23 de agosto de 2012

Conversaciones (L). Quino - Miguel Rep. Sobre cómo fue la historia (1)

Definitivamente, hay un antes y un después en el humor gráfico a partir de la aparición de Quino, el creador de Mafalda, su más logrado personaje. Nacido como Joaquín Lavado en Mendoza en 1932, este hijo de inmigrantes españoles decidió que quería ser humorista leyendo las revistas extranjeras que le llegaban a su tío Joaquín, un dibujante publicitario profesional que lo entretenía por las noches con sus dibujos. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Cuyo y, a los dieciocho años, se marchó a Buenos Aires a probar suerte con sus dibujos. El viaje resultó infructuoso, por lo que volvió a su provincia y, tras realizar el servicio militar obligatorio, lo intentó otra vez, ahora como dibujante publicitario. Publicó su primera pagina de chistes sin palabras en el semanario "Esto Es" y luego colaboró con páginas de humor en numerosas publicaciones, entre ellas la revista "Rico Tipo". Hasta que, en 1962, la primera historia de Mafalda se publicó en "Leoplán". Las andanzas del personaje que Umberto Eco definiera como una "heroína iracunda que rechaza al mundo tal cual es, reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres" se publicaron entre los años 1964 y 1973 en tres publicaciones: "Primera Plana", "El Mundo" y "Siete Días Ilustrados". Bastante antes de la despedida oficial de la tira, en junio de 1973, Quino -y nadie más que él- advirtió que el personaje se encon­traba agotado y que no podía insistir sin repetirse. A diferencia de otros colegas suyos -como Charles Schulz (1922-2000), crea­dor de "Peanuts"-, que hicieron perdurar las tiras apoyán­dose en un equipo de guionistas y dibujantes, Quino se resistió siempre a perder el contacto personal con su creación. Jamás quiso adoptar esta modalidad de trabajo por considerarla no adecuada a su estilo, así como tampoco nunca utilizó un mecanismo particular de trabajo. Antes que nadie lo pudiera percibir, Quino supo que "Mafalda" había cumplido su cometido. El genial Roberto Fontanarrosa (1944-2007) decía que los humoristas eran como pequeños laboratorios: "recibimos una información, la procesamos y obtenemos un producto pretendidamente humorístico. Y, a mi juicio, Quino es el laboratorio más perfecto. Siempre sus historias tienen otra vuelta de tuerca, otro paso más allá, otro nivel de reflexión, que las hacen más elaboradas, más redondas y más profundas". Miguel Repiso (1961) más conocido como Miguel Rep o simplemente Rep, es un dibujante y humorista gráfico argentino de larga trayectoria que participó activamente en el homenaje que se le realizó a Quino por sus ochenta años de vida. Rep publica sus tiras en el diario "Página/12" desde el primer número y colabora habitualmente en las revistas "Veintitrés" y "Fierro", y en los diarios "El País" y "La Vanguardia" de España. Cuenta Rep que, cuando la preguntaron al pintor británico Francis Bacon (1909-1992) acerca de las influencias que había tenido, contestó: "En una determinada época de mi vida, estuve influido por Picasso, aunque influencia no es, quizá, la palabra exacta. Picasso, en realidad, me ayudó a ver". "Para mí -dice Rep-, la importancia de Quino es su mirada". "Antes -continúa- creía que era su dominio de los recursos del dibujo, luego, sus puestas en escena, su capacidad para elaborar personajes para nada unidimensionales, su cariño pese a su amargura hacia la especie humana, sus ideas ingeniosas graficadas con precisión, en fin, todo lo de inteligencia que vino a infundirle a este género austero. Pero es todo eso, y sobre todo, su mirada acerca del mundo lo que repetiremos eternamente preñados por sus trabajos. La mirada de un niño hipercurioso, el ángel perverso que anida en él, un autor sólo mellado por períodos de indignación o sentido común. Quino es algo serio, un generador de momentos inolvidables, como pocos lo logran. Todos tenemos por lo menos un chiste de Quino soldado en el placer de los recuerdos". El diario "Página/12" publicó en su edición del 29 de julio de 2012 una larga charla que mantuvieron ambos humoristas en el departamento que Quino y su mujer Alicia tienen en el centro de Buenos Aires. A continuación, la primera parte de esa conversación.



Q.: Antes de cumplir ochenta años tenía un humor de mierda. Estuve deprimido, medio jodido, de todo. Pero ahora que ya cumplí los ochenta todo eso se fue. Ya no me pasa nada con la edad.

R.: ¿Siempre los números redondos ponen así, de mal humor?

Q.: No. Nunca les di bola a esas cosas. Porque en mi familia nunca se festejaron los cumpleaños. Algo que a Alicia la hace sufrir mucho, porque siempre me olvido de esas fechas. Fue mi tía la que me festejó mi primer cumpleaños. Me acuerdo de que compró bombones de Bonafide.

R.: ¿Cuándo fue eso?

Q.: Debe haber sido en 1948, después de la muerte de mi madre primero y mi padre después. Recién entonces me festejaron algunos cumpleaños, pero tampoco es que hayan sido tantos los festejos...

R.: ¿Por qué no los celebraban? ¿Por algo en especial?

Q: Me parece que en España es así, porque tenemos un amigo español que tampoco los festeja. Mi madre se murió cuando se estaba terminando la Segunda Guerra Mundial. Como yo iba al cine solo desde los ocho, me había visto todos los noticieros de la guerra. Por eso cuando me cosieron la franja de luto en la manga me sentí como un nazi al que le estuviesen cosiendo el brazalete con la esvástica. ¡Fue terrible! En esa época, además del luto en la manga, se usaba la corbata negra y la tirita negra en la solapa. No se podía escuchar la radio, y se tenía que dejar entornada la puerta de zaguán durante tres meses. Antes de mi madre murió mi abuelo, y después de ella fue mi padre. Así que prácticamente me pasé de luto de los diez a los dieciocho años.

R.: ¿Eso le formó la personalidad? ¿Antes era un niño más alegre?

Q: Claro que sí. Lo fui hasta que mi madre se enfermó de un cáncer que la tuvo dos años en cama. Cuando fui a ver "Gritos y susurros" de Bergman, casi me tengo que ir del cine. No lo aguantaba.

R: ¿Y cómo fue la relación con su padre?

Q: Mi papá hablaba muy poco, pero cuando abría la boca era muy gracioso. Un andaluz gracioso. Era muy de café y jugar a las cartas, y una tarde de café se enojó con un amigo. No sé qué estaba diciendo el otro, pero mi padre le respondió: "¡Cállate ya, membrillo!". A partir de entonces al otro le quedó el "Membrillo". Lo cagó para siempre.

R.: ¿Cómo se definía políticamente en la época de sus comienzos como humorista?

Q.: Antiperonista.

R.: ¿Antiperonista pero...?

Q.: Pero nada. Soy hijo de republicanos españoles, anticlerical a muerte. Mi abuelo me llamaba cuando era chico. "Niño, ven pa'acá", me decía. "¿Tú sabes lo que es una misa?". Cuando le respondía que no, el abuelo me explicaba: "Una congregación de ignorantes adorándole el culo a un tunante". Mi abuela, además, era comunista. Venía a vender bonos del partido a mi casa.

R.: ¿Y sus padres?

Q.: Mis padres eran "socialistoides". Se armaban unas discusiones del carajo. Por eso es que yo siempre fui muy politizado. Yo sintonizaba La Voz de las Américas y escuchaba a Bing Crosby. En esa época vos ponías la radio y escuchabas de todo: Radio Pekín, a los rusos, lo que quisieras. El éter estaba limpísimo.

R: ¿Su abuela comunista le decía algo cuando lo descubría escuchando a Bing Crosby?

Q: Venía con unas fotos de bombardeos norteamericanos sobre alguna ciudad alemana, que había quedado así, llena de escombros, al ras del suelo, y me acusaba: "¡Mira, niño! ¡Mira lo que han hecho los tuyos!".

R: ¿Por qué los tuyos?

Q: Porque a mí no sólo me gustaban Bing Crosby y Frank Sinatra, sino también las películas norteamericanas, los musicales, Esther Williams. Todas esas cosas.

R: ¿Ya dibujaba en esa época?

Q: Empecé a dibujar como todos los niños, a los dos o tres años. Pero a los catorce decidí que iba a ser dibujante de humor.

R: ¿Por qué de humor?

Q: Porque me había criado con mi tío Joaquín, y él estaba suscripto a varias revistas norteamericanas, porque era publicista. A su casa llegaban "Life", "Esquire" y "Saturday Evening Post", donde había unos dibujantes norteamericanos que hacían humor mudo, como Eldon Dedini. Y cuando a los dieciocho años me cayó en las manos "París Match" y me encontré con Jean Bosc y Chaval, ni te cuento. Yo me crié con ese tipo de humor. Divito me decía: "¿Qué tiene que ver esto con el humor de la Argentina? ¡No tenemos nada que ver con un desierto o un elefante!". Pero no me importaba, el humor que me gustaba era el de ese dibujo de Chaval, en que el tipo va mirando por la ventanilla de un avión y ve pasar un tranvía. Recuerdo los nombres de revistas de aquella época: "Patoruzú", "Rico Tipo", "El Tony", "Tit Bits"… Hasta una revista femenina llamada "El Hogar". La comprábamos para mi tía y ahí Lino Palacio hacía una tira llamada "El cocinero y su sombra". Hay una cosa de la economía del momento que no me cuadra, porque me acuerdo que mi padre para comprarse un traje tenía que pedirles una forma a sus amigos para sacar un crédito... y sin embargo en mi casa se compraba todo tipo de revistas. Así que, o las revistas eran baratas, o los trajes eran carísimos.

R.: Alguna vez dijo que su primer sueño como dibujante fue ser ayudante de Divito, la primera gran estrella del dibujo argentino.

Q.: Su romance con Amelia Bence salía en "Radiolandia". Y aunque era muy bajito se vestía de manera muy elegante. Lino Palacio también tenía su fama. Lo conocía todo el mundo por las tapas de "Billiken". Para llegar hasta él recibí la ayuda de Dobal, su ayudante, autor de la tira "El detalle que faltaba", que me daba consejos para mi dibujo. Aún hoy siempre hablamos por teléfono. Está cada día más bajito.

R.: ¿Cómo fue su encuentro con Divito?

Q.: Antes de llegar a hablar directamente con Divito, en "Rico Tipo" me atendía un dibujante llamado Rovira. Usaba muy grande el nudo de la corbata, era muy elegante. Porque en "Rico Tipo" todos sufrían la influencia de Divito en su vestimenta. Parece que gustaron mis ideas, porque enseguida pasé a ser atendido por el propio Divito, que hacía que le llevase mis dibujos en lápiz. Me los corregía, yo los pasaba a tinta y después me los publicaban.

R: Una vez contó que en sus comienzos dibujaba más sencillo...

Q.: ¡Mucho más! Yo hacía la línea, nada más. Pero Divito me decía que no, que la gente paga y hay que entregarle material...

R: ¿Cuándo se dio cuenta de que había encontrado su estilo como dibujante?

Q: Después de tomar unas clases con Demetrio Urruchúa. Habrá sido recién después del año 1965...

R: Mucho después de haber empezado con "Mafalda", entonces.

Q: Es que yo a "Mafalda" la calcaba de un cuadro a otro porque no me salía igual y entonces sufría. Oski calcaba muchísimo, él me animó, tenía una mesa de vidrio inclinada con la luz debajo. Yo nunca tuve una mesa así, por eso usaba la ventana...

R: ¿Cómo eran esas clases?

Q: Urruchúa tenía un ejercicio: te hacía pintar un cartón de los colores que quisieras. Después te decía: "usted es de familia sirio-libanesa, rusa, o italiana", por los colores que habías elegido. Y era así. Algo increíble. A mí me decía: "usted, andaluz, tiene que romper con esos colores de Goya, pinte amarillos y blancos". Yo me ponía a hacerlo, pero una fuerza mayor que yo me hacía taparlo con colores ocres y pardos.

R: ¿A partir de esas clases siente que se asentó su estilo?

Q: Es que yo pasé por varias etapas. De narices puntiagudas o más redondas. Una vez hablando con Julián Delgado recuerdo que me dijo: "Che, estás haciendo los pies muy largos". Yo miraba y no veía nada raro, así que pensaba que Julián estaba loco. Pero lo que pasa es que no había nada raro en el dibujo: me decía de los pies escritos. Les llamaba pies a los textos, de tan periodista que era.

R.: ¿Nunca dejó de dibujar?

Q.: La única vez que no dibujé en mi vida fue cuando hice la "colimba". Sólo pintaba el banderín del equipo de polo de los oficiales de la Artillería Aérea de Montaña, allá en Mendoza. Tardaba mucho, porque cuanto más pintaba menos cosas tenía que hacer…

R: ¿Además de anticlerical era antimilitar?

Q: Es que de chico vivía obsesionado porque tenía que hacer la "colimba". Y tenía razón. Es una cagada. Bah, lo que pasa es que uno sale del mundo de su familia y se mete ahí con chicos de otras provincias. Me acuerdo de que había un chico de Córdoba que no sabía lo que era un tenedor.

R: Pensé que iba a decir que no conocía el mar...

Q: Yo conocí el mar recién a los doce años. Fui a Mar del Plata, con mis tíos. Una tía de Joan Manuel Serrat tiene la anécdota más hermosa que yo escuché nunca sobre el mar. Era una señora de unos cincuenta años, así que la llevaron a la costa y toda la familia se quedo atrás para ver qué decía. Estuvo mirando un rato muy largo, hasta que se dio vuelta y le dijo a la familia: "¡Qué ocurrencia!". El mar, qué ocurrencia. Es buenísimo eso.

R: Claro, porque a ella no se le había ocurrido... Para los consumidores de humor, ya sea por curiosidad o profesión, el humor que más gracia les causa es el humor bruto, porque es más virgen.

Q: Como el de Gila. Era el humor que en una época sabían tener los taxistas de Madrid. Una vez con Alicia nos tocó uno que decía: "Lo que yo no entiendo es eso del vaso medio lleno y medio vacío. ¡Si el vacío es la nada! ¿Cómo va a estar medio vacío?".

R: ¿Cómo fue que le dijeron hace poco los médicos que lo atendieron en Madrid?

Q: Ah, sí. Hace unos meses, en febrero, tuve una descompensación muy fuerte. Me sentía para el carajo, así que me tomé la presión y cuando vi que tenía cinco de máxima llame a un hospital. Pedí que me enviasen un médico, porque me sentía muy mal. "Vamos a ver, ¿cuánto tiene usted de máxima?", me preguntó el que me atendió. "Cinco", le respondí. "¡No puede ser!", me dijo. "¡Eso no es compatible con la vida!".

R: Es como el chiste de la señora que acomoda el Guernica. Es Manolito. Lo lleva en la sangre.

Q: Teníamos una casita en el Tigre y cada vez que llegábamos estaba todo húmedo. Teníamos un salero chiquitito, de cerámica, con un solo agujerito. La sal no salía, por supuesto, así que yo agarré un clavo y un martillo. Sin pensar que el clavo era más ancho que el agujero, le pegué con el martillo y estalló el salero para todos lados. Eso es Manolito.

R.: Pero usted no es Manolito, ni Mafalda, ni Libertad, sino que tiene partes de todos los personajes de su tira más famosa. Hasta de Susanita porque, como ha contado más de una vez, es un fanático de los chistes.

Q.: También tengo algo de Miguelito. Cuando vivía en una pensión con Julián Delgado una vez le pregunté: "¿Cuánto pesa un árbol?". "Por qué no te vas a la puta que te parió", fue su indignada respuesta.

R.: Con Julián se dejaron de hablar luego de una disputa sobre los primeros originales de "Mafalda", ¿no?

Q.: A los seis meses de publicar la tira en "Primera Plana", me la pidió un diario de Bahía Blanca. Entonces fui a hablar con Julián, que era el secretario de redacción, y me dijo que los originales eran de la revista, no míos. ¡Mi amigo de toda la vida me dijo eso! Fue un dolor enorme. Así que fui al archivo, le pregunté al cadete si tenía mis originales y él me los dio... ¡y por eso estos carajos lo echaron! Ahí fue cuando dejé "Primera Plana".

R: ¿Los sigue teniendo?

Q: Casi todos. Pero el tomo siete de "Mafalda" se perdió todo. Un cadete se lo olvidó en un taxi. Y desde entonces nunca han reaparecido.

R: ¿Dónde estaba la pensión en la que vivían con Julián?

Q: En avenida Forest al 1400 o 1600, creo. No era una pensión, sino la casa de una señora que alquilaba dos piezas. Después que se fue Julián, llegó Rodolfo Walsh.

R: ¿Se hablaban con Walsh, eran amigos?

Q: Hablar teníamos que hablar, porque para salir de su pieza tenía que pasar por la mía. A mí Rodolfo me costaba mucho, así que amigos no éramos. Pero cuando él alquilaba la casa en el Tigre, allá fuimos. Sacaba un arma y tirábamos al blanco.