10 de octubre de 2015

Sue Grafton: "El mejor momento es cuando el libro cobra vida propia y hay una voz interior que nos va dictando lo que escribimos"

La primera vez que la detective Kinsey Millhone apareció ante los lectores fue en 1982. Su creadora, la estadounidense Sue Grafton (1940), acababa de dar vida con "A is for alibi" (A de adulterio) a lo que algún crítico calificó como el contrato editorial más inteligente de todos los tiempos: la salida al mercado no de uno o dos libros sino de uno por cada letra del alfabeto. Grafton, licenciada en literatura inglesa, había dado inicio así a su famoso alfabeto del crimen, el cual ya lleva veintitrés novelas editadas. La última es "W is for wasted" (W de whisky) y, según asegura, ya tiene casi terminada la X y pergeñada la Y. "La colección tiene una gran coherencia interna y cierta cercanía con la novela negra -opina la novelista, traductora y crítica literaria argentina Márgara Averbach (1957)-. En eso, es esencial el uso de la primera persona. Grafton sigue así la regla del narrador de la novela negra estadounidense, en cuyo centro están Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Pero hay también detalles que separan a las novelas de Kinsey Millhone del modelo 'negro'. En primer lugar, por supuesto, la identidad femenina de la autora y la protagonista. El modelo Hammett/Chandler es no sólo masculino sino muchas veces machista: en general (siempre hay excepciones), los personajes femeninos tienen poca importancia o están muy estereotipados. Eso sería imposible en Grafton porque aunque la detective es una loba solitaria (típica del subgénero), no copia a los hombres. Otro punto de diferencia es el desinterés de Grafton por hacer un diagnóstico de la sociedad a través de casos particulares (lo social es el centro de la novela negra). En ese sentido, las aventuras de Kinsey están más cerca de lo lúdico de la novela 'enigma'. La mirada sobre lo social es completa pero superficial. Las historias componen una buena serie en el sentido en que lo son las buenas series de televisión. Cuentan dos historias paralelas: la del caso particular, que se cierra en cada libro, y la de Kinsey, que se continúa. Ofrecen a los lectores la seguridad de reencontrar en las páginas de cada tomo el mismo rito disfrutable y al mismo tiempo, la certeza de que cada aventura va a ser diferente". Grafton tuvo una infancia muy difícil: hija de padres alcohólicos, su madre -víctima de un cáncer de esófago- se suicidó luego de estar sumida en una profunda depresión. Para la escritora, esto le permitió conectar con las miserias de la vida. "Mi fuente de inspiración viene de la sombra, que es una parte de mí. No exorcizo los fantasmas escribiendo novela negra, quiero hacer las paces con ellos, porque la energía creativa está en ellos, en la sombra", asegura. Lo que sigue es una recopilación editada de las entrevistas que concediera a Paula Arenas y Paula Corroto de los periódicos españoles "20 Minutos" y "El Diario" respectivamente los días 6 y 7 de febrero, y a Antonio Lozano de la revista argentina "Ñ" nº 617 del 25 de julio, todos del corriente año.


¿Cómo fue crecer en Louisville, Kentucky, en los años ‘40?

Éramos un vecindario pequeño y recuerdo como, después del colegio, jugaba a policías y ladrones o a vaqueros e indios con los amigos en la calle. El mundo se ha vuelto un lugar mucho más peligroso para los niños. Gocé de mucha libertad durante mi infancia, en parte porque mis padres eran alcohólicos y apenas me vigilaban. A veces me subía a un autobús y no me bajaba hasta que se me acababa el dinero. Desde el punto de vista de un escritor, es una forma interesante de crecer.

Tocaba inventar.

Claro. Me siento muy agradecida de haber crecido sin un televisor en casa, con la compañía de los cómics y la necesidad de concebir aventuras imaginarias. Recuerdo que con mi mejor amiga jugábamos a cocinar papas en el parque. Dile ahora a un niño que haga lo mismo, ¡ja! La falta de tecnología fue una bendición. Cualquier otro recordaría una infancia con padres alcohólicos como algo traumático. Tuvo aspectos negativos, por supuesto, pero la falta de supervisión también me liberó, me espabiló y me obligó a interpretar a las personas, algo útil para la futura creación de personajes. Tenía que anticiparme en cada momento a los actos de mis padres para saber si iba a poder sentirme segura o no.

Otra persona contaría la historia desde un ángulo mucho más trágico.

Creo que la vida se basa en la forma en que decides interpretar las cosas. Los mismos hechos pueden explicarse de seis maneras distintas. Yo opto por enfocar lo que me ha ocurrido de un modo útil y provechoso. No le veo sentido a la autoconmiseración, la rabia o la culpa. Desde el momento en que entiendes tu vida, pasas a ser su principal responsable. Es una cuestión de salud mental.

Su padre escribía novelas de detectives. ¿Fue este un factor determinante a la hora de llevarla por idéntico camino?

La clave es que en casa se leía mucho, no dejaban de entrar novelas negras, compradas a 25 centavos, de Chandler, Hammett, McCain… Mi padre llegó a publicar tres libros que, ante la falta de éxito, lo encaminaron a estudiar derecho. Me gusta pensar que simbólicamente yo retomé su camino truncado.

Ha admitido que, cuando empezó a escribir novela negra, tenía muy poca idea de cómo funcionaba.

Desconocía qué demonios hace un detective, tuve que sentarme a leer como una loca a los clásicos. Aún hoy no dejo de estudiar la ley californiana para ir poniéndome al día.

En sus inicios como escritora, el género negro seguía siendo muy masculino, y las detectives de ficción, una rareza. ¿Supuso un hándicap o una ventaja?

Supuso una gran ventaja ya que me otorgó muchísima libertad. Pocos precedentes y competencia, modelos por construir… ¡el paraíso! Ahora que somos miles las mujeres metidas en ello, todo es más difícil.

Al saltar de leer novela negra a hacerla, ¿qué se descubre?

Hasta que uno intenta escribirla, no se da cuenta de lo compleja que resulta la ficción detectivesca porque está muy codificada, es decir, llena de restricciones. Puedes saltarte las reglas sólo si las conoces muy bien y siempre con mucho tacto y sutileza. Por eso a los jóvenes que empiezan a escribir les aconsejo que se fogueen en los rudimentos del oficio a través de otros géneros.

Se casó y fue madre muy joven. En aquella época, ¿escribir la salvó de un guión muy predeterminado?

Por entonces trabajaba como administrativa y secretaria en hospitales. Llegaba a casa, me cambiaba el uniforme blanco por ropa cómoda, preparaba la cena, lavaba los platos, acostaba a los niños y me sentaba a escribir. Al crear a Kinsey Mill­hone pude moldear a aquella persona, independiente y atrevida, que yo habría podido llegar a ser si no hubiese formado una familia tan temprano. Luego su éxito me ha dado una vida apasionante.

A Kinsey los lectores la conocen desde hace más de treinta años. Lo curioso es que mientras para todos nosotros el tiempo pasa, estas novelas se mantienen en los años ‘80. ¿No le crea a usted cierto extrañamiento cuando las escribe?

Kinsey es una extensión de mi personalidad y en este sentido es fácil seguirla. Lo que es difícil es recordar la música de los ‘80, las películas que se hacían, los peinados voluminosos. En los primeros libros yo evitaba las referencias a la política y hechos de aquellos años para que el lector se perdiera en el tiempo, pero ahora hago todo tipo de referencias para recordar al lector que está en 1989 y no ahora. Una vez un lector creyó que en realidad lo que yo tenía era un manuscrito que yo iba sacando poco a poco. Tuve que escribirle y decirle que los libros estaban ambientados en los ‘80, pero que los escribía en la actualidad.

Kinsey monta por sí misma una agencia de detectives a principios de los ochenta. No parecía fácil en aquella época.

En los ‘80 ya había mujeres detectives. De hecho, yo conocí a algunas. Sin embargo, había una cierta dificultad por el hecho de ser mujer. Ahora las mujeres hacen de todo. Por otro lado, creo que las mujeres son mejores detectives que los hombres porque nosotras podemos entrar en más sitios, somos invisibles. A menudos los lectores piensan que yo he sido detective.

Cuando comenzó con su alfabeto del crimen, qué llegó primero, ¿la letra o el tema?

La idea del alfabeto del crimen surgió porque antes de empezar me senté a escribir todas las palabras que se me ocurrieron que tuvieran que ver con el crimen para asegurarme de que había suficientes relacionadas para llegar hasta el final. Pero sí, a menudo comienzo con el título. Lo que pasa es que también puedo cambiar. Sobre todo me gustan aquellas palabras en las que hay un doble sentido. Por ejemplo, “quarry”, que en inglés significa tanto presa como cantera. El crimen tiene lugar en una cantera y a la vez la víctima está presa.

¿Imaginó cuando en 1982 publicó su primera obra del alfabeto del crimen que llegaría a la W y con este éxito?

No, no tenía ni la más remota idea de que podría escribir la segunda. Ni siquiera pensé que me publicarían la primera. Cuando te bloqueas es la sombra que te dice que no estás haciéndolo bien.

¿Usted llegó a preocuparse alguna vez por si no podía llevarlo a término?

Entonces era muy joven y optimista. En aquel momento no calibré lo que hacía. Ahora mi preocupación fundamental es no escribir el mismo libro dos veces.

¿Un error demasiado habitual en los escritores?

Sí. Me gusta el reto de no repetirme, y cada vez es más difícil. Tengo todo apuntado, tramas, personajes, sexo de la víctima... Todo, porque hay cosas que se me olvidan. Y el final.

Así que como decía Wilde, ¿cree usted que es indispensable tener claro el final antes de empezar?

Sí, pero cuando escribí ésta no tenía ni la más remota idea de cómo acabaría. Así que he roto esa regla. Y en otros también lo hice...

Igual tenía un final en mente y la propia historia la llevó hacia otro...

Sí, así fue. Es el mejor momento. Cuando el libro cobra vida propia y hay una voz interior que me va dictando lo que escribo. Lo peor es cuando eso no pasa y entonces tengo ganas de colgarme, es horrible. A veces leo algunos de mis libros y me parecen fáciles, pero cuando los estoy escribiendo nunca me lo parecen.

¿Corrige mucho?

No, porque corrijo constantemente mientras escribo. Soy muy meticulosa, cada frase la reviso una y otra vez, de modo que cuando llego al final es todo muy limpio.

¿Lee novela negra contemporánea? ¿En qué ha cambiado con respecto a la clásica?

Sí, sí, la leo. Creo que ahora hay más palabrotas. Creo que está bien que haya cambiado. No podemos imitar a los que había antes. Hay que reinventar la fórmula de manera que se presente la vida tal y como la vivimos actualmente.

A la hora de escribir una novela negra, ¿el crimen tiene que aparecer lo antes posible?

Creo que hay editores que les dicen a los escritores jóvenes que haya un muerto lo antes posible, pero yo no estoy de acuerdo con esto porque le lector no ha hecho ninguna inversión en el personaje que acaba de fallecer y eso hace que el asesinato no tenga mucho sentido. A mí me gusta más explicar una historia como si estuvieras pelando una cebolla, poco a poco. Eso me resulta más divertido, que haya misterios. Si en las primeras páginas ya hay disparos, sangre, muerte… eso es aburrido.

¿Qué importancia le da a la víctima?

Es muy importante. Las novelas negras tratan sobre todo de una víctima. Lo que tratan es de buscar justicia para la víctima. Yo siempre creo que la justicia se hará. A menudo en el mundo real la policía sabe quién ha sido el asesino pero no pueden probarlo. O imputan a alguien por un crimen pero hay algún aspecto técnico en todo el proceso judicial que falla y ya no le pueden condenar. O el caso es revisado… Es decir, para mí eso es muy frustrante. Pero en las novelas negras sí hay justicia.

¿Ve usted alguna diferencia entre el género negro que se hace en Estados Unidos y el de Europa?

En términos de películas creo que su sensibilidad es muy diferente de las de los norteamericanos. Los norteamericanos tienen más estructura, no son tan evocadoras… Y son más rápidas. Lo que me gusta es que desde la página uno ya estás dentro de la historia. En la ficción literaria se dan muchas vueltas y acabas aburriéndote.

Hollywood se enamoró de una de sus novelas, compró los derechos y luego la contrató como guionista por quince años. Sin embargo, ha declarado que se rebozaría desnuda en cristales antes que ver a Kinsey en la pantalla.

Por desgracia tuve ocasión de ver cómo destrozaban demasiadas novelas buenas, por lo que antes muerta que ceder el control de mi personaje. Hollywood me recuerda a una gigantesca trituradora o fiera que devora historias y escritores. Si una película funciona, el crédito es del director y el productor. Si fracasa, la culpa es del guionista. No quiero ver a una actriz apoderándose del rostro de Kinsey y luego metiéndose en mi cabeza cada vez que escriba sobre ella. Además, me consta que mis seguidores no me lo perdonarían. Al final sentiría que estoy entregando a otros treinta y cinco años de mi trabajo. No. Este es el trabajo de mi vida, y si se lo doy a los productores de Hollywood lo van a destrozar. Yo trabajé allí durante quince años. Son como los hombres que quieren ligarse a una mujer en un bar y dicen cualquier cosa para engatusarte.

La parte positiva de Hollywood es que debió de suponer un buen entrenamiento técnico.

Sí, sí. Me enseñó a pulir diálogos, a estructurar, a completar escenas de acción… aunque, ojo, también a saber que nunca más querría escribir en grupo. Soy muy reservada con mi trabajo, nadie lee una de mis novelas hasta que pongo el punto final, excepto mi marido, y sólo cuando me siento bloqueada. Creo que las opiniones ajenas con frecuencia te confunden y desvían de tu camino. Prefiero ser mi propia jueza y meterme presión yo solita, lo que paradójicamente me provoca miedo, pero sé que, si logro transformar esa ansiedad en energía positiva, todo va a salir a pedir de boca.

¿Contempla con un cierto alivio que ya esté llegando al final del abecedario?

Por un lado, me sacaré un peso de encima. Y, si Kinsey sigue teniendo casos que investigar, podrá seguir haciéndolo en títulos que no sigan orden alguno.

Sus fans respirarán aliviados: no va a matarla en la Z.

No, no, ni hablar.

El riesgo, entonces, es que en el futuro alguno la resucite, entre ellos Hollywood…

En ese caso, yo regresaré de la tumba para recuperarla.