegado. Los libros que sostiene todavía en sus manos se convierten en revólveres. Este último le mira con ternura, sentimiento que aumentará por instantes. El personaje de las manteletas, amenazando al otro con sus armas, le obliga a levantar las manos y a pesar de su obediencia, descarga sobre él los dos revólveres. En Plano Detalle el recién llegado cae mortalmente herido, sus rasgos se contraen dolorosamente (vuelve el esfumado y la caída de bruces es en una cámara lenta 
más acentuada que la anterior). Desde lejos se ve caer al herido que ya no se encuentra en la habitación sino en un parque. A su lado se encuentra sentada, inmóvil y vista de espaldas, una mujer ligeramente inclinada hacia adelante y cuyos hombros están desnudos. Al caer, el herido trata de tomar y de acariciar sus hombros. Una de sus temblorosas manos está dirigida hacia sí mismo. La otra, roza la piel de los hombros desnudos. Cae por fin al suelo.
Vista de lejos. Algunos transeúntes y cuidadores se precipitan para socorrerlo. Ellos lo toman en sus brazos y lo llevan a través del parque.
Hacer intervenir al cojo apasionado.




De nuevo en la misma habitación.
Una puerta, aquélla en la cual la mano estuvo aprisionada, se abre lentamente. Aparece la joven que ya conocemos. Cierra la puerta a sus espaldas y mira con atención el muro contra el cual se encontraba el asesino. El hombre ya no está ahí. El muro está intacto, sin un solo mueble o decorado. La joven hace un gesto de despecho o de impaciencia. Se ve de nuevo el muro, en medio del cual hay una pequeña mancha negra. Esta manchita, vista más de cerca, es una mariposa de la muerte. La mariposa en Primer Plano. La calavera de sus alas cubre toda la pantalla.
En Plano Intermedio aparece bruscamente el hombre de las manteletas. Se lleva vivamente la mano a la boca como alguien que pierde sus dientes. La joven le mira con desdén. Cuando el personaje retira su mano, se ve que la boca ha desaparecido. La joven parece decirle: "¡Bien! ¿Y qué más?", y se pinta los labios con su rouge. Se vuelve a ver la cabeza del personaje. En el lugar en que estaba la boca comienza a brotar pelo. Al ver esto, la joven ahoga un grito y se mira vivamente la axila que está completamente depilada. Con un gesto de desprecio, le saca la lengua, se cubre los hombros con un chal, abre la puerta de comunicación que está a su lado y entra en la habitación contigua, que es una extensa playa. Junto al agua la espera un tercer personaje. Se saludan muy amistosamente y se pasean siguiendo la curva de las olas.
Plano de sus piernas y de las olas que revientan a sus pies. Seguidos por la cámara sobre rieles. Las olas arrojan dulcemente a sus pies, primero las correas, después la caja rayada, en seguida las manteletas, y por último la bicicleta. Esta vista continúa por un instante más sin que el mar siga arrojando objeto alguno. Continúan su paseo por la playa, esfumándose poco a poco, mientras en el cielo aparecen estas palabras: "Con la primavera".
Todo ha cambiado. Ahora se ve un desierto sin horizonte. Plantados en el centro, hundidos en la arena hasta el pecho, se ve al personaje y a la joven, ciegos, con las ropas desgarradas, devorados por los rayos del sol y por un enjambre de insectos.