26 de abril de 2014

Arturo Pérez Reverte: "Escribir novelas y leer libros buenos es una forma de preparar ese escenario de serenidad en el cual la muerte será una parte inevitable y la regla final de las reglas de juego"

"El húsar", "La tabla de Flandes", "El club Dumas", "La sombra del águila", "El maestro de esgrima", "La piel del tambor", "La carta esférica", "La Reina del Sur", "El pintor de batallas", "El tango de la Guardia Vieja" son algunas de las novelas que componen la bibliografía del escritor español Arturo Pérez Reverte (1951), una obra que se completa con la serie de siete tomos de "Las aventuras del capitán Alatriste" y varias recopilaciones de artículos periodísticos. Nacido en Cartagena, Pérez Reverte comenzó a escribir ficción luego de trabajar algo más de dos décadas como corresponsal de guerra para varios medios periodísticos de prensa, radio y televisión. Actualmente es uno de los escritores españoles con mayor proyección internacional. Ha recibido importantes premios literarios, ha sido traducido a más de cuarenta idiomas y es miembro de la Real Academia Española. En "El francotirador paciente", su última novela, retrata el submundo de los pintores de grafitis, esos "lobos nocturnos, cazadores clandestinos de muros y superficies", bombarderos sin piedad que se mueven en el espacio urbano, cautos, sobre las suelas silenciosas de sus zapatillas, obsesionados por dejar su nombre o una frase estampada en una pared de Madrid, Lisboa, Verona o Nápoles. Narrada por una mujer que trabaja para distintas editoriales europeas rastreando autores y libros prometedores, la novela es una suerte de thriller psicológico y de acción con ciertas reflexiones sobre el mundo del arte. Alejandra Varela -Lex, como todos la llaman-, autora de una tesis sobre arte urbano, recibe el encargo de encontrar a Sniper, un grafitero famoso pero jamás visto por nadie y amenazado de muerte por personas poderosas, para descubrir las motivaciones psicológicas que lo llevan a hacer intervenciones urbanas en algunas ciudades de la baja Europa, las más asociadas a lo latino y vagamente marginales. Escéptico, Pérez Reverte anticipa con su prosa lo que define como "el crepúsculo de un mundo que está empezando a derrumbarse". "El mundo para el que hemos sido educados, hecho de libros y bibliotecas, se va al carajo. El sistema de derechos y libertades que Occidente tardó tantos siglos en crear se acabó. Y ningún imperio ha vuelto a resurgir cuando empieza la decadencia", asegura. "Hay una cosa que la gente no entiende y es que esto se ha acabado. Tardará uno o dos siglos en desaparecer, pero se ha terminado. Vendrán otros mundos, mejores, peores, pero el nuestro se está extinguiendo y la gente no se da cuenta de que esto es así. Para ello hay que haber leído los libros, pero como los analfabetos que están en Bruselas no han leído un libro en su vida, ni lo van a leer, por no decir nada de los que están aquí (en España), no tienen ninguna referencia, no saben reconocer los síntomas. La cultura sirve para reconocer los síntomas, y al no ser cultos no lo reconocen. Para eso está la cultura, para no gritar cuando se cae el avión". A raíz de la publicación de la novela, el escritor cartaginés concedió varias entrevistas. Un resumen de dos de ellas es lo que se ofrece a continuación. Son las realizadas por Alfonso Armada para el suplemento cultural del diario "El País" del día 26 de noviembre de 2013, y por Silvana Boschi para el nº 540 de la revista "Ñ" del 1 de febrero de 2014.


La palabra "francotirador" pertenece a su geografía física. Incluirla en el título de su nueva novela, ¿es un puente con el pasado, un guiño para sus devotos, una figura en la que de alguna forma se reconoce?

Es varias cosas a la vez. Me reconozco en cierta forma, esa especie de cierta independencia, cierto disparar sobre lo que crees oportuno, elegir tú el blanco del disparo y cuando disparas, la suerte de la vida que llevo. Tengo el privilegio de poder ser francotirador, y estoy orgulloso de ello, porque tampoco me lo han regalado. Pero es verdad que esa independencia, ese no depender de nadie, ese no tener compromisos que te amarren excesivamente, sí tiene algo de francotirador, y es una palabra que me gusta.

Usted dijo que "El francotirador paciente" se inspiró en razones personales. ¿Puede contar cuáles fueron?

Bueno, estaba en Verona viendo el balcón de Julieta y se me ocurrió una parte de la trama que luego, viajando en tren a Roma, desarrollé viendo grafitis en las estaciones. Pero en realidad una novela siempre es un punto de estallido de un mundo que uno lleva consigo. Uno va acumulando cosas, recuerdos, lecturas, ideas, vivencias, y un día hay algo, una frase, una palabra, una música, una persona, una sensación, que dispara y aglutina ese mundo que uno lleva consigo. Y eso ocurrió esta vez.

Cuando se habla de los grafiteros y de la obsesión por dejar su firma, también se podría pensar en los periodistas o escritores. ¿El grafitero es alguien que quiere ser leído de prepo?

Ellos se llaman a sí mismos escritores, lo cual no es nada casual. Hay muchos tipos de grafitis y es muy complejo ese mundo. Va desde lo que es la mera firma, el "tag" como lo llaman ellos, hasta la obra pictórica más compleja, que se mete en el terreno del arte urbano. Pero el grafitero puro y duro es aquel que se limita a poner su nombre, su firma, desarrollada de una forma más o menos compleja, pero su firma. Es una forma de afirmarse. Yo he hablado con muchos de ellos, y la mayor parte me dice que no pretende ser artista ni mucho menos: "Yo sólo quiero firmar, poner mi nombre, afirmarme". Uno de ellos, que no lee libros, me dijo "escribo y existo", es una visión casi filosófica de la vida intuitiva, escriben para ser. Gente a menudo sin fama, sin nombre, sin trabajo, sin otras perspectivas, poniendo su nombre, ganándose el respeto de los que como ellos escriben en paredes, multiplicando su firma en trenes, en metros. En ese sentido, hay una conexión con lo que es el escritor, que también pretende afirmar en cierta forma su personalidad. O esa firma en primera página que todos perseguimos cuando éramos jóvenes y que el día que la conseguíamos era un gran éxito, claro.

Los grafiteros se llaman a sí mismos escritores. ¿Cuánto de ironía y de genuina admiración hay por su parte hacia esos amantes de la síntesis que usan las superficies urbanas como folio?

No hay ninguna ironía.

No, no digo ironía hacia ellos, sino hacia su propio gremio de escritores...

Ah, en ese sentido sí, claro. Hay una cosa muy singular que es que la aspiración de todo grafitero es que lo vean, que lo lean, que lo lean mucho, que lo vean mucho. Un grafitero que se hace un vagón de metro, que se hace un vagón de tren, consigue muchos más lectores de los que puede conseguir un escritor de novelas. Yo tenía la idea de que el grafitero era un vándalo, y punto. Pero también sospechaba que era algo más complejo. Y cuando abordé esta novela me puse a estudiarlos, a leerlos, a mirarlos, a conocerlos, a hablar con ellos, y me di cuenta de que la cosa era mucho más compleja. El grafitero es alguien que quiere hacerse oír. Igual que yo soy alguien que quiere hacerse oír con la escritura. Otros hacen cine, o hacen radio... Y estos se hacen oír pintando paredes. El dónde ya es otra cosa. Poner su nombre y hacer que la gente lo vea ya es una afirmación: existo. El núcleo fundamental de los grafiteros -aunque hay niños pijos- son barrios pobres, marginales, de gente que no tiene ningún tipo de expresión. Para ellos su nombre en una pared es: escribo, luego existo, soy. Es más, hay códigos casi mafiosos entre ellos. La palabra "respeto", que es de mafia, se utiliza muchísimo entre grafiteros. Cómo te haces respetar. No siendo bueno, que eso es un plus, sino poniendo tu nombre mucho y en sitios peligrosos, así te haces respetar. Todo eso crea una serie de códigos expresivos. El grafitero es un tipo que tiene derecho a llamarse escritor. No es una palabra que hayan robado...

¿Vincula de alguna forma la actividad de estos jóvenes grafiteros con la imposibilidad de llegar a ser alguien por medio del esfuerzo? ¿Tiene que ver con una percepción pesimista de la sociedad o no tiene nada que ver?

Insisto en que el grafiti es muy complejo y en el curso del trabajo de investigación para esta novela he encontrado muchos tipos de grafiteros diferentes. Desde el vándalo que va a hacer daño, por el placer de destruir o de marcar, hasta el tipo tímido que poniendo su nombre realiza sueños de proyección, o el que quiere ser artista y empieza por ahí. Hay un montón de motivaciones diferentes, es imposible manejar un modelo común. Pero el que más me interesa es aquel que a través de su actividad grafitera grita de alguna manera, afirma de alguna manera y combate de alguna manera. He encontrado un tipo de grafitero que hace una especie de guerrilla urbana, hecha de adrenalina, de transgresión, de provocación, de lealtad entre compañeros, un grupo marginal con códigos y reglas internas. Y ahí es donde me he movido, es lo que más me ha interesado. Porque eso entra en el tema que trato en mi novela, esa ética, esa estética asumida como épica. Eso es justamente lo que me fascinó del grafiti, y he movido mi novela por ese sector específico.

Usted habla de guerrilla urbana pero parecería que toda esa organización de los grafiteros -salir de noche, correr si llega la policía, vestirse de negro- es una puesta en escena bastante clandestina para un hecho que, de ser descubierto, provocaría sólo una multa.

Por eso seduce mucho a los jóvenes, entre otras cosas. El grafitero suele empezar muy joven y lo deja pronto, entre los quince y los veinte años, que es el momento de más actividad, y es por eso precisamente. Yo cuando he estado con ellos, en España, en Portugal y en Italia, intentando reunir material para contar ese mundo, he descubierto con asombro cosas casi militares. Me ha recordado, en inocuo, en no tan peligroso, por supuesto, pero sí en cuanto a las maneras, escenas de mi vida como reportero, cuando uno estaba en territorio enemigo, territorio comanche como yo digo. Toda esa parafernalia que es casi militar, adrenalina, tensión, peligro, crea un mundo que a los jóvenes, que no tienen otras cosas ni otras emociones ni otras adrenalinas, los seduce bastante.

Una actividad algo más emocionante que subir un mensaje a Twitter.

Sí, uno de ellos me dijo: "hay imbéciles que se tiran de un barranco o con una cuerda, o se tiran con unas alas por un desfiladero; pues yo hago esto, yo pinto trenes de noche y me juego mi libertad y mi dinero, o el dinero que no tengo". Es es una motivación tan buena como cualquiera.

¿Es el mundo del grafiti una ideología, una variante actualizada del anarquismo?

No, yo creo que no. Porque tienen fe. Tienen fe en lo suyo.

¿No hay un sistema político detrás, ni nada de eso? ¿No rechazan todo?

No, pero incluso el anarquista. Los he tratado mucho y aunque hay muchos tipos de grafiteros, la verdad es que no hay una ideología detrás. Lo que pasa es que a veces su vida, su entorno social, su extracción, coincide con segmentos reivindicativos y segmentos puteados. Pero es muy pequeño el porcentaje de grafiteros que utilizan el grafiti como arma ideológica.

¿No sería adecuado incluirlos entre los grupos antisistema?

No, no. Lo que no quiere decir que no los haya. Pero el grafitero no milita. Lo importante del grafitero es la firma, poner un nombre, una frase, un dibujo, es algo complementario. El grafitero puro lo que pone es su nombre, su firma. Podrían hacer eso de una forma reivindicativa, como hacen algunos. Pero el 80% es una afirmación personal, no es una lucha política. Por eso, aunque a veces haya un contacto ideológico en algunos sectores entre grafieros activos socialmente, el grafitero puro de siempre lo que quiere es poner su nombre: aquí ha estado... Sniper.

¿Es el grafiti una suerte de réplica a la estética liofilizada del consumo, de la publicidad que todo lo invade?

En ese sentido sí, sin duda. Hay una cosa que me han dicho todos, y no solo los españoles, sino también los italianos y los portugueses: "Es que me llenan la ciudad de tías en sujetador, de políticos sonriendo, de anuncios de coches. Todo el mundo me viene con su mierda y resulta que lo mío es delito y antiestético, pero que me llenen una pared de carteles con caras de políticos eso sí es ético y es estético". Me parece más obsceno todavía que quien ha hecho de la imagen y de la invasión del espacio público un campo de batalla absolutamente perverso se atreva a condenar a un tipo que pone su nombre en el mismo lugar. Porque a un tipo que escribe en una valla publicitaria lo pueden multar. Tú pones un cartel de un coche o de una mujer en sujetador y no te pasa nada, pero un tipo pone encima su nombre y a ese tipo si lo pillan lo van a multar. Pues me parece que es desproporcionado. Y que quede claro que yo estoy en contra de que la ciudad esté hecha una mierda, pero estamos hablando de proporción.

En "La tabla de Flandes" y "El pintor de batallas" aparece la discusión sobre qué es arte. ¿Retomó ahora ese tema?

A mí el asunto del arte me interesa desde hace mucho tiempo. De hecho, mi segunda novela, "La tabla de Flandes", hablaba de esto así como "El pintor de batallas" y algunos otros trabajos míos. El tema del arte moderno y antiguo me interesa bastante. Y siempre he sentido mucha curiosidad, como espectador, mirando tanto el arte clásico como el arte urbano, como el arte callejero, como aquel punto en el cual el grafiti linda con el arte callejero. Bueno, pues ahí hay varias preguntas que esta novela me permitía plantear. Quiero dejar en claro que yo no apruebo el grafiti, me parece vandalismo, y no estoy de acuerdo con él, lo que pasa es que me fascina el mundo que hay abajo y ahí es donde he movido mis personajes. Eso ofrece posibilidades muy interesantes para analizar lo que es el arte moderno, tan capturado, tan domesticado, tan secuestrado por marchantes sin escrúpulos, por galeristas esnobs y por artistas mediocres amparados por el sistema. Encontrarse con ellos, entonces, con la actividad dura, violenta del grafitero en la calle, crea unos contrastes muy interesantes que quería explotar con esta novela.

Usted dijo que todas las obras de arte cuentan historias. ¿Un cuadro hiper-abstracto también o hay obras cargadas de significado y otras que no?

Bueno, hay un arte moderno absolutamente ficticio. En el arte moderno hay cosas muy buenas, evidentemente, pero el sistema tiene sacralizadas una serie de mediocridades a las que hace multimillonarias. Y le pongo un ejemplo concreto, el caso de Damien Hirst. Incluso entre los grafiteros, a artistas como Banksy lo consideran estafadores de categoría, desprecian profundamente a ese tipo de artista. Entonces, frente a todo eso, digamos que la actividad del grafitero que no persigue éxitos, ni exponer, ni galerías, que se conforma con salir a la calle, hacer su tapia y volver a su casa con los amigos a tomar unas cervezas, tiene unos aspectos casi románticos, digamos, dentro del vandalismo general, que lo hacen singularmente atractivo. Entonces, claro, uno debe aprobar la vaca muerta de Damien Hirst pero debe criticar a un chico que hace una pared maravillosamente bien hecha en la cual está volcando un montón de cosas que si uno mira las ve; no sé qué decirle. Por eso, para esta novela me planteaba una serie de preguntas que no intento responder sino plantear, porque al fin y al cabo yo sólo soy un novelista, cuento historias, no soy un artista, ni un sociólogo, mando una serie de preguntas e interrogantes.

¿Contra quién va este libro? ¿Contra un mercado del arte vendido al dinero, contra la consagración del arte porque yo lo digo, contra quienes han decretado el fin de la belleza como un valor que ya no cotiza?

Sin duda. Pero en vez de opinar yo, porque eso ya lo hice en "El pintor de batallas", en este caso lo pongo en las voces de otros. Va contra el sistema del mundo del arte, que es absolutamente corrupto, y absolutamente irreal y desproporcionado, y además está en manos de galeristas sin escrúpulos y de críticos comprados por esos galeristas. Hay un libro vergonzoso que se escribió hace poco, un libro entero justificando que la mierda es arte para que el galerista se forre, dándole una coartada intelectual a esa manipulación absurda. Pero eso no quiere decir que yo esté contra el arte moderno, hablo de los grandes manipuladores. Los que se infiltran en el arte moderno y los golfos que hacen negocio, justificando que eso es arte moderno. Pero no uso mis argumentos, he dado voz a los que tienen esos argumentos, es la visión del arte moderno que tienen los grafiteros con los que he estado hablando, algunos de los cuales son artistas cotizados, como Suso 33, que es un artista respetado, que está a caballo entre el grafiti y el arte urbano.

Algo ha mencionado antes pero, ¿hay en esta novela una cierta nostalgia del periodismo, y en concreto del periodismo de guerra, de la adrenalina a mil, del peligro?

Me era fácil de entender. Cuando he estado con estos chicos y me he tenido que meter por debajo de tal, me era fácil de entender. Yo me estaba acordando de eso, de Beirut, de los Balcanes... Pero más que nostalgia lo que hay es una recuperación de sentimientos familiares que ahora, por la vida que lleno, no experimento. Pero es la tensión, la clandestinidad, saber que si te pillan tienes un problemón, la oscuridad, la camaredería, el ayudarse unos a otros, el grupo pequeño en territorio hostil... Territorio comanche. Digamos que con esta novela me he vuelto a sentir en territorio comanche. Como también me sentí en "La Reina del Sur".

¿Cómo fue su decisión de abandonar la carrera de periodista?

Fue después de la Guerra de los Balcanes, justo ahora han hecho veinte años, que dejé de ser reportero. Fui reportero durante veintiún años, trabajé en países en guerra, habitualmente, incluida la Guerra de las Malvinas. Después de los Balcanes, mis novelas ya funcionaban bien, me daban libertad, me hacían económicamente independiente, y podía navegar con mi propio barco, que es lo que realmente me gusta. Así que decidí hace veinte años dejar el periodismo y dedicarme nada más que a escribir.

¿Cómo funcionaba su creatividad cuando era escritor y periodista? ¿Hubo efectivamente un salto de calidad o productividad cuando se dedicó sólo a escribir o la doble tarea funcionaba como un motor interesante?

Bueno, yo era reportero de guerra, yo no estaba en una redacción habitualmente. Yo me iba a una guerra, estaba meses, volvía, estaba meses en Madrid, y volvía a otra guerra. Es decir, que entre guerra y guerra escribía. No tenía el contacto directo, diario, con la redacción, lo cual me permitía esa especie de esquizofrenia de dos vidas diferentes que fui compaginando sin ningún problema hasta que, bueno, un día decidí que ya no iba a hacerlo más. De todas formas, yo soy un escritor tardío, empecé a escribir con treinta y ocho años, así que digamos que mi vida como escritor y periodista al mismo tiempo no fue demasiado larga. De todas formas, en mis novelas lo que hago es contar bajo el punto de vista, contar con la mirada -al fin y al cabo un escritor no es más que una mirada-, con la mirada que me dejó mi vida como reportero. Mi sello, mis personajes, mis conflictos en todas mis novelas se nutren de la vida que durante esos veintiún años llevé como reportero, lo que viví, lo que tengo en la memoria, mi álbum de fotos personales. Esta novela, "El francotirador paciente", es en cierta forma una novela de guerra.

Usted habló también de su decepción por la demanda de los medios, en la última guerra que cubrió, de difundir fotografías sensacionalistas, como si se tratara de un espectáculo.

Sí, de hecho hay dos libros que marcan eso. Uno es "Territorio Comanche", que es autobiográfico, es el libro con el cual me despido en el año '93 del periodismo, y "El pintor de batallas", escrito diez años después, en el cual hago una especie de recorrido por la guerra a través del arte, o del arte a través de la guerra. Quizá sea mi libro más complejo, más amargo y más triste. Y ahí están también los motivos por los que dejé el periodismo. Yo era un reportero, un cazador de imágenes, un mercenario altamente calificado, vivía bien, pero todo eso, por una parte, me iba causando una serie de estragos personales y, por otra parte, me iba causando una serie de decepciones sociales. Y a raíz de la Guerra del Golfo, me refiero a la primera guerra del Golfo, y a la manipulación a la cual asistí, viví, sufrí y protagonicé en primera persona, como todos mis compañeros, y después a raíz de la guerra de Yugoslavia, fueron tres años en los cuales murieron cincuenta y dos compañeros, algunos de los cuales eran amigos míos, y eso no valía absolutamente para nada. Occidente seguía mirando la televisión, el fútbol, y haciendo zapping entre el fútbol y los programas del corazón y del sexo, y los Balcanes eran un tema secundario. A raíz de todo eso comprendí que el oficio que había hecho no valía para nada, que ya tenía edad para hacer cosas mías, y navegar, y ser independiente, y que ningún espectador merecía que a mí me mataran en Sarajevo, y decidí que no me interesaba la profesión, que había perdido para mí toda razón de ser, que la aventura ya la había vivido y que la misión humanitaria o ética de un periodista no tenia ningún sentido en el mundo absurdo y puerco en el cual vivía. Así que, dije, dejo todo eso y me dedico a navegar y a escribir.

¿Cuánta distancia física y mental hay entre el Arturo Pérez Reverte que escribe novelas y el que escribe artículos periodísticos?

Mucha. Hay mucha. Los reporteros siempre hemos tenido una especie de útil esquizofrenia. Esa capacidad de conectar y desconectar, de entrar y salir, de entrar en una habitación y de salir y no llevarte nada. Una capacidad de mantener vidas paralelas: una vida afectiva, familiar, profesional, viajera... Y cada una en su sitio, y no mezlcarlas. Es un hábito que se adquiere en el oficio. Nadie nace así, pero se adquiere. Eso es muy útil. Yo escribo novelas porque con las novelas me gano bien la vida, me lo paso bien, tengo lectores, y sobre todo tengo independencia...

Y le permite investigar a fondo sobre cada historia...

Trabajo cada novela. Cada novela es una aventura, un año de investigación, de concimiento, de estudio de mil cosas. Sigo vivo. Es que si no te mueres, envejeces. Esto me mantiene vivo. Yo tengo una teoría, que he contado alguna vez en alguna novela, y es que sólo eres joven en vísperas de la batalla. Cuando has combatido ya eres viejo. Eres joven cuando te preparas, cuando estás afilando la espada y engrasando el arnés, haciendo testamento... Cuando has batallado ya eres viejo. Es decir, que la cosa es buscarte batallas nuevas, que nunca acaben las batallas, que siempre haya una batalla nueva. Y cada novela es una nueva batalla. Me hacen sentirme otra vez interesado por el mundo, curioso, lector. Me mantiene vivo. Esa es para mí la razón fundamental. Los artículos son intervenciones, homenajes, provocaciones, ajustes de cuentas. A mí me iría mucho mejor si me quedara callado. Tendría menos enemigos, saldría menos en internet, me insultarían menos... Si yo tuviera cosas que perder, si yo dijera: me estoy jugando el pan de mis hijos, el prestigio... Pero no tengo nada que perder. Sería vil, pudiendo ajustar cuentas con lo que creo, porque yo siempre he dicho que soy subjetivo, sería de una vileza enorme callarme por el miedo al qué dirán.

En una entrevista reciente dijo que la gente está deseando que pase la crisis para volver a las andadas. ¿No tenemos remedio?

Hemos olvidado que de esta crisis somos tan responsables como los políticos y los banqueros. Lo hemos olvidado. Aquí parece que la culpa sólo la tenían el banquero y el político. Y nosotros fuimos los primeros. A ti nadie te obligaba a tomar una hipoteca ruinosa, nadie te obligaba a comprarte un coche, nadie te obligaba a irte a Cancún de vacaciones. Nadie te obligaba a comprarte una segunda residencia o a comprarle una moto al niño. Hemos aceptado de una manera gozosa el juego sucio que nos proponían políticos y banqueros. Esos canallas han hecho su negocio con nuestra complicidad, aparte de a nuestra costa, con nuestra complicidad. Entonces lo que no puede ser es que digamos: "yo no tengo nada que ver". Hemos tenido mucho que ver con esto. ¿Y qué pasa ahora? Cuando escuchas las conversaciones, cuando escuchas a la gente y observas los comportamientos te das cuenta de que esta crisis que podría haber valido para que aprendiéramos una lección importante no ha valido para nada. No hemos aprendido nada. La gente quiere que pase la crisis para hacer exactamente lo que hacía antes, no para cambiar de vida. Para lo que tenía que haber servido esta crisis justamente era para que cambiásemos de vida. De ahí mi pesimismo.

¿Cuáles son sus referentes éticos, morales y, sobre todo, literarios?

Si llevo leyendo desde los ocho años y llevo viajando desde los dieciocho y he estado en guerras veintiún años, buscar un referente no es fácil. Dicho lo cual, con los años lees todo lo que tenías que leer y ya sabes qué es lo que te interesa. Mi vejez, o como se llame la etapa en la que vivo ahora, me la amueblo con media docena de cosas que se llaman clásicos griegos y latinos, se llama Cervantes, se llama Montaigne, se llama Gracián, se llama Michelet (la "Historia de la revolución francesa", que es la obra política para mí más importante de mis últimos treinta años y que mejor nos ayuda a entender el mundo en el que vivimos) y el único novelista que siento envejecer conmigo y que cada vez que lo leo descubro cosas en él que no había descubierto, aunque lo he leído veinte veces, que es Joseph Conrad. Y que no parezca pedantaría, que yo haya superado a Stendhal, ni a Mann, ni a Fitzgerald. Pero es que con ellos ya sé lo que hay, no hay sorpresa. Pero leo a Joseph Conrad a medida que voy haciéndome mayor y cada vez que lo leo hago una lectura nueva que antes no había hecho, y es con el único autor con el que me pasa. El único autor del que tengo una fotografía en mi lugar de trabajo. Sobre lo que está en Conrad es la mirada que algunos privilegiados tenemos: la mirada que te deja la vida. Como decía don Quijote, "quien mucho anda y mucho lee, algo sabe". Es una vida larga, he visto cosas extremas, he leído libros. El que no vio Troya en Sarajevo no ha visto nada. El ver Troya en Sarajevo es lo que te permite que eso te sea rentable intelectualmente. Cuando vas a Sarajevo con Troya leída... de ahí saco la noción de libro y vida que te hace ser como ahora eres.

¿Le da miedo la muerte?

Intentaré dar una respuesta que no parezca una pedantería. Digamos que una muerte serena nunca tiene que dar miedo y los libros leídos y escritos ayudan a que una muerte sea serena. Escribir novelas y leer libros buenos es una forma de preparar ese escenario de serenidad en el cual la muerte será una parte inevitable y la regla final de las reglas de juego.