5 de julio de 2014

El cerebro humano y las neurociencias (o cómo ganar una elección o una guerra) (1)

En 1988, el Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares (NINDS) de Estados Unidos lanzó el proyecto "Brain decade. 1990-2000" (Década del cerebro. 1990-2000), una iniciativa patrocinada por la Biblioteca del Congreso y el Instituto Nacional de Salud Mental norteamericanos que contó con el respaldo de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Desde entonces se aprendió más sobre cómo funciona el cerebro humano que en toda la historia de la humanidad. Descifrar las capacidades y el funcionamiento de la sesera implica entender el resultado de millones de años de desarrollo evolutivo, implica aprender que los condicionantes genéticos son determinantes para la evolución de la inteligencia de las personas, implica descubrir que las decisiones que toma un individuo en su vida cotidiana tienen que ver en gran parte con previos procesos mentales inconscientes, e implica aceptar que existe una íntima relación entre lo que se piensa con lo que se siente y se actúa.
Durante siglos se pensó que los nervios eran huecos y que por ellos viajaban los "espíritus animales" originados en el cerebro. La Iglesia Católica afirmaba que esos espíritus se engendraban en la parte hueca del cerebro y no en su carne, pues ésta era demasiado sucia para servir de intermediaria entre el alma y el cuerpo. Hubo que esperar hasta el siglo XIX para empezar a entender la importancia de la corteza cerebral, y hasta el siglo siguiente para descubrir las neuronas. Pero es necesario remontarse hasta el filósofo y médico Alcmeón de Crotona (590-535 a.C) para comenzar a hablar del cerebro como el asiento del pensamiento y las sensaciones. En "Peri physeos" (Sobre la naturaleza) escribió: "Los hombres deben saber que las alegrías, gozos, risas y diversiones, las penas, abatimientos, aflicciones y lamentaciones proceden del cerebro y de ningún otro sitio. Y así, de una forma especial, adquirimos sabiduría y conocimiento, y vemos y oímos y sabemos lo que es absurdo y lo que está bien, lo que es malo y lo que es bueno, lo que es dulce y lo que es repugnante. Y por el mismo órgano nos volvemos locos y delirantes, y miedos y terrores nos asaltan. Es el cerebro quien ejerce el mayor poder sobre el hombre".


Para hablar de anatomía como ciencia independiente debemos retrotraernos a la Antigüedad, más precisamente a los médicos y anatomistas griegos Erasístrato de Ceos (304-250 a.C.) y Herófilo de Calcedonia (335-280 a.C), ambos pioneros de la anatomía cerebral. El primero, distinguiendo los dos hemisferios cerebrales y el cerebelo, a los que atribuyó la coordinación motriz, y estudiando la cantidad de plegamientos y el número de circunvoluciones de la corteza cerebral, a los que asoció a la inteligencia. El segundo, descubriendo la relación entre cerebro, médula espinal y nervios, revelando la disposición de los vasos del cerebro y considerando que el centro del pensamiento y las funciones mentales estaba en el cerebro y no en el corazón, tal como Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.) había defendido. A Hipócrates de Cos (460-377 a.C.) se le considera un pionero de la medicina occidental y el padre de la anatomía clási­ca, ya que encadenó la función y la forma de los órganos. Su mérito fundamental fue el de desarrollar un sistema basado en la observación y la experiencia para el estudio de las enfermedades, atribuyendo las causas de las mismas a fenómenos meramente naturales y no a intervenciones de los dioses como se creía hasta ese entonces. Hizo importantes contribuciones al estudio del traumatismo cráneo-encefálico describiendo la anatomía del cráneo, los diversos tipos de trauma, el manejo quirúrgico y no quirúrgico del trauma, y las indicaciones en cada caso. Seis siglos después nacería Galeno de Pérgamo (129-216), pionero en la observación científica de los fenómenos fisiológicos que realizó también notables contribuciones a la anatomía. Él consideraba que el líquido cefalorraquídeo que baña el cerebro era donde se albergaba el alma.
Hipócrates y Galeno fueron los médicos más destacados de la antigüedad y sus puntos de vista ejercieron una profunda influencia en la medicina practicada en el Imperio Bizantino, que se extendió con posterioridad a Oriente Medio para acabar llegando a la Europa medieval donde pervivió hasta entrado el siglo XVII. Hasta entonces la medicina siguió teniendo un planteamiento tradicional y fue la anatomía la primera disciplina médica que se independizó de estos supuestos de la mano de Gabriele Zerbi (1445-1505) y Alessandro Achillini (1463-1512). Pero sería Andreas Vesalius (1514-1564) quien aportaría los hallazgos más originales para la época al estudiar los órganos desde el punto de vista de los impulsos. Su cuidadosa descripción de los órganos de la cavidad craneal incluía la diferenciación entre la sustancia gris y blanca del encéfalo entre otras cosas. De todos modos fue necesario esperar la llegada del médico inglés Thomas Willis (1621-1675) para que hicieran su aparición las primeras investigaciones neuroanatómicas. En su obra "Cerebri anatomi" (Anatomía del cerebro) subrayó la importancia del estudio de la estructura del cerebro, al que le atribuyó funciones cognitivas precisas. Willis empleó por primera vez la palabra neurología y dispuso para el cerebro un "alma sensitiva" relacionada con las sensaciones, los movimientos y los impulsos, y un "alma racional" relacionada con el juicio y el raciocinio.


Fue en el siglo XX cuando el neurólogo ruso Aleksandr Lúriya (1902-1977) se dedicó a la investigación sobre métodos objetivos para evaluar las ideas psicoanalíticas sobre las anormalidades del pensamiento. Influido por los grandes psicólogos Lev Vygotsky (1896-1934) y Alexei Leontiev (1903-1979), estudió la forma en que los procesos físicos y sensoriales interactúan con las fuerzas culturales para producir las funciones psicológicas de los adultos, llegando a establecer una relación entre los mecanismos cerebrales y las funciones intelectivas del hombre. Considerado el padre de la neuropsicología, en 1973 -en su ensayo "Osnovy Neiropsijologii" (Fundamentos de Neuropsicología)- definió al lóbulo frontal como el "órgano de la civilización", el área de la corteza cerebral donde radica la esencia de un individuo, el núcleo de la personalidad, los impulsos y las ambiciones. De todos los vertebrados, es en los seres humanos donde el lóbulo frontal alcanza un desarrollo significativo y es allí donde se realizan las funciones más avanzadas y complejas del cerebro: las funciones ejecutivas.
"Mientras el cerebro sea un misterio, el universo continuará siendo un misterio", decía el célebre médico español Santiago Ramón y Cajal (1852-1934). Desde hace poco más de treinta años, exactamente desde que comenzaron a producirse grandes avances en las ciencias que estudian el cerebro para que éste deje de ser un misterio, existe la tendencia de anteponerle el prefijo "neuro" a casi todo. Así, las neurociencias se fragmentaron en una constelación de disciplinas: neuroeconomía, neurosociología, neuroética, neuroinformática, neuromarketing, etc. La política, claro, no fue la excepción. Siguiendo los pasos de Lúriya, el neuropsicólogo letón Elkhonon Goldberg (1946) afirmó en "The executive brain" (El cerebro ejecutivo) que los lóbulos frontales "son al cerebro lo que un director a una orquesta, un general a un ejército, el director ejecutivo a una empresa". Fue suficiente la publicación de esta tajante definición para que un tropel de consultores y demás animales políticos se interesaran por esa masa gris y gelatinosa de unos mil cuatrocientos gramos de peso, de pliegues casi infinitos y colmada de cien mil millones de neuronas en la que -entre otras muchas cosas- se gesta el voto, con el fin de garantizar el éxito de sus estrategias y pretensiones.


Así nacería la neuropolítica, una nueva disciplina de las neurociencias que intenta comprender cómo actúa el cerebro de los seres humanos en su condición de simple ciudadano, puntual elector o esmerado activista frente a los estímulos de la comunicación política. O más específicamente: ¿qué motiva a alguien a optar por determinado candidato, a votar en blanco o a impugnar su voto? ¿Qué reacciones tiene una persona cuando observa, escucha o mira a un político? ¿Qué ocurre en el oscuro laberinto del cerebro durante una campaña electoral? Hace tiempo desacreditada la teoría de la elección racional, los estudios más recientes revelan que las personas no votan teniendo en cuenta los hechos concretos sino que lo hacen guiados por valores estrechamente ligados a las emociones. Al respecto dice el periodista científico argentino Federico Kukso (1979) en su artículo "El cerebro político o cómo lograr que te elijan": "Varias investigaciones han demostrado que cuando una persona escucha el discurso de un candidato político las áreas racionales de su cerebro se activan menos que las áreas emocionales. Lo que sigue -una oleada de afiches y su correspondiente sobredosis de spots de campaña- no hacen más que ratificar una decisión y la inclinación por un candidato y hasta fortalecer cierta aversión por sus adversarios. De ahí el votante por lo general no se mueve: cuando los hechos no encajan con sus marcos de valores, se apaga cierta clase de interruptor neuronal y los hechos disonantes simplemente se ignoran".