29 de septiembre de 2013

Horacio Tarcus: "Marx quizás no tenga la hegemonía que tuvo en el siglo pasado, pero va a seguir pesando en el siglo XXI" (3)

Horacio Tarcus se pregunta en el prefacio de "Marx en la Argentina" qué significaba -en el último cuarto del siglo XIX- leer "El Capital" en el país de las vacas y las mieses, tan lejos del maquinismo, la gran industria y la clase obrera moderna. El primer desencuentro entre teoría y práctica lo padeció el "heraldo de Marx" en Buenos Aires, el belga Raymond Wilmart, que llegó al país en 1873 para organizar la sección argentina de la Internacional y pasó del entusiasmo inicial a la decepción galopante: "Hay demasiadas posibilidades de hacerse pequeño patrón y de explotar a los obreros recién desembarcados como para que se piense en actuar de alguna manera", le informó a Marx en una carta. Luego emergió la que acaso sea la figura más fascinante de aquel período, Germán Avé Lallemant, naturalista alemán que leyó "El Capital" desde la "periferia de la periferia", la provincia de San Luis, en 1888. El primero en traducir esta obra fundamental, Juan B. Justo, adoptó una prudente distancia de la teoría de Marx y del marxismo. En una década, el joven José Ingenieros transitó la parábola que comenzó con un "socialismo revolucionario" de tintes románticos y libertarios y terminó en un socialismo reformista de tintes biologicistas y hasta racistas. Por su parte, el sociólogo Ernesto Quesada (1858-1934), aunque cuestionaba al socialismo, pretendía haber alcanzado una lectura más rigurosa, fidedigna y profunda de Marx que los propios socialistas. De todo ello habla Tarcus en esta tercera parte del compendio de entrevistas con concedió a raíz de la reedición de "Marx en la Argentina".


El Wilmart que se afinca acá ya no cree en la revolución. Tiene posturas muy avanzadas en torno de la emancipación de la mujer y el divorcio. Pero terminó siendo un prestigioso abogado de la élite celebrado por el diario "La Nación". ¿Por qué se niega a llamarlo converso?

La palabra converso tiene una connotación peyorativa de raíz religiosa. Como historiador me interesa pensar en el contexto de 1870, donde una fracción muy minoritaria del movimiento obrero europeo cree que la revolución es posible, viable y necesaria. Con la derrota de la Comuna de París y la represión que le siguió, esa fracción se debilita hasta desaparecer como organización. Hasta la creación de la Segunda Internacional en 1889, en esas décadas hay un reflujo del pensamiento revolucionario. En ese contexto hay que entender a Wilmart. ¿En qué revolución iba a seguir creyendo Wilmart? El mismo cuenta en la correspondencia que se ha enterado por distintas vías de que la Internacional se está desmoronando. Acá no solamente no hay movimiento obrero revolucionario, sino que no hay movimiento obrero. Son grupos artesanales que están en proceso de gestación de mutuales y de lo que serán los futuros sindicatos. La idea de Wilmart es colocarse lo más a la izquierda posible dentro del campo existente. Podría haber elegido convertirse en un ensayista político y utopista social a la manera de otras figuras de la década de 1860-1870 menos conocidas, como Serafín Alvarez o Alejo Peyret.

El primer difusor de Marx acá vive el desencuentro entre teoría y praxis: llega con una idea y se encuentra con otra realidad. La dificultad de esta articulación es algo que ha acompañado a los partidos de izquierda, ¿no?

Sí, pero es el problema de todos los partidos de ideas. El problema es que por largos momentos son partidos de difusión, de propaganda, con largos períodos de relativa exterioridad al movimiento social al que intentan interpelar. En la vida de la izquierda los momentos de praxis, en el sentido de unidad de teoría y práctica, son momentos puntuales. Al propio Marx le tocó vivir pocos momentos de militancia política-práctica. Podríamos decir en 1847-1852, la Liga de los Comunistas. Y después, 1864-1873, la Primera Internacional. Luego es un señor que va todos los días a la Biblioteca del Museo Británico, que escribe y participa en reuniones. Lleva más la vida de un intelectual apasionado por la política que la vida de un militante político. La biografía de Marx que nosotros conocemos ha sido escrita bajo el prisma leninista. Entonces Marx se nos ha aparecido en buena parte de la literatura del siglo XX como una suerte de Lenin "avant la lettre". Roto el paradigma leninista, cuestionado el monopolio de ese prisma de lectura, la unidad de la teoría y la práctica es mucho más frágil. Los partidos movimientistas fundados en la acción y la voluntad de construir y reproducir el poder no tienen este problema. El peronismo puede dar Perón como puede dar López Rega; puede dar Menem o Kirchner. Ahí la versatilidad teórica, ideológica, programática es enorme. En el peronismo y en otros movimientos populares los enunciados son más generales; se da la discusión ideológica, pero en un campo mucho más acotado. La izquierda tiene el problema de ser un partido de ideas. ¿Cómo transformarse de partido de ideas en un partido de masas sin renunciar al debate de ideas? ¿Cómo sería eso? En la Argentina no nos tocó ese proceso.

Otra de las figuras centrales de esta historia es German Avé Lallemant. Uno de los hallazgos de su libro es la importancia que tuvo esa especie de sabio naturalista alemán que, desde la provincia de San Luis, no sólo leyó "El Capital", sino que fue el primero que aplicó una lectura marxista para la realidad argentina. ¿Desde la periferia se lee mejor a Marx, se lo interpreta más intensamente?

El no lo piensa así, lo pensamos nosotros desde el presente. El cree que encontró una herramienta de aplicación universal como es "El Capital" de Marx, sobre todo el capítulo de la acumulación originaria, para pensar el capitalismo argentino. Es un caso excepcional: no hay otros lectores en la Argentina que estén en la periferia de la periferia haciendo ejercicios similares. Lallemant introduce a la Argentina dentro del mapa internacional; Marx le permite también explicar su situación de tipo contrariado y desencontrado con una élite que no promueve el desarrollo del capitalismo como él cree que se debería promover.

Queda claro en el libro que no sólo lo leen los obreros…

Es posible leerlo por fuera del proletariado. Marx elabora un sistema teórico crítico que interpela a los cientistas sociales. El caso más curioso de un uso productivo del pensamiento de Marx por fuera de la clase obrera quizás sea el de Lallemant, que lee a Marx desde la periferia, desde San Luis. Un hombre que trabaja en el campo encuentra en Marx una clave de los límites del desarrollo capitalista en la periferia.

Bueno, hay una fuerte impronta científica en el marxismo…

Absolutamente, el marxismo de fuerte corte científico que construye Kautsky en el seno de la Segunda Internacional entronca a la perfección con ciertos sectores de la élite.

Y Lallemant se escribe con Kautsky…

Siempre se dijo que se escribía con Engels y con Kautsky. Las de Engels no aparecieron pero sí están en el apéndice las tres cartas que encontré en el Instituto de Historia Social de Amsterdam. Denotan simpatía, pedidos de colaboración. Pero su historia es muy curiosa, porque está vinculado al movimiento obrero. Es el fundador del primer periódico socialista, "El Obrero", que se edita desde 1890 a 1893. Es la primera gran lectura marxista de la sociedad argentina. Al mismo tiempo colabora en "La Agricultura", una revista muy progresista publicada por el grupo del diario "La Nación", que le dan a redactar a él y a otro pionero del socialismo argentino, Antonio Piñero. Piñero traduce por primera vez al castellano los textos de Kautsky sobre la reforma agraria. Esto es posible porque ese paradigma científico le permite a estos sectores hablar en un lenguaje común. Es una lectura muy diferente a la de la clase obrera.

En relación a la clase obrera, el internacionalismo de las ideas socialistas, sumado a predominancia extranjera entre los trabajadores locales, ¿fueron factores que apartaron al criollo?

En la visión más dura de Lallemant, sí. Teniendo en cuenta que él lee el marxismo en una clave cuasi elitista. Llega a distinguir entre el elemento alemán disciplinado, laborioso, metódico, frente al elemento latino, inconsecuente. Pero él es una gran cabeza pensante, no un político, nunca se integra. Ingenieros lo declara su maestro pero él lo rechaza como discípulo. Y ahí tiene cabida una de las disputas más agrias en el proceso de formación del socialismo argentino. Lallemant habla con una relativa distancia del socialismo argentino. En el caso de Justo, no. Si bien él tiene una actitud despectiva respecto a lo que el llama la política criolla, por los modos criollos de encararla, reniega de la politiquería. Y plantea la necesidad de un obrero pulcro, laborioso, metódico, estudioso, que participa de las prácticas de la cooperación y del ahorro. Hay una perspectiva modélica, que tuvo respuesta después del 1900, ya en los hijos de los inmigrantes y en un sector de lo que sería la clase obrera nativa. Va a ser un esfuerzo muy grande que el obrero sea ciudadano, se socialice y vote. Es una pulseada dentro del partido, frente a los que quieren formar un apéndice de una organización internacionalista. El primer nombre del partido, era Partido Socialista Obrero Internacional. No estaba la palabra Argentina.

La disputa entre Lallemant e Ingenieros es muy desaforada. Usted señala que están discutiendo sobre un horizonte común que ellos no ven, pero con terminología diferente. ¿Cómo explica esta polémica?

Esa situación de pionero lo empuja al individualismo. Sabemos poco de la vida de Lallemant. Pero de los pocos testimonios que hay, extraemos referencias sobre alguien de carácter agrio, introspectivo, hosco, irascible. Nunca se integra a "La Vanguardia", nunca se integra en el Partido Socialista y no ve la posibilidad de construir un vínculo con los que podrían haberse presentado gustosamente como sus discípulos. Lallemant reacciona ante el folleto de José Ingenieros "¿Qué es el socialismo?", porque ese marxismo de fuentes alemanas, kautskiano va a chocar contra la perspectiva franco-italiana del socialismo de Ingenieros. En la época en que escribe "¿Qué es el socialismo?" está influido por el revolucionario francés Benoît Malon. Y Benoît Malon, que descubre tardíamente el marxismo, plantea un "socialismo ecléctico" con elementos de socialismo sentimental y romántico en nombre de la justicia, la solidaridad y el pueblo. Para el esquema cientificista y clasista de Lallemant, es una especie de desbarranque del socialismo. El socialismo argentino nace atrapado por las querellas intelectuales, a diferencia del socialismo español, donde los intelectuales son muy escasos o los intelectuales son obreros intelectualizados. Aquí lo que identifico es un socialismo donde se encuentran intelectuales y obreros; el caso emblemático es el aviso que pone Juan B. Justo para crear una cooperativa que permita sacar un diario obrero, que será "La Vanguardia".¿Quiénes concurren a ese café? Concurren obreros. Ahí se suelda una alianza. Al mismo tiempo, esa alianza va a estar atravesada por una cantidad de tensiones, sobre todo en los años formativos del Partido Socialista. En esos años es muy visible la existencia de un ala socialista obrera, de un ala intelectual como expresan Ingenieros y Lugones, que tiene sus repercusiones en ciertos ámbitos obreros más radicalizados, y figuras como las de Juan B. Justo y Repetto que van a funcionar como articuladores.

Juan B. Justo es un intelectual que rechaza presentarse como intelectual, ¿no?

Sí, porque la actitud del líder partidario es evitar el corte horizontal entre una teoría sofisticada y un catecismo muy básico. La famosa intervención de Juan B. Justo, publicada por primera vez en una revista muy importante de la social democracia española, "El realismo ingenuo", va a tener amplia difusión y repercusión; apunta a no comprometer el partido en discusiones teóricas y filosóficas que puedan fragmentar lo que con tantos esfuerzos se había logrado construir. No es que Juan B. Justo sea él mismo anti-intelectual; por la carta que transcribo a Macedonio Fernández, era un lector de filosofía. Pero Juan B. Justo se contenía de expresar sus posiciones filosóficas porque quería evitar que el partido se dividiera entre bernstenianos y kautskianos. Lo que está diciendo es: "los dirigentes tenemos que garantizar la pluralidad de opiniones".

Una de las tensiones que está presente en el libro es la complejidad de "El Capital", una lectura difícil, y al mismo tiempo la posibilidad de distintos medios obreros para difundirlo. ¿Cómo analiza este acceso a la obra y al mismo tiempo muchos conceptos vertidos en la prensa obrera?

Ese es un capitulo que -creo- recién se está estudiando en estas últimas dos décadas en el mundo, que es la historia de los esfuerzos de edición popular. La escuela, los cursos, las bibliotecas obreras, las escuelas de formación, los cuadernillos con resúmenes y con esquemas. Este realmente es todo un mundo: el mundo de las editoriales, los libros baratos y la folletería merecería varios volúmenes. Le dediqué aquí un subcapítulo para mostrar cómo los socialistas argentinos están recibiendo la folletería belga, francesa, alemana, la española que es más incipiente que la italiana, y están copiando el modelo de editar en serio. O sea, en principio editan libros y folletos sueltos, y después descubren la importancia de crear un sello editorial, editar libros que tengan un solo formato, que constituyan una serie numerada porque eso hace al hábito, a construir el hábito del lector de comprar de modo serial, de organizar su biblioteca numéricamente. Digamos que es un proceso que se va dando en la segunda mitad de la década de 1890 e inicios del 1900 en la Argentina y son los prolegómenos de la Editorial La Vanguardia que, después en la década del '20, va a ser la Editorial Claridad. Estos folletos, con estas ilustraciones y estas viñetas y apenas algunos juegos tipográficos, eran medios de avanzada para la época. La edición de "Almanaques Socialistas", por ejemplo, era una forma de entroncar con la tradición del almanaque popular de los siglos XVIII y XIX. Cuando en la casa campesina y en la casa obrera no había libros todavía, ¿qué ingresaba?: el almanaque. ¿Cuál era la cultura que manejaba el campesino, el artesano y ese obrero incipiente? Eran los fragmentos que contenía un almanaque. El almanaque, además del calendario, tenía consejos para la siembra y la cosecha, indicaba el tiempo a lo largo del año, traía algún cuento, traía poemas, traía alguna frase célebre y una cantidad de imágenes que, después, la mujer de la familia campesina obrera seguramente recortaba y enmarcaba y era el cuadro que adornaba la casa, en una época en la que había una enorme penuria de medios gráficos. Hoy hay una sobreabundancia de medios gráficos, pero no lo había un siglo atrás, inclusive medio siglo atrás. El trabajo de difusión que hacen tanto anarquistas como socialistas, articulado con el mundo festivo, de la representación llamada en los términos de la época filo-dramática, el recitado de poemas, el canto de himnos, la difusión de los retratos de Marx, de Pablo Iglesias o de Juan B. Justo, la celebración de los grandes acontecimientos, la Revolución Francesa primero, la Comuna de París, comienzan a constituir lo que se podría llamar la cultura obrera anarquista y la cultura obrera socialista; anarquismo y socialismo como parte de una cultura obrera mucho más amplia, pero articuladores, organizadores, formadores de esa cultura. El modo en el que el sistema de Marx -de algún modo- es difundido es a través del "Anti-Dühring". Digamos que Marx no arma sistema, pero Engels arma sistema, pero su "Anti-Dühring" sigue siendo un libro complejo. Entonces le pide a Engels que separe tramos y de ahí sale "Socialismo utópico y socialismo científico", y Bebel escribe su famoso libro sobre la mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir y es el libro que sirve como llave para ingreso a la militancia y para la formación de lo que es la teoría del Materialismo Histórico. Como sabemos hoy, Bebel no era tan teórico sino un líder obrero socialista, orador sobre todo, y un divulgador, pero para muchos medios obreros, artesanos "La mujer y el socialismo" de Bebel fue el libro iniciático. Para otros fue "El manifiesto comunista", ¿no? y para otros van a ser las novelas sociales, Tolstoi, "La madre" de Gorki. Aparece en las entrevistas que hago con viejos militantes; una de mis primeras preguntas es: ¿cómo recuerda usted su ingreso en el universo de la política, de la militancia, los anhelos sociales? ¿Qué fue: un tío, un padre, un vendedor de libros, una lectura, la experiencia de una huelga? Bueno, siempre es una mezcla de todas estas cosas, pero siempre aparece algún libro iniciático. De modo que "El Capital" aparece como una obra compleja; muchos cuentan que nunca pudieron pasar de las primeras páginas, pero aparecen las primeras ediciones resumidas. Hay un socialista francés, Deville, que hace una síntesis muy difundida en francés que el propio Marx de algún modo avala. Curiosamente en Italia es un anarquista, Carlo Cafiero, el que resume "El Capital", y su traducción va a tener circulación en Argentina. Kausky va a hacer su resumen de la economía marxista convirtiendo ya la crítica de la economía política en una especie de ciencia económica dentro del sistema científico de Kausky. Digamos que cada uno de estos resúmenes, lo que decíamos antes, interpreta, sacrifica, simplifica. En general la teoría del fetichismo ocupa un lugar casi nulo, a veces queda de modo ritual porque Marx lo dice: no es un foco interpretativo, son resúmenes que tienden a construir ciencia económica antes que crítica de la economía política lo que tenía "El Capital". Marx no quería ser un economista científico. Él se propone hacer otra cosa, mostrar los núcleos ideológicos en la economía política burguesa, mostrar hasta dónde la economía política burguesa permitía pensar y dónde estaba el núcleo de obtención del beneficio que dinamizaba permanentemente el sistema, que era el plusvalor. La teoría burguesa permitía arrimarse a pensar el plusvalor pero al mismo tiempo ocultaba ése núcleo porque no podía revelar su secreto, había que correrse de ése lugar, había que correr el punto de mira desde el cual la economía política como ciencia pensaba todo el proceso para develar finalmente el secreto que era la teoría del plusvalor. Entonces no es que Marx -en torno al plusvalor- desarrolla otra ciencia, sino que lo que plantea es la necesidad de un pensamiento crítico; crítico de la filosofía, crítico de la economía política, crítico de la teoría política. Lo que hace el movimiento socialista de la época (y no se le podía pedir otra cosa) es construir positivamente. La teoría del materialismo histórico pasaba a ser una sociología marxista, la crítica de la economía política pasaba a ser una economía marxista, en la crítica, en la política y el Estado pasaba a ser una teoría marxista del estado del Estado y de la política. Ahí donde Marx ejerce, lo que podríamos llamar con Adorno una dialéctica negativa, esta necesidad de armar sistema tiende a positivisarlo.