17 de diciembre de 2013

Periodismo de autor (IX). Luisa Valenzuela: "Tras el último sueño, con pánico y a las carcajadas"

Carlos Fuentes (1928-2012) dijo de ella en una oportunidad que "usa una corona opulenta y barroca, pero tiene los pies descalzos", y Jorge L. Borges (1899-1986) la consideraba capaz de matar a su madre por un juego de palabras. Julio Cortázar (1914-1984), por su parte, afirmó: "Los mejores escritores argentinos trabajan en la búsqueda y muchas veces el hallazgo de un difícil equilibrio del que siempre ha surgido la gran literatura. Ella me parece un acabado ejemplo de lo que afirmo. Sus libros son nuestro presente pero contienen también mucho de nuestro futuro; hay verdadero sol, verdadero amor, verdadera libertad en cada una de sus páginas". Los tres geniales escritores, el mexicano y los argentinos, se referían a Luisa Valenzuela (1938), una gran narradora argentina caracterizada por su gran precisión en el uso del idioma, su notable capacidad para el humor y lo grotesco, la profunda exploración psicológica de sus personajes, y su crítica insobornable a la sociedad y el poder. Oriunda de Buenos Aires, Luisa Valenzuela cuenta en su haber con una notable y extensa obra literaria que ha sido copiosamente traducida y estudiada en diversas partes del mundo. Su bibliografía comprende "Los heréticos", "Aquí pasan cosas raras", "Libro que no muerde", "Cambio de armas", "Donde viven las águilas", "Simetrías" y "Tres por cinco" (cuentos); "Brevs. Microrrelatos completos hasta hoy", "Juego de villanos" y "ABC de las microfábulas (microrrelatos)"; "Hay que sonreír", "El gato eficaz", "Como en la guerra", "Cola de lagartija", "Realidad nacional desde la cama", "Novela negra con argentinos", "Cuidado con el tigre", "El mañana", "La travesía", "La máscara sarda, el profundo secreto de Perón" (novelas); y "Peligrosas palabras. Reflexiones de una escritora", "Escritura y secreto", "Los deseos oscuros y los otros (Cuadernos de New York)", "Acerca de Dios (o aleja)" y "Taller de escritura breve" (ensayos). Doctora Honoris Causa de la Universidad de Knox, Illinois, y miembro de la American Academy of Arts and Sciences, Valenzuela ha trabajado como periodista durante largos años. En medios gráficos como las revistas "Atlántida", "El Hogar", "Esto Es" y "Crisis", y el diario "Página/12"; y en medios radiofónicos como Radio Belgrano de Argentina y Radio Télévision Française de Francia. Actualmente es columnista del diario "La Nación". Precisamente en este último publicó en febrero de 2004 el artículo "Tras el último sueño, con pánico y a las carcajadas", en ocasión de conmemorarse el vigésimo aniversario de la muerte del autor de "Rayuela", "Las armas secretas" e "Historias de cronopios y de famas" en otros clásicos de la literatura universal, el inolvidable Cortázar.

TRAS EL ÚLTIMO SUEÑO, CON PÁNICO Y A LAS CARCAJADAS

De chico le fascinaron los cristales, materia sólida a través de la cual se transparenta y a veces se desdobla y multiplica la realidad. Su escritura supo respetar esa fascinación temprana y nos legó una forma de espiar lo invisible. Aprendimos de él las frases truncas que se abren a nuevas instancias, supimos del juego peligroso de acechar el conocimiento prohibido. "Como un relámpago articulante que cuaja el cristal en un acaecer sin tiempo". Por mi parte, poseo un cristal Cortázar y a veces lo contemplo a trasluz e intento compartirlo con otros. Se trata de un sueño, de un sueño recurrente. Julio me lo contó en diciembre del '83 en una larga tarde neoyorquina, a punto de volar de vuelta a París, y después para él fue lo que ya sabemos y su ingreso a aquello que no podemos saber: la muerte.
Han pasado veinte años. Un lapso que nos mueve a creer que por fin vamos a entender las cosas como pretendo entender aquel sueño. Veinte años después, dice Dumas padre y nos muestra la otra cara de los mosqueteros; veinte años no es nada, dice el tango y sin embargo todo ha cambiado; correrá un río de sangre y vendrán veinte años de paz, dice la profecía de Don Bosco para la Argentina, que conviene revisar para que no se repitan los horrores. Veinte años tardó Ulises en regresar a Itaca. Y han pasado veinte años de aquel 12 de febrero tan lamentado. Como si se hubiera apagado una luz. Nos quedan los resplandecientes reflejos que irradia la caleidoscópica escritura de Cortázar. Y en el inasible tiempo, atrapado como en ámbar, el último sueño recurrente sigue palpitando allí donde los hechos y las cosas están a punto de transformarse en algo que ni siquiera podemos entrever.
Así es el mundo Cortázar, territorio de lo "unheimliche", lo casero-siniestro; hay que irse asomando con cuidado. Como aquella tarde mientras Julio me decía, con suave voz de arrastradas erres, que necesitaba tomarse un año sabático para escribir su novela. Pero tantos compromisos previos con los compañeros en Nicaragua, y ese encuentro de escritores en La Habana, y después un viaje a Buenos Aires para visitar a su madre, se lo impedían.
Andaba con problemas de salud, y la novela esperándolo. "Me la debo, de distintas revistas me piden cuentos, obras de ficción, y con lo mucho que me gustaría escribirlos opto por mandarles un texto sobre los problemas latinoamericanos". Pero la novela, la novela... Fue el artículo determinante lo que me permitió arriesgar la pregunta que sospechaba "perdedora" de antemano. Quien alguna vez dijo que se sentaba a la máquina de escribir sintiendo sólo un impulso y emprendía la labor "como quien se saca de encima una alimaña", quien dijo de la obra que lo había consagrado en el mundo: "yo seguía escribiendo un libro del que no sabía casi nada", ¿qué me iba a contar de algo que era apenas una intención? Sin embargo le pregunté si tenía idea del argumento, y la respuesta que recibí como un regalo la repito porque es iluminadora de manera tangencial, cortazariana.
No, me contestó Julio entonces; no tenía ni el menor atisbo del tema o del clima de la futura novela. Pero estaba convencido de que estaba ya armada en su cabeza, perfecta, completa. Se le había aparecido en un sueño recurrente en el cual el editor le entregaba el libro impreso, y al hojearlo él se sentía feliz. Por fin había podido decir todo lo que nunca antes había podido, aunar mundos, atravesar barreras, fusionar de la manera más limpia y menos dogmática aquello tan difícilmente fusionable en literatura: sus paralelas vidas de escritor y de activista político. Y no sólo eso: había encontrado por fin el acceso directo a lo inefable, a aquello que había estado persiguiendo toda su vida. Y (hizo una pausa, atento al desconcierto que podía producirme lo que vendría) en el sueño no le sorprendía en absoluto que el libro impreso estuviera compuesto tan sólo por figuras geométricas: perfectas, elegantes y armónicas figuras geométricas. Un libro mucho más claro y comprensible que cualquiera de los otros nacidos de su pluma.
No sé si registrarlo acá (táchese si no corresponde) pero, naturalmente, una coincidencia (las coincidencias tan caras al autor de "Octaedro") saltó en aquel instante. Porque me vi precisada a contarle que camino a nuestro encuentro yo había entrado en una librería para buscar un libro de Oliver Sacks que, pensé, le interesaría. Pero el libro estaba agotado. Sobre una mesa de saldos vi otro que despertó mi curiosidad y decidí comprármelo al regreso. Su título: "Geometría sagrada". Mis intuiciones, se ve, funcionan a medias. Quizá ocurra lo mismo con las intuiciones en general y aquello que Cortázar interpretó como un libro futuro estaba ya diseminado a lo largo y lo ancho de su obra.
Puedo pensar esto último ahora, veinte años después, en el entrecruzamiento de las improbables coordenadas que damos en llamar tiempo y lenguaje. "Rara baraja", habría dicho Julio, como el turbio encuentro surrealista del paraguas y la máquina de coser. La mesa de vivisección, lugar de la cita, podría ser en este caso el propio escritor que quiso verle el revés a las palabras, descubrir todo lo ominoso que las palabras enmascaran con una sonrisa, como él diría. Muchos años después, Baudrillard hablaría de la transparencia del mal que se deja vislumbrar tras los dichos y los hechos.


Cortázar escuchaba ese latido sordo, Cortázar desesperadamente se enfrascó en una búsqueda que no muere con él, que renace con cada lectura y cada día porque las efemérides también tienen sus caprichos, tienden a encuentros fortuitos y en este 2004, al mismo tiempo que los veinte años de su muerte, se cumplen noventa de su nacimiento. Cifras redondas, cabalísticas, que hablan de las dos puntas imbricadas que él intentó siempre reconocer en simultaneidad, la muerte colándose en la vida para hacerla más viva. Porque su geometría no es la euclidiana, tan cómoda para la explicación, es la geometría del Secreto, aquella de los símbolos móviles, cambiantes.
En 1997 apareció una edición limitada, sólo para amigos, del llamado "Cuaderno de Zihuatanejo", donde Cortázar menciona un sueño muy anterior -como un preanuncio del volumen final del que me habló- que parecería ser premonitorio de la muerte. En ese libro, en una entrada de agosto de 1980, dice: "¿Cumplo hoy, tantos años después, lo que no fui capaz de hacer cuando soñé repetidamente ese sueño de la rue de l'Éperon? Porque en ese sueño yo abría siempre un cajón del escritorio y sacaba el texto [...] En el sueño el Libro era un enorme manuscrito como los que sin duda escribían San Buenaventura y Guillaume d'Occam y Roger Bacon y Pierre Abelard, grandes páginas de cincuenta por cuarenta centímetros, [...] mi libro final escrito con tinta negrísima y caracteres que nada tienen que ver con mi letra de la vigilia, algo no gótico pero decididamente arcaico, una especie de runas absolutamente ininteligibles para mí inclinado sobre el Libro con la indecible maravilla de estar comprendiendo que mi obra había llegado a su fin y era eso".
Por fortuna su obra no había llegado a su fin, aunque sí era y siguió siendo eso. Porque con temeraria inteligencia supo tejer en el lenguaje cotidiano una red de cazar significados. En el libro de conversaciones con Omar Prego, Cortázar cuenta cómo, de muy niño, le gustaba dibujar palabras en el aire, disfrutar de las formas inasibles de las palabras que disfrazaban otras palabras. En cada una de sus obras Cortázar nos da a entender que el vacío no es tal, todo lo contrario. Mejor dicho, es todo lo contrario y el vacío: una y la misma cosa. Hoy, partiendo de Lacan, se dice que el ser humano es un extranjero en la casa de nadie: el lenguaje. Cortázar pudo haberse reído de tamaña pretensión porque supo llevar su extranjería al extremo y al mismo tiempo pareció sentirse perfectamente "at home" en la casa de nadie. Como nadie. Traductor de los mundos.
Grandes de la literatura han caminado el difícil filo hasta tocar con la punta de los dedos el vértigo de lo inefable. Pocos o ninguno lograron la mirada doble del que está inmerso en la búsqueda y a la vez observa al que busca y de a ratos se burla de ambos. Johnny Carter y su abominable biógrafo, ¿quién de los dos es el verdadero Perseguidor? Oliveira y Traveler, y todos los personajes que se encuentran en la ciudad de sueños de "62", en un modelo para armar que se nos desarma en las manos y se rearma a cada instante para brindar nuevas figuras donde el vampirismo es sólo una anécdota más de todo lo que estamos a punto de entender, con pavor.
El horror y el humor bailan al unísono, no los une solamente la muy aspirada hache de la ironía cortazariana, también el espanto los une: "se explicará como en broma para despistar a los que buscan con cara solemne el acceso a los tesoros". Es un salto al vacío, posición post existencialista que ávidos lectores de los años '60 acogieron como propia, "rayueleando" entre la tierra y el infierno, y donde se vieron en espejo. En espejo oscuramente, como por supuesto alentaba el maestro. Hoy podemos seguir compartiendo su búsqueda eterna, porque mucho más allá de "Rayuela", de los inolvidables cuentos, de toda su obra de reflexión, está la apuesta que el sueño de la perfecta geometría pretendió clausurar pero para felicidad y angustia de todos los humanos -lectores y no lectores- sigue abierta: las palabras son lo único que tenemos, las palabras no alcanzan para comprender el misterio de la vida y de la muerte, pero son el andamiaje y tenemos que intentar alzarlo lo más alto, lo más excelsamente posible. Respetando el Misterio. Con pánico y a las carcajadas. Como nos enseñó Cortázar.