6 de julio de 2012

Alain Badiou: ética y política


¿Qué es la política? se pregunta Alain Badiou. Y responde: "En la cuestión política, hay siempre tres elementos: las personas, con lo que ellas hacen y piensan; las organizaciones: sindicatos, asociaciones, grupos, comités y partidos; y los órganos de poder del Estado, los organismos oficiales y constitucionales de los poderes: asambleas legislativas, el poder presidencial, la administración, los poderes locales. Toda política es un proceso de articulación entre esos tres elementos. Se los puede llamar simplemente el pueblo, las organizaciones políticas y sociales, el Estado. La política consiste en perseguir objetivos articulando al pueblo, las organizaciones y el Estado". Y agrega: "Una concepción clásica de esa articulación dice que las tendencias ideológicas de los distintos segmentos sociales, más o menos ligadas al estatuto social, a la clase, a la práctica social, difieren entre sí. Esas tendencias tienen objetivos diferente y son representadas por organizaciones y partidos. Esos partidos están en conflicto, pues todos se proponen obtener el poder del Estado y utilizarlo para sus objetivos. A partir de este enfoque podemos identificar cuatro grandes orientaciones: la revolucionaria, la fascista, la reformista y la conservadora. La concepción revolucionaria, y también la concepción fascista, dirán que el conflicto es necesariamente violento. Las concepciones reformistas y conservadoras dirán que este conflicto puede mantenerse dentro de las reglas constitucionales. Pero esas cuatro políticas están de acuerdo acerca de un punto: la política es la representación, por medio de organizaciones, del conflicto de intereses y de ideologías. Esa representación tiene por objetivo apoderarse del Estado, y la articulación entre el pueblo, las organizaciones y el Estado pasa por la idea de representación". Para Badiou es necesario repensar enteramente la política y propone partir de cuatro ideas: la independencia total del proceso político organizado respecto del Estado, el abandono de la idea de la representación, una concepción de la acción militante cuyo objetivo sea la extinción progresiva del Estado, y la organización política sin partidos. "Pienso -dice Badiou- que una política nueva puede pretender ser, al mismo tiempo, una ética. Y hay dos razones para esto: a) en las políticas de representación no puede haber ética, pues, para un sujeto, la acción ética es justamente aquella que no puede ser delegada ni representada. En la ética, el sujeto se presenta él mismo, decide él mismo, declara lo que él quiere en su propio nombre. Y b), en las políticas comunes, el centro de la política es el Estado. El Estado no tiene ninguna ética. El Estado es responsable del funcionamiento mínimo de la economía y de los servicios colectivos, es decir, el Estado es funcional. Y el Estado es responsable de un mínimo de paz civil, un mínimo de acuerdo entre las personas, es decir, el Estado es consensual. Pero ni lo funcional ni lo consensual son reglas éticas". Por lo tanto, añade Badiou, la ética no tiene ningún vínculo con el Estado. Se llama ética a una máxima subjetiva o una acción estrictamente ligada a los principios universales. "Entonces, solo se puede considerar concerniente a la ética una política que no es representativa, sino que se presenta directamente; que no busca el poder de Estado, sino que solo quiere forzar al Estado; que no es jurídica, sino que es subjetiva; y que no tiene un referente particular ni está ligada a los intereses de un grupo, una comunidad, una nación o una clase, sino que es universal y desinteresada".

ÉTICA Y POLÍTICA

En la cuestión de la política hay siempre tres elementos: está la gente, con lo que hacen y lo que piensan; están las organizaciones: los sindicatos, las asociaciones, los grupos, los comités y los partidos; están los órganos del poder del Estado, los órganos oficiales y constitucionales del poder. Las asambleas legislativas, el poder presidencial, el gobierno, los poderes locales. Toda política es un proceso de articulación de esos tres elementos. Se los puede llamar simplemente: el pueblo, las organizaciones políticas y sociales, el Estado. Una política consiste en perseguir objetivos, articulando al pueblo, las organizaciones y el Estado. Existe una concepción clásica de esta articulación. Esta concepción dice lo siguiente: en el pueblo hay diferentes tendencias ideológicas, más o menos vinculadas al estatuto social, con las clases, con las prácticas sociales, y estas tendencias tienen objetivos diferentes. Estas tendencias están representadas por organizaciones y partidos. Estos partidos están en conflicto para ocupar el poder del Estado y utilizarlo para sus objetivos. A partir de ahí existen cuatro grandes orientaciones: revolucionaria, fascista, reformista y conservadora. Pero estas cuatro políticas están de acuerdo en un punto: la política es la representación, por medio de las organizaciones del conflicto, de los intereses y las ideologías, y esta representación tiene como objetivo apoderarse del Estado. La articulación entre pueblo, organizaciones y Estado pasa por la idea de representación, y la forma moderna de esta idea es el parlamentarismo.
¿Cuál es la idea general del parlamentarismo? Es la de organizar las representaciones en todos los niveles, con la elección como organismo central. En primer lugar, las tendencias presentes en el pueblo pueden organizarse libremente en asociaciones. Estas tendencias son representadas, en los diferentes aspectos de sus prácticas, por asociaciones o sindicatos y de este modo expresan sus ideas, sus reivindicaciones, su voluntad, inclusive mediante acciones públicas (derecho a la huelga, derecho a manifestarse, derecho a publicar). Entre estas asociaciones figuran los partidos políticos. Un aspecto muy particular de los partidos políticos es que son los únicos que están directamente representados en el Estado, puesto que el Estado está construido a partir del mecanismo electoral y un candidato se vale de un partido. Entonces, el partido es el vínculo representativo entre el pueblo y el Estado.
La consecuencia es que en el sistema parlamentario la política está enteramente subordinada al Estado. ¿Por qué? Porque la única articulación completa entre los tres términos: pueblo, organizaciones y Estado, se organiza en el momento del voto. Es en ese momento en que la representación del pueblo en los partidos se vuelve también, una representación de los partidos en el Estado. Pero el voto está reglado y organizado por el propio Estado en un marco constitucional. Se supone naturalmente que todo el mundo acepta este marco. En consecuencia, se supone un consenso político sobre la idea de representación. En el corazón de este consenso está el Estado. Las movilizaciones populares, por ejemplo, no son sino medios de presión, porque son articulaciones incompletas. No tocan directamente a la representación en el Estado, aceptan fundamentalmente el consenso. El sistema parlamentario es por lo tanto una forma política que excluye las rupturas porque al menos hay una cosa cuya continuidad es garantizada: el Estado y su mecanismo representativo. Hay que decir que al nivel del Estado el parlamentarismo es conservador.
¿Por qué es dominante hoy en día el sistema parlamentario? Porque las políticas de ruptura han encallado. Tanto se trate de las dictaduras revolucionarias o de las dictaduras militares. ¡Pero cuidado! Esas tentativas revolucionarias o dictatoriales tenían en común el mantenimiento de la idea de la representación. Los partidos comunistas pretendían representar a una clase: el proletariado. Los partidos fascistas siempre pretendieron representar a la comunidad nacional. Y por otra parte, estas tentativas también colocaban a la política bajo la autoridad del Estado. Se trataba de tomar el Estado y actuar sobre la sociedad de manera autoritaria con los medios del Estado.
El parlamentarismo ha, finalmente, ganado por lo siguiente: es la mejor política posible, si se admiten tres cosas: a) que la política es, ante todo, un mecanismo de representación; b) que hay organizaciones particulares, los partidos, que representan las tendencias de la sociedad en el Estado; y c) que debe haber un consenso organizado a partir del Estado y que por consiguiente es el Estado, con sus reglas constitucionales, lo que asegura la continuidad política. Estas tres condiciones eran aceptadas también tanto por los revolucionarios como por los conservadores. Pero el sistema parlamentario es la forma más flexible y la más eficaz organización de estas tres condiciones. En el fondo, el parlamentarismo limita el conflicto. Deja que se enfrenten los reformistas y los conservadores y excluye a los revolucionarios y a los fascistas. De esta manera va ampliando el consenso.
El problema que se presenta actualmente es de saber si es necesario pensar la política en el marco de esas tres condiciones: condición representativa, condición partidaria, condición consensual y constitucional. Si la respuesta es si, hay que aceptar el sistema parlamentario. En ese caso un partido progresista tendrá dos funciones contradictorias: deberá impulsar las asociaciones populares, lo que supone la independencia respecto al Estado, la autonomía política respecto al consenso, y, al mismo tiempo, deberá presentarse a las elecciones, ocupar los puestos el poder y por lo tanto, adoptar las reglas del consenso y administrar el Estado.
En mi criterio esas conjunciones son verdaderamente contradictorias: en los últimos años el número de desocupados se duplicó, el sindicalismo está en una completa crisis, la figura popular y obrera ha desaparecido de las representaciones políticas, la corrupción se ha expandido y la esperanza política popular ha dejado lugar al más total escepticismo. Por lo tanto, es un fracaso completo. Y este fracaso no es sino la expresión de la contradicción de las dos funciones, en la cual se encuentra todo partido progresista cuando juega estrictamente el juego parlamentarista con su sistema de reglas consensuales. Es entonces cuando hay que empezar a hablar de ética, porque en la actualidad solamente una política nueva, una concepción transformada de la política, puede aspirar a ser también una ética. Y esto por dos razones: hay una enorme diferencia entre el Estado dictatorial y criminal y el Estado constitucional que admite las elecciones. Pero esa diferencia no tiene nada que ver con la ética, y desde este punto de vista se abusa de ella cuando se la aplica a este tipo de comparaciones.
Fundamentalmente se trata de una diferencia jurídica. En el Estado dictatorial y criminal, el derecho es suprimido para ciertas acciones y ciertas personas. En el Estado constitucional el derecho es general, sea cuales fueran las excepciones de hecho. Pero, ¿cuál es la causa de esta diferencia? La causa de esta diferencia está en la elección del referente principal de la política de Estado. En el estado dictatorial el referente principal es la propia seguridad del Estado. El centro de la actividad del Estado es la destrucción de sus adversarios, y esto acarrea la supresión del derecho y el terrorismo de Estado. En el Estado parlamentario el referente principal es la economía de libre competencia, la libre circulación de capitales y finalmente, el mercado mundial. La economía capitalista tiene necesidad del derecho, tiene necesidad de la libertad de elección y de circulación de los consumidores. Pero bien entendido, él libera el derecho en la medida en que haya un acuerdo general sobre reglas del Estado. No es porque existe el derecho que haya consenso, sino porque hay consenso es que puede haber derecho. De tal manera, el Estado parlamentario es un Estado de derecho pero de ninguna manera, por razones éticas, basta con ver a la gente que lo dirige, nadie los tomaría como modelos de ética. No es de ninguna manera por esas razones, sino porque hay un gran consenso alrededor del referente principal que es la economía de mercado. No hay entonces necesidad de tomar a la seguridad del Estado como referente principal, se puede confiar la regla jurídica al consenso económico y dar cierta libertad en el juego, tras el cual se ponen en realidad las leyes generales del mercado mundial. Por consiguiente, el derecho es favorable a la economía, es decir, favorable al Estado que tiene la economía como referente principal.
Finalmente, creo que es absolutamente preciso distinguir cuatro términos sobre el tema ética y política: 1) El Estado, que siempre tiene un referente principal. Por ejemplo, en la guerra, referente es la nación o el territorio. En una dictadura es la seguridad del Estado. En el parlamentarismo es el mercado mundial. 2) El derecho, lo jurídico. Es una forma social fijada por el Estado. Su existencia y su generalización están estrictamente ligadas al referente principal del Estado. Cuando ese referente es la nación en guerra o la seguridad del Estado, o como en la Unión Soviética la clase y el partido, casi no hay derecho. Cuando se trata de la economía de mercado, el mercado mundial, hay derecho. Diré entonces, que el derecho se instala entre el Estado y su referente principal, con un margen de existencia que depende de la distancia entre el estado y su referente. 3) La política en su modelo clásico o representativo está vinculada con el Estado, tiende a confundirse con él. Ella discute, en consecuencia, cuestiones estatales como: ¿es necesario o no el derecho? ¿Hay que integrarse o no al mercado mundial? ¿Hay o no que defender a la nación? Toda una serie de cuestiones fundamentales que conciernen justamente al referente principal del Estado. 4) Finalmente, la ética no tiene ninguna relación con el Estado. Ciertamente, algunos Estados pueden cometer crímenes y lo hacen muy a menudo, pero el juicio sobre estos crímenes no es de orden ético. En realidad, estos juicios consisten en rechazar el referente del Estado en el nombre del cual ese crimen ha sido cometido y proponer otro referente y, por lo tanto, otra forma del Estado. Esa es la razón por la cual cuando un Estado le sucede a otro, cuando una forma de Estado sucede a otra, es decir, cuando el referente principal ha cambiado, la mayor parte de las veces el nuevo Estado no castiga los crímenes o lo hace mínimamente. Y esto es así porque esos juicios no son de orden ético y tampoco de orden político. Dependen del Estado, que es funcional y consensual, y busca siempre la continuidad y no la ruptura.
La ética no tiene tampoco una verdadera relación con lo jurídico, porque lo jurídico está destinado a asegurar un funcionamiento correcto de la situación colectiva. Hoy en día lo político depende fundamentalmente de las relaciones entre el Estado y la economía de libre competencia. Cuando, por ejemplo, los norteamericanos o los europeos envían tropas para "restablecer los derechos el hombre", ¿qué quiere decir eso exactamente? Eso quiere decir que ellos quieren imponer un Estado más conforme con las reglas del mercado mundial y quieren imponerle al Estado un cambio del referente principal, quieren obligar a ciertos Estados tiránicos a pasar de un referente del tipo "seguridad del Estado", a un referente de tipo «mercado mundial» verdaderamente mucho más interesante para ellos. Está absolutamente claro que, en este asunto, la ética es un puro discurso de propaganda.
La ética, finalmente, no tiene nada que ver con las políticas de la representación. El punto principal, creo, es que esas políticas están dominadas por el principio del interés. En última instancia, el partido representa los intereses de quienes votan por él y por otra pare, él tiene su propio interés, que es el de instalarse en el Estado. Todo el problema para los políticos es que no logran vincular esos dos intereses: el interés de su clientela y su propio interés en el Estado. La experiencia nos muestra que el interés ligado al Estado siempre gana. Pero de todas maneras este juego de los intereses y de las opiniones regido por el Estado nada tienen que ver con la ética. Cuando en esas circunstancias ella aparece en el debate se puede decir que es un tema puramente ideológico. Si llamamos ética a una máxima subjetiva, un acción estrictamente ligada a principios universales, entonces hay que decir que sólo puede ser considerada como dependiente de la ética una política que tenga estas cuatro características: que no sea representativa, que se presente directamente; que no busque el poder del Estado, que quiera solamente forzarlo; que no sea jurídica, que sea subjetiva; y que no tenga un referente particular, que no esté ligada a los intereses de un grupo, de una comunidad, de una nación o de una clase. Que lo que ella diga, lo que proclame, lo que organice, sea universal y desinteresado aunque siempre esto ocurra en situaciones concretas.
¿Existe, acaso, tal política? ¿Puede existir? Este es todo el problema. Pero si una política así no existe habrá que renunciar, pura y simplemente, a toda relación posible entre política y ética. Habrá que convertirse, en materia de política, a un pragmatismo realista y cuando sea necesario, cínico. Pero tal vez la primera exigencia ética sea desear que una política así exista y trabajar en favor de ese deseo. Después de todo, el deseo es también un pensamiento y el punto principal sería entonces, como dice Lacan, hablando de la ética, cómo no ceder nunca en ese deseo.