10 de abril de 2011

Horacio Salas: "En la poesía, uno puede enmascararse, ser otra persona"

"En la primavera de 1971 -recuerda el poeta, traductor y periodista argentino Esteban Moore (1952)- apareció en las vidrieras y mesas de algunas librerías de la ciudad, un libro cuya tapa tenía un collage con diversos personajes del mundo de la historieta. Su título, "Mate pastor", no aclaraba significativamente el asunto del mismo... Algunos de los que se consideraban conocedores del género se referían a él como libro de poemas, pero no faltó quien, ebrio de audacia provinciana, sostuviese que eso no era poesía". Ese era ya el sexto libro del poeta, ensayista y periodista argentino Horacio Salas (1938), quien anteriormente había dado a conocer en poesía: "El tiempo insuficiente", "La soledad en pedazos", "El caudillo", "Memoria del tiempo" y "La corrupción". En los años '60 en la Argentina "se renovaría una vez más la maldición de 1930 -agrega Moore-; son años extraños y crueles en los que conviven una larvada violencia política y los 'happenings' del Instituto Di Tella. Es éste un período en el que una melancolía de origen moral comienza a extenderse como un sarcoma en el espíritu de los argentinos. No obstante el clima de la época, ésta es una etapa de gran actividad para Salas, quien ejerce el periodismo en distintos medios gráficos y en la televisión e incursiona, además, en el ensayo". Es así que, en 1968, publicó "La poesía de Buenos Aires", una antología de los poetas de la ciudad que incluía a varios letristas de tango y, poco después, "Homero Manzi", en el que reafirmó su relación con el tango y su poesía. "En Salas -acota Moore-, la presencia del tango es recurrente; quizás sea ésta la forma más directa de declararse un adepto incondicional, desde el campo poético, del género musical representativo de la ciudad argentina más cosmopolita de nuestro territorio, posiblemente el producto más acabado de la cultura nacional". Tras el golpe militar de 1976, Salas se radicó en España donde, para subsistir, trabajó como instalador de carteles de publicidad en las rutas para una empresa petrolera, traductor, escritor fantasma y periodista a destajo. También colaboró con importantes revistas culturales, entre ellas "Cuadernos Hispanoamericanos", donde dio a conocer ensayos, artículos y notas. Mientras en Buenos Aires aparecía su ensayo "La generación poética del 60", en Madrid publicó "La España barroca" y, en 1978, retomó la poesía con "Gajes del oficio". Con el retorno de la democracia, regresó a la Argentina y retomó su actividad periodística con "Dar la nota", un programa radial de neto contenido cultural y con un formato novedoso que hizo historia en el medio. Luego publicó los poemarios "Cuestiones personales", "El otro" y "Dar de nuevo", y los tomos de ensayos "Poesía argentina del siglo XX", "Tango, poesía de Buenos Aires" y "Homero Manzi y su tiempo", por mencionar sólo algunos. También es autor de "Borges, una biografía" y "Conversaciones con Raúl González Tuñón", y de más de un centenar de artículos literarios 
e históricos diseminados en diversos medios de Argentina y España. "La labor sostenida por Horacio Salas, un autor familiarizado con tradiciones literarias y abierto a las más diversas influencias -concluye Moore-, puede ser considerada la de un genuino multiculturalista. Un poeta que no cesa de captar mensajes lejanos que luego serán filtrados por esa voz histórica que repta murmurante en las calles de su ciudad". La creación literaria, la vida en el exilio y la potencia trascendental de la poesía fueron algunos de los temas sobre los que Horacio Salas reflexionó en esta entrevista a cargo de Vilma Tripodoro que apareció en la revista "Nómada" nº 19 de diciembre de 2009, en la que también recorrió parte de su extensa obra, desde los poemarios hasta los ensayos, pasando por una novela que se resiste a ser finalizada.


En el poema "Treinta y cinco milímetros" afirma que cuando "nos veamos tal como nos ve la Canon, nuestras sonrisas, los ojos entrecerrados por el sol serán pasado". ¿Siente la necesidad de capturar, de asegurar, de retener ese momento, como lo dice la metáfora de la fotografía, desde la nostalgia pero siempre con la idea del rescate del olvido?

Soy un nostalgioso profesional y, justamente, el hecho de tener muchos libros de historia también es una manera de rescatar todo del olvido.

En otro poema, "Enumeración de la infancia en el campo", dice que hay una necesidad de que no se vayan a escapar los recuerdos de la niñez y de mantenerlos vivos en la palabra.

Me pasa una cosa que parece medio mágica. A los tres días de escribir algo, lo leo y me digo "¡uy, cierto que existía!". Son las asociaciones interminables, características en mi poesía.

Y al final habla de "memorias desvaídas como daguerrotipos ".

La palabra desvaído aparece mucho porque me impresionan las fotos que se van perdiendo. Tengo muchas fotos antiguas que el tiempo les va perdiendo el perfil. En otro poema, "Parientes lejanos", aparecen tipos que no significaron nada en mi vida, pero están ahí, así que algo habrán significado: "Para muchos, nosotros también ya nos desdibujamos".

En su poesía siempre aparecen cuestiones vinculadas con la fotografía.

Yo tengo la colección de "Caras y Caretas". Me encanta a la noche, cuando me voy a dormir, ver esos dibujitos. Siento que estoy en esos lugares, que me meto en las fotos. Tengo una memoria visual importante. Una vez pensé en escribir un libro que se llamara "Fotografía", pero ya estaba escrito.

¿Y su foto dónde está? ¿Dónde quedará o en tal caso dónde le gustaría que quedara?

Cada uno tendrá su imagen personal de mí; sé que para alguna gente soy un pedante insoportable, serio, como siempre enojado. Pero soy demasiado tímido y he peleado tanto contra la timidez. Mi foto serán cachitos. Es como un rompecabezas, un poco aquí, un poco allá. Hay muchos años afuera. Yo también estoy en Madrid, uno no puede estar ocho años en un lugar y no dejar nada suyo. A veces pienso todo lo que he trabajado, todo lo que he escrito y todo lo que se va perdiendo. Uno escribe para el olvido, como Borges dijo alguna vez.

En las biografías e historias de vida aparece la nostalgia de manera revivida y traída al presente para su rescate.

Eso es lo que me interesa, porque si no sería melancolía y a mí me parece que la diferencia entre la nostalgia y la melancolía es que la melancolía tiende a la enfermedad. Y lo otro es recordar momentos, en general buenos momentos, es añorar, que es una linda palabra. Yo perdí a mi madre muy joven, murió a los cincuenta años o menos, y eso fue un golpe que había que apresar del pasado cada día para no perder más cosas. Y el exilio fue definitivo en eso porque yo temía olvidarme de mi ciudad, de mi país, de mis cosas. En un momento, cuando llegué a España, estaba tan nostálgico, casi enfermo de nostalgia, que me compré un cuaderno donde anotaba letras de tangos, de boleros, y pensaba que me podría olvidar y que a lo mejor dentro de cuarenta años iba a estar todavía acá e iba a haber tal cantidad de cosas para no olvidar que me puse a escribir. Eso me dio aire y me dio alivio.

¿Es posible olvidarse de esas cosas importantes, esas que se sienten?

Supongo que tenía miedo.

Y a la vez que se aferraba escribiéndolas, ¿quizá las liberaba?

Sí, las liberaba. No llegué a terminar de escribir el cuaderno, pero me permitía suear ln tristeza, sobre todo en un país tan distinto de Argentina, aunque hay una frase que dice que a argentinos y españoles sólo los divide el idioma. Era todo tan distinto...

¿Hay también una novela pendiente para exorcizar, de alguna manera, a través de la escritura?

Sí, hay una novela pendiente que tuve que parar todo el tiempo por razones de salud y muchas inseguridades, porque es mi primera novela. Se la di a mi hija, que es muy buena crítica, y a ella le parece que ése es un tema que me tocó mucho más profundamente de lo que va escrito en las primeras ochenta y pico de páginas. Por mí, si alguien la editara, podría escribir seiscientas páginas, para hacer justicia a tantos recuerdos. De todos modos, remover tanto dolor no es fácil y el duelo del exilio duele para siempre. Esa novela la tuve que dejar y retomar por no poder sacar afuera tanto dolor.

¿Existe en su poesía una necesidad de revivir lo genuino, lo esencial del personaje que somos, como en su poema inédito "Las mujeres de Picasso"?

Que obviamente son las mujeres de Picasso y las mujeres mías...

Así parece, y dice "¿qué recuerdo tienen de este viejo pintor?/ ¿ven algún cuadro?/ ¿me evocan?/ ¿se lamentan?/ ¿o piensan que me amaron?/ ¿o que nunca me amaron sólo fugacidades?". Entonces, ¿qué queda, sólo el recuerdo o lo más genuino?

Y es lo que me pregunto: ¿que va a quedar? Creo que la respuesta está en ese final. A todas esas mujeres les quedó algo de este pintor o de este pobre dibujante: "Ese que fui seré el ultimo día/ ¿y mis propios perdones han de llegar a tiempo?/ ¿seré sólo un retrato en un museo?".

Me atrevo a relacionar esa búsqueda de la trascendencia a través de la poesía mucho más allá de las distinciones y reconocimientos.

Obviamente, la trascendencia está más allá de toda nuestra trayectoria.

¿Qué quedará del verdadero Horacio Salas. ¿Tiene una respuesta?

No, y esa respuesta la busco a través de la literatura y de un amor loco por la literatura.

¿Loco por qué?

Porque uno trata en una relación de pareja de no equivocarse, de hacer las cosas lo mejor posible. Hablemos siempre de una relación de pareja bien hecha, con todos los altibajos que puede tener y trasladado a la poesía, con todos los errores y los poemas malos y los poemas frustrados. Yo tengo otro poema inédito que tiene la misma mirada. Se llama "La luz de Rembrandt". Rembrandt fue muy desgraciado en su vida, era el pintor de la corte y por deudas lo echaron, nadie quería acordarse de que él existía y murió casi en la miseria: "una mirada triste agudizada por años de experiencia recuerdos instantes descansos de la melancolía". Las cosas son tan poco seguras.

Y sobre todo si hablamos de la trascendencia.

A diez años de la muerte de algunos de mis grandes amigos y de otros poetas a los que he respetado mucho aunque no fueran tan amigos, nadie se acuerda de ellos en Argentina. Imagino que a los diez años de mi muerte, que espero que sea lo más lejana posible, nadie se va a acordar. Hay que poner un granito de arena para que alguien tropiece con ese castillito de arena y diga: "¿y esto de quién es?".

Por haber compartido momentos con grandes escritores atesora una gran cantidad de anécdotas que resultan imprescindibles para preservar los recuerdos, más allá de sus obras.

Creo que es una obligación. Entre los privilegios que la Vida me ha dado está el de haber conocido y sido amigo de esa gente. Entonces tengo la obligación de recordarlos y de contarles a otros cómo eran ellos. Por ejemplo, en uno de mis libros cuento que una vez fuí a hacerle una nota a Pablo Neruda, que viví quince días en su casa y que tuve que contar esa tontería que él decía que era un gran cocinero. Todos los días iba a la cocina y al probar la comida con cara solemne, como si fuera el Gato Dumas, le agregaba un poquito de sal y un poquito más de pimienta y nada más. Todo lo demás era un cuento. ¿Cómo no voy a contar que estuve en la cocina de Neruda?

En otra poesía, "Historia antigua", aparece esa obsesión de la persistencia de lo indeleble.

¿Cuál era ésa?

En una parte dice: "Qué has hecho con las tardes para que se reimpriman/ una y otra vez en aluviones de chispazos nocturnos". ¿No la recuerda o quería escucharla de nuevo?

Es loco... Está dedicada a una chica con la que anduve poco tiempo, que aparece o reaparece en mi memoria muchísimo. Le he dedicado muchos poemas y, sin embargo, no terminamos bien. ¿Por qué también aparece en los sueños? Siempre algo queda.

Tal vez exista una necesidad de recuperar ese sentimiento para que no se pierda.

Entender por qué siempre algo me está dando vuelta es una búsqueda y, como soy un poeta, la búsqueda siempre va por la poesía. Lo que quiero escribir más profundo lo escribo en poesía. Me fascina como recurso y es el recurso en el que uno puede disimular más, engañar más.

¿Engañar a los otros?

Sí, a los otros. Uno puede enmascararse, ser otra persona en la poesía, pero yo no puedo ser otra persona en la novelística, por ejemplo, porque me involucro mucho. Todo está muy agarrado a la realidad.

Me gusta eso de poder enmascararse detrás de la poesía...

Y, sin embargo, en la biografía de Homero Manzi hablo de las relaciones clandestinas y de los peligros que implican. Entre líneas hablo de mí y no de otra cosa, y lo puse en Manzi. Pero ése soy yo.

En 2003 publicó un libro de poesía, "Dar de nuevo". ¿Por qué ese título?

Hacía cerca de quince años que no publicaba poesía. Tuve una especie de crisis de seguir publicando y que a nadie le importa la poesía. "Dar de nuevo" tiene que ver con barajar y dar de nuevo, con darse nuevamente. La publicación coincidió con la época en que era director de la Biblioteca Nacional, que recuerdo con gran amargura, porque fue el peor período de mi vida, con gran maltrato e impotencia. Es una devastación del patrimonio cultural que me hizo sufrir mucho.

¿Cómo quisiera que los jóvenes reciban sus poemas?

Me gustaría que la gente leyera estos poemas bien, con ganas, que los entendiera. Siento que los jóvenes están en otra cosa, con otras preocupaciones y, por supuesto, es natural, es otra manera de entender la poesía. Siento que la poesía tiene una función social y si alguien se puede sentir identificado con lo que escribo de alguna loca manera, eso me interesa.