6 de mayo de 2015

Algunas recomendaciones de Roberto Arlt para los políticos en época electoral

Roberto Arlt (1900-1942) perteneció a una generación de escritores argentinos que, nacidos hacia las postrimerías del siglo XIX, empezaron a realizar en los años '30 del siglo pasado una literatura atenta a la realidad social del país. Así como Ricardo Güiraldes (1886-1927), por ejemplo, relató las vicisitudes existenciales de un gaucho de la pampa en su "Don Segundo Sombra", o Eduardo Mallea (1903-1982) hizo lo propio con los pobladores de una ciudad de provincia en "Todo verdor perecerá", fue Arlt quien se encargó de radiografiar el drama urbano de los habitantes de Buenos Aires, la ciudad que por sus características culturales y económicas constituye desde hace muchos años un orbe aislado y autónomo de características sumamente particulares. La capital argentina era por entonces una ciudad que tenía su propia música (el tango), un dialecto particular (el lunfardo) y hasta un medio público de transporte original (el colectivo), pero también era la ciudad en la que se concentraban los principales conflictos sociales, culturales y económicos de la época. El acelerado movimiento de clases que venía experimentando la sociedad argentina desde principios de siglo se vio afectado por el colapso financiero que convulsionó la economía mundial. La Argentina, tras un golpe de Estado de características fascistoides, entró en un oscuro túnel que duraría diez años y que sería conocido como la "Década infame". Fue en la etapa previa a esta eclosión en la que, mientras el país entraba en una paulatina desintegración, Arlt alternaba ávidas y caóticas lecturas con momentáneos trabajos en los menesteres más diversos, actividades ambas que sentarían las bases de su destino de escritor. Tras publicar un cuento en la "Revista Popular" y de colaborar en un periódico nacionalista de derechas como "Patria" u otros de signo opuesto como "Extrema Izquierda" y "Última Hora", Arlt consiguió publicar en la revista "Proa" los primeros capítulos de su novela "El juguete rabioso". Por entonces también comenzó a trabajar como cronista policial en el diario "Crítica", el vespertino más popular de Buenos Aires, y esa práctica periodística le depararía, al decir del escritor argentino Alberto Vanasco (1925-1993) en "Roberto Arlt y su época", "tanto el arsenal fabuloso de caracteres y peripecias de la fauna urbana que volcará en sus novelas, como el vocabulario heterogéneo y pintoresco de su lenguaje narrativo". Sin embargo sería en el matutino "El Mundo" donde Arlt obtendría un notable reconocimiento con una notoriedad que en vida nunca le dieron sus novelas y cuentos. Su director, el escritor y periodista argentino Carlos Muzio (1885-1954) le encargó una serie de notas firmadas, sus famosas "Aguafuertes", que pronto le darían reputación de columnista original y espontáneo. Recogidas en 1933 en el libro "Aguafuertes porteñas", conocerían a lo largo de los años numerosas ediciones póstumas. Una de esas "Aguafuertes", la titulada "¿Quiere ser usted diputado?", tiene hoy una vigencia excepcional. Dada la época electoralista que vive la Argentina, época en la que decenas de políticos (además de insultarse y agraviarse para luego congraciarse y tejer alianzas de lo más inverosímiles) basan sus respectivas campañas electorales en todo tipo de promesas sustentadas en frases hechas, remanidas, huecas, las sugerencias del autor de "Los siete locos" y "Los lanzallamas", suenan -además de irónicas y divertidas- como un consejo digno de tener en cuenta por la caterva de dirigentes que aspiran a obtener algún cargo público. Algunos de los párrafos más sobresalientes de dicha "Aguafuerte" dicen así:

Si usted quiere ser diputado, no hable en favor de las remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño. No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas partes: "Soy un ladrón, he robado... he robado todo lo que he podido y siempre". La gente se enternece frente a tanta sinceridad. Y ahora le explicaré. Todos los sinvergüenzas que aspiran a chuparle la sangre al país y a venderlo a empresas extranjeras, todos los sinvergüenzas del pasado, el presente y el futuro, tuvieron la mala costumbre de hablar a la gente de su honestidad. Ellos "eran honestos". Ellos aspiraban a desempeñar una administración honesta. Hablaron tanto de honestidad, que no había pulgada cuadrada en el suelo donde se quisiera escupir que no se escupiera de paso a la honestidad. Embaldosaron y empedraron a la ciudad de honestidad. La palabra honestidad ha estado y está en la boca de cualquier atorrante que se para en el primer guardacantón y exclama que "el país necesita gente honesta". No hay prontuariado con antecedentes de fiscal de mesa y de subsecretario de comité que no hable de "honradez". En definitiva, sobre el país se ha desatado tal catarata de honestidad, que ya no se encuentra un sólo pillo auténtico. No hay malandrino que alardee de serlo. No hay ladrón que se enorgullezca de su profesión. Y la gente, el público, harto de macanas, no quiere saber nada de conferencias. Ahora, yo que conozco un poco a nuestro público y a los que aspiran a ser candidatos a diputados, les propondré el siguiente discurso. Creo que sería de un éxito definitivo.
He aquí el texto del discurso: "Señores: aspiro a ser diputado porque aspiro a robar en grande y a 'acomodarme' mejor. Mi finalidad no es salvar al país de la ruina en la que lo han hundido las anteriores administraciones de compinches sinvergüenzas; no, señores, no es ese mi elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamente, deseo contribuir al trabajo de saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado. Robar no es fácil, señores. Para robar se necesitan determinadas condiciones que creo no tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo soy, no lo duden, señores. En segundo término, se necesita ser un traidor, y yo también lo soy, señores. Saber venderse oportunamente, no desvergonzadamente, sino 'evolutivamente'. Me permito el lujo de inventar el término que será un sustitutivo de traición, sobre todo necesario en estos tiempos en que vender el país al mejor postor es un trabajo arduo e ímprobo, porque tengo entendido, caballeros, que nuestra posición, es decir, la posición del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas en el actual momento histórico y trascendental. Y créanme, señores, yo seré un ladrón, pero antes de vender el país por un plato de lentejas, créanlo... prefiero ser honrado. Abarquen la magnitud de mi sacrificio y se darán cuenta de que soy un perfecto candidato a diputado. Cierto es que quiero robar pero, ¿quién no quiere robar? Díganme ustedes quién es el desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese hombre honrado existe, yo me dejo crucificar. Mis camaradas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. Venderán al país por una bicoca, y eso es injusto. Yo venderé a mi patria, pero bien vendida. Ustedes saben que las arcas del Estado están enjutas, es decir, que no tienen un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, yo remataré al país en cien mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco boliviano, y no sólo traficaré el Estado, sino que me acomodaré con comerciantes, con falsificadores de alimentos, con concesionarios; adquiriré armas inofensivas para el Estado, lo cual es un medio más eficaz de evitar la guerra que teniendo armas de ofensiva efectiva, le regatearé el pienso al caballo del comisario y el bodrio al habitante de la cárcel, y carteles, impuestos a las moscas y a los perros, ladrillos y adoquines... ¡Lo que no robaré yo, señores! ¿Qué es lo que no robaré?, díganme ustedes. Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio 'ipso facto' a mi candidatura... Piénsenlo aunque sea un minuto, señores ciudadanos. Piénsenlo. Yo he robado. Soy un gran ladrón. Y si ustedes no creen en mi palabra, vayan al Departamento de Policía y consulten mi prontuario. Verán qué performance tengo.
He sido detenido en averiguación de antecedentes como treinta veces; por portación de armas, rematador falluto, corredor, pequero, extorsionista, encubridor, agente de investigaciones; fui luego agente judicial, presidente de comité parroquial, convencional, he vendido quinielas, he sido, a veces, padre de pobres y madre de huérfanas, tuve comercio y quebré, fui acusado de incendio intencional de otro bolichito que tuve... Señores, si no me creen, vayan al Departamento... verán ustedes que yo soy el único entre todos esos hipócritas que quieren salvar al país, el absolutamente único que puede rematar la última pulgada de tierra argentina... Incluso, me propongo vender el Congreso e instalar un conventillo o casa de departamento en el Palacio de Justicia, porque si yo ando en libertad es que no hay justicia, señores...". Con este discurso, la matan o lo eligen presidente de la República.