30 de octubre de 2012

Josefina Ludmer: "La crítica literaria clásica está muerta, como terminó también el carácter emancipatorio y revolucionario de la literatura" (1)

Josefina Ludmer (1939) nació y se crió en San Francisco, provincia de Córdoba, hija de una farmacéutica y un médico que a la vez era director del Centro Cultural y de la Biblioteca Popular. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Rosario, donde se graduó como profesora en Letras en 1964 habiendo trabajado como ayudante de cátedra desde 1961. En 1966, tras el golpe militar que intervino las universidades y anuló su autonomía, Ludmer se instaló en Buenos Aires desempeñándose como traductora en diversas editoriales nacionales mientras perfeccionaba sus estudios con distinguidos intelectuales como Ramón Alcalde (1922-1989), Tulio Halperín Donghi (1926), David Viñas (1927-2011) y Noé Jitrik (1928). Especializada en teoría literaria y en literatura y cultura latinoamericanas, publicó en 1972 su primer libro: "Cien años de soledad. Una interpretación", y dictó durante el siguiente año la cátedra de Literatura Latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Durante 1976/1983 formó parte de lo que se conoció como la "Universidad de las catacumbas", en la que se habían refugiado los intelectuales críticos que sobrevivían en el país durante la dictadura militar. Por entonces dictaba cursos en su casa a los que concurrían muchos de los críticos y escritores que surgirían en la década siguiente. En 1977 publicó "Onetti. Los procesos de construcción del relato" y, en los años siguientes, fue investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y viajó varias veces a los Estados Unidos como profesora visitante de las Universidades de Princeton, Harvard y Berkeley. En 1983, con el retorno de la democracia, volvió a la Universidad de Buenos Aires, donde fue profesora de Teoría Literaria II hasta 1991. Luego, hasta 2005, fue profesora de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Yale, Estados Unidos. Autora de numerosos ensayos y artículos publicados en medios especializados sobre Borges, Puig, Felisberto Hernández, Cabrera Infante, Alfonsina Storni, y Sor Juana Inés de la Cruz, entre muchos otros, publicó también "El género gauchesco. Un tratado sobre la patria" en 1988, "El cuerpo del delito. Un manual" en 1999 y "Aquí América Latina. Una especulación" en 2010. Actualmente da seminarios de doctorado en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Lo que sigue a continuación es la primera parte de una serie de entrevistas en las que la reconocida investigadora y crítica literaria repasa sus años de estudio en Rosario, sus experiencias en la Buenos Aires de los años '60, el trabajo en universidades de los Estados Unidos y su itinerario de lecturas, un trayecto tan extenso como rico que le permitió modelar un andamiaje teórico desprovisto de la típica pátina de conservadurismo universitario. Las mismas fueron realizadas por Flavia Costa (revista "Ñ" nº 218, 1 de diciembre 2007), Daniel Molina (revista "Ñ" nº 359, 14 de agosto de 2010), Patricia Somoza ("ADN", suplemento cultural diario "La Nación", 29 de octubre de 2010), Gabriela Cabezón Cámara (diario "Clarín", 3 de noviembre de 2010), Alejandro Bellotti (diario "Perfil", 17 de marzo de 2012) y Agustín Scarpelli (revista "Ñ" nº474, 27 de octubre de 2012).


Usted ha dicho que no quisiera que sus libros estuvieran en el estante de crítica literaria de las bibliotecas. ¿Por qué?

Porque considero que ya no hago crítica literaria.

¿Qué hace, entonces?

Trato de ver algo, algún punto del mundo en que vivimos, a través de la literatura. Leo el modo en que la literatura construye realidad, construye mundo, temporalidades, subjetividades, territorios, para pensar las condiciones de vida actuales. Y uso la literatura porque tengo entrenamiento en eso, pero se podría ver el mundo a través de cualquier cosa: la sociedad, el cuerpo, las creencias. Una vez que sabés leer algo, lo podés usar para pensar lo más general, incluso podría decir "lo humano" contemporáneo.

¿Por qué decidió la reedición de "El género gauchesco"?

Lo que decidí fue la reedición de toda mi obra. Refiriéndonos al género gauchesco en particular, vale decir que esta es la segunda reedición, la anterior había sido en 2000, en Editorial Perfil. Cada doce años, como una cosa rítmica, ¿no? Este es uno de los libros que más quiero. Muchos me decían que lo tenían en fotocopias, que lo habían leído así; creo entonces que es valiosa la reedición.

¿Cómo lo ve hoy, a casi veinticinco años de aquella primera edición?

Lo veo fresco, incluso ahí utilizo el concepto de biopolítica, el uso de los cuerpos. Por supuesto, para entonces yo había leído todo Foucault y Bajtin, que son los pilares de este libro. Foucault y su modo de ver la historia y Bajtin con la voz y las posiciones, y ahí entraron los dos en ese tema nacional. Yo estaba tratando de trabajar en el "Martín Fierro", pero me di cuenta de que no daba para hacerlo solo, que quería hacer todo el género, y descubrí que la gauchesca era un género nacional, propio.

Eso implicó tener que modificar su aparato crítico.

También mi escritura, con todas esas notas... Porque es un libro que tiene dos textos todo el tiempo: uno arriba y otro abajo. Siento que se transformó en un clásico. No fue escrito para eso, porque fue más bien vanguardista, experimental, pero finalmente se volvió clásico.

Si hacemos un corte en su producción hasta la aparición de "El género gauchesco", vemos que sus publicaciones se habían sostenido en un modo de fabricación gradual, con un sentido de ampliación. Primero trabajó sobre un libro ("Cien años de soledad: una interpretación"), luego sobre un autor ("Onetti. Los procesos de construcción del relato") y finalmente sobre todo un género.

Sí, se va ampliando. Después viene "El cuerpo del delito", que es un corpus. Aunque ahora no trabajo más en crítica literaria en sentido estricto, en el sentido de autor y obra. Es un camino donde yo voy recorriendo y quemando etapas, y quiero experimentar con otros formatos; no quiero usar ese mismo formato de autor-obra que es lo que yo llamo crítica literaria, yo quiero pasar de eso. Justamente uno de los textos que estoy escribiendo ahora se llama "De la crítica literaria al activismo cultural"; o sea, busco ampliar. No quedar chiquita encerrada en la carrera de Letras. La gente de Letras queda atrapada en un elemento en particular. Yo ahora estoy dando clases en un posgrado en Sociales y veo que los estudiantes de Comunicación son mucho más interesantes que los de Letras, justamente porque no se circunscriben a la literatura, están mejor preparados para leer el contexto.

Se abren al campo.

¡Exacto!, algo que está más allá de la literatura y que puede denominarse cultura.

Y al que puede accederse desde distintas disciplinas.

Así es. Justamente estoy tratando de escribir sobre lo "post" y lo "trans", atravesar disciplinas, que es lo que hace el arte ahora, porque vale decir que no es un invento mío.

Un toque de atención de su parte.

Sí, ver cómo funcionan las prácticas. En este sentido, la literatura es la más conservadora de las prácticas, no hay demasiada innovación en la literatura y menos en la argentina, donde la cultura sigue siendo muy conservadora, donde no hay riesgo, búsqueda.

¿Por qué sucede eso?

Puede atribuírsele, en principio, a la dependencia económica con España. Algo que yo llamo estructura imperial, porque ellos siguen mandando en la lengua, aunque también creo que ahora están en decadencia, ¿no? Porque hoy, la literatura latinoamericana es mucho mejor que la española.

¿Podría ampliar la noción de dependencia económica?

En los '90, España explotó con unos proyectos de dominación total, que avanzaron sobre la lengua: radios, teléfonos, diarios, libros, porque los libros están dentro de ese mercado de la lengua, pero no están aislados de todo lo demás. Hay que reconocerles a los españoles que se dieron cuenta de que la lengua daba plata, y entonces lo español como recurso económico. Porque imperio y lengua van siempre juntas. La expansión imperial es también expansión lingüística.

Pero también hubo resistencias en Argentina.

Sí, claro, ahí entra nuestro carácter rebelde. La gauchesca, en ese sentido, es fundante. Tiene sus marcas claras.

¿Qué marcas encuentra en la literatura argentina actual?

Esa cosa reflexiva, que suele ser aburrida, eso que necesitan los escritores para poner algún elemento intelectual, de reflexividad, porque la cultura argentina es una cultura muy intelectualizada. Antes fue por la cultura francesa, pero ahora no hay modelos, porque la cultura francesa también se fue para abajo.

Con cada libro, activa una manera de leer, de escribir y de hacer crítica que se clausura con la publicación de ese libro; luego vuelve a cero y arranca con otro esquema.

Sí, y me cuesta mucho mantener ese sistema, porque a veces paso dos años de duelo, sin poder pensar en nada. Hasta unos meses antes de la salida de "Aquí América Latina", por ejemplo, estaba como anulada. A mi psicoanalista la tenía loca: "No tengo nada, estoy en el vacío total, ¡me estoy convirtiendo en una ama de casa!".

¿Psicoanalista? Parece algo anticuado.

Ahora puede ser visto así, pero desde los '60 hasta hace muy poco, si eras argentino tenías que psicoanalizarte. ¿Ves? Ahí tenés otra marca nacional.

Porteña, más bien.

Sí, tenés razón. Yo empecé a analizarme cuando llegué a Buenos Aires en los '60, con Alberto Fontana, que usaba lisérgicos, alucinógenos. Después me analizaba dos o tres años, dejaba cinco; luego volvía… Yo quiero escribir sobre lo que era vivir en los '60 porque era muy divertido, y había algo que no veo ahora: creatividad colectiva. Ahora todo está capturado por la industria, todo es capitalismo. En los '60 también había capitalismo, pero había un escape rebelde de eso, y de ahí la creatividad. Ahí sí la influencia francesa era muy importante. Yo compraba los libros en la librería Galatea, títulos de Gallimard, de Du Seuil. No había computadoras ni internet, pero todos estábamos al tanto de todo en el mismo momento. Una época en que leíamos a Foucault, a Althusser, lecturas importantes.

Años gordos en teorías.

Ahora vivimos en una época pobre en conceptos, muy pragmática. La cultura de la dispersión, de desprestigio de lo intelectual, de lo teórico, porque hay una especie de "fiaca" colectiva. La escuela y la cultura se vinieron abajo, en el menemismo ocurrió eso. La carrera de Letras, por ejemplo, está en una crisis terminal, como que va muriendo, con planes de estudio de los '80, cuando en realidad deberías actualizarlos cada cinco años. Todo es muy aburrido. Vale decir que eso no es patrimonio solamente de la Argentina, Francia también está muy mal.

Un panorama muy distinto al que le tocó vivir en sus años de formación universitaria en Rosario.

Yo tuve una universidad de oro: David Viñas, Tulio Halperín Donghi, Adolfo Pietro, el grupo Contorno fueron mis maestros. Una de las cosas que estoy escribiendo ahora es sobre Viñas, mi gran maestro.

¿Qué lo distinguía del resto?

El tenía una máquina de lectura, y vos veías que esa máquina lo explicaba todo. Además sus clases, donde él hacía una puesta en escena… era un "performer" del saber.

En ese entonces conoció a Ramón Alcade, su maestro de griego, su marido, su padre de algún modo.

Hoy es más normal que las parejas se lleven dieciocho años como nosotros, pero en ese entonces… Ellos salían de Buenos Aires porque ahí no conseguían laburo, porque la facultad estaba copada por los viejos carcamanes. Me acuerdo que después de las clases, salíamos a cenar. Se hacían fiestas, bailábamos, entonces ahí había romances de todo tipo, y te imaginarás que las chicas de veinte estábamos fascinadas por los profesores.

¿Por qué eligió Letras?

En realidad elegí Filosofía; en Rosario, el primer año era común entre Filosofía y Letras. Ese primer año me hice amigas inseparables, que cuando tuvieron que elegir se inclinaron por Letras, y a mí me daba lo mismo, y entonces por seguirlas me metí en Letras. Además, ellas me decían: "Qué mal vestidas van las de filosofía". ¡Y era verdad!

¿Hoy volvería a hacer Letras?

No. Hoy me gustaría elegir periodismo, porque quisiera ser más aventurera. O actuación, también me gustaría ser actriz.

Durante la temporada dictatorial que se inició en 1966 y culminó en el '73 con el llamado a elecciones, usted publicó su primer artículo y se abocó al estudio de lo que finalmente sería su primer libro: "Cien años de soledad. Una interpretación". Pero también bebió de la efervescencia del Di Tella, del boom editorial y, luego del tartamudo ensayo democrático peronista, viajó a Estados Unidos para participar en el programa que había dispuesto el gobierno norteamericano para sacar intelectuales de Argentina y Chile. Intuyo que esa distancia, geográfica, cultural, pero también emocional es la que le permitió hacer un libro como "Aquí América Latina".

Es muy gratificante moverte entre dos mundos, no estar integrada: allá soy argentina y acá soy alguien que viene de Estados Unidos; mirás las cosas de otro modo, eso te deja pensar.

¿Por qué es tan difícil pensarse latinoamericano en Argentina?

Porque somos unos racistas de mierda, porque nosotros somos blancos y los otros son morochos. Bueno, eso en primer lugar, luego por la idea de la cultura argentina como más europea, más avanzada, y eso viene de 1880. "La París de América Latina", se decía de Buenos Aires, y se sigue diciendo. ¿Podés creerlo?