11 de mayo de 2016

Martín Kohan: "Las dimensiones políticas, ideológicas, sociales o históricas se alojan en el interior de la literatura, la que se apropia de ellas para someterlas a una lógica de sentido distinta" (1)

La crítica literaria no sólo es una materia de doctrinas variables, también es un mundo de ideas que, al esparcirse, crean un espacio intelectual en el que es necesario afanarse, porque ese espacio, tal como afirmaba el escritor mexicano Octavio Paz (1914-1998), “es el lugar de encuentro con otras obras, la posibilidad de diálogo entre ellas”. Es, también, una mediación entre un texto y los lectores, ya que permite colaborar en su comprensión y su relevancia cultural. Puede iluminar una obra y ayudar a difundirla en espacios de preferencias distintas cuando un crítico ejercita su afán comprensivo estimulando los impulsos interpretadores del lector. Pero, por sobre todas las cosas, la crítica literaria siempre parte de la percepción individual del crítico. Al respecto, ya hacia mediados del siglo XIX, el polifacético Karl Marx (1818-1883) decía en uno de sus escritos sobre literatura que la crítica “parte siempre de lo concreto, de la lectura de la obra, pero ésta se le presenta en la primera lectura como un cúmulo de impresiones subjetivas, sin necesidad alguna ni validez general. La mediación del gusto (y, por tanto, su universalización) se produce precisamente a través de una labor de análisis, que lleva a la descomposición de la obra en elementos abstractos; elementos abstractos en los que, sin embargo, se puede captar las relaciones de la obra con el ambiente cultural, el histórico social, el lingüístico, con los datos mismos de la biografía del autor. Después de esta labor de análisis, el crítico vuelve a lo concreto, es decir, a la obra, con una capacidad de comprensión que ya no está confiada a impresiones subjetivas, sino a datos objetivos y científicos”. Este análisis implica que la literatura, como cualquier otra manifestación artística, es una actividad de matriz social situada esencialmente en la superestructura de una sociedad determinada (esto es, el conjunto de fenómenos jurídicos, políticos e ideológicos que la conforman y condicionan). A esta condición, naturalmente, tampoco escapa la crítica literaria. Existen múltiples y polémicos enfoques que han cuestionado y pretendido reformular las teorías críticas -a lo largo del siglo XX y hasta la actualidad- con el afán de consolidar a la literatura como una esfera relativamente autónoma de la vida social, un proceso que ha culminado en los últimos años con la introducción renovada de ciertas líneas del pensamiento histórico y filosófico que no han hecho más que renovar la problematización de los límites entre el discurso literario y otras prácticas discursivas que confrontan idealismo y materialismo. Martín Kohan (1967) escritor y crítico argentino, profesor de Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y autor de ensayos, novelas y cuentos, se refiere en la primera parte de la edición de entrevistas que sigue a continuación, al lugar que ocupa el marxismo en la crítica literaria. Las mismas fueron publicadas en el nº 7 de la revista “Ideas de Izquierda” en marzo de 2014 (a cargo de Ariane Díaz) y en “La Izquierda Diario” el 15 de abril de 2015 (a cargo de Mariano Pacheco).


Terry Eagleton, en una entrevista, describiendo el estado de la teoría literaria marxista contemporánea, daba un panorama que, salvo con algunas excepciones, veía como mayormente pobre, en consonancia con un momento de baja conflictividad social. ¿Cómo lo ves vos?

Me parece que en la actualidad hay una especie de meseta en la teoría literaria en términos generales. No me parece que sea un pliegue o estancamiento de una teorización marxista sobre la literatura respecto de otro tipo de vertientes que estén teniendo un impulso mucho más fuerte. Me parece que desde hace años estamos en un ciclo en el que no hay teorías fuertes en el sentido en que pudieron serlo en otro momento el estructuralismo o el posestructuralismo, o incluso los debates entre modernismo y posmodernismo -con todo lo que tuvieron de inútiles en gran medida-, o la reaparición efectivamente inútil de los estudios culturales en el sentido de su vulgarización y trivialización. En el presente, salvo algunos autores que han ganado terreno como Agamben o Rancière, con ideas que marcaron alguna línea de reflexión en los últimos años, no es una época de pensamientos fuertes en la teoría literaria. Lo cual en un punto es más propicio, si se quiere, para trabajar con la literatura. El posestructuralismo es un buen ejemplo: inmediatamente abre una cantidad de perspectivas que dan a ver lo que no se podía ver sin esas categorías, pero necesariamente la apertura tiene un límite, hay un momento en que se empieza a rozar aquello que esas mismas categorías están impidiendo ver, junto con lo que permitieron ver. Al no haber teorías dominantes o hegemónicas, lo interesante es que es un momento de absoluta apertura, donde la idea de la teoría literaria como una caja de herramientas, en el sentido de que podés usar estas categorías y estas otras, para que no haya lo que en algún momento pasó o puede terminar pasando que es la aplicación. Es un momento reductivo aun de las mejores teorizaciones, de las más ricas y más estimulantes, que se reducen a fórmula y aplicación. Estamos razonablemente liberados de eso hoy por hoy, aunque con límites también. Después está la productividad de lo que ya había. Nadie que no sea necio pretendería una fundación de la nada. Marx tampoco. En todo caso, la significación que el marxismo puede tener en la teoría literaria hoy, creo que se puede seguir midiendo en la productividad de una tradición, más que constatar o cotejar los aportes de por ejemplo los últimos cinco años. Le caben en todo caso las generales de la ley del estado de la teoría literaria en general. A cambio creo que distintos enfoques de la tradición marxista siguen teniendo una productividad enorme.

¿Cómo lo ves acá? ¿Ha habido cambios en los últimos años después del auge del posestructuralismo y el posmodernismo, donde el marxismo aparecía representado por algunos “marxistas occidentales” y no siempre presentados como estrictamente marxistas?

La presencia de la Escuela de Frankfurt me parece que es fuerte, eventualmente no con inflexiones fuertemente marxistas, lo cual es posible recuperar también en la Escuela de Frankfurt. Pero creo que también la presencia de Gramsci ha tenido su persistencia, el impacto de las ideas de Jameson también, inflexiones y lecturas de un posicionamiento no estrictamente marxista pero repensados en clave marxista, como Foucault o Deleuze, para volverlos productivos. El desafío es apostar a la vigencia de ciertas líneas de pensamiento y una apropiación de las categorías y de los aportes que nos pueden servir para pensar desde el marxismo algo que probablemente no venga encuadrado en las categorías del marxismo. Creo que en algunos casos se ha hecho con el pensamiento de Foucault, o de Deleuze, con las tensiones que eso pueda tener. Creo que también Althusser, con la complejidad del caso, por ejemplo en Rancière, en Macherey… es una tradición que está presente. Si uno lo piensa respecto a otras coyunturas, dentro del abanico complejo y diverso del marxismo, en todo caso si algo tuvo una presencia muy dominante y la perdió fue el sartrismo.

Tanto en tus clases, escritos y hasta en alguna de tus novelas, retomás marxistas “clásicos” como Lenin o Trotsky, poco habituales en los recuentos de los aportes del marxismo a los temas literarios, considerados como “excesivamente” políticos para el abordaje de los temas culturales. ¿Qué interés encontrás en ellos?

Para mí Trotsky tiene su lugar… recuerdo haber dado específicamente sus textos sobre literatura, o de Lenin escribiendo sobre Tosltoi. Porque en última instancia, en el margen en el cual se pueda dar en un recorrido cuatrimestral, creo que de un modo más o menos implícito o explícito eso se recupera. No podés explicar la manera en que Lukács lee a Balzac sin Marx y Engels. Entonces me parece que tienen razonablemente su lugar. En todo caso, lo que estuvo y no está es la veta del compromiso sartreano, o entra por la negativa.

Lukács también, ¿no? Entra por la negativa.

Cuando yo era estudiante Lukács entraba como el capítulo del error: “ahora vamos a ver el que se equivocó en todo”, y era Lukács. Mi interés por Lukács no era para replicar a eso, sino contestar a una cierta reducción en la que me parece que había caído, incluso en aquello que uno puede considerar equivocado. Es un pensamiento de una enorme complejidad incluso para el desacuerdo. Reducirlo a la teoría del reflejo o del espejo, que no es su planteo, no permite ni siquiera reflexionar sobre cuáles son sus errores. La tradición marxista inglesa también tuvo y tiene un lugar. Williams ha tenido una importancia, incluso después de que pasó un poco la moda banal de la nueva versión de los estudios culturales, a la hora de constatar que estamos reproduciendo una especie de versión deteriorada, o simplificada, para recuperar esa tradición de los estudios culturales de los ’50, que es una tradición marxista.

¿Y Benjamin? En tu libro “Zona urbana” criticás las reapropiaciones posmodernas que se han intentado de él…

Ahí sí me parece que hubo una especie de catástrofe teórica que fue el uso, o el abuso posmoderno, de Benjamin. En un momento le tocaron las generales de la ley, esa especie de reducción a fórmula por la que pasaron Bajtín y todos, lamentablemente. Parece que en cualquier novela que un personaje camina de un lado a otro es benjaminiano; o con Bajtín, una comparsa y tres serpentinas y ya es un carnaval bajtiniano. Eso tiene que ver con las simplificaciones en las que seguramente todos podemos incurrir en algún momento. Yo creo que el caso de Benjamin es distinto. Yo tampoco diría “lo ubico en tal lugar”, quizás de ningún pensador, pero particularmente en Benjamin, ubicarlo en un lugar es necesariamente reducirlo. Porque buena parte de su encanto y de su riqueza tiene que ver con la imposibilidad de ubicarlo en “un” lugar. Más bien digo “me interesa esta zona más que esta otra”, pero no porque la considere más auténtica de manera intrínseca, sino porque me interesa a mí. No podría decir que la dimensión de la influencia marxista en Benjamin o la que toma en cuenta el método del marxismo para leer a Baudelaire es más auténtico que el Benjamin de la inspiración mesiánica que utiliza elementos de la cabalística. Diferente es la discusión con las distorsiones del pensamiento posmoderno que pretendía hacer de Benjamin un posmoderno adelantado.

En tu libro, citando a Jameson, decías que Benjamin es experto en el análisis de lo concreto pero que eso no quiere decir que sea adverso a la abstracción y a la generalización teórica, como quieren los posmodernos…

Sin duda Benjamin tiene una teoría, y es en parte marxista. Y uno puede considerar que esa capacidad de captar lo concreto lo vuelve materialista en sentido cabal, porque ya no se trata -en los términos de una enunciación de un materialismo sea por lo conceptual, sea en el plano ideológico- de una necesidad de una interpretación de lo social en clave materialista, sino la capacidad concreta de leer materialidad. Lo concreto en Benjamin es una especie de destreza insuperable para ver lo social en lo más concreto y por lo tanto en lo más material. Porque al mismo tiempo, para ser fieles al tipo de procedimiento (si cabe decir procedimiento en Benjamin) no es ni siquiera un momento de conceptualización. La idea que él tiene y pone a funcionar de “huella”, es la idea de que en esos detalles concretos se alojan las marcas de una época. Supera incluso la necesidad de tener que contextualizar eso, porque la dimensión de la temporalidad entendida incluso en un sentido amplio, la marca epocal o la posibilidad de una captación de una problemática o de un horizonte social no es poner en contexto ese detalle, eso está alojado en el detalle.

Después de haber trabajado la historia argentina –sobre todo desde una historia de la literatura nacional– pero también una amplia gama de conceptualizaciones sobre la guerra y la violencia (que puede rastrearse siguiendo los epígrafes, abundantes, que abren cada capítulo de “El país de la guerra”), ¿te parece que las teorías de la guerra siguen aportando a pensar la literatura y la realidad política?

Yo creo que sí, o por lo menos para mí resultaron indispensables. Pero no porque establezcan un parámetro fijo, sino porque componen un mapa diverso, con puntos de vista que se contraponen, con discusiones explícitas o subyacentes. La teoría a veces se invoca para que venga a resolver lo que hará la lectura, y así es como se la aplica; mi formación (el libro está dedicado a Josefina Ludmer) tiene más que ver con la premisa de que la teoría sirve para problematizar, no para resolver, y que bien empleada no se presta a las aplicaciones.

En épocas en donde parece primar cierto afán por la instantaneidad y una “avidez de novedad” -para decirlo con las palabras de Martín Heidegger- vos te dedicaste varios años a investigar y trabajar sobre este tema. ¿Qué es lo que más rescatás del proceso de producción que implicó el armado de este libro, después de tantos años?

Lo que más satisfacción me produjo es haber podido escribir textos críticos de la misma manera (con la misma atención al lenguaje y a la forma) en que escribo textos de ficción. No tengo dudas de que la crítica forma parte de la escritura literaria, pero a veces parecemos más dispuestos a enunciar esa premisa, con su correspondiente remisión a Roland Barthes, que a hacerla valer realmente en lo que hacemos.