16 de junio de 2014

Entremeses literarios (CLXXVI)

OCASO
Osvaldo Soriano
Argentina (1943-1997)

Comenzaría pronto. Todo hacía pre­ver que faltaba muy poco. Corrió las cortinas del ventanal y observó el cielo de un color plomizo donde se abultaban un millón de escenas que respondían a las formas que su mente dibujaba. El viento suave modulaba las aguas de ese mar que tantas veces fue romántico, y hoy lo castigaba con la crueldad del agitar monótono y sus olas que parecían querer borrar cuanto poema en ellas se inspiró. Los recuerdos llegaban a su mente como las aguas que castigaban la costa, rompiéndose en las piedras, estático y frío símbolo de tiempo. Trató de ordenar sus ideas que se entremezclaban con los mil gritos del mar, el viento y el cielo. Pronto volvería a ocurrir, sólo sería una vez más, pero no para él, esta vez sería "aquella vez", la última la que no debía borrarse, y por eso volvió a repasar el paisaje con los ojos cansados, atentos, para que ningún detalle escapara de su atención; debía guar­dar en un rincón de su mente la pintura fiel de este momento, para mañana vivir con él, para mañana morir con él... Faltaba ya mucho menos. Lo percibía en el aroma del cigarrillo que sabía hoy distinto como preparándose a ser un actor más en aquella escena que nadie había montado y de la que él iba a ser el principal protagonista. El tenebroso estallido del cielo fue la señal, apagó la luz y salió. Las primeras gotas acariciaron la dureza de su rostro. Caminó sobre la arena que marcaba a cada paso el pasado de cada momento. El viento trajo música y la lluvia poesía derramada en el amarillento papel del pai­saje. Para él no saldría hoy el arco iris. Un relámpago cortó el cielo.


EVANGELIO
Armando Alzamora
Perú (1982)

"Mi reino no es de este mundo", dijo el Profeta. La concurrencia aplaudió, excitada, creyendo hallar en esas palabras los principios de su devoción. Un hombre joven que escuchaba atento en la sinagoga, preguntó: "Entonces, mi señor, ¿no existe solución?, ¿los pobres seguiremos siendo pobres hasta llegar a ese otro reino? ¿Debemos resignarnos?". "Es parte del sacrificio -replicó el Profeta-, yo he sido enviado para daros el ejemplo''. El hombre -que era pobre, pero soñador-, desconsolado ante esa respuesta, decidió desde ese día no creer más en Dios. Fue la primera rebelión que iniciaron los hombres.


ACCIDENTES
David Moreno Sanz
España (1976)

Desde el accidente de hace dos inviernos nadie se atrevió a mencionar la palabra "escopeta" en casa de los Navarro, ni a mirarla ni mucho menos a tocarla y bajarla de la estantería. Comían siempre de espaldas a ella como si no existiera, en penumbra y conteniendo los recuerdos aún cercanos de madre. Acostumbraban incluso a por la noche no permanecer mucho en el salón y a estar a la hora señalada cada uno en su dormitorio. Por eso y cuando el hermano mayor subió las escaleras siguiendo a padre tras una acalorada discusión y oyeron segundos después un disparo y un cuerpo golpeando el suelo, se mantuvieron quietos y en silencio dando vueltas a la sopa hasta que se enfriara como si nada, hasta que regresara a la mesa.
                    
                
484 MM3
Yamila Bêgné
Argentina (1983)

Siempre le había tenido miedo a la escalera, aunque sólo llegó a notarlo cuando dio con su cabeza contra el tercer escalón, una tarde de ángulos filosos que le hizo perder el monto exacto de sangre que tres años después iba a necesitar y no iba a tener. En el momento en que su frente se encontró con el borde de mármol acerado, la inquietud vacía que iría a sentir tres años más tarde se sentenció por completo. Los siguientes treinta y seis meses se aceleraron y ocurrie­ron acumulados al mismo tiempo, justo en el instante del choque frontal, como si algo los hubiera convocado a acontecer en la tarde del cuatro de febrero, a las cinco y veintidós. Algo, quizás una alucinación ensangrentada en la cabeza del hombre que, en ese momento, se encontraba dejando su marca sobre la superficie afilada e imperturbable de mármol. Las pesta­ñas no pudieron defender a los lagrimales del alto contenido de sal sanguínea; lagrimales que, entonces, ardieron. La alucinación teatralizada en el cerebro que se estaba cortando consistía en la presunción de que no quedaría nada luego del choque con el escalón. Más que de una fantasía, se trataba de un miedo en imágenes, de un terror como pantalla, y el dolor empezaba ya a proyectarse sobre el troquelado diagonal signa­do en la frente desde esa tarde.
Cuando un monto de sangre perdida es exacto, no se recupera nunca. Resulta imposible rellenar la cápsula vacía que recorrerá las venas por siempre, como una burbuja en un vaso dado vuelta, como una exhalación de aire en una pileta tapiada. La cantidad de la tarde del cuatro de febrero había sido demasiado exacta como para intentar siquiera reponerla con transfusiones. En el quirófano se limitaron a sanar la herida, procedimiento que no consistió más que en agua oxigenada, aguja e hilo quirúrgico. No se ocupa­ron de sonrosar la tez empalidecida, ni de devolver alguna gota de color al pecho, ni de texturar la piel que rodeaba los gestos. Dijeron que sería imposible, que el monto perdido había sido meticuloso, que nunca podrían calcularlo para saciar la pérdida. La precisión era lo que definía a la sangre perdida y lo que iba a definir al paciente cuando, tres años más tarde, al intentar rastrear la causa de un malestar sin sentido, se encontrara con una carencia milimétrica que parecía eterna, aunque había sido adquirida en el tercer escalón de una escalera de mármol.


PELIKAN
Walter Garib
Chile (1933)

El comandante del regimiento Tinguiririca, Pancracio de la Sotta, desde hacía veintisiete años -la edad que tenía su único hijo- usaba la misma estilográfica Pelikan para firmar. Un día la estilográfica dejó de funcionar, y por más que le puso tinta y la agitó hasta dolerle el brazo, no quiso escribir ni una sola letra más. En esa ocasión tenía que firmar un dictamen del Comité Revolucionario de la ciudad, donde se condenaba a ser fusilado al amanecer, entre otros, a su único hijo.


LA SEÑAL LEJANA DEL SIETE
Pedro Antonio Valdez
República Dominicana (1968)

El ángel se le apareció en el sueño y le entregó un libro cuya única señal era un siete. En el desayuno miró servidas siete tazas de café. Haciendo un leve ejercicio de memoria reparó en que había nacido día siete, mes siete, hora siete. Abrió el periódico casualmente en la página siete y encontró la foto de un caballo con el número siete que competiría en la carrera siete. Era hoy su cumpleaños y todo daba siete. Entonces recordó la señal del ángel y se persignó con gratitud. Entró al banco a retirar todos sus ahorros. Empeñó sus pertenencias, hipotecó la casa y consiguió préstamo. Luego llegó al hipódromo y apostó todo el dinero al caballo del periódico en la ventanilla siete. Sentóse -sin darse cuenta- en la butaca siete de la fila siete. Esperó. Cuando arrancó la carrera, la grada se puso de pie uniformemente y estalló en un desorden desproporcionado; pero él se mantuvo con serenidad. El caballo siete cogió la delantera entre el tamborileo de los cascos y la vorágine de polvo. La carrera finalizó precisamente a las siete y el caballo siete, de la carrera siete, llegó en el lugar número siete.


UN PUNTO DE VISTA
Juan Martini
Argentina (1944)

Si tuviese que describirlo no sabría cómo hacerlo. Puede decir, desde luego, que es un hombre de mediana edad, alto, delgado, que lee un periódico en la terraza de un bar mientras bebe lentamente, como si en verdad no desease hacerlo, una cerveza. Sin embargo, piensa Juan Minelli, esto no es una descripción. Puede decir, es cla­ro, que el hombre está sentado en uno de esos ligeros silloncitos de aluminio que han proliferado, últimamente, en las terrazas de los bares, y que es un hombre de mediana edad y de mirada errátil. Podría decirse, también, que ese hombre, en rigor, finge leer el periódico, puesto que es evidente que no lo está leyendo. No son, sin embargo, piensa Minelli, ni los gestos ni los movimientos del hombre, sentado en el silloncito de aluminio frente a la cerveza que ya ha perdido su inmaculado cuello de espuma, los que ponen en evidencia que no se trata, como bien se podría pensar a simple vista, de un hombre abstraído en la lectura de un periódico. Es su mirada errátil la que revela que ese hombre finge hacer lo que no hace. Son sus ojos apagados, inquietos, que se dibujan con claridad en los cristales blancos y graduados de las gafas con montura de metal, los que le hacen ver a Minelli que, a decir verdad, el hombre lee el periódico con la misma atención que le presta, además, a otros movimientos, o deslices, que tienen lugar, podría decirse, en la terraza y en el interior del bar. El sol se filtra por las junturas de los toldos. Es un sol de haces rectos, puesto que es el sol del mediodía, un verano, o en el comienzo de un verano, y sus rayos, tal como se dice, arden, queman la piel, y se reflejan, incan­descentes, al tocarlos, en los brazos de los silloncitos de aluminio. De modo que en este momento el hombre desvía la mirada del periódico, alza la copa de cerveza, una de esas copas llamadas balón, y, sin beber, contempla, por ejemplo, el ir y venir de un par de mozos en la terraza del bar, pero, sobre todo, piensa Minelli, el hombre le presta atención, en particular, al movimiento de una mujer, su mirada se ha deslizado desde el periódico hacia una mujer, una mujer joven y, podría decirse, sin exagerar, esbelta. La mujer joven ha abandonado su propio silloncito de aluminio y se ha encaminado en dirección al baño del bar. Ha sido entonces cuando la mirada errátil del hombre ha tropezado con los mozos que atienden la terraza del bar, pero esta interrupción ha durado apenas algunos segundos y él ha podido, en seguida, continuar observando el paso de la mujer internándose en el bar, primero, hasta el fondo, y luego el movimiento de sus piernas y de su cuerpo todo, pero sobre todo de sus piernas, cuando ha subido la escalera que conduce, como es legítimo imaginar, se dice Minelli, a los baños, situados en el primer piso del bar. Ahora bien, Minelli no sabrá, por ahora, mucho más que esto. No sabrá, por ejemplo, que el hombre a quien observa es un escritor, un novelista que ha escrito dos o tres libros en los que otro hombre, un personaje, por así decirlo, llamado Juan Minelli, encarna con una delgadez creciente un cierto desconcierto propio de estos tiem­pos. Ni sabrá, desde luego, Minelli, que la mirada errátil de ese hombre, apagada tras los reflejos del sol en los cristales de sus gafas, no sólo ha reparado en la mujer que se ha dirigido al baño sino también en él, es decir, en el propio Juan Minelli, y que ha tomado notas, ese hom­bre, el escritor, con la vaga, todavía, idea de comenzar un próximo libro con una escena en la terraza de un bar donde un hombre, llamado Juan Minelli, observa a otro sin darse cuenta de que, en verdad, tanto él, Minelli, co­mo el hombre al que Minelli observa, el escritor, son, a su vez, observados por una mujer joven, una mujer, podría decirse, esbelta, que en este momento se ha ido al baño en un acto que no es una provocación sino la prueba cabal de su soberanía, puesto que sin conocerla, sin saber nada de ella, ninguno de esos dos hombres -ella está se­gura de eso- se moverá de sus silloncitos de aluminio, en la terraza del bar, hasta que ella regrese.


LAS NALGAS
Ricardo Castillo
México (1954)

El hombre también tiene el trasero dividido en dos, pero es indudable que las nalgas de una mujer son incomparablemente mejores que las de un hombre. Tienen más vida, más alegría, son pura imaginación, son más importantes que el sol y Dios juntos, son un artículo de primera necesidad que no afecta la inflación, un pastel de cumpleaños en tu cumpleaños, una bendición de la naturaleza, el origen de la poesía y del escándalo.


LA ANALFABETA
José Jiménez Lozano
España (1930)

Nunca había ido a la escuela y, ahora, a sus cincuenta y nueve años, estaba comenzando a aprender a leer y escribir en las clases nocturnas para analfabetos. Y estaba fascinada. Escribía muy despacio, pasándose la lengua por los labios mientras trazaba los palotes de las mayúsculas de su nombre: MARÍA; lo leía luego, y decía:
- ¡Ésta soy yo!
Y se ponía muy contenta, lo mismo que cuando escribía las palabras de las cosas que tenía a su alrededor: MESA, GATO, VASO, AGUA. Y ya no sabía que otra palabra escribir, pero de repente se le ocurrió poner: ESPEJO. Leía la palabra una y otra vez, se la quedaba mirando y mirando, pero con un gesto de extrañeza porque no se veía ella en aquel espejo. ¿Y por qué no se veía ella en aquel espejo escrito, si se veía bien claramente cuando estaba escribiendo? Y se contestaba a sí misma diciendo que eso sería porque todavía no sabía escribir bien, porque, en cuanto supiera hacerlo, tendría todo lo que quisiera con sólo escribírselo. Porque si no, ¿para qué valdría leer y escribir?, preguntó. Pero allí todos callaron en la clase y nadie le contestó. Como si hubiese dicho o hecho algo raro, o qué sé yo, con un espejo.


IMPOSIBLE
Santiago Pedro Ruiz
Argentina (1937)

Fuiste la niña que me llevaba las camisas lavadas; que recibía mis propinas con un susurro de agradecimiento; que regresaba saltando bal­dosas con la moneda en un puño. Un día te miré con asombro. Como en un truco de magia, había de­saparecido tu niñez. Entonces, después de un tiempo de confusión, te qui­se como mujer. Cien veces repetí tu nombre, que sonaba como el son reverberan­te de una alegre campana. Cien veces el verbo rojo de tu boca se negó. Tu pecho, que se había elevado como una nube de mármol, se hi­zo el altar de mi rezo pagano, pero la luz esmeralda de tus ojos era siem­pre lejana y esquiva. Te fuiste de mi camino con un adiós sin retorno y me dejaste la cruz de tu desdén. Yo quedé a vivir mi sueño, el que soñaré siempre: la presencia de tu piel, luminosa y virgen, como el camino anhelado hacia la imposible sinfonía del éxtasis.