9 de febrero de 2016

El singular atractivo del incesto en la literatura (7). En el Boom Latinoamericano

El colombiano Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972) publicó en 1962 “La casa grande”, su obra cumbre, una novela que mezcla diversas voces que narran la historia de una familia cuyo jefe, el Padre, ejerce una tiránica violencia patriarcal de latifundista oligárquico en medio de un contexto económico-social signado por la violencia. En medio de ese clima, la hermana incestuosa logra procrear tres hijos de su relación con el hermano, y el padre asesina a su prometido creyendo que era el causante del deshonor de la familia. Una historia de soledad, incesto y decadencia familiar en la que sobresale el odio, tanto de los propios hijos, hartos de tolerar el maltrato y los abusos cotidianos, como de los trabajadores de su hacienda quienes, a pesar del terror a que los ha sometido, finalmente terminan matándolo con sus herramientas de trabajo. Pero sería un colega y amigo de Cepeda Samudio, integrante como él del legendario Grupo de Barranquilla, quién, con una temática similar, crearía cinco años más tarde la obra cumbre del llamado “realismo mágico”, un hito en la historia literaria de Latinoamérica al ser señalada como una de las mejores realizaciones narrativas de todos los tiempos. Se trata de Gabriel García Márquez (1927-2014) y su “Cien años de soledad”.
Toda la historia de esta novela está dominada por la antinomia temor-atracción por el incesto. La vocación incestuosa es un cromosoma de los Buendía, la estirpe familiar núcleo de la obra. Sabido es que la historia de esta familia se inicia con el casamiento de José Arcadio Buendía con su prima Úrsula Iguarán. La boda se realiza en medio de los temores a que ocurriese lo que la creencia popular aseguraba: las relaciones sexuales entre familiares provocaba que los hijos nazcan con cola de cerdo, un castigo que recién llegará al final de la novela en la séptima generación. Esa unión entre primos creará una estructura familiar cerrada que se volverá sobre sí misma. En las generaciones sucesivas, se repetirá el patrón inicial, incestuoso, cerrado: José Arcadio y Rebeca, la hija adoptiva de la familia, que en realidad no es su hermanastra sino una prima; Pilar Temera, uno de los pocos personajes exógenos, es la madre de dos niños cuyos padres son hermanos (José Arcadio es el padre de Arcadio y el coronel Aureliano Buendía lo es de Aureliano José); Amaranta, la única hija del matrimonio original, tiende hacia el incesto con su sobrino Aureliano José y su sobrino bisnieto José Arcadio, el seminarista; y finalmente la unión entre Amaranta Úrsula y su sobrino Aureliano Babilonia. Prácticamente toda la novela es la postergación del temor al castigo divino. Sin embargo, cuando, pasados los años a que hace referencia el título, el temor se olvida, el incesto se cumple y nace el temido niño con cola de cerdo, una “vergüenza para castigar el pecado cometido”.
Ahora bien, si en “Cien años de soledad” el tema del incesto es claro y explícito, no lo es en cambio en algunos textos de Julio Cortázar (1914-1984), puntualmente en los cuentos “Bestiario” y “Casa tomada”, ambos incluidos en su primer libro de cuentos publicado en 1951. En “Bestiario”, por ejemplo, aparece de manera confusa. El narrador omnisciente cuenta que Isabel, una adolescente, va a veranear a la casa de sus tíos, los Funes. Allí viven los hermanos Luis, Nene y Rema con Nino, hijo de Luis y, he aquí el elemento fantástico del cuento: un tigre que se pasea libremente por la casa y la huerta sólo vigilado por don Roberto, el capataz. Mientras Isabel y su primo Nino se entretienen coleccionando plantas, hormigas y caracoles, la vida en la casa gira en torno al tigre, del cual se desconoce su origen y el porqué de su estancia allí. De su presencia o no depende que sus habitantes puedan moverse a su antojo, ir al comedor a almorzar o a la sala a leer. La convivencia entre los hermanos no es demasiado armónica y entre ellos sobrevuela la desconfianza. Nene es el personaje más enojoso y abusivo; toda la familia vive subordinada a sus decisiones. En la relación con su hermano Luis predomina la tensión y el enojo; en la que tiene con su hermana Rema, en cambio, lo que prevalece son unos celos enfermizos. Cuando finalmente el tigre mata a Nene, Luis reacciona con desconcierto; en cambio Rema no lo lamenta y lo vive como una liberación del acoso a que era sometida por su hermano, acaso de tipo incestuoso, algo que nunca queda claro en el texto. Algunos críticos han concluido que el desenlace del cuento no es otra cosa que un castigo por esa aparente relación.
Una rebuscada hermenéutica también insiste en afirmar que el tema del incesto es medular en “Casa tomada”. En este cuento, el protagonista de la historia (cuyo nombre se desconoce) e Irene son dos hermanos que viven solos en una espaciosa casa. “Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa”.
Si bien el hecho de que esos dos hermanos viviesen sus vidas de solteros dentro de una misma casa configura una relación ambigua, no es el incesto la cuestión de fondo. Sí lo es, en cambio, la propia casa, aquella que “guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia”, lo que induce al lector ilustrado a vincular esta historia con la que Edgar Allan Poe (1809-1849) presentó en “The fall of the House of Usher” (La caída de la Casa Usher). En ambos relatos la pareja de hermanos vive en un alto grado de aislamiento. Roderick, el personaje de Poe, confiesa a un amigo que “durante muchos años, nunca se había aventurado a salir” de la casa, e igualmente la pareja cortazariana abandona en rara ocasión la suya; tan sólo él lo hace los sábados con la finalidad de buscar libros franceses mientras que ella ni siquiera lo hace, ya que confía en el gusto de su hermano para adquirir la lana que le permite tejer durante largas horas. Las dos obras se construyen, pues, en torno a un triángulo de personajes: la casa y los dos hermanos que la habitan, y el núcleo del relato es, precisamente, el conjunto de interacciones entre ellos.
Ese aislamiento de los hermanos, tanto en el cuento de Poe como en el de Cortázar, es el que insinúa una relación incestuosa. En el relato de Poe se sugiere al decir que del antiguo tronco de los Usher “no había brotado nunca una rama duradera” porque “toda la familia se limitaba a la línea de descendencia directa y siempre, con insignificantes y transitorias variaciones, había sido así”. Además, el propio Roderick se refiere a su hermana como “tiernamente querida” y “su única compañía durante muchos años”. Por su parte, en "Casa tomada" el narrador habla de su “simple y silencioso matrimonio de hermanos” y de la “necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos”. Estas referencias parecen sugerir la posibilidad del incesto pero, en realidad, tales sugerencias responden a factores estructurales o constitutivos del relato. Incluso la condición de personaje esencial de la casa está determinada por las propias palabras del narrador de “Casa tomada” quien, tras referirse brevemente a él y a su hermana, da el verdadero motivo de su escribir: “Pero es de la casa que me interesa hablar”. Es más, varios son los relatos de Cortázar en los que el espacio de la casa tiene un rol significativo: ocurre en “Cefalea”, donde los ruidos que producen sobre ella las mancuspias (un animal imaginario inventado por el escritor) se confunden con el dolor de cabeza de los protagonistas, o en “Verano”, donde una casa habitada por un matrimonio es amenazada con ser invadida por un caballo. Es así que resulta bastante simbólico aceptar la relación incestuosa pues el mecanismo significativo del texto no sugiere en su totalidad dicho enfoque.
Si se habla de simbolismos, es lícito (aunque arriesgado), establecer equivalencias entre la vida de un autor y los contenidos de su obra. Este nexo puede evidenciarse claramente en la obra del Marqués de Sade, de Sacher Masoch o de Diderot. Pero el hecho de que Cortázar reconociese llevarse bastante mal con su hermana y que hasta haya contado alguna vez que, siendo muy joven, se había “despertado muchas veces impresionado porque me he acostado con mi hermana en el sueño”, ¿debe ser tomado como determinante en su obra? De hecho él mismo explicó que “Casa tomada” había nacido de una pesadilla en la que soñó la situación del cuento y que para él, toda su narrativa era una forma de exorcizar su neurosis.
Para Freud, el éxito de muchas famosas obras de la literatura universal radicaba en buena medida en que sus historias representaban los más profundos deseos o las frustraciones humanas. La fama que alcanzó el gran poeta romántico Lord Byron (1788-1824) con “Childe Harold's pilgrimage” (Las peregrinaciones de Childe Harold), ¿se debe a que vivió una juventud amargada por su cojera y por la tutela de una madre de temperamento irritable o a que, tras numerosas correrías sexuales con amantes de ambos sexos, optase por romper el máximo tabú sexual cometiendo incesto con su hermana Augusta, quien ya estaba casada? El éxito obtenido con “Mrs. Dalloway” (La señora Dalloway) por la brillante novelista Virginia Woolf (1882-1941), ¿fue producto de que fuera abusada sexualmente por sus dos hermanastros, Gerald y George, que la sometieron a indecentes manoseos siendo apenas una niña? ¿O acaso fueron esos maltratos los que la llevaron al suicidio? Friedrich Nietzsche (1844-1900) decía en “Zur genealogie der moral” (La genealogía de la moral): “Nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos. Esto tiene un buen fundamento: no nos hemos buscado nunca. ¿Cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos?”. Tal vez el día que eso ocurra, los hombres podrán discernir cabalmente si el incesto es un delito legal o tan sólo una transgresión moral.