4 de enero de 2014

Homero Alsina Thevenet. Personalidades del cine (4). Orson Welles (I)

Director, productor, guionista y actor de cine estadounidense, Orson Welles (1915-1985) fue un niño prodigio que a los dieciséis años comenzó su carrera teatral en el Gate Theatre de Dublin, Irlanda, y cinco años después, en 1936, debutó como actor y director en Nueva York. Durante su etapa teatral alcanzó notoriedad gracias a su actuación en "Romeo and Juliet" (Romeo y Julieta) de William Shakespeare (1564-1616), obra montada por la compañía de la productora teatral de Katherine Cornell (1893-1974). Del mismo dramaturgo británico adaptaría y dirigiría luego "Macbeth" y "The tragedy of Julius Caesar" (Julio César), producidas por la Mercury Theatre, compañía fundada en 1937 por el propio Welles y su socio, el actor y productor John Houseman (1902-1988). Su versión radiofónica en 1938 de la novela de H.G. Wells (1866-1946) "The war of the worlds" (La guerra de los mundos) -basada en unos alienígenas que invadían New Jersey- fue hasta tal punto realista que sembró el pánico entre miles de oyentes, convencidos de que realmente se estaba produciendo una invasión de extraterrestres. Avalado por este éxito, firmó con la productora RKO un contrato que le otorgaba total libertad creativa, circunstancia que aprovechó hasta el límite en su primer filme de larga duración: "Citizen Kane" (El ciudadano). En 1940, a los veinticinco años, comenzó el rodaje de la más notable de sus películas, la que sería considerada como una de las obras más significativas de la historia del cine. Con un guión escrito en colaboración con Herman J. Mankiewicz (1897-1953) y protagonizada por él mismo, el film fue capital a la hora de sentar las bases del moderno lenguaje narrativo cinematográfico. Estrenado en 1941, "El ciudadano" es un film de narración excelente, puesta escénica y expresión inédita dada por la singularidad de sus novedosas tomas, su iluminación, su sonido y su montaje. La película fue alabada por la crítica, pero su distribuidora se encargó de hacerla fracasar. Es que, basada en la vida del empresario y magnate de la prensa William Randolph Hearst (1863-1951), fue perjudicada por los periódicos de su propiedad que cuestionaron la película. Así, la misma -al igual que toda la obra posterior del cineasta- quedó relegada como una película de culto minoritaria, más reconocida en Europa que en su propio país. No obstante, con ella Welles influyó en los cineastas de todo el mundo por su empleo innovador del sonido, los movimientos de cámara, la profundidad de campo, los objetivos angulares, su estilo visual, su iluminación dura y una estética cuidadamente expresionista.
La reposición en Montevideo de "El ciudadano", provocó en 1960 una serie de notas que Alsina Thevenet publicó en "El País" en noviembre de ese año. A continuación, la primera parte de dichas notas.

"El ciudadano" fue una revolución en 1941, influyó desde entonces a buena parte del cine posterior, integró casi todas las listas eruditas de Mejores Films del Mundo, y casi veinte años después sigue siendo un asombro para quien no lo haya visto antes, defecto del que sufre buena parte de una generación. En el testimonio de muchos es­pectadores, descubrir "El ciudadano" es por otra parte una experiencia emocional e intelectual que no tiene paralelo, y que no se disminuye por el conocimiento previo de sus características. Cuando todo el film queda descrito, de­sarmado y explicado, como lo ha hecho con abundancia la crítica mundial, sigue en pie el poderoso impacto de su forma cinematográfica, elaborada por el refinamiento de una inteligencia astuta y dirigida a provocar un asalto al sistema nervioso de su espectador. Una parte menor de ese cálculo está en la índole del tema, que narra la vida de un magnate periodístico americano y que establece el vacío emocional y afectivo que se esconde tras la grandio­sidad, la ostentación y el egoísmo del protagonista; en ese apunte, muchas veces subrayado por la anécdota, el film establece un comentario sobre algunas zonas de la civi­lización actual, y ese comentario no perderá vigencia en mucho tiempo.
Otra parte mayor del cálculo es la delibe­rada originalidad con que el tema aparece narrado. En lugar de un relato lineal, siete testimonios distintos, en­trecruzados en tiempo y en espacio, plantean al principio el misterio de la última palabra que el protagonista pro­nunció en su agonía, después retroceden a narrar su vida y finalmente se acercan a revelar aquel secreto, persegui­do durante todo el relato a la manera de una investiga­ción policial. A esa audacia narrativa, el film suma otras audacias de fotografía, de montaje, de sonido, de técnica interpretativa, con un ritmo tan veloz y con una riqueza tan abundante que casi todo espectador queda retrasado en el análisis y tiende a ver por segunda vez ese desplie­gue para poder razonar sus mecanismos una vez pasado el golpe inicial. Deslumbrarse con el film es un lugar común.
Esta revolución en el espectador y en el cine contempo­ráneo fue hecha casi enteramente por un joven que entonces tenía veinticinco años y que nunca había hecho un film en su vida. Provocó en su momento las máximas ilusiones que haya suscitado jamás un nuevo realizador cinematográ­fico, saludado entonces como un genio por buena parte de la crítica mundial. Fue necesaria una Segunda Guerra Mundial (1939-45) para lograr que en los diarios se ha­blara con mayor expectativa de otros temas contemporá­neos. En los veinte años siguientes a "El ciudadano", Orson Welles habría de sufrir las consecuencias de que ese primer film fuera magistral. Nunca hizo nada mejor, ni siquiera cuando él mismo se propuso imitar su primer éxito. Y como junto a la aclamación crítica tuvo que sufrir un fracaso comercial, su biografía y su carrera derivaron a conflictos laterales, cada vez más ajenos a la estricta crea­ción cinematográfica.


En los años inmediatos, Welles fue un símbolo en la famosa oposición del artista y la industria cinematográfica como antes lo había sido Von Stroheim hacia 1924 y como después lo sería John Huston hacia 1950. Colaboró sin embargo como actor con esa industria, como también lo había hecho Von Stroheim, y así construyó a su alrededor una fama equívoca que no correspondía a su mejor obra. Y aprovechó esa fama para ser hasta hoy una personalidad, alguien que proclama no leer jamás a los críticos pero que da conferencias de prensa, recibe a los cronistas y les pronuncia dictámenes, ocasionalmente caóticos, sobre casi todo tema posible, a favor de Vittorio de Sica, contra Roberto Rossellini, a fa­vor del escritor cinematográfico, contra Robert Bresson. Medido por sus declaraciones, que surgen cada vez que otro se calla en su presencia, Orson Welles está lejos de ser un observador agudo y coherente del cine actual. Como está más empeñado en llamar la atención que en ilustrar una estética, una filosofía o una sociología, Welles seduce a casi todo periodista por el humor, la agudeza y la esca­sez de respeto que dominan sus frases, desde una entre­vista poco conocida (en Montevideo, 1942) donde liquidó a "Fantasía" de Disney como una mezcla absurda de música con dibujos ("langosta con chocolate", dijo) o la observa­ción sobre los comentarios que recibió su primer film ("Todos niegan que yo sea un genio, pero nadie ha dicho que lo sea"), hasta el reportaje caótico y declaradamen­te ebrio que concedió durante tres días de 1959 a un pe­riodista de París, con palabras duras y aun groseras con­tra Ingmar Bergman, Marcel Proust, el protestantismo y todo lo que sea "chic".
Como ocurre con casi todo artista auténtico, Welles debe ser medido por su obra y por sus actos, sin las equívocas palabras con que consigue fotos y titulares en los diarios. Y como casi toda su obra llegó a quedar condicionada por la necesidad económica y por motivaciones laterales a la creación artística, el Welles más puro y auténtico es todavía el de su primer film, siempre imitado, nunca igualado. Como en el mismo ar­gumento de "El ciudadano", hay que retroceder desde el final.
Orson Welles nació el 6 de mayo de 1915 en Kenosha, Wisconsin, cerca de Chicago, hijo de un padre industrial e inventor y de una madre pianista y refinada. Fue un niño prodigio como Menuhin o Mozart, con habilidades de ac­tor, de dibujante y de narrador desde la más tierna infan­cia, con una inquietud dominante por saber las respuestas a las más extrañas preguntas y con cierto afán exhibicio­nista que su familia fomentó y que después habría de marcar su carrera. A los diez años no sabía sumar ni restar, pero a los ocho había escrito un ensayo sobre la Historia Universal del Drama y ya tenía un sólida reputa­ción como charlista, escritor y prestidigitador. En 1927, al fallecer su madre, hizo con su padre un largo viaje que empezó por China. En 1931 recibió parte de una herencia, viajó solo a Escocia e Irlanda, se presentó a conjuntos teatrales invocando una experiencia interpretativa que no tenía, y así el 13 de octubre de 1931 debutó en el Gate Theatre de Dublin, interpretando al anciano Duque Alejandro en la obra "Jew Süss", aunque sólo tenía dieciséis años.


Después de otras actuaciones volvió a América, se casó en diciembre de 1934 con Virginia Nicholson (de quien se divorciaría en diciembre de 1939), hizo una temporada con la compañía de Katherine Cornell, principalmente en obras de Shakespeare, y en abril de 1936 fundó junto a John Houseman el Federal Theatre, uno de los varios conjuntos semi-ofíciales que entonces auspiciara el gobierno de Roosevelt como una forma de evitar el desempleo durante la depre­sión. El debut fue notablemente original, con un "Macbeth" de reparto enteramente negro, previo traslado de la acción a una isla del Caribe. En 1937 Welles y Houseman tuvie­ron un conflicto con la Work Progress Administration, agen­cia oficial de la que dependían, y se separaron para formar privadamente el Mercury Theatre. El nuevo conjunto, ca­rente de bastante apoyo financiero, causó sensación cuan­do la falta de dinero inspiró a Welles la idea de hacer el "Julio César" de Shakespeare con trajes modernos, evitando gastos de escenografía y vestuario, haciendo una virtud de esa necesidad y dando a la pieza una entonación anti­fascista que en noviembre de 1937 tenía la más rigurosa actualidad.
La abundante actividad teatral de Welles fue paralela en esta época a una intensa actuación radial, con todo tipo de trasmisiones. El 30 de octubre de 1938 una dramatización de "La guerra de los mundos" de H.G. Weíls, comenzada normalmente por los micrófonos de la Columbia Broadcasting System, fue interrumpida por un boletín extra según el cual un profesor habría observado explo­siones de gas en el planeta Marte, un meteorito habría caído en Nueva Jersey, matando a muchas personas, y una invasión de marcianos se habría producido en la zona. Éstos y otros datos, en rápida sucesión, dichos en tono alarmante y entre exhortaciones a la calma colectiva, crea­ron en Estados Unidos un pánico que duró varios días y durante el cual, según un observador, los habitantes de las montañas se refugiaban en las ciudades y los habitan­tes de las ciudades se refugiaban en las montañas.
Esa trasmisión sensacional, concebida y ejecutada por el máximo genio del "bluff", puso el nombre de Orson Welles en la fama pública, como centro de una controversia muy durable. Durante todo el año siguiente, el episodio fue más notorio que ninguna actividad teatral de Welles, quien llegaría incluso a fracasar en Chicago con una original recopilación y síntesis de Shakespeare, titulada "Five Kings". El episodio radial provocó la increíble oferta de la RKO que llevó a Orson Welles a Hollywood, dándole 150.000 dó­lares, el 10% de los beneficios y la máxima libertad de creación para hacer una serie de films. Tras varios cam­bios de plan y sucesivas postergaciones, ese contrato deri­varía en el debut cinematográfico de Welles con "El ciu­dadano" y en una tremenda controversia, primero por la discusión de si el film representaba o no una biografía del magnate periodístico William Randolph Hearst, y después por las agitadas relaciones de Welles con la empresa RKO, finalizadas en la cancelación del contrato. Pero la trasmisión de octubre de 1938 no habría de ser olvidada. El 7 de diciembre de 1941, mientras Orson Welles tras­mitía una conservadora audición dominical, con poesías americanas y coros melódicos, la trasmisión se interrum­pió para dar lugar al anuncio de que las bases americanas en el Pacífico habían sido atacadas por los japoneses. Buena parte del público radial reflexionó en que ya era de mal gusto repetir el chiste y que Welles podía haber bus­cado algo mejor para llamar la atención. Pero el anuncio era auténtico y habría de ser conocido en la historia con las palabras "remember Pearl Harbour". Cerca de esa fecha, "El ciudadano" salía a circulación en varias partes del mundo y originaba conmociones de otro orden.


Orson Welles llegó a Hollywood en 1939, provisto de un contrato RKO que le garantizaba condiciones ideales de trabajo, incluyendo remuneración, libertad de creación y la posibilidad de trasladar consigo a los intérpretes del Mercury Theatre, un conjunto casi propio con el que ha­bía hecho algunas sensacionales apariciones en Broadway. Su primer film debió ser "Heart of darkness", sobre una novela de Joseph Conrad ambientada en África, para la que Welles había concebido un original tratamiento ci­nematográfico. Se vería la acción a través de los ojos del narrador sin mostrar el rostro de éste, obligando así a complicados movimientos de cámara y de intérpretes. Varias dificultades de técnica y de elenco demoraron el proyecto finalmente cancelado por RKO. Con el tiempo, Robert Montgomery habría de realizar un ensayo cinema­tográfico de cámara subjetiva sobre líneas similares ("La dama del lago", 1946), aprovechando aquella iniciativa au­daz. Al cancelarse el proyecto Conrad, la RKO persuadió a Welles de que se dedicara a filmar "The smiler with a knife", una novela policial de Nicholas Blake cuyo rodaje debió comenzar en diciembre de 1939. Otras dificultades de reparto obligaron a cancelar este segundo plan. Así se llegó finalmente a acordar el rodaje de "Citizen Kane", sobre un libreto que Welles, su socio John Houseman (del Mer­cury Theatre) y el libretista Herman Mankiewicz habían elaborado durante meses. El 30 de julio de 1940 comenzó el rodaje de un film que habría de ser histórico.
Durante sus muchos meses de Hollywood, e impedido de hacer otras tareas, Welles vio en cabinas privadas una enorme cantidad de películas mudas y sonoras, sin perjui­cio de revisar además todos los sistemas fotográficos, rea­les o posibles, y todas las técnicas de sonido y de monta­je. Ese aprendizaje vocacional y su inventiva personalísima fueron una de las bases para la concepción de "El ciudadano", en el que Welles tuvo no sólo la colaboración de su equipo de intérpretes del Mercury Theatre, con nom­bres hasta entonces desconocidos del público cinemato­gráfico (Joseph Cotten, Agnes Moorehead, Everett Sloane, George Coulouris, Dorothy Comingore) sino además la del compositor Bernard Herrmann, que había hecho la músi­ca para varias audiciones radiales de Welles y compartía con éste un afán por la originalidad. Esas novedades se sumaron en el caso a los experimentos del fotógrafo Gregg Toland. Desarrollando al máximo una anterior téc­nica cinematográfica. Toland experimentó con emulsiones más sensibles para el celuloide, con variables diafragmas para sus lentes y con nuevos procedimientos de ilumina­ción. Así consiguió dominar la técnica del "deep focus" o profundidad de campo, que permite tomar simultánea­mente a objetos situados cerca y lejos de la cámara, sin la distorsión entonces normal. La técnica habría de servir para que "El ciudadano" tuviera escenas concebidas en pro­fundidad, personajes que se alejan y acercan del observa­dor, contrastes entre planos distintos, juegos impensados de sombra y de movimiento. De estos efectos experimen­tales, que a su vez repercutieron sobre escenografía y montaje, el film es hasta hoy un ejemplo superior, aunque Wyler y otros directores habrían de utilizar luego a To­land y a su técnica.