12 de enero de 2012

Quehaceres de un escritor (20). Juan Rulfo

El novelista, cuentista y fotógrafo mexicano Juan Rulfo 
(1918-1986) nació en Jalisco, escenario de la Guerra Cristera (lucha armada entre el Gobierno y la Iglesia que se prolongó desde 1926 hasta 1929), un conflicto que habría de influir mucho en su vida y en su obra. Las tempranas muertes de sus padres obligaron a sus familiares a inscribirlo en un internado en Guadalajara donde entró en contacto con la biblioteca de un cura, algo que sería determinante en su formación literaria y su vocación artística. Asistió más adelante como oyente a los cursos de historia del arte de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México, convirtiéndose en un gran conocedor de la bibliografía histórica, antropológica y geográfica de su país. A partir de 1945 comenzó a publicar sus cuentos en dos revistas: "América", de la capital, y "Pan", de Guadalajara. En la primera de ellas aparecieron también sus primeras fotografías en 1949. Al año siguiente dejó su trabajo en una empresa fabricante de neumáticos y obtuvo dos becas consecutivas (1952/1953 y 1953/1954) que otorgaba el Centro Mexicano de Escritores. Ese hecho fue determinante para que Rulfo publicase en 1953 "El Llano en llamas" (donde reunió siete cuentos ya publicados en "América" e incorporó otros ocho nuevos) y, en 1955, "Pedro Páramo" (novela de la que había publicado tres adelantos en 1954 en las revistas "Las Letras Patrias", "Universidad de México" y "Dintel"). En 1958 terminó de escribir su segunda novela (muy breve), "El gallo de oro", que recién se publicaría en 1980. A partir de la aparición de los dos primeros títulos, el prestigio literario de Rulfo se incrementó de manera constante, hasta convertirse en el escritor mexicano más reconocido, leído y estudiado tanto en México como en el extranjero. Las dos últimas décadas de su vida las dedicó a su trabajo en el Instituto Nacional Indigenista de México, donde se encargó de la edición de una de las colecciones más importantes de antropología contemporánea y antigua de su país. En 1980 expuso sus fotografías en el Palacio de Bellas Artes y, tras su muerte, se han multiplicado las ediciones de libros dedicados a sus imágenes: "México: Juan Rulfo fotógrafo", libro-catálogo de la exposición del mismo nombre; "Juan Rulfo, letras e imágenes", con textos suyos sobre la historia y la arquitectura de México y sus fotografías de edificios mexicanos de diversas épocas; "Juan Rulfo, fotógrafo", con una selección de sus fotos más logradas; "Juan Rulfo: Oaxaca", con cincuenta imágenes tomadas por Rulfo en el estado mexicano de Oaxaca en la década del '50; y "100 fotografías de Juan Rulfo", una amplia selección de sus imágenes. La obra literaria de Rulfo -que no cesa de editarse en español y un medio centenar de otros idiomas- ha sido etiquetada como realismo mágico o estereotipada como indigenista. Lo concreto es que su admirable aportación técnica en cuanto a elementos formales y temáticos, sentó las bases para el surgimiento de la nueva narrativa hispanoamericana. Carlos Monsiváis lo sintetizó así: "En la obra de Rulfo la tragedia es el punto de partida de quienes viven entre huidas y asesinatos, entre traiciones y aislamientos. Alejado de tremendismo, Rulfo no conoce la estrategia del clímax. Lo suyo es el desfile de lo anticlimático y, por así decirlo, la normalización de la tragedia. En el universo rulfiano nada es marginal porque el único centro, el cacique, se desmorona como un montón de piedras, y los personajes viven alejados del Progreso, de las ilusiones, de la fascinación del abismo. En lo rulfiano, la tragedia y la afrenta son funciones de lo cotidiano. En Rulfo son fundamentales las tradiciones que ponen de relieve las atmósferas de violencia feudal del siglo XIX, las tramas donde lo verdaderamente humano es la acción misma de relatar. Rulfo pertenece a la lista de autores marcados idiomáticamente por la 'invención de las tradiciones', la transfiguración de los modos de vida y de los estilos populares".

Desgraciadamente yo no tuve quién me contara cuentos; en nuestro pueblo la gente es cerrada, sí, completamente, uno es un extranjero ahí. Están ellos platicando; se sientan en sus equipajes en las tardes a contarse historias y esas cosas; pero en cuanto uno llega, se quedan callados o empiezan a hablar del tiempo: "hoy parece que por ahí vienen las nubes...". En fin, yo no tuve esa fortuna de oír a los mayores contar historias: por ello me vi obligado a inventarlas y creo yo que, precisamente, uno de los principios de la creación literaria es la invención, la imaginación. Somos mentirosos; todo escritor que crea es un mentiroso, la literatura es mentira; pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación.
Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a hablar ese personaje, cómo se va a expresar. Esos tres puntos de apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia: ahora, yo le tengo temor a la hoja en blanco, y sobre todo al lápiz, porque yo escribo a mano; pero quiero decir, más o menos, cuáles son mis procedimientos en una forma muy personal.
Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiración, jamás he creído en la inspiración, el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser aquello. A veces resulta que escribo cinco, seis o diez páginas y no aparece el personaje que yo quería que apareciera, aquél personaje vivo que tiene que moverse por sí mismo. De pronto, aparece y surge, uno lo va siguiendo, uno va tras él. En la medida en que el personaje adquiere vida, uno puede, por caminos que uno desconoce pero que, estando vivo, lo conducen a uno a una realidad, o a una irrealidad, si se quiere. Al mismo tiempo, se logra crear lo que se puede decir, lo que, al final, parece que sucedió, o pudo haber sucedido, o pudo suceder pero nunca ha sucedido. Entonces, creo yo que en esta cuestión de la creación es fundamental pensar qué sabe uno, qué mentiras va a decir; pensar que si uno entra en la verdad, en la realidad de las cosas conocidas, en lo que uno ha visto o ha oído, está haciendo historia, reportaje.
A mí me han criticado mucho mis paisanos que cuento mentiras, que no hago historia, o que todo lo que platico o escribo, dicen, nunca ha sucedido y es así. Para mí lo primero es la imaginación; dentro de esos tres puntos de apoyo de que hablábamos antes está la imaginación circulando; la imaginación es infinita, no tiene límites, y hay que romper donde cierra el círculo; hay una puerta, puede haber una puerta de escape y por esa puerta hay que desembocar, hay que irse. Así aparece otra cosa que se llama intuición: la intuición lo lleva a uno a pensar algo que no ha sucedido, pero que está sucediendo en la escritura.
Concretando, se trabaja con: imaginación, intuición y una aparente verdad. Cuando esto se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer: el trabajo es solitario, no se puede concebir el trabajo colectivo en la literatura, y esa soledad lo lleva a uno a convertirse en una especie de médium de cosas que uno mismo desconoce, pero sin saber que solamente el inconsciente o la intuición lo llevan a uno a crear y seguir creando.


Creo que eso es, en principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere contar. Ahora, hay otro elemento, otra cosa muy importante también que es el querer contar algo sobre ciertos temas; sabemos perfectamente que no existen más que tres temas básicos: el amor, la vida y la muerte. No hay más, no hay más temas, así es que para captar su desarrollo normal, hay que saber cómo tratarlos, qué forma darles; no repetir lo que han dicho otros. Entonces, el tratamiento que se le da a un cuento nos lleva, aunque el tema se haya tratado infinitamente, a decir las cosas de otro modo; estamos contando lo mismo que han contado desde Virgilio hasta no sé quienes más, los chinos o quien sea. Mas hay que buscar el fundamento, la forma de tratar el tema, y creo que dentro de la creación literaria, la forma -la llaman la forma literaria- es la que rige, la que provoca que una historia tenga interés y llame la atención a los demás.
Conforme se publica un cuento o un libro, ese libro está muerto; el autor no vuelve a pensar en él. Antes, en cambio, si no está completamente terminado, aquello le da vueltas en la cabeza constantemente: el tema sigue rondando hasta que uno se da cuenta, por experiencia propia, de que no está concluido, de que algo se ha quedado dentro; entonces hay que volver a iniciar la historia, hay que ver dónde está la falla, hay que ver cuál es el personaje que no se movió por sí mismo. En mi caso personal, tengo la característica de eliminarme de la historia, nunca cuento un cuento en que haya experiencias personales o que haya algo autobiográfico o que yo haya visto u oído, siempre tengo que imaginarlo o recrearlo, si acaso hay un punto de apoyo. Ese es el misterio. La creación literaria es misteriosa y uno llega a la conclusión de que, si el personaje no funciona y el autor tiene que ayudarle a sobrevivir, entonces falla inmediatamente. Estoy hablando de cosas elementales, pero mis experiencias han sido éstas, nunca he relatado nada que haya sucedido; mis bases son la intuición y, dentro de eso, ha surgido lo que es ajeno al autor.
El problema, como decía antes, es encontrar el tema, el personaje y qué va a decir y qué va a hacer ese personaje, cómo va a adquirir vida. En cuanto el personaje es forzado por el autor, inmediatamente se mete en un callejón sin salida. Una de las cosas más difíciles que me ha tocado hacer, precisamente, es la eliminación del autor, eliminarme a mí mismo. Yo dejo que aquellos personajes funcionen por sí y no con mi inclusión, porque entonces entro en la divagación del ensayo, en la elucubración; llega uno hasta a meter sus propias ideas, se siente filósofo, en fin, y uno trata de hacer creer hasta en la ideología que tiene uno, su manera de pensar sobre la vida, o sobre el mundo, sobre los seres humanos, cuál es el principio que movía las acciones del hombre.
Cuando sucede eso, se vuelve uno ensayista. Conocemos muchas novelas-ensayo, mucha obra literaria que es novela-ensayo; pero, por regla general, el género que se presta menos a eso es el cuento. Para mí el cuento es un género realmente más importante que la novela porque hay que concentrarse en unas cuantas páginas para decir muchas cosas, hay que sintetizar, hay que frenarse; en eso el cuentista se parece un poco al poeta, al buen poeta. El poeta tiene que ir frenando el caballo y no desbocarse; si se desboca y escribe por escribir, le salen las palabras una tras otra y, entonces, simplemente fracasa. Lo esencial es precisamente contenerse, no desbocarse, no vaciarse; el cuento tiene esa particularidad; yo precisamente prefiero el cuento, sobre todo, sobre la novela, porque la novela se presta mucho a esas divagaciones.
La novela, dicen, es un género que abarca todo, es un saco donde cabe todo, caben cuentos, teatro o acción, ensayos filosóficos o no filosóficos, una serie de temas con los cuales se va a llenar aquel saco; en cambio, en el cuento tiene uno que reducirse, sintetizarse y, en unas cuantas palabras, decir o contar una historia que otros cuentan en doscientas páginas; ésa es, más o menos, la idea que yo tengo sobre la creación, sobre el principio de la creación literaria. Claro que no es una exposición brillante la que estoy haciendo, sino que estoy hablando de una forma muy elemental, porque yo les tengo mucho miedo a los intelectuales, por eso trato de evitarlos; cuando veo a un intelectual, le saco la vuelta, y considero que el escritor debe ser el menos intelectual de todos los pensadores, porque sus ideas y sus pensamientos son cosas muy personales que no tienen por qué influir en los demás ni hacer lo que él quiere que hagan los demás; cuando se llega a esa conclusión, cuando se llega a ese sitio, o llamémosle final, entonces siente uno que algo se ha logrado. Como todos saben, no hay ningún escritor que escriba todo lo que piensa, es muy difícil trasladar el pensamiento a la escritura. Creo que nadie lo hace, nadie lo ha hecho, sino que, simplemente, hay muchísimas cosas que al ser desarrolladas se pierden.