20 de junio de 2013

Fellini, Buzzati & Manara. La historia de un viaje imaginario (2)

En Dinocittá, Fellini había comenzado a cons­truir algunos sets donde había de realizarse el rodaje. Se encuentran ras­tros de aquéllos en un documental que realizó para la cadena de televisión estadouni­dense NBC titulado “Block-notes di un regista” (Apuntes de un director), en el que se entrevén la fachada de la catedral de Colonia, la de algunos edificios y los restos de un avión. Al comienzo del documental, Fellini se encuentra con un grupo de hippies que han decidido vivir provisionalmente justo al lado de las ruinas de Mas­torna. Uno de ellos recita un poema titulado “Mastorna Blues”: “Vivo en una ciudad llamada / Mastorna, el sueño de un / loco que ha cimentado sobre la hierba / una ciudad inútil donde nadie / vive, donde nadie / ama trabaja odia muere. / Hay un avión que no puede levantar el vuelo / y las tiendas tienen puertas / de madera que jamás se abrirán. / Mastorna, ciudad triste y bella, / con una belleza que amo por sobre / cualquier otra, porque se llama / Demencia. / Ciudad de polvo y desechos, como / todo. / Quiero morir en Mastorna, / ser sepultado en esa iglesia / de papel en la que no entran sacerdotes”.
Tras la lectura de este poema escrito por el guionista italiano Bernardino Zapponi (1927-2000) -el director de una prueba de lo que habría de ser el comienzo de la película- el cielo se vuelve amenazante, el viento arrecia y se desata una tempestad. Es entonces cuando se ve el fuselaje de un DC 8 y se oye una voz de azafata que dice: “Atención, por favor. Debido a dificultades técnicas nos vemos obligados a efectuar un aterrizaje de emergencia”. Después aparece una figura de espaldas, con una maleta en una mano, y en la otra un estuche de violonchelo, que arriesga unos pasos vacilantes en medio de la tempestad; mientras se escucha la voz de Fellini: “Éste es Mastorna, el héroe de mi película, un violonchelista... Debía empezar así, con un aterrizaje forzoso... en una extraña plaza... de sueño”. Una voz le pregunta: “Así pues, señor Fellini, ¿no volverá a hacer ‘El viaje de Mastorna?’”. Fellini responde: “No, todavía no, pero lo haré, pues es la película que más me interesa. Lo había preparado todo para que mi personaje se materializara... A veces tenía la sensación de haber conocido realmente a Mastorna... pero terminaba por escapárseme otra vez...”.
A lo largo de los siguientes años y, puntual­mente, al ser preguntado por sus proyectos futuros, Fellini volvía a las huellas de Mastorna, quizá pa­ra exorcizarlo, pero siempre entre los motivos en los que se ocupaba de corazón. En una entrevista concedida a la RAI (Radiotelevisión italiana), al solicitársele noticias sobre Mastorna, respondió: “Si por cortesía, cansancio o vanidad me pusiese a charlar acerca de Mastorna, y dijese una vez más que se trata de un viaje, imaginado, soñado, de un viaje por la memoria, por lo olvi­dado, por un laberinto provisto de infinidad de salidas pero de una sola entrada y, por lo tanto, con un problema real que es entrar y no salir, y si impúdicamente continua­se desgranando definicio­nes y proverbios, no creo que lograse sugerir el sen­tido de la película, pues yo soy el primero en ignorarlo. Es como la sospecha de una película, quizás incluso una película que no sé hacer”.


A mediados de la década del ‘80, Fellini se trasladó a Yucatán, México, para reunirse con Carlos Castaneda (1925-1998) y convencerlo de rehacer juntos, en un largometraje, las peripecias que el etnólogo escritor peruano había retratado en “Viaje a Ixtlan”, libro en el que narró sus vivencias junto a un brujo mexicano, descubriendo y desnudando la pobreza de la cultura occidental. La idea era recorrer con Castaneda y las cámaras el México profundo, pero el autor de “Las enseñanzas de Don Juan” se opuso alegando signos adversos. Fellini partió igual, con los datos para encontrar a Don Miguel, uno de los brujos compadres de Don Juan. Si bien no logró su cometido, a su regreso a Italia contó los pormenores de la trajinada y fallida excursión en el diario “Corriere della Sera” entre 1986 y 1987. Apenas terminada la serialización del relato, Manara le solicitó a Fellini adaptarlo a la historieta. Así nació “Viaggio a Tulum” (Viaje a Tulum), una historia fascinante y una verdadera obra maestra de la historieta. En una de sus primeras viñetas puede verse, hundido en el fondo del estanque de Dinocittà, un avión que lleva grabado en el fuselaje la palabra “Mastorna”.
El personaje tomó los rasgos de un apuesto y juvenil Mastroianni, a quien Fellini bautizó Snaporaz. “Me sentí en mi ambiente natural -diría-, el de los estudios de cine, dejándome llevar por los cambios abruptos, el placer y la alegría de un viaje maravilloso al relato, a la invención. Los lápices y pinceles del amigo Manara son el equivalente de mi puesta en escena, el vestuario, los rostros de los actores, los decorados y las luces que utilizo para contar mis filmes”. Serializada en la revista italiana “Corto Maltese” durante 1989, la historieta incorporó a su trama explícitos homenajes al noveno arte al mencionar a Flash Gordon y a Mandrake. “Es una aventura fascinante y sugestiva, justamente por lo que tenía de indescifrable”, apuntó Fellini en el prólogo de la edición en libro.


Terminada esta historia, y ante los buenos resulta­dos de su colaboración con Manara, Fellini continuó ligado al dibujante, encargándole los afiches de “Intervista” (Entrevista) y “La voce della luna” (La voz de la luna), sus films de 1987 y 1990 respectivamente. Luego, tal como había sucedido en los albores de su carrera ar­tística, Fellini decidió un nuevo acercamiento a la historieta, pasión que nunca lo había abandonado. En un primer momento pensó en historias breves, de una sola entrega. Más tarde, sorpresivamente, decidió hacer “Mastorna”, que parecía abandonado en los meandros de la memoria. Fellini decidió dividir la historia en tres partes, pero sobre todo dar una forma adecuada a la historieta, al tema y al guión. Tras llevar a cabo unas ligeras modificaciones, el director diseñó las ilustraciones y redactó los apuntes, preciso en todos los detalles, para la realización de la pri­mera parte. Eligió los paisajes, los escenarios, las características am­bientales, el mobiliario, los trajes y los rostros de los persona­jes, pero no había elegido todavía los rasgos de Mas­torna...