8 de octubre de 2014

María Negroni: "La literatura se hace con deseo y el deseo es desmesurado por antonomasia"

María Negroni (1951) es poetisa, ensayista, novelista y traductora. Nacida en Rosario, Argentina, obtuvo un doctorado en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Columbia, Nueva York. Allí vivió durante muchos años y dictó clases de Literatura Latinoamericana en el Sarah Lawrence College y fue profesora visitante en la New York University. Su obra poética comprende "De tanto desolar", "La jaula bajo el trapo", "La ineptitud", "Islandia", "El viaje de la noche", "Diario extranjero", "Arte y fuga", "Andanza" y "La boca del Infierno". Entre sus ensayos se cuentan "Ciudad gótica", "Museo negro", "El testigo lúcido. La obra de sombra de Alejandra Pizarnik", "Galería fantástica" y "Pequeño mundo ilustrado". También ha publicado las novelas "El sueño de Úrsula" y "La anunciación". En 2013 Negroni dejó Nueva York y volvió a instalarse en Buenos Aires para dirigir la Maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Al hacerlo, donó gran parte de sus libros a una biblioteca de Great Barrington, un lugar cercano a la casa del escritor estadounidense Herman Melville (1819-1891). Allí la escritora argentina encontró un trabajo del naturalista escocés Thomas Beale (1775-1841) sobre la historia del cachalote y al auge y la caza de ballenas que Melville leyó con fruición mientras escribía "Moby Dick". Ese dato biográfico inspiró a Negroni para pergeñar una carta apócrifa de Melville a Beale, una de las tantas que componen su libro "Cartas extraordinarias". En esta colección de correspondencia imaginaria, la autora trabajó sobre autores y obras que la fascinaron, en su doble condición de escritora y lectora apasionada. Así, por ejemplo, Julio Verne (1828-1905) le escribe al padre, Mary Shelley (1797-1851) a su madre muerta tras dar a luz, J.D. Salinger (1919-2010) a la novia que lo dejó por un famoso director de cine, Edgar Allan Poe (1809-1849) a su controvertido padrastro, Rudyard Kipling (1865-1936) a su hermana Trix, Robert Louis Stevenson (1850-1894) a su esposa Fanny, y Emilio Salgari (1862-1911) muestra un desgarramiento elocuente para la austeridad del dolor en una carta dirigida a sus hijos. Yendo más allá aún, Negroni avanza hasta el extremo de los diálogos imposibles y Mark Twain (1835-1910) le escribe a su personaje Huckleberry Finn, J.M. Barrie (1860-1937) a Peter Pan, Heidi a su autora Johanna Spyri (1827-1901) o Carlo Collodi (1826-1890), el autor de "Pinocho", le agradece a Paul Auster (1947) su recuerdo en "The invention of solitude" (La invención de la soledad). Desde estos y otros nombres, Negroni asumió la identidad de los autores y compuso cartas atribuidas a cada uno de ellos en primera persona, recreando sus mundos, su escritura y sus obsesiones. En un libro anterior, Negroni mencionó el vínculo entre poesía e infancia al afirmar que, así como la felicidad infantil provenía en parte de la aglomeración azarosa en cajones y rincones de sus atesorados juguetes, el poeta guardaba sus imágenes y retazos de lenguaje, participando así, ambos, del gesto de habitar un tiempo perdido. "La poesía -escribió- es la continuación de la infancia por otros medios". Ese gesto poético es el gobierna "Cartas extraordinarias" y de ello habla la autora en las siguientes entrevistas concedidas a Roxana Artal y Laura Mazzocchi para el nº 10 de la revista virtual de arte y literatura "Evaristo Cultural", y a Diego Erlan para el nº 575 de la revista "Ñ" del 4 de octubre de 2014.


Tanto en estas "Cartas extraordinarias" como en el anterior, "Elegía a Joseph Cornell", hay un trabajo sobre la arquitectura de la miniatura. ¿Qué te interesa de este formato?

Cualquier obra de arte, y en el poema puede verse más, son como miniaturas de mundo. Digamos que son falsamente pequeños. Una vez me tocó participar en una mesa sobre la desmesura y se hablaba de Tolstoi y de Dostoievski y yo dije que la desmesura no tenía nada que ver con la longitud de la obra porque en dos líneas de un poema puede haber desmesura. Por definición, porque la literatura se hace con deseo y el deseo es desmesurado por antonomasia. Entonces, el poema es como un microcosmos, un pequeño mundo que irradia cosas. Y a mí me gustan esos pequeños mecanismos. Entonces las cartas, que también son o intentan mostrar una vida, una relación con la escritura, son como vidas minúsculas. Algo concentrado que da una idea de universo.

Una sola de estas cartas puede llevarte una vida de investigación sobre un autor, pero también de trabajo literario sobre la voz que habla. ¿Alguna vez te sentiste poseída por el autor?

Tengo una imaginación bastante fuerte. Una vida tiene ochocientos mil aspectos, pero creo que en todos los casos hice recortes de mis preocupaciones como escritora. Siempre aparece la relación con la escritura, con la vida y la escritura, qué precio se paga para escribir. Cómo se hace para ir de una cosa a la otra, cómo se relacionan, cómo se hace el espacio para la vida familiar. Hay un montón de dilemas: tristeza y escritura, amor y escritura, enfermedad y escritura, orfandad y escritura, relaciones y escritura, sexo y escritura. Creo que yo recortaba esa parte, que la encontré en todos los casos. Uno que me encanta es Salinger, que además es un fóbico. De él tomo al tipo que se aleja, que odia el mundo literario de Nueva York, que hace un búnker dentro de búnker. Obviamente, lo tomo porque me relaciono con eso. Hay algo que entiendo.

¿Cuál es el precio que paga un escritor entonces?

Clarice Lispector dijo que escribir es horrible. Esa frase es casi una bofetada. ¿Qué quiere decir? Que la escritura no tiene nada que ver con lo que la gente piensa. Dicen "ah, escribís, qué lindo", pero esas personas no entienden nada. Escribir es como ir al encuentro de las cosas más complejas, más difíciles, menos decibles: es como zambullirte en el fondo del pozo. Y también es difícil porque la vocación de escribir es una cosa de largo aliento. Un escritor no se hace en un día, en un año o en dos. No. Se hace en décadas. Y son décadas de mucho sacrificio. De mucho trabajo. De mucha dedicación. Pero cuando hablo de dedicación no me refiero a horas de sentarse a escribir sino que es como si fuera una piedra que tenés que pulir. Es tiempo de lecturas, de pensar. La escritura requiere, primero, mucha soledad. Yo tuve una familia, crié hijos. Pero digamos que no es una relación sencilla. Uno tiene que atender un montón de cosas y a la vez este mundo gigante que es el de la escritura. Entonces es muy difícil lograr el equilibrio. Los costos son las elecciones que uno hace. Y a veces se pagan precios concretos. Supongo que para cada persona debe ser diferente. Digamos que ese equilibrio entre la persona que escribe y el otro, el que está sentado aquí hablando y que va al gimnasio y tiene amigos y va a cenar y tiene pareja, no es necesariamente una relación fluida. Porque éste, el que escribe, es como si fuera Hyde: quiere arrasar con todo.

Hay otra cita a Clarice Lispector en el libro: "Perderse es un encontrarse peligroso". ¿Cuánto de incertidumbre hay en la literatura?

Todo. Porque uno no escribe sobre lo que sabe. De hacerlo, no sería interesante. Siempre digo que la poesía es una epistemología del no-saber. Y uno viaja hacia ese lugar, que es un lugar incómodo y al mismo tiempo eso es lo maravilloso. Cada palabra es otro microcosmos. Porque la palabra, cualquier palabra, está atravesada por miles de voces. Hace unos días fui a la presentación de un libro de Fernando Araldi Oesterheld. En el libro hay una cita de Pessoa ("No soy nada/ No puedo querer ser nada/ Aparte de eso tengo en mí todos los sueños del mundo") y este poeta dice: "No soy nada/ No puedo querer ser nada/ Aparte de eso tengo en mí todo el autismo del mundo". Si uno pudiera hacer un recorte de eso tendría un ejemplo de las maravillas que pueden hacerse con el lenguaje. Al citar a Pessoa con esa variación se produce un cortocircuito en la cabeza. Es cuando uno siente, como lector, que se consigue abrir un mundo.

Te escuché decir una vez que quizá comenzaste escribiendo poesía porque sentías que no había demasiado aire para hablar en tu casa, que tu mamá era asmática y tenías la impresión de tener que decir poquito y rápido. ¿Podrías desarrollar esa idea? ¿La poesía vendría, en ese sentido, a ser un género de la síntesis?

Sí, eso que dije es cierto, tenía como esa conciencia al principio. Después, a eso se le sumó el hecho de la dictadura. Los grandes discursos estaban entonces en manos de los militares, y en todos los poetas de mi generación había una desconfianza terrible con el lenguaje; había que decir lo más posible con la menor cantidad de palabras, era un poco todo por sugerencia. La condensación poética era la opción ahí. Pero después, con el tiempo, en lo personal, se me planteó la necesidad de ver qué salía si disponía de un poco más de aire. Yo me preguntaba: "Esto que digo acá, ¿alcanza?". A veces, por ahí tenía que escribir seis versos más para que me quedaran dos. Después me fui a la prosa, fue casi la consecuencia natural. Y ahora, me parece, elijo más libremente.

¿Y pensás en el lector en algún momento de tu trabajo? ¿Mientras escribís? ¿Cuando terminás un libro? ¿Qué tipo de lector de tu literatura te imaginás o te gusta imaginar? Recuerdo una cita "El sueño de Úrsula" en la que Sambatia dice que "Escribir es estar entre dos aguas: el deseo de agradar y el de atacar".

No sé. Sambatia la tenía clara, sabía mucho sobre la poesía. Yo supongo que uno tendrá como una especie de oyente imaginario, que no tiene que ver necesariamente con lo que solemos llamar un "lector". Por otro lado, soy conciente de que es mínima la cantidad de gente que se puede interesar por lo que escribo. Lo que yo me propongo es escribir algo que sea necesario para mí, y tengo la idea de que si es necesario para mí, a lo mejor se da un milagro y es necesario para alguna otra persona, lo que sería una maravilla. Cuando leo algún libro que me permite entender algo que no sabía antes, cuando cierro el libro, agradezco al autor. Eso es lo que yo desearía lograr. Pero no es que yo busque a ese lector. Si está, está; me sentiría muy feliz de encontrarlo.

¿Y vos qué tipo de lectora sos?

Soy obsesivamente ordenada. Yo me mando por un lugar y empiezo a tirar del hilo, siempre en la misma dirección. Por ejemplo, cuando escribí "El sueño de Úrsula", leía desde los libros de historia de la Edad Media de Georges Duby hasta los poemas de los poetas provenzales, pasando por las "Revelaciones" de Isabel de Schönau... Son documentos. La figura de Athanasius en "La Anunciación" también me regaló un laberinto de lecturas. En realidad, Athanasius fue un monje real que vivió en el siglo XVII; era un tipo que sabía de todo, una especie de enciclopedista pre-enciclopedia que, además, por si todos sus encantos fueran pocos, fue el maestro de Sor Juana Inés de la Cruz.

¿Y qué lecturas te han marcado?

Siempre uno tiene en un lugar muy especial a los autores que le hicieron descubrir la literatura, que son los que uno lee cuando tiene entre dieciséis y veinte años, me parece. Yo amé la literatura leyendo a Camus, a Malraux, a Beckett, a Nietzsche, a Herman Hesse, a Ionesco, que por ahí no son autores que se lean tanto ahora... Son los de mi comienzo. Después he tenido deslumbramientos. A mí me encanta la escritura de Clarice Lispector, la de las dos Margaritas -Yourcenar y Duras-, me hipnotizan los espacios asfixiantes de Kafka y, en general, los mundos sombríos de los escritores de Europa del Este... En fin, es una lista muy larga. Y ahora me pasa una cosa muy rara, debe ser la edad ¡ja, ja! ¿Te acordás que Borges decía que ya no leía más, que él releía? Bueno, a mí me ha agarrado como una especie de obsesión por volver a leer las grandes obras. En estos meses releí, estudiándola, la "Divina Comedia". Y se me da por ese tipo de lecturas. Eso no me pasaba antes. ¡Ah!, y otra cosa que sí hago es seguir mucho a los autores que me gustan.